DOMINGO
La historia se repite

Crisis recurrentes de la economía peronista

Inflación, devaluación, corridas, especulación, cepo al dólar: nada nuevo bajo el sol. Para el autor de este ensayo histórico sobre la economía peronista, ya desde el primer gobierno de Perón los justicialistas repitieron un mismo ciclo que llega hasta hoy: a pesar de etapas iniciales de crecimiento y expansión, se quedan en la redistribución de ingresos sin modificar estructuras y acaban recurriendo al campo como salvavidas.

Los muchachos. La industria pujante del primer peronismo, con Siam Di Tella como emblema (arr.), y los anuncios de Capitanich y Kicillof: dólar disparado y “apertura” del cepo.
| Cedoc

Existe consenso entre los investigadores y analistas en considerar al período peronista como una etapa decisiva en la historia política y social argentina, por múltiples razones y en variados sentidos. No obstante, desde una perspectiva económica ese acuerdo parece horadarse rápidamente. Si bien para algunos el peronismo habría puesto fin a la larga agonía del modelo agroexportador comenzada en los años 30, para otros sólo fue parte de un proceso de crecimiento industrial iniciado en esa fecha y que no concluiría hasta muchos años después de derrocado el gobierno. Pero, en general, la idea predominante es que aquellos años fueron de ruptura; más aun, se habría realizado un “giro copernicano”, una “divisoria de aguas” que modificó de manera cardinal las relaciones sociales dando origen a un proceso de industrialización pujante y a la emergencia, junto a una clase obrera consciente de sus potencialidades, de una burguesía comprometida con el desarrollo nacional. Se trataría del momento histórico en el que la industria y los derechos sociales de los trabajadores se conformaron como ejes centrales de un proceso económico y social conducido por el Estado dejando atrás definitivamente un sistema basado en la exportación de la producción primaria. Para otros, el peronismo también significó un punto de inflexión pero habría dado inicio a un prolongado retardo económico, de alejamiento del patrón de crecimiento que siguieron otros países, incluso los latinoamericanos.

En esta interpretación, la Argentina se encontraba al finalizar la Segunda Guerra Mundial (SGM) en condiciones inmejorables para ensayar distintas estrategias económicas sin mayores restricciones: casi no poseía deuda externa, tenía amplias reservas y una industria creciente; además, existía una alta demanda internacional de materias primas y alimentos con muy buenos precios. Pero, en opinión de estos analistas, cuando a comienzos de los años 50 la situación y los precios de los productos de exportación se deterioraron, esa pléyade de oportunidades fue desperdiciada, puesto que el peronismo no habría tomado el rumbo correcto para modificar la estructura económica y lograr de ese modo una mayor independencia de los vaivenes de la economía internacional. En particular se ha culpado al gobierno por no utilizar las divisas disponibles para crear una industria de base y con mayor grado de eficiencia y por gastarlas, en cambio, en la nacionalización de los ferrocarriles y la repatriación de la deuda externa, o haber estimulado el desarrollo de empresarios acostumbrados a vivir a expensas del Estado y de los altos niveles de protección. También se ha argumentado que en esas favorables circunstancias iniciales debieron haberse impulsado las exportaciones agrícolas, aun cuando eso supusiese una contención del consumo interno, y las industriales, de forma tal de tener cubierta la provisión de divisas y a la vez mantener la competitividad de la producción local. Esta imagen –quizá predominante– presenta a un gobierno no tan interesado en la industrialización en sí misma sino más en el incremento del consumo y del empleo, más en la seguridad económica de las masas y en la de un grupo de empresarios favorecidos a costa del incremento de las inversiones y de la capacidad para transformar la economía (...)

Algunos componentes identificables en la experiencia peronista “clásica” se encuentran presentes en la actualidad y son variables de acción y discusión en el campo de la política y la economía. Así, la redistribución del ingreso, el dilema inflacionario, la política respecto del agro, la escasa integración del sector industrial, el avance de la intervención y la regulación del Estado, la política de subsidios o de incremento del gasto público e incluso la conformación de un “Estado empresario”, por ejemplo, fueron problemáticas de relevancia antaño y a la vez son puestas sobre el tapete de manera cotidiana en el presente. Pero también los alcances y límites del nuevo modelo de crecimiento remiten a los años del peronismo clásico, cuando los buenos precios internacionales de los productos de exportación permitieron alentar la política de redistribución del ingreso que fue necesario reestructurar cuando esos precios comenzaron a descender. En definitiva, la discusión actual referida a si el crecimiento de la economía argentina depende del “viento de cola” de los precios internacionales y a si es capaz de sostener ese crecimiento con un cambio de la estructura productiva que permita una relativa independencia de las variables externas, como veremos, se engarza cabalmente con las alternativas de la política económica del peronismo durante los años 40 y 50… Qué decir además de la importancia de los actores sociales destinatarios sustanciales de las políticas y su capacidad para acompañar esos proyectos: los trabajadores y sus organizaciones y la afamada “burguesía nacional”.

