DOMINGO
LIBRO

Dos veces desaparecido

A diez años de la desaparición de Jorge Julio López, En el cielo nos vemos, del periodista Miguel Graziano, reconstruye las últimas horas conocidas de este hombre, que en 2006 tenía 77 años, y era testigo en el juicio contra el represor y ex director de Investigaciones de la policía Miguel Etchecolatz. Este albañil salió de su casa para estar presente en los alegatos del juicio, pero nunca llegó. Una historia sin respuestas.

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Testigo. Este albañil fue secuestrado, encarcelado y torturado durante la última dictadura militar. Desde el 2006 falta desde su casa. | Cedoc Perfil
La boina azul, la campera bordó y los mismos zapatos que usó en cada una de las audiencias del juicio, sin importar si hiciera frío o calor, estaban en el living, preparados sobre una silla. Gustavo pensó que su papá se había quedado dormido y se metió en su habitación. Su lado de la cama estaba abierto. Fue hasta el baño. No estaba ahí. Irene recién se despertaba.

—¿Dónde está el viejo? –preguntó.
—Habrá salido a caminar –dijo Irene, entredormida.
—Pero se nos hace tarde.
—A mí no me dijo nada. Fijate afuera.

Gustavo salió a la vereda. Miró extrañado a su alrededor. Caminó hasta la carpintería de su hermano y llamó a su papá. Nadie contestó. Volvió a la casa, lo buscó otra vez en el patio, entró de nuevo al dormitorio, abrió la puerta del baño.

—¿Dónde se habrá metido? –insistió.
—Yo no lo vi.
—¡Cómo que no lo viste, mamá!
—¡Recién me despierto! –se justificó Irene–, tal vez salió a caminar.
—Qué pelotudo… vamos a llegar tarde…
—¿Y qué querés que haga? ¡Si yo no quiero que vaya a ningún lado!
¡Yo quiero que se olvide!

* * *
La de Jorge Julio López es la historia de un albañil que fue secuestrado, encarcelado y torturado. En las tinieblas fue testigo de la muerte de una generación de jóvenes con los que se había comprometido a construir un mundo mejor. Sobrevivió y aprendió a vivir en silencio, a soportar la indiferencia. Fue sabueso de su propia memoria, no para buscar a los asesinos de sus compañeros, que a ésos ya los conocía, sino para denunciar lo que hicieron. “Los argentinos tienen que saber”, decía. A los 77 años, cuando había encontrado justicia, después de haber dado testimonio, fue otra vez desaparecido. En la última aventura de su vida, entre la noche del domingo 17 y la madrugada del lunes 18 de septiembre de 2006, le abrió la puerta a la muerte. Se lo llevaron. Su ausencia se investiga como una “presunta desaparición forzada” y es el manual de la perfecta impunidad.

El domingo, habló con Nilda.

—¿Estás segura que va a estar?
—Claro, Jorge, tiene que ir.
—¿Segura? Cuando fui a declarar también me dijeron que iba a estar y al final…
—… lo que pasa es que no era obligatorio que estuviera en la sala.

Ahora sí. Son los alegatos y tiene que estar presente.

—Al fin le voy a ver la cara. ¿A qué hora nos encontramos?
—Y… antes de las nueve y media, así firmamos las acreditaciones para que tu familia pueda entrar a la sala. Cuando cortó, llamó a su sobrino Hugo. Quería confirmar que lo pasara a buscar temprano.
—¿A qué hora empieza el juicio? –preguntó Hugo.
—Como a las diez.
—¿Te paso a buscar a las nueve?
—Sí. Tenemos que ir un rato antes para que nos den las acreditaciones –dijo López.
—¿Gustavo viene con nosotros?
—Viene Gustavo solo, porque Rubén tiene que ir a Buenos Aires a entregar un trabajo.

Hizo los mandados, regó las plantas y abrió la puerta a sus perritas Lupita y Violeta, para que salieran a la vereda, como siempre. Se tiró a dormir la siesta y estuvo en la carpintería de Rubén, instalada en lo que había sido el patio de su casa. Rubén cargaba la camioneta con los muebles que debía llevar a Buenos Aires para instalar en una casa de Martínez, sobre la Avenida del Libertador, a dos o tres cuadras del río. (...)

