DOMINGO
LIBRO / Historia del sindicalista más influyente del país

Del camión al poder

Emilia Delfino y Mariano Martín escribieron la biografía no autorizada más rigurosa sobre Hugo Moyano, que una vez más ha vuelto a ocupar el centro de la escena política con su poderosa capacidad de movilización, y que agita ante el Gobierno la amenaza de una sucesión interminable de huelgas generales, como las que Saúl Ubaldini hizo sufrir a Alfonsín.

ORADOR. Moyano cerró la movilización contra el Gobierno que reunió a las cinco centrales. sindicales.
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Transporte Verga Hermanos tenía su sede marplatense en las calles Luro y Chile. Hugo había dejado su puesto en la carnicería del barrio, donde el sueldo era poco y los días, monótonos. Su padre todavía conservaba un contacto en el rubro tras su paso por la empresa Platamar, y consiguió que Hugo ingresara a trabajar como “lechuza”, como se denomina en el gremio a los acompañantes del chofer, que cumplen la tarea de ser el segundo par de ojos del conductor. En menos de un año, el camino de aquel pibe de barrio que predicaba la pasión por el boxeo y el fútbol comenzaría a transitar la senda de su destino. Antes de acompañar a los camioneros en el trayecto Mar del Plata-Buenos Aires, por la vieja y angosta Ruta 2, en la cabina o cuidando la carga, Moyano hacía el reparto local. El camión le daba una sensación de poder absoluto. Veía el camino por encima de todo, sentía el viento más alto que cualquiera, dominaba el asfalto con la libertad de un pájaro. Con los meses, empezó a correr el camión. Un viejito del gremio, don Juan, le enseñó a manejar.
—Andá con prudencia –le dictaba el viejo cuando salían a hacer el reparto.
—¿Dónde está Prudencia, que no la veo? Preséntemela.
No había vez que el viejo no sonriera. Una mañana, Moyano se cruzó en el camino con un colega de la empresa Rabbione. Estaba descargando cajas sobre la calle Luro, cuando lo destelló la finura de la ropa de Grafa.
—¡Qué linda ropa, flaco! ¿Dónde la compran ustedes?
—Te la tiene que dar la empresa. El convenio dice que te la tiene que dar. Tenés que ir al gremio.
—¿Dónde queda?
—En la calle Francia.
Hugo se acordó de Celina, y la anécdota de la ropa de abrigo. Agradeció el dato y se volvió con la mirada centrada en el piso. Comentó la charla con otros dos compañeros y fueron a reclamar el uniforme al encargado. Como la empresa hizo caso omiso, esperaron el anochecer para ir a la sede del sindicato, entonces comandado por Fernando Anaya, un camionero alejado de las rutas, con cuerpo de gigante, carácter bonachón y la cara picada de viruela, a quien Moyano bautizaría como “Patrice Lumumba”, por su parecido con el líder de la independencia del Congo del dominio de Bélgica, de moda por esos años. Los pibes soltaron las quejas y el dirigente les prometió que enviaría una inspección del Ministerio de Trabajo a la empresa. Al día siguiente se afiliaron y semanas más tarde consiguieron que Verga Hermanos les diera el uniforme. Con los años, la conquista gremial resultaría más anecdótica que fáctica, ya que a los mismos camioneros les avergonzaba llevar la inscripción de Verga Hermanos en el pecho, pero sería el primer paso de Moyano hacia el poder sindical. Entonces, llegado septiembre, la seccional celebró elecciones internas. Los camioneros de la empresa propusieron a Hugo como delegado, pero no pudo ser electo porque aún le faltaban tres meses para cumplir los 18. “Entonces hicimos una rosca para elegir a otro compañero y acordamos que después de mi cumpleaños, él renunciaba y yo asumía. Ibamos de noche al sindicato porque eran tiempos jodidos. Las asambleas eran los domingos a las 8 de la mañana. Yo llegaba temprano, acomodaba las sillas. El sindicato era como mi casa, lo quería”.
Dos años después de convertirse en delegado, el servicio militar obligatorio interrumpió su camino por un año. Era 1965. Se salvaron hasta el número 220. Moyano sacó el 244. Su destino: Grupo de Artillería en Sarmiento, provincia de Chubut. Por la letra prolija le asignaron la tarea de furriel, por lo que estaba a cargo de la distribución de los suministros. “Fue uno de los años en que más nevó. Me curé ahí los sabañones. Cuando veníamos de correr, llegaba con las manos hinchadas, doloridas. Un día me dijeron: ‘Te tenés que poner nieve’. Me puse nieve y aguanté el frío. Se me secaron, como si fueran ampollas. Nunca más me salió un sabañón. No la pasé tan mal. Fue casi un año de bailes, mucho frío y mucho viento. Me llevaba bien con mis compañeros porque tratábamos de que la comida alcanzara para todos, ya que no era muy abundante. Me acuerdo que una vuelta, nosotros estábamos siempre donde se repartía la comida y nos faltó un cilindro, que es donde se llevan las ollas redondas. Y si faltaba algo, vas en cana por bobis, no te puede faltar nada. No sabían qué hacer. Entonces les dije: ‘Vamos a hacer que se arme una pelea. Y en el revuelo alguno manotea el cilindro de otro lado y se lo lleva. teníamos dos cilindros de más’. Otro día, fuimos a jurar la bandera en Río Mayo. ¡Hacía un frío! A veces veo en las películas cuando van los soldados apretados en los camiones, me acuerdo que íbamos así a Río Mayo, que queda a más de cien kilómetros de Sarmiento, y cargábamos con todo el equipo, hasta con el arma, porque si llegaban a tomar un cuartel y nosotros estábamos viajando, nos quedábamos sin nada. Ibamos todos en filita, sentaditos en el camión Mercedes. El que tenía ganas de orinar, orinaba en una botella. Entonces, íbamos pasando la botella, que venía caliente. El último la vaciaba y se la pasaba al que quería hacer. Esa vuelta, a uno le agarró ganas de hacer sus necesidades. Se llamaba Andreu. Nosotros éramos solidarios, si bien nos reíamos. Se estaba quejando, entonces le dijimos: ‘Vení, ponete acá’. Puso el traste afuera del camión, mientras otros compañeros lo sostenían. Todos mirándolo. Puso cara de fuerza. De acuerdo con el gesto que hacía, preguntábamos: ‘¿Y, terminaste?’; ‘Sí’; ‘¡Bien, vamos!’. Se lo festejábamos. Eramos pibes”.