En este libro se sostiene que no hubo una directriz económica uniforme entre 1946 y 1955, ni una estrategia de desarrollo de largo plazo que hiciera eje en algún sector productivo de manera consistente, de modo que no se identifica al peronismo con el industrialismo ni tampoco con el estatismo. La distribución del ingreso en favor de los trabajadores y el sostenimiento del empleo fueron las definiciones predominantes durante ese decenio, si bien sufrieron modificaciones de importancia. En consecuencia, tanto el primer y fugaz período hasta fines de 1948 como el segundo, que se extendió hasta el derrocamiento del gobierno en 1955, son genuinas expresiones de la “política económica del peronismo”, aun cuando en los años posteriores la memoria, el discurso y la construcción política privilegiarán las referencias al período inicial, identificado como la cristalización de una idílica y “auténtica” economía peronista.

El peronismo es resultado de un fenómeno político, social, económico y cultural y es incomprensible si se deja de considerar alguno de esos componentes. No obstante, en una simplificación audaz hemos recortado hasta el extremo el análisis de la evolución económica del peronismo, a la que dividimos en tres etapas: un período de fuerte crecimiento desde que asumió el gobierno a mediados de 1946 hasta fines de 1948, un período de crisis y muy bajo crecimiento signado por los problemas del sector externo y la inflación entre 1949 y 1952, y una nueva etapa de crecimiento moderado que transcurre entre 1953 y septiembre de 1955, cuando el gobierno fue derrocado. Esta periodización responde en términos generales al desempeño de las variables económicas más importantes pero no exactamente a las orientaciones de la política económica. En este último sentido, no hay tres momentos sino sólo dos: una política económica inicial, caracterizada por una fuerte redistribución del ingreso, la expansión de los instrumentos crediticios y del gasto público, una profusa política de nacionalizaciones y el impulso a las actividades manufactureras; y un segundo momento, que tiene inicio en 1949 y que con distintos ritmos tiende a resolver los problemas de escasez de divisas combinando el congelamiento de la política de redistribución de ingresos y del sector industrial que la hacía posible con un apoyo decidido a las actividades agropecuarias y los primeros intentos de avanzar en la sustitución de importaciones de maquinarias e insumos.

En consecuencia, entre 1946 y 1955 no hubo una política económica específica y uniforme, y mucho menos una estrategia de desarrollo de largo plazo. La principal prioridad consistió en la distribución del ingreso en favor de los trabajadores, en clara subordinación de la economía a la dinámica política, y ésos fueron los lineamientos implícitos predominantes durante el decenio peronista independientemente de que los fundamentos teóricos utilizados difirieran en el tiempo. Dado ese principal objetivo la primera observación de los resultados debe considerar tal variable. Hacia el final del período, e independientemente de las fluctuaciones, los trabajadores habían incrementado en más de un 50% su salario real y participaban con alrededor de la mitad del ingreso nacional.

En consecuencia, tanto el primero como el segundo momento son auténticas expresiones de la “política económica del peronismo”, aun cuando en los años posteriores al derrocamiento del régimen, la memoria, el discurso y la construcción política privilegiarían las referencias al período económico inicial; aquél en el que el proceso de crecimiento se había sustentado en el impulso al consumo y en el que había primado la consigna “combatiendo al capital”, y no al período del ajuste y la redefinición, en el que se habían promovido la recomposición de los ingresos del sector agropecuario, el ahorro interno y las inversiones extranjeras, y que, en rigor, se extendió durante la mayor parte de los años del gobierno de Juan Perón. Esa construcción sesgada del imaginario, que determinaría las expectativas y demandas de sucesivas generaciones, serviría para impulsar su incorporación a los distintos proyectos políticos peronistas en el resto del siglo XX y aun en las circunstancias más recientes (...)

