DOMINGO
CLARN Y LOS PRESIDENTES DE LA DEMOCRACIA

El imperio contraataca

En Clarín, la era Magnetto, el periodista Martín Sivak recuerda cómo se desenvolvió el gigante desde el fin de la dictadura hasta la actualidad.

Los hombres fuertes de Clarín. El fundador Roberto Noble, un político desarrollista. El actual mandamás, Héctor Magnetto, un contador devenido en un hombre influyente.
| Cedoc

La contienda Kirchnerismo vs. Grupo Clarín consolidó una serie de clichés sobre la historia del multimedios durante el período democrático. Uno de ellos dice: “Clarín es oficialista hasta que obtiene los beneficios que busca del gobierno, y luego se vuelve un opositor feroz”.

Desde la recuperación de la democracia, Clarín fue muy crítico de Alfonsín y no obtuvo beneficios significativos. Antes de jurar, Menem se comprometió a entregar los canales públicos –Clarín se quedó con el 13– y desde 1991, en un lento crescendo, encontró un perfil opositor que mantuvo con más énfasis durante su segunda presidencia (1995-1999). Desde el gobierno de la Alianza (1999-2001, que Clarín respaldó sin ambigüedades), tomó una posición única en su historia: se propuso ser un pilar de la gobernabilidad y de la convertibilidad. En el segundo tema pesaba una razón de orden práctico: hacia fines de 2001 debía 1.200 millones de dólares. Desde la devaluación hasta el conflicto con el campo, acompañó a Duhalde (2001-2001) y a Kirchner (2003-2007). (...)

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Clarín fue un crítico feroz de la política económica de Alfonsín desde el inicio mismo de su gobierno. No contempló la herencia de la dictadura ni el contexto político; no le brindó siquiera la tolerancia inicial. No apoyó la política de derechos humanos, las reformas sindicales ni la Ley de Divorcio, que rechazó la Iglesia; durante el levantamiento carapintada de la Semana Santa de 1987 defendió al presidente con énfasis módico; fue durísimo en los meses finales de su gestión.

El diario de la señora de Noble se había fijado un objetivo empresarial: la derogación del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión para legalizar su entrada a Radio Mitre y acceder a un canal de televisión. Aunque sus coberturas le provocaban malestar, Alfonsín no convirtió a Clarín en un tema importante de su agenda, ni siquiera durante los picos de tensión. Como máximo gesto desafiante, el mandatario criticó tres portadas y lo llamó “acérrimo opositor” en un discurso público.

La cúpula de Clarín desayunó con el presidente al menos tres veces, siempre en la Quinta de Olivos y siempre con el vocero de Alfonsín como testigo. En el primero, la Directora, acompañada por Héctor Magnetto, Lucio Pagliaro y José Aranda, generó el centro de gravedad de la charla: ella llevaba los temas y los caballeros hacían referencias constantes a sus comentarios. Magnetto desplegaba su estrategia: nunca, en ninguna circunstancia, debía brillar más que ella ni imponerle un protagonismo. 

En uno de los desayunos planteó que la vigencia del artículo 45 excluía a Clarín del mercado de medios audiovisuales. Se guardó para sí el diagnóstico del alfonsinismo que había hecho con sus asesores: una idea de medios basada en el estatismo.

En otra visita a la quinta presidencial de Olivos para hablar de la Argentina e insistir con la derogación del artículo 45, Magnetto y sus socios quedaron enredados en las viejas mañas de la política cuando Alfonsín comentó:

—Me han dicho que les está yendo muy bien en Radio Mitre.
—Presidente… nosotros no somos los propietarios de Radio Mitre –contestó Magnetto, incómodo, y asombrado por su incomodidad.
—Me extraña que me diga eso –le contestó, y siguió con una sonrisa–: al presidente no se le miente.

Allí quedó expuesta la doctrina de Alfonsín para Clarín: no entregaría Canal 13 pero consentiría la situación de ilegalidad de Radio Mitre. Para mantenerla recurrió a la oscilación: ciertos funcionarios buscarían cordialidad con Magnetto y otros le llevarían planes de guerra. El Presidente convirtió una frase en muletilla:
—Antes de darle Canal 13 a Clarín, me corto un huevo en cuatro. (...)    

Menemismo. Carlos Menem esperó que Clarín le brindara un acompañamiento más sostenido. Entendía que le había dado mucho –la privatización de Canal 13, la legalización de Mitre– y que debía recibir en la misma medida.

Después de la adjudicación del Canal 13, Menem delegó la relación con Clarín en Eduardo Bauzá, secretario general de la Presidencia. Bauzá se fijó el objetivo de desarrollar una buena relación. Con la debacle económica, el frente militar aún abierto y cierta sensación de volatilidad, la empresa tenía una solidez de la que carecía buena parte del país. Carlos Corach, secretario legal y técnico, reelaboraba esa idea: el electorado policlasista de Menem se parecía al público policlasista del diario: “Nuestros votantes leen Clarín”, decía.

