DOMINGO
LIBRO / La difícil tarea de recuperar la identidad

Dejar de ser otro

En de vuelta a casa, Analía Argento da voz a algunos de los hijos de desaparecidos apropiados por la última dictadura militar en Argentina que recuperaron sus identidades. En primera persona, hablan de lo que creían que era su historia, pero sin limitarse sólo al final feliz de la restitución. Aquí un fragmento en el que Juan Cabandié, a partir de su propia vida, reflexiona sobre una experiencia que deja huellas endelebles.

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121. El último nieto restituido, esta semana. Su hermano Ramiro, su tía Alba y Estela de Carlotto y fotos de sus padres. | Telam
Cada una de las historias de quienes fuimos despojados de nuestra identidad tiene sus particularidades distintivas. Eso nos hace personas con historias únicas e irrepetibles; existen tantas historias como nietos que recuperamos nuestra identidad. Pero a pesar de que año tras año seguimos reencontrándonos con nuevos hermanos (así nos llamamos entre nosotros), somos pocos los que hemos profundizado en las particularidades de las historias de otros nietos. Quizás sin quererlo o estipularlo de antemano, lo aprendimos de nuestras abuelas, que desde que emprendieron esta lucha decidieron socializar la abuelidad. Es decir, cada abuela busca a todos los nietos y no solamente al suyo. En las reuniones de trabajo, asambleas ordinarias y extraordinarias, cada una de ellas posee una cuota de angustia y perplejidad ante la situación inentendible de la desaparición de sus hijos –por cierto de extrema dureza–, pero a pesar de esto han volcado su energía en pensar las estrategias más inteligentes para dar con la identidad de alguno de nosotros, sus nietos. Este proceder permitió que en muchos casos el dolor se haya podido apaciguar y transformar en energía para la lucha. Aún hoy, todo se maneja de este modo en cada reunión de los martes, en cada asamblea extraordinaria y en cada asamblea anual del mes de mayo, donde abuelas y nietos de todo el país nos encontramos y fundimos en un gran abrazo (...)

Los hijos de desaparecidos apropiados somos la representación del fracaso de la totalidad del proyecto de la dictadura. “Mientras esté falseada la identidad de un nieto, está falseada la identidad del pueblo argentino”, dicen las Abuelas con mucha vehemencia, y es estrictamente cierto. Tal es el caso de los hermanos Ruiz Dameri. Los verdugos de sus padres nunca hubiesen esperado que esos tres hermanos volvieran a encontrarse con su verdadera filiación y que los tres pudieran volver a encontrarse como cuando eran pequeños. Si bien la menor de ellos, Laura, se reencontró recientemente con su identidad y acaba de emprender el largo camino de reconstrucción. Los que hemos pasado por ese reencuentro hace algunos años nunca terminamos de agregar una pieza más al rompecabezas que el terrorismo de Estado se ocupó de romper en mil pedazos. Sabemos que nos llevará muchos años de nuestra vida terminar de reconstruirlo, si es que hay un final en todo esto.

A veces, como me sucedió, la charla con personas que han estado cerca de nuestros padres no es del todo positiva. Fue lo que viví con algunos sobrevivientes de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). Tuve la sensación de que no estaban siendo sinceros conmigo. Sentí que muchas cosas que saben no las van a decir hasta sus últimos días. Muchos esperamos que alguna vez se sinceren y cuenten cómo sucedieron los acontecimientos durante esos años adentro de ese centro clandestino de detención. Sin ánimo de ejercer un juicio sobre ellos, sigo simplemente a la espera de elementos que me ayuden a conocer con propiedad el contexto de la desaparición de mi madre, el de mi nacimiento y el de la vida de cinco mil compañeros que pasaron por ahí. Quizás estoy cansado de que me mientan. Fueron muchos años de esa lógica y ya no acepto tales actitudes. Está claro para nosotros –y con muchos lo hemos hablado infinidad de veces– que al descubrir nuestra identidad no termina el periplo de la verdad. Entonces recién comienza. Lo esencial se salda en el mismo momento que conocemos nuestra verdadera historia, pero de ahí en más comienza una etapa nueva, de apropiación de la historia y de la identidad, de revisión, de mucha reflexión, pero sobre todo de mucha valentía y voluntad por encaminarse en la reconstrucción de todas las piezas que permiten entender o conocer el contexto en el que nacimos, las motivaciones de nuestros padres por transformar nuestro país, el coraje de afrontar las adversidades que presentaba el escenario político en el contexto de la violencia ejercida desde el Estado represor. Es así como nos alegramos cuando paulatinamente uno de nuestros hermanos comienza el camino de la reconstrucción (...).

