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familia y viajes

Hay vida después del fracaso

Su esposa, sus dos hijos y sus cinco nietos abarcan la agenda del virrey. Lejos de Boca, todo indica que ya no volverá a dirigir.

Rutina. Todas las mañanas, bien temprano, sale a caminar con su perra Pancha por las callecitas de Barrio Parque.
| Marcelo Silvestro

Carlos Bianchi duerme la siesta. Literal. No aquella siesta con la que alguna vez alentó la ilusión de los hinchas de Boca, que lo creían dormido definitivamente después de sus dos primeros ciclos en el club xeneize. Bianchi, ahora, duerme la siesta como cualquier abuelo. Bianchi, ahora, es eso: abuelo, sobre todas las cosas.

Lejos del fútbol, el único comentario que se permitió tras su salida de Boca fue acerca del público visitante: “Tratar de recuperar lo que hace al fútbol argentino diferente”, dijo en Radio Nacional. Cuando terminó su tercera etapa en Boca, el que tuiteó fue Louis, uno de sus cinco nietos. “Ya estaba todo arreglado. @TanoAngelici no tuviste ni los huevos ni el respeto para decirle en la cara lo que estaba sucediendo”. Uno de los tres hijos de Mauro, su hijo, fue su directo. Pegó al mentón en apenas 127 caracteres. Habían tocado a su abuelo.

PERFIL intentó dialogar con Bianchi, pero no fue posible. El Virrey no da entrevistas, aun si hay promesa de por medio de no hablar de fútbol. Apenas suelta unas líneas por WhatsApp: “Estoy tranquilo. Le agradezco su comprensión. Felicidades. Carlos”. Bianchi firma lo dicho, más allá de que se sepa con quién se está hablando. Es su manera de reafirmar quién es.

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Ser invisible. “¿Sabés por qué es una ciudad hermosa? Porque vas con la bragueta abierta y nadie te dice nada”, le dijo a la revista Mística, el 3 de enero de 1998. Bianchi, que hablaba de París, todavía no había dirigido ni un partido a Boca. Después sería el entrenador más ganador de ese club, con nueve títulos. Más allá del glamour de la capital francesa, lo que lo atrae es pasar inadvertido. No estar, que no lo vean. Cuando Boca jugó las semifinales de la Copa Sudamericana contra River, ni siquiera estaba en el país. En esos días viajó a Francia. Quería ser uno más, como cualquier abuelo.

Metódico, exigente. Quienes más lo conocen sueltan esos adjetivos para definir su carácter. “Cuando él estaba concentrado, Bianchi y Margarita no se hablaban”, cuenta la revista Don Julio. Así de estricto era Bianchi cuando era futbolista. Así de estricto es Bianchi.

Ahora que no tiene que vivir en los hoteles a la espera de partidos, el diálogo con su esposa es fluido. Uno de sus momentos íntimos para la charla es a la tardecita, cuando salen a caminar por Barrio Parque. A la mañana bien temprano es el momento de la soledad. Todos los días, a la misma hora, el hombre de 65 años, mirada aguda y correa en mano, saca a pasear a su perra.

Los tiene de nietos. “A Carlos lo único que le interesa hoy es la familia”, le dice a este medio uno de sus allegados. La obsesión de Bianchi ya no es la elección de jugadores. Su vuelta olímpica es ser un abuelo modelo y, dicen, no descuida los detalles con Mateo, Nina (los hijos de Brenda), Louis, Paul y Charles (los hijos de Mauro).

En esa última entrevista concedida a Radio Nacional a principios de octubre, remarcó: “Vivo el día de hoy y estoy muy feliz con mi familia. Disfrutando de los nietos, los hijos, mi señora”. Cuando le preguntaron sobre una eventual posibilidad de dirigir de nuevo, dijo: “Hay que vivir los momentos a esta edad”.

De chico le decían “Loco”. Aunque Bianchi sabe bien lo que hace. En la edad en que los hombres se jubilan, él vive con estilo zen sus días alejado del eléctrico mundo Boca. Mientras, duerme religiosamente la siesta. Una costumbre que arrastra desde que empezó a jugar al fútbol. La revista Don Julio cuenta un hallazgo de Gente, de 1974. Bianchi estaba en Reims, Francia. En el país que siente su segunda casa, un periodista y un fotógrafo esperaban al goleador de la Liga, que por entonces tenía 25 años. Esperaban que Bianchi apareciera. A esa hora, las tres, recién se levantaba de la siesta.