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Las claves de un episodio grotesco

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No voy a argumentar: voy a acumular. O a argumentar por acumulación, una forma de la argumentación.

1. Setenta y cinco tipos –no hace falta recordar que en la AFA no debe haber ni siquiera baños para damas– que no representan a nadie más que a sí mismos (porque no se molestan siquiera en consultar a sus comisiones directivas, para no hablar de sus socios y socias) no pueden hacer una elección más sencilla que la de una cooperadora escolar; alegan errores para disimular lo que todos sospechamos como una trampa descomunal destinada a ganar tiempo y torcer, con argumentos seguramente cotizables, algunas voluntades que se revelaron dúctiles a otros argumentos mejor cotizables. A todo eso, además, lo llaman democracia en el fútbol.

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2. El mismo día, mientras un señor está preso en los Estados Unidos canjeando palabras por años de cárcel y otros dos están presos en la Argentina evaluando la cotización de sus propios silencios, se revela que un ex presidente de esa misma AFA, al que todos y cada uno de los setenta y cinco tipos homenajearon con lágrimas el día de su muerte, es cómplice –“co-conspirador número 1”– del mayor escándalo de corrupción en la historia del fútbol mundial. Pero, el mismísimo día, también se conoce que otros dos sujetos, respectivamente mano derecha e izquierda del presidente difunto, tienen pedido de captura internacional porque serían partícipes de un tráfico ilegal (para la Justicia norteamericana, al menos) que ya llevó a la cárcel a todas las cúpulas del fútbol latinoamericano y del Caribe –y puede llegar a hacerlo con el resto de las cúpulas del mundo, para que no nos sintamos tan solos–.

3. Para rematarla, todas las fuentes recuerdan que todos los presos y todos los prófugos han hecho negocios, acuerdos y pactos con todas las cúpulas políticas entrantes y salientes en el gobierno nacional, para no mencionar a los grupos de medios de comunicación más importantes del continente, descripción que incluye, claro, a los locales –o al grupo local, digamos–.

La solución a todo esto sería, en cualquier país civilizado, la intervención político-jurídica de la Asociación de Fútbol. Pero allí nos encontramos con que esa intervención debería hacerla el gobierno saliente, cuyo jefe de gabinete firmó todos los convenios con los arriba mencionados, inundando de dinero sin control a los clubes participantes del papelón. O el gobierno entrante, que nombró en Fútbol para Todos a un miembro de la misma corporación; en la vieja SIDE a un empresario de jugadores; en Deportes a un ex jugador; en Seguridad al hermano del confesante compulsivo; quien tiene como “operador judicial” a uno de los famosos setenta y cinco tipos; y que lleva a la cabeza al que fuera presidente de uno de los clubes involucrados durante largos doce años. Visto lo antedicho, no nos queda gran cosa para analizar: el fútbol argentino, definitivamente, va rumbo a la auto-extinción.