Al igual que en muchos casos, las relaciones con la familia biológica reencontrada no son fáciles al principio y llevan un tiempo de maduración. Con algunos de los miembros de nuestra familia el vínculo se establece de forma rápida y con otros lleva más tiempo que madure la afinidad. Es imposible recuperar en pocas semanas o meses el tiempo perdido que el Plan Sistemático de Robo de Bebés diseñó para que nosotros nunca tuviéramos contacto con las personas de nuestra sangre. La relación con nuestra familia se va gestando no en tiempos cronológicos sino en los tiempos que amerita la particularidad de cada relación y las variables que se entrecruzan entre las personas que comienzan a conocerse. Así seguramente debió pasar entre madre e hijo, con el agregado de tratarse de un vínculo tan directo (...)

¿Hay alguien que pueda dudar de las atrocidades cometidas por la dictadura militar? Durante el gobierno de Raúl Alfonsín se dictaron las leyes de la impunidad, conocidas como leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Esas normas desconocían tratados internacionales que declaran la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad como los que se han cometido en la última y más sangrienta dictadura que existió en la Argentina.
La impunidad imperó en nuestra sociedad y, por ende, también se adueñó de las instituciones, permitiendo que los responsables del terrorismo de Estado quedaran en libertad. Pero hubo un delito que no estaba contemplado dentro del Juicio a las Juntas, ni en las posteriores leyes del perdón. Por lo tanto, la apertura de la causa del Plan Sistemático de Robo de Bebés permitió que muchos genocidas tuvieran que cumplir condena y no pudieran evadir la Justicia. “Plan Sistemático de Robo de Bebés”, si hay un ejemplo que me ha servido para entender ese conjunto de palabras fue la relación que el matrimonio Miara tuvo con el matrimonio que me apropió. Con Gonzalo y Matías compartí muchos momentos de nuestra infancia, cumpleaños, reuniones, encuentros en un club de policías al que yo asistía con más frecuencia que ellos, y hasta unas vacaciones en algún lugar de la costa cuyo nombre olvidé.

Pero sí recuerdo como si fuese hoy las veces en que Luis Falco, el oficial de Inteligencia de la Policía Federal que me apropió, me decía imperativamente: “No le cuentes a nadie a qué me dedico”, o “Cuando salgas a la calle llevá siempre los documentos y si alguna señora se te acerca, mostráselos”. También recuerdo cuando los Falco viajaron a Paraguay, sin informarnos ni a mí ni a mi hermana cuál era el motivo del viaje, y a su regreso nos contaron que “de casualidad” se habían encontrado con los Miara, y que los mellizos estaban muy bien.
Una tarde mirando televisión –yo tendría 7 u 8 años– vi un aviso de “llamado a la solidaridad”, de los que abundaban en los años de mi infancia, en el que la Justicia pedía la colaboración de cualquier persona que tuviera datos sobre el paradero de los mellizos a los que yo llamaba Matías y Gonzalo Miara. Así me habían dicho que debía llamarlos. Corriendo, fui a contarle a la que entonces creía que era mi madre. Ella, asombrada, me dijo que se trataba de un error. No tuve más respuesta y tuve que conformarme con esa mentira. Muchas veces los niños de esa edad son muy crédulos y confían en todo lo que les dicen los adultos.
Algunos años después, debido al conocimiento público que había tomado el caso de los mellizos, el matrimonio Falco me comunicó que efectivamente “Lito” y “Bety”, como me habían enseñado a llamar a Samuel Miara y Beatriz Castillo, no eran los padres verdaderos de los mellizos. Me aclararon que los chicos habían sido abandonados recién nacidos y que los Miara Castillo los habían criado con mucho amor.