Cada semana Bauzá se reunía con los principales columnistas de Clarín y La Nación para cumplir la misma función de exégeta de Menem y sus políticas que desempeñaba ante empresarios y dirigentes políticos. En tiempos en que el panorama dominical de los diarios pesaba en el mundo de la política, la voz de Bauzá explicaba el credo del Poder Ejecutivo. Menem no leía los diarios regularmente. A veces escuchaba la radio. Según percibieron sus funcionarios, durante el primer año de su gobierno el mandatario empezó a perder las simpatías, ya escasas, que le quedaban por Clarín.

Al poner en la balanza lo que creyó haber entregado –el canal principal y la radio líder del país– y lo que recibió, se sintió desfavorecido. “Me hicieron hacer el peor negocio de mi vida”, le reprocharía a Bauzá y a su hermano Eduardo.

El jefe de Estado prefirió mantener su delegación amigable por razones políticas: creía que necesitaba al matutino. Y empleó recursos como filtrar información sensible por medio del mendocino; sobre él delegó también responsabilidades como convencer a la empresa de la conveniencia de las políticas oficiales y hacer control de daños frente a los temas urticantes si el diario cambiaba elogios y omisiones por líneas incómodas. (...)

Según un miembro de su equipo, Bauzá veía a Magnetto cada dos o tres meses y hablaban por teléfono con regularidad. Eduardo Menem participó de algunos de esos encuentros. El vínculo entre Bauzá y Clarín, muy comentado en círculos políticos y empresariales –pero poco relevante para el público al que no le interesara el tema de los medios–, cargó al funcionario con un karma: lo consideraban el clarinista del gobierno.

Por su parte, Bauzá sabía cuánto importaba mantener a la Directora al margen de cualquier conflicto. Quedó paralizado ante una escena de ira en los jardines de Olivos, cuando Ernestina llegó para un almuerzo y de inmediato incomodó al presidente con una pregunta: “¿Qué le pasa a usted con mis hijos?

Menem había permitido que en el canal estatal ATC Guillermo Patricio Kelly denunciara que Marcela y Felipe eran hijos de desaparecidos.

En su segunda presidencia (1995-1999), signada por el desempleo récord, el inicio de la recesión en 1998 y su fracasado intento de competir por una re-reelección, Menem avanzó en su estrategia de mayor hostilidad hacia la prensa. Como novedad, estimuló el nacimiento del multimedios CEI para contrapesar al Grupo Clarín y desde allí apuntalar su intento de permanecer en Balcarce 50.

Percibía a Clarín como su gran opositor. Los medios controlados por el Estado no eran creíbles. Tampoco podía fijar regulaciones y controles porque colisionarían con la defensa del libre mercado, y aumentarían la hostilidad general de los medios. El CEI, creado por el Citibank en 1987, se dedicaba a comprar títulos de deuda y los utilizaba –entre otros fines– para adquirir empresas de comunicación y otros rubros: en 1993 ya había entrado como accionista en Telefónica Argentina. Debió buscar socios locales: Richard el Gato Handley, titular del Citi local, armó una sociedad con Moneta, del Banco República, y Benito Lucini, del Grupo Werthein.  Esos socios –Moneta en especial– integraban la red empresario-financiera de la Quinta de Olivos.

Kohan, un funcionario de gran confianza del Presidente para operar sobre esas redes empresario-financieras, desarrolló su expertise en el armado del CEI local. Kohan quería una ley antitrust como la norteamericana, que impidiera el despliegue de holdings con las características del Grupo Clarín, pero que permitiera al multimedios diseñado para sostener al gobierno y apoyar la re-reelección. Quería terminar con la pax clarinista. Creía, como un importante editor del diario: “Clarín arrincona para conseguir más”.

Menem osciló entre las doctrinas de Bauzá y de Kohan. Y en su segundo mandato eligió la de Kohan. Además de sus diatribas públicas contra la prensa, el Presidente procuraría afectar los negocios que comandaba Magnetto. Se reunió varias veces con la cúpula del CEI –según dos funcionarios importantes que participaron de los encuentros– para hablar de cómo crecer y qué empresas comprar para contrapesar el poder del portaaviones y sus extensiones.

La tríada santa CEI-Telefónica-Moneta reflejaba muy bien la transnacionalización de la economía y su liason con el poder político. Hacia 1997, el CEI facturaba 5.000 millones de dólares y empleaba a 20.000 personas: La Nación señaló que se hallaba en camino “de ser tanto o más poderoso que el Grupo Clarín”.  Al poco tiempo se derrumbó con la misma celeridad con la que se había encumbrado. Entre los accionistas se plantearon diferencias por razones de dinero.  

