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argentina campeon de la davis

La última copa

El capitán del equipo que gano la Davis en 2016 cuenta en primera persona su experiencia durante los partidos decisivos contra croacia. La remontada imposible de Del Potro y la definición de Delbonis para celebrar un logro que se venia postergando.

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El capitán del equipo que gano la Davis en 2016 cuenta en primera persona su experiencia durante los partidos decisivos contra croacia. La remontada imposible de Del Potro y la definición de Delbonis para celebrar un logro que se venia postergando. | salatino

Cuando terminó el juego de Del Potro, la tribuna era una fiesta. Nadie podía creer el partido que acababa de finalizar. Había un clima de euforia y excitación generalizado. Pocas veces se da la oportunidad de ver un espectáculo deportivo de ese nivel. Vibramos con lo que habíamos presenciado.

Delbonis estaba en el gimnasio del Arena Zagreb, entrando en calor junto a Gustavo Tavernini, su entrenador, y a Horacio Anselmi, su preparador físico. A pocos metros, Ivo Karlovic trabajaba junto a su equipo. “Este muchacho está tan nervioso que no sabe ni cómo se llama”, recuerdo que les dije. Se le notaba en las facciones, estaba blanco y no podía gesticular.

Mientras entraba en calor, Federico corría de una punta a la otra del salón, con mirada de quién sabe qué. Sin embargo, salió a la cancha a buscar lo que le pertenecía.

Una vez terminado el calentamiento, fuimos hacia el vestuario e hicimos una ronda entre todos, como lo habíamos hecho unas horas antes, previamente al partido de Juan Martín.

Después de arengar, haciendo mucho ruido, hablé y dije lo que sentía en ese momento, sin haberlo pensado antes. Nos abrazamos entre todos, respirando al ritmo del que va a entrar (son unas cinco repeticiones de inhalaciones y exhalaciones). Después, mirándolos a cada uno a los ojos, les dije que finalmente había llegado el momento que habíamos soñado, el que todos queríamos vivir. Si bien Fede era el que entraría en la cancha, ahí estábamos todos con él, como un equipo, como una familia, apoyándolo.

Cuando estábamos caminando solos hacia la cancha, con Karlovic y su capitán atrás, Delbonis me dijo:

—Orsa, recordame dos conceptos: que pase rápido la mano y que mueva los pies.

“Pasar la mano rápido” significa acelerar en el momento del impacto, para mantener la agresividad en el golpe. Mover los pies significa estar permanentemente en movimiento, antes de pegarle a la pelota, para acomodarse bien y, entre bola y bola, mantener una buena ubicación en la cancha durante el punto. Son dos conceptos muy básicos y sencillos con los que, si se ejecutan bien, seguramente se obtenga un buen desempeño.

Recuerdo que en ese momento le dije que estaba orgulloso de salir a la cancha con él a jugar ese partido; que estaba orgulloso de que fuese él quien viviera ese momento. Siempre fue un jugador que dejó todo en cada partido, estaba seguro de que ésta no sería la excepción.

Y finalmente sucedió.

Y pasó lo que tenía que pasar.

Y la victoria quedó para Delbonis.

Y… ¡Ganamos!

¡Argentina Campeón de la Copa Davis!

Lo recuerdo como el instante de la concreción, un momento raro y confuso. Al estar tan enfocado en el partido, una vez terminado no logré explotar. Levanté la mirada y vi que Mariano Hood venía corriendo hacia mí, estaba llorando, gritando y feliz. Nos dimos un abrazo profundo mientras a un costado se armaba una gran montaña de jugadores y cuerpo técnico argentinos, todos tirados en la cancha, todos arriba de Fede Delbonis. ¿Cómo reaccionar ante semejante alegría, ante semejante hazaña?

Por mi parte, y tal como es mi costumbre, saludé al capitán croata, a Ivo Karlovic y a cada uno de los jugadores e integrantes de su cuerpo técnico. Entendía que era un momento muy difícil para ellos y que habían sido muy correctos con nosotros: nos trataron de maravillas a lo largo de toda nuestra estadía en Croacia. Después, me fui a abrazar y a festejar con todo nuestro equipo y con cada uno de sus integrantes, lo que fue un abrazo interminable.

