DEPORTES
partidazo del diez

El capitán volvió a dejar el país rendido a sus pies

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Salvo Sergio Romero, el llanero solitario que vio la escena a una cuadra de distancia, todos los jugadores argentinos fueron camino al Hombre. El gol había sido de penal, simple. Tampoco había sido en un momento crucial; incluso Argentina ya ganaba. Puro magnetismo. La procesión fue rumbo al jugador prometido. Hay situaciones que definen mucho más que una jugaba de gol; esa parte intangible del fútbol invita a sacar conclusiones. Messi es genuino; el saludo masivo, también. Y de pronto la Argentina no es un puño apretado pero algo de eso existe. El equipo tiene líder, que ya no es mudo. Habla con los pies. Habla con gestos. Habla siempre, menos cuando habla. La Selección brilla con el tipo de piernas blancas que ya recibió mil abrazos. Como Romero, quedó solo. Señala al cielo, se besa la camiseta, se acomoda la cinta; es el capitán. El equipo dartagnanesco es todos para uno. Todos el Hombre. Las tribunas son un fiesta y Brasil está más cerca. Es ese instante y nada más. Ni mate ni Gardel ni Perón ni Diego ni tango ni dulce de leche ni Asignación Universal por hijos ni Boca ni River ni Papa. Es cuando Argentina se desnuda para ser Lionel Messi. Y nada más.

No hay partido posible sin gol de Messi. Más allá de la estadística irrefutable, queda la sensación. El diez jugaba bajo amenaza solapada. Según Rincón, su marcador más personal, había que “comerle los tobillos”. Una metáfora barroca, destrozada en cancha. Nadie es capaz de cazarlo. Messi es un elefante con patines; un jugador imposible de derribar con patadas y, además, tan rápido como indescifrable. Si Leo puede con sus pies pintar obras de arte, los futbolistas venezolanos estaban condenados a mirar. Porque este Picasso es insaciable, corre, da trazos finos, largos, profundos; Messi vale la pena.

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Después del tercer gol, iba por la pelota; por su jugada. Como un chico hambriento. Messi conserva el espíritu lúdico y un sentido de la competencia intactos.

En la jugada que derivó en el segundo gol de Argentina, el suyo de penal, Messi fue el único que no pidió mano de Gabriel Cichero; estaba dentro del área, quería seguir jugando. Su entrada a la zona de definición había sido posterior a un toqueteo del equipo, que despertó el ole sostenido del público. Messi, el voraz, aceleró cuando la pelota le cayó en los pies. El artista vive también de la adrenalina.

Dirán que el primer gol fue de Higuain, Es cierto. Pero si a las conquistas se les puede asignar porcentajes, Messi fue el principal accionista. Su toque dejó solo a Pipa. Fue un estiletazo que puso en cámara rápida una secuencia normal; una de tantas. Messi es el jugador de la varita mágica. El que marca el ritmo. El que potencia a los compañeros. En ese abrazo compartido con todos salvo con Romero se resume la Selección. Un equipo que va detrás del Hombre. Cuando el partido ya no era partido, Messi intentó una pirueta para hace un gol. Otro. Uno de jugada. Uno que él merecía como ningún otro. Porque Messi, a veces, es la Argentina.