DOMINGO
Un líder autoritario, una sociedad violenta

Bolsonaro y los lobos

Lejos de representar algo imprevisible, el ascenso al poder de Jair Bolsonaro está enraizado en la historia de Brasil. A su vez, lo precede el triunfo de Trump y el de la extrema derecha en Europa. Sin embargo, sus características son únicas y lo convierten en un fenómeno inédito. ¿Cómo entender este acontecimiento? ¿Cuáles son sus bases sociales y políticas? ¿Hacia dónde va Brasil bajo el liderazgo del ex capitán?

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Sagaz. Supo encauzar los prejuicios contra los nordestinos y las minorías sexuales, parte de un resentimiento social que se encontraba oculto durante la “década de oro” de Lula da Silva. | cedoc

E n su primer discurso como presidente electo, Bolsonaro transmitió en Facebook en vivo, junto con el pastor Magno Malta, destacando que “no podíamos seguir flirteando con el comunismo, el socialismo y el populismo”. A su vez, se refirió a Brasil y su pueblo como un “gran ejército. De este modo, continuó en su propósito de infundir en la sociedad un lenguaje militarista que había sido desterrado de la primera plana política con el fin de la dictadura. También enunció críticas a los medios, a los cuales acusó de haberlo criticado injustamente.

Las políticas democratizadoras del PT hicieron despertar en lo microsocial un fascismo que se mantenía confinado al espacio privado durante el período de auge económico correspondiente a los gobiernos de Lula y Dilma. Desde 2016 comenzó un proceso que lo hizo “salir del closet” y pasar de las pequeñas conversaciones familiares a la arena pública. Los prejuicios contra los nordestinos y las minorías sexuales son parte de un resentimiento social que se encontraba oculto durante la década de oro de crecimiento lulista.

En 2014, en áreas como las de los trabajadores telefónicos, usaban un discurso meritocrático para criticar la política de cuotas en las universidades. En este tipo de discurso el racismo aparecía al final, luego de una serie de premisas sobre el esfuerzo individual. Así se justificaba que una parte debía ser excluida.

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Acá se presenta el punto en que la onda anticorrupción despertada por la operación Lava Jato coincide con Bolsonaro. La socióloga Esther Solano vincula testimonios de simpatizantes del presidente con la autopercepción del self made man y tax payer, contra los supuestos “vagos” que viven del Estado. Estos mismos se identifican con la figura del empresario individual exitoso promovida por João Doria. Se configura así el vínculo entre el individualismo, una percepción particular de la corrupción y el autoritarismo excluyente. Conforme se produjo el ascenso social, el PT se quedó sin política para ese sector en el cual se habían producido transformaciones subjetivas a partir de la movilidad social ascendente.

En un texto fundamental sobre la dictadura argentina, Guillermo O’Donnell –gran estudioso de Argentina y Brasil–había señalado que “la dictadura soltó los lobos a la sociedad”. El investigador Fabio Wanderley Reis había realizado junto con O’Donnell entre 1991 y 1992 un estudio entre la población de Belo Horizonte, con muestras especiales de trabajadores en Minas Gerais y San Pablo. Allí se preguntaba a entrevistados de la clase trabajadora si estaban de acuerdo con el enunciado “en lugar de partidos políticos, lo que la gente necesita es un gran movimiento de unidad nacional dirigido por un hombre honesto y decidido”. El enunciado obtuvo entre 79 y 86% de aceptación entre los niveles de educación primaria, 65% entre aquellos con secundario y 36% entre los universitarios.

Bolsonaro no inventó demasiado: agarró enunciados de microfascismo popular que circulaban en la sociedad, como “bandido bueno es bandido muerto”, y los llevó a las grandes ligas de la política nacional en un contexto donde la seguridad es la demanda principal en un país devastado por la corrupción y las facciones criminales.

El bolsonarismo empodera a los machistas, refuerza las jerarquías, niega la diferencia. Es un aval para el autoritarismo a nivel macro y microsocial. Esto se ha visto en la segunda vuelta de la campaña con los ataques que han sufrido militantes políticos o minorías que no se encuadran en la visión del mundo autoritaria que proponen los bolsonaristas.

Wanderley Reis lo indica así: “Lo que hizo Bolsonaro fue servir como catalizador de disposiciones que ya se encontraban presentes, a pesar de que no les habíamos prestado mucha atención a estas. Y hay poco espacio para dudar de que el apoyo que recibe viene inequívocamente de lo que él exhibe de desagradable y violento en lo que dice y hace”.