Los 70
Cumplido el servicio, el Negro regresó a Mar del Plata. Siguió trabajando en Verga Hermanos hasta los 25. Había forjado dos grandes amigos camioneros. Jorge Mariano Silva era un cuadro político sobreviviente de la Resistencia Peronista. Era chofer en la empresa de combustibles Petrocar. Juan Carlos Oreja era camionero en la compañía Expreso Santulli. Tenía pinta de actor de cine, ojos azules, y compartía con Moyano y Silva la pasión por el fútbol y el boxeo. El trío camionero comenzó a escalar posiciones en el gremio. Hugo era el táctico, Silva el político y Oreja, el único que sabía escribir a máquina. Hugo ya había sido vocal y protesorero, hasta llegar a secretario de actas. Fernando Anaya había dejado la conducción de Camioneros y en su lugar asumió el militante del Partido Comunista Andrés Marín. Para Moyano, “Marín era un hombre muy capaz pero le faltaba un poco de empuje”. Su secretario adjunto, Ferreira, de la empresa Expreso Mar del Plata, cayó enfermo y Moyano ocupó por formalidad la secretaría adjunta local. El beneficio de la responsabilidad le permitió empezar a ausentarse del trabajo dos días a la semana para ir al gremio. Fue cuando el Negro activó el plan para cargarse al compañero Marín. “Empezamos a reunirnos y yo empecé a transmitir lo que me parecía que había que hacer. En Mar del Plata, nosotros no podíamos discutir salarios ya que se pactaban en Buenos Aires. Uno de nuestros problemas era que los choferes marplatenses sólo se podían tomar vacaciones entre abril y octubre, porque la mayor cantidad de trabajo era en verano. Entonces dije que nos tenían que permitir elecciones en el gremio, presentamos una lista opositora y ganamos. Así empezó mi carrera”.
La fórmula fue Moyano-Silva. Como en el sindicato nacional no le pasaban un mango a Oreja, flamante secretario de actas, Moyano y Silva sacaban parte de sus sueldos para bancarlo durante la licencia gremial. De aquel trío sólo queda Moyano. Oreja murió a principios de la década de 1990, de una afección coronaria, herencia familiar. Fue una de las grandes pérdidas en la vida de Moyano. Silva se retiró de la vida gremial. Un tumor cerebral que no le daba tregua lo recluyó al núcleo familiar y a esporádicas visitas a la cancha.