López cenó con su mujer y su hijo. Como era su costumbre desde aquella noche de 1976 en que una patota parapolicial se llevó a su marido y la dejó sola con sus dos pequeños hijos, Irene tomó una pastilla para dormir y se acostó. Gustavo se fue a su habitación. Estaba recién separado y no andaba bien, así que se encerró en su cuarto a escuchar por radio el partido que Gimnasia jugaba de visitante con Banfield en el insólito horario de las nueve de la noche por la séptima fecha del fútbol local. López se quedó solo, levantado, mirando Fútbol de Primera por televisión.

Aquel domingo Boca había empatado 0 a 0 con Godoy Cruz, pero celebraba con una vuelta olímpica la Recopa que acababa de ganarle al San Pablo, en Brasil, y le realizaba un homenaje al nuevo técnico de la Selección Nacional: Alfio Basile. Le gustaba el fútbol y era fanático de Boca. Aunque estaba nervioso por el juicio, se entretenía.

Irene dormía cuando él entró al cuarto, abrió su lado de la cama y se dio cuenta de que le sería difícil pegar un ojo. Quizá durmió un poco. Es lo último que, aun sin certezas, puede saberse sobre él. 

Así relatan sus hijos la segunda desaparición de López. Gustavo se despertó a las 7.30 y pensó que su papá estaba en la cama. Vio que la casa estaba en orden y que la ropa que iba a ponerse permanecía apoyada sobre la misma silla donde la había dejado la noche anterior. Empezó a preocuparse cuando advirtió que pasaba la hora y no se levantaba. Lo buscó en el dormitorio y recorrió la casa, dio una vuelta manzana y apenas su primo Hugo pasó a buscarlos salieron apurados hasta la Municipalidad de La Plata, donde se desarrollaba el juicio. Se les ocurrió que tal vez hubiera ido por las suyas.

* * *
Gustavo y Hugo se encontraron con Nilda a las nueve y cuarto. La preocupación les marcaba el rostro.
—¿Ya llegó mi papá? –preguntó Gustavo.
—No –se sorprendió Nilda–. Pensé que iba a venir con ustedes.
—Mi papá no está –advirtió.
—¿Cómo que no está?
—No aparece. Pensamos que estaba ansioso y que había venido solo.
—Dejame que me fije adentro.
Sorprendida, Nilda entró a la Municipalidad. López no estaba. Era muy temprano y todavía no había casi nadie. Faltaba más de una hora para que comenzara la audiencia.

Había llegado al final del juicio muy entusiasmado, pero resultaba incomprensible que hubiera decidido ir hasta la sala por las suyas. Faltaba menos de media hora para que empezara la audiencia y era muy puntual. Si tenía una cita, exigía que se cumpliera en tiempo y forma. Su ausencia era inexplicable.
Gustavo repasó la mañana y contó que la ropa que su papá iba a usar, la boina azul, la campera bordó y los mismos zapatos que usó en cada una de las audiencias, sin importar si hiciera frío o calor, habían quedado en el living de su casa, preparados sobre una silla.

Lo chuparon –dijo Nilda. Era una palabra que no usaba desde la última dictadura militar.

Gustavo y Hugo pidieron un rato para hacer una búsqueda por el barrio, para hablar con los vecinos, saber si lo habían visto, pasar por el hospital, la salita médica. Intercambiaron sus números de teléfono con algunos de los abogados y prometieron llamar para avisar en el preciso momento en que tuvieran novedades.

Los primos salieron a buscar su camioneta para volver a Los Hornos. No estaba. La había dejado mal estacionada y se la habían secuestrado. Volvieron a la sala. El fotógrafo Gerardo Dell’Oro los llevó a hacer la recorrida en su auto y fue el encargado de pasar las novedades a los que estaban en la sala.

* * *
—¿Qué hacemos? –preguntó Verónica.
—¿Cómo vamos a seguir el juicio si chuparon a un compañero? –preguntó Adriana.
—Tal vez se sintió mal, se angustió porque sabía que iba a ver a Etchecolatz –especuló Guadalupe.
—Se lo llevaron –insistió Nilda.
Había que demorar el juicio. Y había que denunciar el hecho. Pero cuál. Con qué certeza. El último paso procesal debía comenzar a las diez de la mañana, pero López no estaba. (...)
—Hay que decir que lo secuestraron –afirmó Adriana.
—Pero no sabemos –advirtió Guadalupe.
—Si nos equivocamos, pedimos disculpas –retrucó–. Queremos que lo busquen en serio, que empapelen la ciudad.