Magnetto ha desarrollado su propia hipótesis sobre el auge y la caída del CEI. Fue producto de un momento histórico de la Argentina, cuando se podían montar grandes negocios y ganar mucho dinero en poco tiempo. Y es imposible entenderlo sin entender a Moneta, su estilo y su personalidad. Creyó que podía transformarse en empresario de medios de la noche a la mañana, pero él y sus socios eran sólo financistas. Como el número uno veía que se trataba de un negocio para la re-reelección, le advirtió a Moneta  –según su versión– que la sociedad ya no estaba para la continuidad de Menem. (...)
Las críticas del Grupo Clarín no le habían impedido ganar la elección presidencial de 1995, pero con un holding flamante y poderoso a favor no pudo impedir la baja performance electoral del peronismo en 1997, ni recuperar la confianza y la adhesión que la sociedad argentina le había mostrado durante más de seis años. Para el recambio presidencial de 1999, el Grupo Clarín había recuperado la supremacía total en el mercado de los medios. Aún en recesión facturaba 2.000 millones de dólares. (...)

Kirchnerismo. El 19 de febrero de 2010, el día que cumplió cincuenta y siete años, Cristina Fernández de Kirchner comentó que, durante la presidencia de su esposo, Magnetto había compartido la mesa en la Quinta de Olivos diez o doce veces.

En la versión de Magnetto, esas comidas con el matrimonio le resultaban una pérdida de tiempo porque nada se definía. Hablaban de generalidades y Néstor se distraía: les daba a los perros la comida de la mesa. Las cosas importantes, para el hombre de Clarín, se hablaban a solas.
En su biografía autorizada, la presidente ofreció su relato de uno de esos encuentros. “Magnetto lo había ido a ver a Néstor a Olivos y le había dicho que no me quería como candidato”.

Según Magnetto, Kirchner le advirtió en un encuentro en la Casa Rosada que Cristina se presentaría como candidata mucho antes que lo hiciera público. El presidente tomaba una lágrima; el CEO un té. Magnetto no conseguía entender las razones para no presentarse a la reelección con los altos niveles de adhesión y buena marcha de la economía. No le convenció el argumento que escuchó: “Estoy cansado”.

Creyó adivinar que en ese esquema los Kirchner se preparaban para sucederse y gobernar dieciséis años seguidos. No se lo dijo.

La única reunión a solas entre la presidente y Magnetto fue en la Quinta de Olivos, poco tiempo después de que ella hubiera asumido. Fernández de Kirchner no contó aquel encuentro en su biografía autorizada. Magnetto dijo que el ex presidente ofició de productor: armó la cita; lo esperó en la puerta; los dejó a solas. La jefa de Estado habló gran parte de la hora y media. Al final, Néstor apareció para la despedida. Cuando se quedaron solos, siempre según la versión empresaria, el santacruceño le dio una indicación:

—Las cosas importantes hablalas conmigo.

Los Kirchner y Magnetto, en general, han brindado narrativas opuestas de sus conversaciones, influidos todos por la necesidad de negar los tiempos de armonía. En los hechos, la relación con el Grupo, que llevaron adelante Néstor y Alberto Fernández, consistió en procurar un buen vínculo para que sus medios acompañaran la gestión. El oficialismo le otorgó beneficios y, al mismo tiempo, intentó leves formas de contrapeso, como alimentar con fondos y prerrogativas a sus competidores locales e invitar a jugadores grandes de afuera (como el Grupo Prisa de España y el mexicano Carlos Slim) a disputarle el mercado al multimedios.

Esos diálogos hipotéticos se conocieron ya iniciado el combate mayor de la política argentina desde 2008 hasta la campaña electoral de 2015.

Aunque siempre funcionaron en tándem, los Kirchner encarnaron dos facciones distintas. Néstor interactuaba  intensamente con Clarín, desde los redactores hasta el CEO: procuraba un diálogo en el cual generar el give and take. Cristina interactuó mucho menos con el mundo del Grupo inclusive, en los momentos de armonía: tanto los periodistas como los directivos conocieron su distancia.

Durante el conflicto con el Grupo Clarín, Kirchner se centró en buscar el modo de dañar materialmente al multimedios, y ejecutó ese plan. Su esposa prefirió concentrarse en el marco legal y la retórica: la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (y sus derivados) y el discurso sobre la lucha contra las corporaciones y la democratización de las voces.

Aun en guerra, Kirchner siguió en diálogo con la empresa. Cristina se negaba a cualquier negociación o acuerdo: desde la pelea con el campo hasta el final de su gobierno nunca quiso detener la escalada.

Los Kirchner repitieron las dos corrientes de pensamiento sobre cómo tratar a Clarín que pugnaron en los gobiernos de Alfonsín y Menem: pactistas y confrontadores. Cuando optaron por la guerra, lo hicieron con igual esmero y decisión; una cuidadosa división matrimonial del trabajo. Muerto su esposo, ella se hizo cargo, también, de los daños materiales. Pero llevó la hostilidad a extremos desconocidos en los años de Alfonsín a Néstor, lo cual le valió el rango de la mandataria que menos habló con el CEO del Grupo Clarín: sólo una vez.