DOMINGO
Autorretrato de un asesino

Las cartas de Robledo Puch desde la cárcel

El ángel negro de Rodolfo Palacios cuenta la historia del mayor homicida múltiple en el país, que conmocionó en los años 70 a la sociedad con el asesinato de 11 personas.

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¿Víctima? “Desde niño o pibito he sido testigo de la maldad”. | N. Palacios

Llegó la hora de arrancar la mala hierba para que la semilla de la verdad pueda germinar y salga a la luz del sol. Dios está de mi parte. Lo que el pueblo argentino supo o cree saber sobre mí no es más que una “leyenda”. Son habladurías de una prensa sensacionalista que encontró en el escándalo la tierra fértil para vender mi caso, o la sola mención de mi apellido al servicio de la comidilla. A todos les digo: no existe el asesino Robledo Puch. No existe el mayor asesino serial de la historia criminal argentina. No soy el monstruo que inventaron. (...)

Me llamo Carlos en homenaje a un compañero de colimba de mi padre que tiempo después fue mi padrino. Es un nombre de origen germano que significa hombre fuerte, poderoso y llano. Eduardo quiere decir: el que espera riquezas. Eso en mi caso es imposible: nunca tuve riquezas; ni tendré. Soy absolutamente pobre. El apellido Robledo es castizo, de Castilla La Vieja, de las montañas de Burgos. Mi viejo una vez me enseñó algo que le transmitió un amigo suyo. “Piensa mal, acertarás”. He descubierto cuánta razón tenía.

Soy un adulto idealista, peronista de Perón, por herencia. De pibito escuché la marcha peronista desde la cuna. Para la hazaña que me propongo, necesito tener todos los libros escritos por Perón porque los voy a utilizar para volver a estudiar el ideario peronista. Los grabaré en casetes, ya que se aprende mejor y todo queda más grabado cuando nos escuchamos a nosotros mismos. En 1974 tuve en mis manos (prestadas, para que las leyese) las publicaciones de los libros de Perón, editados por la imprenta de la Presidencia de la Nación, que eran libros de cuadernillos cosidos y de encuadernación prolija, con papel brilloso y letras grandes y claras, de tapa y contratapa plastificadas, en azul y blanco. Recuerdo que en cada tapa tenían el escudo nacional estampado sobre relieve, como si fuera un sello personal. Eran libros hermosos. Lástima que los tuve que devolver.

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De Perón he leído todos sus libros (los que él escribió y los que otros escribieron sobre él). Su doctrina justicialista es lo más parecido a los Santos Evangelios. El tiempo urge. El deseo que tengo es el de convocar a los argentinos para hacer la nueva Revolución Peronista, del modo que la hubiera impulsado el propio Perón. Siento que él me hubiese elegido a mí para reemplazarlo. Lo haré con mano de hierro porque hay que depurar el movimiento y expulsar de su seno a los elementos extraños para que sea genuinamente peronista. Hay que volver al peronismo de Perón. Un partido que sea auténticamente nacional. Sin vendepatrias ni traidores.

No podemos renunciar a la lucha, porque “la vida es lucha”. Ya sabemos: “Quien renuncia a la política, renuncia a la lucha; y quien renuncia a la lucha, renuncia a la vida, porque la vida es lucha”, dijo el gran Perón. (...)