Guadalupe y Adriana se reunieron con el Tribunal y pidieron que les dieran un poco de tiempo para encontrarlo. 

Los jueces, incrédulos de que una tragedia igual a la que había sufrido treinta años antes pudiera volver a ocurrirle al testigo, demoraron el inicio de la audiencia, pero sólo por un rato. Simplemente no contemplaban la posibilidad de que hubiera sido secuestrado. 

Guadalupe estaba decepcionada, pero también ella tenía dudas sobre lo que podría haberle pasado a López. Adriana no podía creer que todos a su alrededor se mostraran desconfiados. Para ella, no había dudas. 

El horror del pasado se les venía encima, pero la mayoría trataba de encontrar una explicación distinta al suceso. No querían aceptarlo. Sólo algunos pocos, a esa hora del día, sostenían que Jorge Julio López había sido secuestrado. Sin embargo, ni siquiera ellos tenían certezas sobre su destino. Tal vez lo asustaron y lo largaron, especulaban. Tal vez lo larguen después de los alegatos, sospechaban. Estarán negociando algo con el gobierno, decían. 

La sala empezaba a llenarse de gente que no sabía lo que ocurría pero entendía que no podía ser algo bueno. Se escuchaba un rumor que se hacía más nervioso con cada minuto que pasaba. Pronto, la noticia sobre la ausencia empezó a correr de boca en boca. Había que alegar y, al mismo tiempo, salir a buscar a López. No podían descartar ninguna hipótesis. Mientras los abogados preparaban una estrategia para sentarse ante los jueces, los familiares y ex detenidos salieron a recorrer la ciudad. La mayoría de los abogados había transitado el fin de semana en vela, preparando lo que iban a decir aquel lunes. Estaban agotados y este acontecimiento totalmente inesperado y sorprendente los dejaba con la cabeza en cualquier lado.

A las 11.30, el Tribunal Oral Federal Nº 1, presidido por Carlos Rozanski e integrado por los jueces Norberto Lorenzo y Horacio Insaurralde, estaba listo para iniciar la audiencia. (...)

* * *
Etchecolatz, que había llegado a las seis de la madrugada para evitar los escraches de los militantes, pidió retirarse. Vestía traje azul, camisa blanca con rayas celestes, corbata azul, y llevaba un pañuelo al tono en el bolsillo. Estaba encajado en un chaleco antibalas. 

A López le hubiera gustado verlo. Y se hubiera decepcionado bastante con el permiso que le dieron para retirarse.

La sala estaba colmada. Desde el estrado, Rozanski se dirigió a las partes.

—Concluida la exposición de la prueba, vamos a dar comienzo a los alegatos. Les pregunto a las querellas si tienen orden para exponer, si es que lo pueden decir, por favor –pidió.
—Sí, señor presidente –dijo Fernando Molinas–. Hay un problema con el querellante Jorge Julio López. Nos informa la familia que está muy preocupada porque desde la mañana no aparece. Se ausentó del hogar y no sabemos qué ha pasado.
Gustavo ya estaba en la Comisaría Tercera de Los Hornos. Hecha pública la desaparición del testigo, justificada la ausencia de López en la sala, el abogado pidió una excepción para que los seis integrantes de la querella unificada pudieran alegar. Las otras querellas primero, la fiscalía, la defensa de Etchecolatz y los jueces después, aceptaron el pedido.

* * *
La noticia llegó a las radios de La Plata al mediodía. Rubén, que estaba en Buenos Aires desde temprano, recibió una llamada de Koqui.

—Tito está desaparecido.
—No puede ser –respondió Rubén.
—Lo decía la radio y llamé a tu mamá –reveló.
—¿Qué te dijo?
—Que sí… viste cómo es tu mamá…
—A mí nadie me dijo nada… no me llamó nadie…
—Gustavo lo está buscando.
—¿Hablaste con él?
—No, sólo con tu mamá. ¿Querés que lo llame?
—No. Ahora lo llamo yo.
Cortó y marcó el número de su hermano.
—¿Qué pasó?
—Papá no aparece. (...)