Uno de los momentos más emotivos dentro de los festejos en la cancha fue el abrazo que me di con mi hija Guadalupe. De repente giré y vi que venía corriendo hacia mí, llorando de alegría. Al rato, también bajó de la tribuna mi hijo Balthazar, a quien también llené de besos y abrazos interminables.

Aquella noche estaba todo muy protocolado, por eso el festejo en la cancha fue más corto de lo que hubiéramos querido. Para nuestra idiosincrasia, ese festejo merecía haber durado horas, quizá días. Recuerdo haberme quedado mirando a los jugadores con una alegría inmensa, sin poder dejar de decir para mi interior: “¡Qué recompensa al trabajo bien hecho! ¡Qué premio a la buena intención!”.

Sinceramente, creo que fuimos tocados y bendecidos por una fuerza superior por haber hecho las cosas con amor y corazón.

Esta vez, la ronda final de cada serie fue con esa inmensa Copa en el medio, mirándola fija, todo lo que quisiéramos, ¡porque era totalmente nuestra!

Como es sabido, ese trofeo tiene una presencia realmente imponente, es una estructura de madera y metal enorme, dentro de la cual podrían entrar dos personas. Un deporte con tanta tradición como el tenis argentino, habiendo sido protagonista tantas veces, la había convertido en un verdadero estigma. Pero ahora, el hecho de admirarla de cerca y que seamos nosotros los que estábamos posando con ella, para mí resultaba una escena surrealista.

Siempre voy a recordar las caras de felicidad y realización de Juan Martín, Leonardo, Guido y Federico. Supongo que son de esas imágenes que uno se lleva hasta el final de los días. Realmente no recuerdo qué es lo que dije en la ronda que hicimos en la cancha. Supongo que los felicité. Supongo que les dije que la merecíamos más que nadie. Y ahora, después de tanto esfuerzo y trabajo, después de tantas generaciones gloriosas que hicieron tanto por nuestro tenis, finalmente nos llevábamos esa Copa a casa.

Desde nuestro lado, sentíamos que ese logro era de todos. Por eso, después del partido, cuando pude decir unas palabras en el estadio, se las dediqué al tenis y a todo el deporte argentino. Fue algo que me salió de adentro, porque realmente lo creo. Somos un país muy apasionado por el deporte y lo sentimos en el respaldo recibido durante toda la Davis. Aquel día fue el corolario perfecto para un modo de ver y de pensar el tenis. Personalmente, había cumplido el sueño de poder transmitir un mensaje de respeto. Un mensaje de aceptación. Ese fue mi sueño desde antes de empezar como capitán de la Davis y ése es mi objetivo diario en la vida. La Copa es sólo una estadística más para el deporte. Quisiera que el “cómo lo logramos” sea nuestro principal legado.

Recuerdo que muchas veces me decían: “Ustedes tienen un equipo sin estrellas”. ¿Qué es ser una estrella? Una estrella para mí es alguien que acepta al otro tal cual es, que respeta su manera de ser, que da lo mejor de sí y que está contento con el lugar que ocupa dentro de un grupo. Entonces, para nosotros y para nuestros objetivos puedo decir con orgullo y con el pecho inflado:

¡Tenemos un equipo lleno de estrellas!

Lo que ya habían logrado estos jugadores antes de embarcarse en la Davis era enorme. Y ahora sólo ratificaron todo su amor y potencial. La admiración que siento por quienes han pasado por el equipo es inmensa y ojalá ellos lo reciban así.

Creo que la manera en que obtuvimos este logro puede marcar un rumbo en el tenis argentino. Ese es mi anhelo, lo que más satisfacción me daría: haber transmitido una manera de pensar y de trabajar, para que este deporte funcione mejor en nuestro país, que ayude a lograr una mayor apertura entre los entrenadores, un mayor respeto entre los jugadores y una mayor idoneidad y honestidad a nivel dirigencial.

Este resultado refleja una manera, un modelo. Es la única manera en la que confío. Es de lo que estoy convencido. Si con esto logramos transmitir un buen ejemplo, es todo lo que puedo pedir.