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Anlisis

Por qué la Selección de Basile juega tan mal (y no gana)

Frente a Perú, Argentinareflejó males que desde hace tiempo asolan al fútbol local. Las razones de un ciclo en terapia intensiva.

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| Tlam

Si en todo un primer tiempo no se patea un solo tiro al arco. Si el único que encara para adelante es Messi y el resto apenas toca para atrás o a los costados. Si la premisa es tener la pelota en el medio de la cancha sólo para eso, para tenerla. Si por la salida de Jonás Gutiérrez el técnico arma un mediocampo con tres volantes centrales, sin capacidad de desbordar por las bandas. Si pasa todo eso, Argentina está en problemas en las eliminatorias. Y todo eso está pasando con la Selección.

A la hora de analizar por qué el equipo de Basile juega tan mal, sin embargo, es necesario claramente diferenciar el síntoma de la enfermedad. Porque el problema no pasa realmente por ese toquecito intrascendente en que se diluyen las buenas condiciones que innegablemente tienen jugadores como Riquelme, Gago, Battaglia o Cambiasso. Ni tampoco por el inexistente peso ofensivo de un ataque que sólo se insinúa como tal. Al menos, no el problema de fondo.

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A "volantear" se ha dicho. En realidad, el verdadero germen de esta nueva actuación fallida del Seleccionado excede incluso largamente lo que su DT haga o deje de hacer, y está en años y años de mentiras por parte de técnicos, jugadores, dirigentes y, por supuesto, periodistas, sin cuya complicidad no se podrían haber pergeñado jamás engendros que sólo aportan confusión a la discusión sobre fútbol y -especialmente- al juego mismo, como el simple término "volantear".

Por más que esté tan en boga desde hace varios años, esa expresión nunca podrá cambiar la realidad de un deporte que sólo reconoce dos fases: ataque y defensa. Vale decir, atacar o defender. Que es eso, y no "volantear", lo que un jugador debe saber hacer para que su trabajo sea realmente productivo. Y lo que, de hecho, hicieron y hacen muy bien muchos mediocampistas, conscientes del compromiso que, siempre de acuerdo con sus características -y no con los caprichos de los técnicos-, tienen que asumir en el trabajo ofensivo y/o defensivo de sus equipos. 

Desde varios años a esta parte, sin embargo, la sacralización del volante por parte de técnicos y periodistas ha degenerado en un discurso por demás pernicioso para el fútbol argentino: el defensor, defiende; el atacante, ataca; el mediocampista, "volantea". Vale decir, está ahí en el mediocampo sin saber muy bien qué hacer o para qué, tocando la pelota para los costados o para atrás, corriendo sin ton y son y, sobre todo, sin comprometerse demasiado con nada.

Al menos en la Argentina, el de volante es, en definitiva, el puesto de los cómodos, de aquellos que nunca quedan "pegados" a ningún error demasiado grave en defensa y a quienes tampoco puede exigírseles que aparezcan demasiado en ataque. Porque ellos no están para defender ni atacar; están para "volantear". Es decir, para nada realmente útil.

Claro que el problema no es sólo que esta clase de jugadores existan y proliferen cada vez más, sino también que sean como son desde hace un tiempo a esta parte los preferidos de los directores técnicos, por razones que pueden resumirse en una palabra: miedo. Miedo a atacar, pero sobre todo, miedo a perder el cargo.

Ese temor y el amarretismo que genera es, efectivamente, la única explicación posible para entender el por qué de tanta acumulación de piernas en la mitad de la cancha, cuyo objeto y resultado final no es otro que el de ensuciar los partidos para evitar la posibilildad de un juego más vertical y atractivo, pero a la vez más riesgoso defensivamente que el que puede generar ese  campo minado -de confusión antes que de lucha o marca- que propone la gran mayoría de los DT's.

La metamorfosis. Miedo, amarretismo... cuestiones que hacen al fondo de lo sucedido en Perú con esta selección de Basile que no sólo traiciona al estilo histórico del fútbol argentino, sino también a la propia historia del entrenador. ¿O tiene algo que ver este equipo con el que, con el mismo Coco como técnico, ganó la Copa América del '91? No, como tampoco tiene nada que ver con el demoledor Boca que ganó los cinco títulos que se le pusieron por delante dirigido por el hoy DT de la Selección.

Lo más triste, justamente, es que las diferencias entre esos equipos y éste -o entre aquel Basile y éste- radican básicamente no en planteos o disposiciones tácticas, sino en sus miedos y atrevimientos. Vale decir, en la transición que la otrora audaz personalidad del Coco ha experimentado hacia otra muy distinta, caracterizada por un gran conservadurismo y por su definitivo alineamiento con quienes postulan la acumulación de volantes sin ton ni son para "durar" en su puesto.

Sólo eso queda de aquel Basile de otros tiempos: un hombre abatido, apichonado, temeroso. Y por eso tres volantes defensivos aparecen en el mediocampo argentino. Por eso para que entre Denis tiene que salir otro delantero como Agüero. Por eso iba a entrar Di María y termina entrando Zabaleta después del gol de Cambiasso. Por eso Lisandro López es un turista de lujo que no llega a jugar siquiera un minuto, y D'Alessandro pese a ser convocado no integra ni el banco.

Pero el problema pasa también por otro lado. Y es que, si se quiere realmente jugar a la defensiva, se debe cumplir con dos condiciones fundamentales: primero, estar convencido de ello, como lo estuvo la última Italia campeona del mundo. Segundo, aunque no menos importante, tener con qué. En este sentido, acaso una sola pregunta baste para demostrar el desconcierto y la falta de recursos de Argentina: ¿DÓNDE ESTABA ZANETTI EN LA JUGADA DEL GOL PERUANO?

La respuesta, aludiendo a lo dicho líneas arriba, podría ser "volanteando". Es decir, ni atacando ni defendiendo, como debía estarlo en ese lateral en el que brilló por su ausencia a la hora de contener la subida agónica de Juan Vargas. Lo cierto es que si a Heinze su grosero error contra Paraguay le valdrá la exclusión ad eternum del Seleccionado, con el capitán debería ocurrir lo mismo después de esto.

Habrá que comprender, en definitiva, que, más allá del que se les quiera poner, los ciclos futbolísticos tienen un final biológico. Y el de Zanetti en la Selección ya terminó. Lo mismo que el de este atemorizado Alfio Basile.

(*) redactor de Perfil.com