Desde niño o pibito he sido testigo de la maldad. Yo provengo de otra clase de sociedad. Con la sistemática destru-cción de la familia y de las fuentes de trabajo, cundió la inmoralidad, que es la peor de las pestes de nuestro siglo. Los buenos que quedan son la minoría. Hasta no hace mucho tiempo yo creía que la mayoría de los que componen esta sociedad todavía eran la parte mejor, pero eso ha ido cambiando muy rápidamente, porque se ha multiplicado la maldad, se han perdido todos los códigos que antes había, de cómo debía vivirse en sociedad. Antes, todo un vecindario se conocía. Hoy día, no se dan a conocer y entre vecinos ni se saludan. Y eso ahora es común. Imagino que la vida afuera de la cárcel debe ser difícil porque debe costar ganarse el pan de cada día. Esa es la principal preocupación de la gente de nuestros días. Antes no era así, porque se vivía de otro modo y porque los ingresos alcanzaban. Hoy no hay dinero que alcance, y si encima hay que mantener a toda una familia... Pero por esa falta de confianza que existe entre la gente, la vida se ha hecho mucho más difícil. Conozco a las personas y puedo decir que la hipocresía es una costumbre humana, sin la cual no habría vida social posible. ¡Hoy no podés creer en la buena fe de nadie!

La sociedad no me tiene en cuenta para nada. Ninguno de los que me conocen (lo más extraordinario es que hablo de presos y de personal penitenciario) me ve como a un asesino. Es que también muchos de los más viejos saben bastante de la fábula que tejieron conmigo. Y éste es otro mundo. Acá se tiene mucha experiencia y conocimiento de las personas. Ayer gané seis partidas de ajedrez al hilo. Hoy jugué solo dos. La primera, que la tenía ganada, la perdí a lo último por “cancherear” (encerré a mi rey). La segunda la gané. Mañana seguiremos jugando, como siempre.

Soy un hombre henchido de orgullo, al que le encantan los desafíos, las contrariedades, los problemas a resolver o a vencer. Por eso me gusta jugar al ajedrez. No necesito que nadie me humanice. Soy consciente de la clase de hombre que soy; el mismo que alcanzó a decirle y escribirle a su padre: “La historia me justificará”.

Los jueces me niegan la posibilidad de reinsertarme. ¿A qué sociedad volvería yo? ¿A la de los piquetes, los escraches, las sentadas, las ocupaciones de los colegios, la de los cortes de ruta? Ahora la gente es capaz de incendiar un tren por una demora. Porque la sociedad que yo integré o que compuse tenía otros valores. No sé cuáles sean los de la actual sociedad. Yo, particularmente, quisiera que volviésemos a la comunidad organizada que esbozó para nuestro bien y propio beneficio el general Perón, que decía: “De casa al trabajo y del trabajo a casa”. Esa será la base de mi gobierno. Pero esto no puede cumplimentarlo una sociedad que destruye nuestros de por sí precarios y deficientes medios de transporte público.

Solamente quiero recordar algo que decía Perón: “Dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada”. Una vez, nuestro querido general le dijo a un adversario político: “Si cometo un error político, no me critique; pero si cometo un error histórico, le mando que me combata”.

Quiero una sociedad sana. Que las personas se casen antes de tener hijos. Aunque algunos me quieran rotular de anticuado, es lindo que el hombre le proponga matrimonio a la mujer. Me importa un comino lo que opinen aquellos que han olvidado los valores que cimentaron nuestra civilización cristiana. Lo primero es el respeto que se le debe a toda mujer. Y no faltarán los que quieran descalificar lo que estoy manifestando diciendo que no es válido porque lo escribió Robledo Puch. Porque pretenden que yo sea lo que ellos quieren que yo sea, o que dicen que soy, y porque vivimos tiempos de malevolencia y de mentira.

En la sociedad que construiré no podemos permitir que se invite a dar un recital a personas como Madonna. La expresión Madonna Santa (en italiano) quiere decir Virgen Santa. Toda esa gente que ha pagado por adelantado casi setecientos pesos para ver en la cancha de River a una actriz porno no es solamente gente necia, es gente que está extraviada. Por la ausencia de referentes y de líderes se rinden y van a los pies de la gran ramera. La maldad se está multiplicando en todos los órdenes y Dios es infinitamente paciente y misericordioso. Se agotaron todas las entradas para ver a Madonna. Dicen sus fans que ella es la cantante pop número uno. Para mí es blasfema y obscena. Canta el tema Como una virgen y se lo dedicó al Papa porque dice que Dios la ama. Es una irrespetuosa. En mi nación no habitarán seres de este tipo.