Es posible que los electores de Bolsonaro tengan razones tan válidas para hacerlo como aquellos que son votantes de Haddad. Lo cuestionable, sin embargo, no es la validez de las razones, sino las consecuencias de sus actos.

Los casos de violencia y asesinato a minorías sexuales y militantes de izquierda se vivieron en distintos puntos del país durante la segunda vuelta de la elección. Incluso fue creado un videogame donde el usuario que encarna al candidato Bolsonaro debe matar a representantes de movimientos sociales y minorías sexuales. En los propios consultorios de psicoanalistas las nuevas agresiones comenzaron a poblar las sesiones de terapia.

La antropóloga Rosana Pinheiro Machado lo indica así: “Vivimos tiempos en que se está autorizado a pensar, decir y hacer lo que otrora era impensable. Una vez que el orden, en el sentido sociológico, está ausente, los individuos cazan por sí mismos al enemigo. Y lo peor: saben que nada va a suceder. Algunas personas saben que están autorizadas a violentar”.

Como han sostenido Smith y Hanley en un trabajo sobre Trump, este tipo de votantes no elige a un líder autoritario para someterse a este necesariamente, sino principalmente para que coloque en “su lugar” a quienes estos entienden como “usurpadores” del lugar que a ellos les corresponde. Que ponga en “su lugar” a los izquierdistas, los negros y las minorías sexuales. Aquellos que durante la década lulista fueron percibidos como “empoderados” por el gobierno desde el discurso de los sectores tradicionales. En todo esto, la percepción del líder como el indicado para disciplinar al enemigo cumple un papel fundamental.

Durante la campaña electoral, distintas escenas poblaron la sociedad con actos discriminatorios: en San Pablo, un grupo de hombres hostiliza a gays en público, cantando: “Ô bicharada, toma cuidado! O Bolsonaro vai matar viado!” [Alimañas, tengan cuidado, Bolsonaro va a matar al maricón]. En Río, un hombre amenaza a mujeres en el subte diciendo que Bolsonaro viene ahí y que “se cuiden las vagabundas”. En Natal, un profesor de Historia es amenazado de muerte después de una clase sobre cine donde habló sobre la Ley Rouanet. En Fortaleza, un joven es agredido por un grupo, pues estaba con una camisa roja.

En los consultorios de los psicólogos los pacientes relatan algunas frases que reciben de su entorno: “‘Y, maricón de mierda, ¿ya viste las encuestas? Aprovechá hasta el día 28 para andar de la manito, porque cuando el mito asuma, se acabaron esas mariconadas y te vamos a pegar hasta convertirte en hombre’. […]

‘¿Creías que era solo salir gritando #EleNão para parar al bolsomito, feminazi??? ¡Perdiste, ¿escuchaste?! Y dentro de poco vas a tener motivos para gritar de verdad!!!’”.

Pinheiro Machado, que ha investigado la adhesión de los jóvenes al bolsonarismo en Porto Alegre, lo asocia al fin del lulismo y la caída del consumo, la experiencia de humillación por situaciones de violencia y las frustraciones. La antropóloga vincula el apoyo de los hombres a Bolsonaro con la “pérdida de protagonismo social y la sensación de desestabilización de la masculinidad hegemónica”.

El antiintelectualismo es también parte del movimiento bolsonarista. No casualmente, previo a la segunda vuelta, treinta universidades fueron intervenidas desde el Poder Judicial por colocar carteles “contra el fascismo”, como ocurrió en la Facultad de Derecho de la Universidad Federal Fluminense. Ese ataque a la producción de conocimiento sobre lo social es una de las condiciones de posibilidad para el establecimiento de legitimidad que precisa el nuevo régimen autoritario y oscurantista.

Bolsonaro prometió en un acto en la avenida Paulista “barrer del mapa a esos marginales rojos del país”, indicando que “o van para el exilio o van para la cárcel”, mientras que en un acto en Acre antes de la cuchillada que recibió había hablado de “fusilar a los del PT”.

La frontera entre quienes defienden su identidad bolsonarista y los otros que traza el presidente de Brasil es típica del fascismo. Ya no se trata de dividir a la sociedad en dos campos con la posibilidad de una reconciliación, como es propio del populismo, sino de que quienes no están de su lado, el de la “nación”, deben ser fusilados y borrados del mapa. Los adherentes a esta narrativa polarizante, constitutiva de la identidad, se sienten empoderados a atacar a quienes no entran en la matriz nacional bolsonarista.

