DEPORTES
como conviven los hinchas del rojo y la academia

La trinchera invisible de Avellaneda

<p>Las calles vecinas al estadio de Independiente reflejan el dolor que vive media ciudad y también los códigos de los que respetan el momento. Las cargadas, por ahora, son aisladas.</p>

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El chico tiene trece años y es de River. No hace falta que tenga puesta la camiseta para acreditar su identidad futbolera.
—Me llamo Enzo— dice.
El pibito vive desde hace una década enfrente de la cancha de Independiente; o casi a la vuelta de la de Racing. Enzo está inmerso en esa especie de Franja de Gaza futbolera en la que los hinchas de Independiente y Racing se disputan el territorio. Los neutrales, como él, tampoco pueden quedar afuera. Su mamá le cuenta a PERFIL de la tarde del 17 de julio de 2007, en la que esa calle fue rebautizada. Desde hace seis años, Sandra y su hijo ya no viven sobre Almirante Cordero. La casa, ahora, está ubicada en la vereda cuyo nombre apunta al tipo de más alto rango en Independiente. Enzo, que se llama así por Francescoli, aquel día se puso la camiseta de Bochini y se sacó una foto con él. Le rindió tributo a su calle.
Alejandro Wall escribió en su libro ¡Academia, Carajo! acerca de la Cachemira; cuando Avellaneda se mira de reojo por la pasión de dos equipos que tienen sus canchas espalda contra espalda. “Un récord del que ninguna ciudad –dice Wall– puede enorgullecerse en el mundo: dos elefantes de cemento separados por dos cuadras. Eso es un país que ama el fútbol”.

El abuelo y la pizza. La calle Bochini es lindera a uno de los lados del Libertadores de América. Durante la gestión de Julio Comparada se eligió el nombre del estadio y el portador histórico de la diez del Rojo perdió por Internet y se llevó el premio consuelo. Bochini es en una parte de Avellaneda, trescientos metros, un recorrido demasiado corto para corresponder su trayectoria. Ahí, sobre las veredas donde Independiente respira la nostalgia de su fútbol, Roberto, de 70 años, y su nieto Federico, de ocho, buscan la puerta indicada para hacer el trámite de AFA Plus. Eso es la fe. El acto inconsciente de adherir al sistema que sólo los hinchas de clubes de Primera están obligados a suscribir. El Rojo hoy puede descender de categoría. Pero la negación de Roberto se advierte en el hecho burocrático. O en el intento. Hasta que la paradoja se le burla: el trámite se puede hacer en Independiente recién a partir del lunes.
Roberto y Federico posan para la foto. El chico fue dos veces a ver al Rojo y levanta los hombros cuando escucha la palabra descenso. Roberto, no. La indiferencia no puede asumirla alguien que, dice, vio toda la gloria. El primer partido que vio en una cancha fue en 1960, cuando llegó de Córdoba. Y fue derrota 1 a 0 contra Atlanta, en Villa Crespo. Sin embargo, ese Independiente ya había dado la vuelta olímpica dos fechas antes.
—Estoy destrozado —suelta Roberto.
La confesión conmueve de alguna manera a su nieto, que vuelca su mirada hacia arriba. Federico mira a su abuelo. Hoy, por primera vez, van a ir juntos a la cancha.
La foto se la sacan con un fondo marcado por el nombre Bochini, “lo único que nos queda”, dice Roberto. A Federico, le queda la camiseta.
—Se la compré yo —señala el abuelo—. ¡Cinco palos, vale! Linda joda.
Hay hinchas de Racing que viven sobre la calle del prócer de los de la vereda de enfrente. En esta zona, decir los de “enfrente” es literal. Pero la convivencia es pacífica.
—Hay mucho respeto porque somos vecinos— explica Susana, de 73 años.
En esta franja de Avellaneda, la bronca está focalizada contra los de Boca y River.
Mientras la charla discurre, pasa una chica y por lo bajo Susana remarca:
—Ella es de Racing.
La mujer que por lo general va a la tribuna de damas de Independiente dice que, antes, la chica que ya dobló hacia el Cilindro trabajaba en una pizzería. Y que cuando ella hacía un pedido anotaban el número de su casa precedido del nombre Cordero. “Yo vivo en Bochini”, le marcaba la cancha Susana.
La ventana indiscreta. Del otro lado, doscientos metros más allá, está la calle Orestes Corbatta. “Es un pasaje”, interviene un hincha de Independiente. Sobre una de las veredas del homenajeado de Racing vive Alvaro, un uruguayo de 48 años. Hincha del Rojo. Hace cuatro meses que alquila una habitación con vista directa a la cancha de Racing. La panza del Cilindro toma por asalto parte del pasaje y del paisaje. Desde la terraza de la vivienda de Alvaro hay vista hacia las dos canchas. El primer plano, inevitable, es el escudo de Racing. Vivir mezclados es eso. Que la cancha del rival sea tu balcón y la segunda casa propia quede a unos metros. En este sector de la Avellaneda fundida entre pasiones hay respeto; no hay pintadas como en la Bochini. Paola, de 40 años, da testimonio:
—Hay códigos, los vecinos no cargan.
Bochini y Corbatta ya no juegan. Son calles donde los hinchas conviven. Hay chicos pateando una pelota por la vereda y nada dicen. La carrera del Rojo por el abismo es un tema que no se desconoce. Que sobrevuela en el aire y atraviesa los doscientos metros que separan o unen –depende la mirada– dos volcanes. Uno, en estado de erupción. El equilibrio de la paz de la Cachemira se pone en juego.