Dicen los testigos de Jehová (conozco uno que sabe muchísimo y que es de la jerarquía de esa organización) que “Dios levantará líderes sobre las naciones”. Mientras tanto, en el mundo vemos presidentes mujeres, y no es que las esté discriminando. Pero Dios mismo dijo que levantaría líderes, que gobernarán con brazo de hierro. Y todos serán hombres. Si pensamos en los textos y la Historia Sagrada, encontramos a Moisés, a Noé, a los mismos discípulos de Jesús. Cristo, Jesús, no era otra cosa que el verbo hecho carne. Jamás hubiera elegido mujeres. Me dirán que los tiempos han cambiado. Craso error. Porque dice: “Pasarán los cielos y la tierra, mas mis palabras no pasarán”. Y la Palabra de Dios no vuelve vacía. Está todo escrito y es todo lo que está ocurriendo. Así como Dios no puede ser burlado, tampoco puede engañarse a los “elegidos”, porque estos hombres singulares conocen bien los designios del Altísimo. Los Escogidos tienen que armarse de paciencia, pues ellos conocen que El los necesitará en esta vida y no en la venidera. Y además de esto, también nos ha dado el don de la interpretación de las señales, que para el común de los mortales es indescifrable.

No quiero ser el que aparece en la historia a la altura del Petiso Orejudo. Tengo perfecta opinión formada acerca del Petiso Orejudo y de otros asesinos famosos, pero no es ético que yo haga ese tipo de comentarios ya que “con la vara que medís, serás medido”, dijo el Señor. Pero estoy cansado de que me comparen con el hijo de mil putas del Petiso Orejudo, Cayetano Santos Godino. (...)

Quiero que la gente me conozca. La cárcel no sirve para nada. Yo he sido autodidacta, he leído y he evolucionado. Pero no hay que engañarse, parafraseando a Martín Fierro: “Yo no tengo otra escuela que la escuela del dolor”.

Me emocionó mucho leer el mensaje de Perón a los jóvenes argentinos del año 2000. Me pareció escuchar la voz de mi padre, que en sus últimas visitas me decía: “Es increíble, Carlos, cómo ha quedado y cómo está nuestra querida Argentina. Dan ganas de llorar, si vos vieras cómo está ahora”. Yo siempre recuerdo las palabras del líder de la revolución bolchevique, Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, quien dijo: “Vosotros perderéis la batalla, porque sois malos católicos. Para colgar un país, no hay más que envilecer a su moneda y corromper a su juventud”.

Se vienen tiempos difíciles. Ya lo dijo Perón, egresado del Colegio Militar de la Nación, en un discurso que dio en la CGT en 1973: “Si no utilizamos el camino constructivo, solo quedará el destructivo. Si el hombre, en lo que resta hasta el año 2000 y comienzos del siglo XXI, no ha resuelto el problema por la vía geopolítica, produciendo más y distribuyendo con mayor justicia lo que el hombre necesita para subsistir, no quedará otro remedio que lanzar en masa la bomba atómica, que también puede ser una situación si la insensatez de los hombres no ha utilizado el camino constructivo y se ha decidido por el destructivo”. Lo dijo el General. ¿Quién se animaría a desautorizarlo? (...)

Este mundo ha sido masificado por los cerebros que lo manejan y los grandes sabios que han vendido sus conciencias y hasta sus almas a las potencias que causarán el Armagedón y nadie podrá hacer nada para evitarlo. Lo peor es que de los pedófilos degenerados dentro de una semana ya no se hablará más y los jóvenes están tan echados a perder, que –creo yo– no atisban a una señal o reacción por parte del “mundo adulto”. Y piensan: “Si estos hicieron ellos así el mundo que nos dejaron y siguen pensando en la joda, nosotros no les vamos a permitir que nos digan lo que tenemos que hacer”. Por eso la mayoría de ellos agarran y te dicen: “A hacer el amor que se acaba el mundo”. Además buscan “aturdirse”, refugiándose en la droga, el consumo de alcohol. Para tratar de evitar esto tendríamos que encarar un plan de a-cción disciplinada al estilo de vida de la comunidad china. Ahora, claro: yo amo la disciplina y para mí sería algo maravilloso que un  gobierno, a través de un líder “carismático”, pudiera emprender el cambio. Creo que ese líder soy yo.