Durante la campaña, el rechazo a la izquierda como “marginales rojos” asociados a Venezuela y a Maduro sirvió como factor de unión, identificación y fortalecimiento de estos grupos. Por lo tanto, los enemigos son un componente esencial en la identidad bolsonarista y trumpista (liberals –EE.UU.– y “esquerdopatas” –Brasil–).

La visión de la campaña como una guerra fue constitutiva entre los bolsonaristas. Al denunciar “fraude” antes de la votación, el ex capitán se encargó de introducir una guerra civil en el horizonte de posibilidades si los resultados no eran los esperados. La campaña del candidato con un perfil militar tendía de forma mesiánica a dividir el bien y el mal. En su discurso al ganar las elecciones, el presidente electo declaró en una imagen que al haberlo elegido, el pueblo había descubierto “la verdad”.

Del mismo modo que la clase política tradicional le abrió el paso a Hitler en Alemania, creyendo que podían controlarlo, la clase política de Brasil le abrió el paso a Bolsonaro, pensando en beneficiarse del impeachment a Rousseff primero y luego de la “caza de brujas” antiizquierdista que iría a promover. La cultura de la negociación y el “fisiologismo” que inunda Brasilia mostró así su acomodación ante el riesgo mayor para la democracia desde su recuperación en 1985, representado por Bolsonaro.

La profesora María Hermínia Tavares de Almeida identifica como el mayor riesgo un gobierno civil autoritario con apoyo militar. La profesora Angela Alonso indica: “Incluso en el escenario más benigno puede haber una situación muy crítica de polarización social, porque va a estar la izquierda en la calle y es probable que los defensores del Bolsonaro salgan en defensa del gobierno”.

Inmediatamente luego de las elecciones, la diputada estadual Ana Caroline Campagnolo, del PSL de Santa Catarina, defensora del movimiento Escuela sin Partido, llamó a denunciar a los profesores que se manifestaran en el aula contra el presidente electo, acusándolos de “adoctrinamiento”. Así comienza un proceso de delación en la sociedad contra el que piensa distinto que no se sabe cómo termina. De este modo, el bolsonarismo proyecta sobre el campo social un discurso intolerante y de denuncia del diferente sobre la base construida de una “normalidad conservadora”, basada en el “ciudadano de bien” y la “familia cristiana”.

El Congreso y el Estado: una nueva elite en Brasilia

El Partido Social Liberal del presidente cuenta en el nuevo Congreso solo con 52 diputados. Sin embargo, el investigador Fernando Bizarro ha destacado que al tratarse de un Congreso muy conservador, Bolsonaro tendrá afinidad ideológica con la mayoría de los legisladores, más de la que han tenido los gobiernos del PT.

Bolsonaro contará con el apoyo de la llamada “bancada de las tres B”: la Biblia, la bala y el buey. Se encuentra constituida por partidos que ya estaban en el Congreso, el PRB, partido que representa al 71% de la bancada evangélica, la bancada ruralista con 74% de los diputados del PMDB, y la bancada de la bala con diputados del PR, PP y DEM.

La bancada de la bala ya ha comenzado a presionar para flexibilizar el “estatuto del desarme” y permitir modificaciones legislativas que habiliten la compra de armas para personas más jóvenes, sin impedimentos burocráticos. El presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, del Partido Demócrata, ya anticipó que está de acuerdo con el avance de esa agenda legislativa.

El hecho de que los ministros de la Casa Civil, Agricultura y Salud pertenezcan al Partido DEM ha generado resquemores en las propias filas del PSL. El titular de Salud, Luiz Henrique Mandetta, vinculado a grandes grupos médicos, y Tereza Cristina, de Agricultura, son ambos diputados de este partido por el estado de Mato Grosso do Sul. Onyx Lorenzoni, uno de los cerebros de la campaña y titular de la Casa Civil, es también del sur del país, del estado de Río Grande del Sur.

La agenda incluye también la reforma de la jubilación, en gran continuidad con la agenda de flexibilización neoliberal esbozada por el gobierno de Michel Temer, reclamada con vehemencia por los bancos privados. A estos les interesa el sistema de capitalización, ya que gestionarían esas jubilaciones, y serían remunerados por el servicio. Es una incógnita, sin embargo, si esa reforma y las otras del mismo tipo serán aprobadas rápidamente, logrando las necesarias mayorías en un Congreso con el cual el presidente propone relacionarse de forma autónoma de los partidos para diferenciarse de sus antecesores.