Hasta mis 22 o 23 años no relacioné el caso de aquellos mellizos, a quienes quería como si fuesen primos, con mis constantes incertidumbres y depresiones. Pero cuando los datos y las preguntas empezaron a acumularse rebasando el recipiente de lo saludable, comenzó un período de sospechas donde pude relacionar la estrecha relación entre Falco y Miara con las dudas sobre mi identidad. Ya sabía en ese momento que Miara tenía dos hijos robados y también había sido testigo de cómo Falco se jactaba con impunidad de los atroces botines que conseguía en los allanamientos realizados en los domicilios donde secuestraban “subversivos”: discos, guitarras y otros objetos de ocasión. ¿Por qué yo no podía ser uno más de esos objetos de los cuales Falco y Miara estaban acostumbrados a apropiarse?
Tan perverso era Falco y tan impune se creía, que llegó a confesarme que él mismo había falsificado los documentos que acreditaban la identidad adulterada de los mellizos como hijos biológicos del matrimonio Miara-Castillo. Todos estos datos me sirvieron para formular una hipótesis firme acerca de mi origen. Tenía la certeza de que ese matrimonio que se decía mi familia nada tenía que ver conmigo. Si bien lo venía advirtiendo en la convivencia cotidiana, ya en aquel momento podía formular una serie de argumentos para sostener lo que tímidamente había comenzado a pensar un tiempo antes. Seis meses después de acercarme a la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo con el objetivo de indagar acerca de mi origen, llegó el día tan esperado en el que salió a la luz lo que tanto me había costado descubrir. Era el 26 de enero de 2004. La felicidad fue grande, por fin comenzaba a tener más certezas que dudas, definitivamente comenzaba un nuevo camino, el de la verdad (...).

Aquellos nietos que hemos decidido dar a conocer públicamente nuestras historias con el objetivo de posibilitar que otros jóvenes que están en nuestra misma situación puedan descubrir su identidad verdadera –derecho esencial de cualquier ser humano– no siempre estamos dispuestos a dar entrevistas o a volver a relatar las vivencias por las cuales hemos pasado. Ese fue mi caso con la autora de este libro, que con mucho respeto aceptó mi silencio transitorio. A decir verdad, tuve algunos prejuicios acerca de  la propuesta del libro. Sucede que en algunos casos hay periodistas que se acercan con un genuino interés pero con un desconocimiento de la historia reciente de nuestro país, lo que provoca un análisis errado. No es el caso de este libro, que está atravesado por el rigor de la investigación exhaustiva. Analía Argento realiza un relato minucioso que ilumina muchos momentos claves pero desconocidos de la vida de los nietos, por ejemplo la visita de Carlos D’Elía al Pozo de Banfield, centro clandestino de detención donde él nació y donde vivió brevemente con su madre. El estilo de redacción despierta el interés y la curiosidad, lo que hace que la lectura sea ágil y atrapante. Pero lo que destaco principalmente es la contextualización histórica y política que se ofrece en cada historia. Lamentablemente esto no es habitual en los textos de los periodistas interesados en describir algunas de nuestras historias para algún medio de comunicación.

Muchas veces nuestras experiencias de vida se relatan a través de lugares comunes, con poco análisis de la situación y del contexto y, lo que es más grave, con poco análisis político. Todo esto desemboca en un mensaje confuso que hace que el tema del robo de bebés no quede claro a los lectores, especialmente a los jóvenes. Otras veces somos tomados como objeto de estudio sociológico, es decir, como elementos de experimentación social. Nada de esto ha sucedido en el presente libro, que cuenta con mi real y sincero agrado. Invito a los lectores a introducirse en esta interesante lectura.