Aspiro a ser sucedáneo del histórico caudillo, ya que nadie puede reemplazar a una figura única e irrepetible. Pero no pienso sumarme a la fiebre por la sucesión de los que no comprenden que el único sucesor de Perón será el Pueblo Argentino.

Para realizar una cosa semejante, hay que terminar de una vez por todas con la ola de la moda e imponer el uniforme. Deberíamos usar el mismo uniforme para que todos se sientan identificados y desaparezcan los celos que provocan la envidia por lo que “tiene o lo que hace el vecino de al lado”. Jamás se me ocurrió viajar al exterior porque soy un enamorado de mi patria (como Perón, seguramente). No soy un caído del catre ni peco de ingenuo. (...)

Se vendrá (más rápido que despacio) una era de canibalismo pronosticada por un ignoto boliviano que está radicado en el país desde hace cuarenta y cuatro años y que siempre trabajó en la construcción del hormigón armado. El opina que ese fenómeno se dará cuando haya desabastecimiento en las góndolas por las causas que sean. El mundo será dominado por los insectos. La guerra empezará en las cárceles, donde combatirán entre todos.

Desde esta soledad absoluta, sé que soy el único Robledo Puch que queda en el mundo: no hay otro. No tengo hermanos. Mis padres han muerto. Los pocos familiares que me quedan se han mutilado el apellido por vergüenza: ahora se llaman Robledo a secas. Nadie me viene a ver. Nadie me espera. Estoy solo en el mundo. Es increíble cómo uno queda solo cuando cae en desgracia. Llevo preso treinta y siete años. Pasé más tiempo en prisión que fuera de ella. No soy un peligro para nadie: ni para mí mismo. Ni siquiera me lastimo cuando me afeito. Tal vez no haya conocido la felicidad. Ni de niño, ni de joven ni de viejo. No he vivido nada.

No veo la hora de salir en libertad para ir a pescar, nadar, andar en bicicleta, en moto, no tan rápido como antes; pero tampoco veo la hora de hacer algo positivo para la humanidad. Lo dijo Perón: “No hay hombre que pueda escapar de su destino”. No sé cuál será mi destino. Si no muero en la cárcel, quizás salga algún día por decantación. Cito otra vez al General: “Para los amigos, todo; para los enemigos, la injusticia”.

A veces pienso cómo será mi final. Los últimos años de mi vida me gustaría hacer el bien. Hasta que me muera. Si me dieran a elegir, me gustaría morir de muerte natural. Y libre. Lejos de la celda mugrienta que ocupo día tras día. La mayoría de mis parientes murieron de esa manera: de un infarto. Me acusan de matar a once personas. A mí me mataron cientos de veces. Cada día me matan un poco. Cada día muero un poco. Pero sigo de pie, firme como un soldado. A una psicóloga que me examinó hace poco le dije que el país estaba en llamas y que se venía una rebelión civil. Y le aclaré que no estaba diciendo una guerra civil; sino que la gente se iba a negar a votar. “¿Y qué vendrá?”, me preguntó. Le respondí que no se votarían más gobiernos humanos porque Dios levantará líderes entre las naciones. Solamente Dios sabe si yo soy uno de esos líderes. Luego, la psicóloga, que parecía estar como extasiada conmigo, me lanzó una última pregunta. “Dígame, Robledo Puch, ¿qué va a hacer cuando salga?”. Tomé aire, saqué pecho y dije algo que maravilló a la chica. Con voz clara y con orgullo, le respondí: “Voy a suceder a Perón”.