El nuevo gobierno tiene dos ministros fuertes, Paulo Guedes y Sergio Moro. Algunos analistas se ilusionan con que el juez Moro pueda oficiar como un factor moderador para Bolsonaro. Es posible, sin embargo, que, con sus superpoderes en el combate a la corrupción, el nuevo ministro de Justicia termine transformando estos nuevos recursos, reduciendo la autonomía de la Policía Federal en una herramienta de intimidación a opositores, bajo el manto de terminar con la corrupción. Considerando sus antecedentes como juez, no sería imposible que esto suceda.

Por otro lado, analistas han marcado la inexperiencia del economista Paulo Guedes en el funcionamiento de la burocracia estatal y el Congreso, lo que podría hacerle caer en visiones ingenuas sobre el funcionamiento de las políticas públicas. Bajo el ala del economista neoliberal funcionará la Secretaría de Privatizaciones, dirigida por el empresario Salim Mattar, el mayor donante de la campaña de 2018, que coordinará la venta de empresas estatales. El “superministro” Guedes, cuyo ministerio surge de una fusión entre lo que anteriormente eran los ministerios de Hacienda, Planeamiento e Industria y Comercio Exterior, se ha rodeado en su equipo por funcionarios que comparten la misma formación económica ortodoxa en la Universidad de Chicago. Entre estos se encuentran Joaquim Levy, ex ministro de Economía de Dilma Rousseff, ahora presidente del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (Bndes), Rubem Novaes, presidente del Banco de Brasil, y Roberto Castello Branco, presidente de Petrobras. En este grupo se puede incluir también a Pedro Guimarães, presidente de la Caja Económica Federal, vinculado al mercado financiero, doctor por la Universidad de Rochester de Estados Unidos y especialista en procesos de privatizaciones. Se trata de la gestión económica más influenciada por la Escuela de Chicago en América Latina desde la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.

Carlos Costa, secretario de Productividad y Empleo del equipo del “superministro”, definió que el plan del gobierno consiste en implantar un “Estado liberal desarrollista” donde es el sector privado el que hace las inversiones y crea puestos de trabajo. A su vez, funcionarios del área económica que desempeñaron tareas durante el gobierno de Temer permanecen en sus cargos, marcando la continuidad en el enfoque económico liberal de ambas gestiones. Es el caso del secretario del Tesoro, Mansueto de Almeida. Esta agenda económica, centrada en la reforma de la jubilación y un fuerte programa de privatizaciones, fue reafirmada por Eduardo Bolsonaro en la Cámara de Comercio Brasil-Estados Unidos durante su visita a aquel país.

De todos modos, ex ministros de economía de distintos signos políticos (Luiz Carlos Bresser-Pereira, Pedro Malan y Guido Mantega) coinciden en la necesidad de llevar a cabo una reforma de la jubilación como única forma de equilibrar las cuentas públicas (…).

El intento antiestablishment de Bolsonaro por combatir el “presidencialismo de coalición” pareciera indicar que irá hacia una articulación temática por bancadas y no por partidos, como era usual en la política de Brasil durante los últimos años. La negociación con los líderes partidarios se abrió una vez que ya se habían distribuido la mayoría de los ministerios, que es usualmente la exigencia demandada a los gobiernos electos por los partidos. Solo cuatro partidos han confirmado su adhesión al gobierno en el Congreso: PR, PSL, PTB y DEM, quienes suman alrededor de 120 integrantes en la Cámara de Diputados. Para aprobar un proyecto de ley, sin embargo, son necesarios tres quintos, es decir, 308 votos. Los líderes del MDB, PSD, PRB, PSDB y Podemos manifiestan a su vez afinidades con la agenda de Bolsonaro.

La base en el Congreso puede llegar así a 229 votos. Esto es significativo considerando que Cardoso había construido una base de 397 votos y Temer de 365. Esta última estrategia de articulación por “bancadas temáticas” deja al gobierno y al Estado vulnerables a los lobbies de los evangélicos, la bala, los ruralistas, las empresas farmacéuticas, entre otros grandes grupos económicos que pasan a ocupar la ausencia de “autonomía relativa” del Estado propia de un gobierno políticamente débil.

Bolsonaro ha sido capaz de recolectar múltiples apoyos que configuran una alianza oscurantista. Una nueva elite, constituida por miembros de lo que se llama el “bajo clero”, militares y pastores evangélicos, ocupará el poder en Brasilia. Esta “alianza oscurantista” dará lugar a nuevas configuraciones que transformarán la política del país.