Las mujeres
Hasta la llegada de Liliana Zulet a su vida, la mayor influencia femenina para Moyano sería su madre. Otras dos mujeres se cruzarían en su camino para brindarle un legado no menor: sus primeros seis hijos. Olga Beatriz Mariani nació el 1º de enero de 1945. Tuvo con Hugo un noviazgo rápido y un casamiento apurado. En el medio, Pablo había sido concebido. Ella tenía 24 y él, 25. Para entonces, Moyano había conseguido un trabajo estable y un sueldo digno en el expreso Santulli, y su militancia en el sindicato marplatense era el centro de su vida. El Negro debió abandonar su piecita de soltero en la casa paterna y comenzó a construir su primera morada en la parte trasera del terreno de la familia.

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Dos piezas y una cocina
Pablo Hugo Antonio nació el 22 de julio de 1970. El matrimonio sobrevivió lo que pudo, forzado por los avatares del destino y las autoexigencias de ambos, que fueron siempre más fuertes que el amor. No obstante, la pareja tuvo tres hijos más. Paola María Isabel nació el 23 de febrero de 1972; Karina Beatriz, el 20 de febrero de 1973, y Emiliano, en 1975. La militancia y la agitada década de 1970 alejaron a Hugo del hogar.
En Mar del Plata, la guerra entre la derecha y la izquierda peronistas se dio en las universidades Católica y Provincial, y en el terreno gremial. La aparición de la facción local de Montoneros fue tardía. Mientras se desarrollaba en el resto del país desde 1968, el Peronismo de Base (PB), también conocido como Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), se ocupó de la beligerancia de principios de década, hasta la llegada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros. Al igual que en La Plata, el peronismo marplatense también gestó una derecha fuerte. Mientras el Comando de Organización (CDO) se expandía por el territorio del país, un grupo de estudiantes de abogacía fundaba en la Ciudad Feliz la temida Concentración Nacional Universitaria (CNU), que nucleaba a los hijos de las clases altas. El letrado Ernesto Piantoni fue el jefe máximo de la organización junto a su mejor amigo, el también abogado Gustavo Demarchi, señalado en los Juicios por la Verdad como el sucesor de Piantoni al mando de la Concertación; personificaron el nexo entre la agrupación, célula marplatense de la Triple A de José López Rega, y la Confederación General del Trabajo (CGT) local. Demarchi, nacido de una familia radical y patricia, estudió Derecho en la Universidad de La Plata, donde descubrió su pasión justicialista en plena proscripción del peronismo, y relata su versión de los hechos.  
“La CGT local era totalmente adherente a (José Ignacio) Rucci. Yo era abogado de la central junto al doctor Norberto Centeno. En 1973, el secretario general de la seccional Mar del Plata era el líder del sindicato de la Construcción, Marcelino Mansilla. Acompañaban en la conducción José Miguel Landín, del gremio de la Carne. Moyano era de la Juventud Sindical Peronista (JSP). Dentro de ese cúmulo, yo mantenía relaciones con otras facciones. Por ejemplo, era amigo de algunos que militaban en la Tendencia Revolucionaria, afín a Montoneros, como es el caso de Amílcar González”.