Algunos cálculos indican que el PBI informal llegó a representar por momentos el 70% del PBI formal. De todos modos, analizada entre puntas, la economía creció de acuerdo con las cifras más aceptadas a una tasa apenas superior al 3,5% anual, un desempeño similar al de los duros años de la SGM e inferior a los también rigurosos años posteriores a la crisis de 1930. La evolución del PBI por habitante, un indicador más preciso de la riqueza generada en el período, evidencia un resultado aun más magro, una tasa menor al 2% anual. En 1954, último año completo de la gestión peronista, el PBI per cápita era inferior al de 1947, el primer año completo de esa experiencia. A nivel de sectores, hasta 1948 las actividades agropecuarias crecieron menos que las urbanas; el comercio, el transporte, la construcción y las finanzas aumentaron incluso más que el promedio de la economía, mientras que las manufacturas crecieron prácticamente al mismo ritmo que el PBI. Entre 1949 y 1952 las actividades no agropecuarias continuaron creciendo aunque a un ritmo lento, y las agropecuarias declinaron. En esos años la industria estuvo prácticamente estancada y aumentó menos que la construcción y otras actividades urbanas. Finalmente, entre 1953 y 1955 las actividades rurales se estancaron mientras que las no agropecuarias repuntaron, en particular aquellas vinculadas con la electricidad y el gas y las actividades manufactureras, no así la construcción.

Para obtener un panorama de la industria durante la experiencia peronista es necesario mirar su desempeño en relación con el conjunto de la economía. La importancia relativa del sector industrial en la composición del producto bruto observaba un constante aumento desde fines del siglo XIX, quizá con la excepción de lo acontecido durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, esa tendencia de largo plazo se vio interrumpida durante el decenio peronista. En efecto, la industria participaba con cerca del 20% hacia los primeros años de la década de 1940, en el contexto de la SGM, y alcanzó algo más del 24% en 1947, pero la crisis externa y el cambio de prioridad de la política económica implicaron que su participación relativa cayera en los años siguientes. De manera que, luego del moderado repunte post-crisis, el censo industrial de 1954 indicó que el volumen físico de la producción era 12,5% superior al de 1946 y que la cantidad de trabajadores ocupados en el sector sólo era 10% superior, mientras que el valor agregado se mantenía prácticamente estancado respecto de 1948. En 1955, la participación de las manufacturas en el producto apenas si era superior a la existente en el primer año del gobierno peronista, un desempeño que no se verificó en casi ningún otro país latinoamericano en este período en que la industrialización fue ganando terreno frente a las actividades tradicionales.

Que la industria haya superado el producto de la agricultura desde 1945 no fue tanto resultado de un vigoroso impulso de ese sector sino de la constante caída de la producción rural desde muchos años antes y que continuó en el período; de hecho, durante el peronismo se quebró la tendencia secular al incremento de la participación fabril en la estructura económica argentina. Esta situación estuvo en gran medida definida por la prioridad puesta en las actividades tradicionales vinculadas con la exportación una vez que se presentó la insuficiencia de divisas, pero de hecho resulta difícil asociar estos resultados con un gobierno al que la mayoría de los analistas ha definido como un claro promotor de la industria, independientemente de las autodefiniciones del régimen y de las construcciones culturales posteriores. La industria no incrementó su participación en el período, pero además no hubo avances significativos en la integración de los procesos productivos. La política de ingresos estimulaba un relativo crecimiento industrial, pero en la medida en que no se apuntalaba la articulación del tejido manufacturero, la creciente demanda terminaba presionando sobre las importaciones de insumos y maquinarias del sector, lo que contribuía a agravar la situación de las cuentas externas. A comienzos de la década de 1950 se importaban ya pocos bienes finales y dos tercios de las compras en el exterior correspondían a materias primas y productos intermedios, mientras que se necesitaban más maquinarias y equipos que no podían importarse por la escasez de divisas. Este era el origen de las dificultades creadas por la vulnerabilidad externa de la economía, hasta entonces asociada a las crisis mundiales y ahora a la tendencia recurrente a una balanza comercial deficitaria como consecuencia de las mayores importaciones requeridas por el aumento de la actividad interna (...)

Pese a la enorme batería de medidas y de nuevos instrumentos de regulación, control y promoción creados por el peronismo, la economía seguía dependiendo del agro, donde el buen clima y los propicios precios internacionales eran decisivos, revelando la escasa autonomía de la política económica. En los años 30 se había desplegado un conjunto de medidas intervencionistas con el propósito de hacer frente a la crisis económica internacional, pero finalmente fueron la mejora de los precios internacionales del trigo y la reanudación del ingreso de capitales lo que permitió la “salida” y el crecimiento económico posterior. De manera similar, mientras duró el excepcional “viento de cola” determinado por los altos precios de la inmediata posguerra, el sostenimiento de una política distributiva favorable a los sectores populares y la industrialización fue posible; cuando éste desapareció, desnudó con crudeza las limitaciones de la industrialización y de la política económica encarada.