DOMINGO
LIBRO / El lder que sedujo a Bolivia

La revolución de Evo

En Jefazo, Martín Sivak logró uno de los mejores retratos de Morales. Con acceso privilegiado a la intimidad del Palacio Quemado, con anécdotas que reflejan la personalidad del presidente y con análisis sobre el proceso político, el libro permite entender el fenómeno que cambió al Altiplano. Aquí se presenta la reedición de ese trabajo, con la incorporación de un capítulo en el que aparecen críticas al líder que sorprendió al mundo.

Festejos. En las elecciones de 2005, Juan Evo Morales Ayma obtuvo casi el 54%, y fue reelegido en 2009 con el 64% de los sufragios.
| Cedoc Perfil

The New York Times publicó el 16 de febrero de 2014 el extenso artículo Turnabout in Bolivia as Economy Rises From Instability (“Giro radical en Bolivia mientras la economía se levanta y deja atrás la inestabilidad”) que empezaba con un mapeo regional y mundial: la devaluación argentina, los problemas de crecimiento en Brasil, el récord inflacionario de Venezuela y las dificultades para recibir inversiones en lugares distantes como Sudáfrica y Turquía… “Y, en otro lado, está Bolivia”. El remplazo de las críticas por los elogios no se ha producido todavía en todos los diarios de la capital financiera de los Estados Unidos: en octubre de 2013, la columnista de The Wall Street Journal, Mary Anastasia O’Grady, aseveraba que Bolivia iba camino a convertirse en el nuevo Afganistán, y que Morales lideraba una dictadura que promueve la producción y distribución de cocaína.

The New York Times no siempre ponderó la presidencia de Morales, y ni siquiera mostró especial interés por escucharlo.

El Presidente entró al nuevo edificio del diario el 22 de abril de 2008 para reunirse con el comité editorial y explicarle el conflicto con Santa Cruz, cuando se había instalado en la gran prensa la idea de un posible guerra civil. En el flamante edificio de dieciocho pisos, situado en el centro de la isla de Manhattan, lo recibió sólo el periodista Eduardo Porter. “Le he avisado a mis colegas, pero no han venido”, se excusó en un español con acento mexicano. Cuando Morales aceptó la propuesta de café, el mismo editorialista se movilizó a un Starbucks, porque las secretarias y asistentes estaban muy ocupadas. Como previó que el Presidente querría mucha azúcar, le trajo cuatro sobres que Morales dejó caer en su Alto negro.

Pasaron al salón de reuniones. En la larga mesa con vista al este de la ciudad se dibujó una imagen poderosa: de un lado, el solitario Porter; del otro, la delegación boliviana de doce personas, a la que yo acompañaba. Porter tomó pocos apuntes, pero se entusiasmó —y escribió con lápiz— cuando Morales dijo “los compañeros de las FARC”.

Quiso orientar la conversación hacia el conflicto por la muerte del comandante guerrillero Simón Reyes. Pero Morales lo confundió: mencionó también “el compañero Uribe”, refiriéndose al presidente colombiano. Más tarde, en lugar de llamarlo señor Porter, lo trató de “compañero”.

Mientras hablaban, empleados no jerárquicos del diario entraron al salón de reuniones para comer los restos de comida del mediodía —sándwiches y wraps rellenos de carnes, ensaladas y gaseosas— dispuestos en una mesa. Buscaban ahorrarse el almuerzo; parecían no advertir la presencia de un presidente en ejercicio. Porter luchaba para no incomodar al invitado. Dijo un par de veces “se lo acusa de”, “se dice de usted”, “se piensa de usted”. Buscó terreno común e hizo un guiño hablando de regreso a la paz (enero de 2012 y mayo de 2014)

 “Hugo”, a secas. Hugo de aquí, Hugo de allá. Porter quería mostrar que tenían un Hugo en común, Hugo Chávez Frías, el líder bolivariano. Porter le explicó a Morales que su periódico seguía con mucha atención el proceso boliviano.

Pero el jefe de Estado dudaba. Y lo retó amablemente: “Jefecito, a ver si investigas”. Nada salió del encuentro. Ni en el New York Times ni en Bolivia. La noticia era, en realidad, que el comité editorial había dejado plantado a Morales y que no pudieron hablar de la inminente guerra civil.

Luego de los intentos fallidos de la derecha cruceña de revocar su mandato legalmente y de forzar su renuncia ilegalmente, Morales empezó —señala el periodista Pablo Stefanoni— una “expansión hacia al Oriente” con una mezcla de obras públicas, cooptación de dirigentes y ofensivas judiciales que le permitieron consolidar una hegemonía nacional y al fin desarticular la Medialuna autonomista. Recurrió al aumento de la presencia estatal (y de las políticas públicas), el debilitamiento de una parte de las elites locales y la negociación/cooptación de otra parte.

Progresivamente, renunciaron o fueron destituidos los prefectos de los departamentos de Beni y de Tarija, Ernesto Suárez y Mario Cossío, denunciados por casos de supuesta corrupción. Ya había sido detenido el prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, acusado de organizar una emboscada en El Porvenir que culminó en la llamada Masacre de Pando. Junto al ex prefecto cochabambino Manfred Reyes Villas, exiliado voluntario, todos los imputados acusaron al gobierno de persecución de líderes opositores.

En el caso de Santa Cruz, el gobierno consiguió mejorar los vínculos con sectores empresariales de la poderosa Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz  (Cainco). En 2013 Morales inauguró la feria Expocruz —emblema de las elites cambas— y los empresarios lo invitaron a un almuerzo de bienvenida. “Estamos aquí para trabajar de manera conjunta con ese empresario responsable, para mí ese empresario honesto sabe lo que invierte con responsabilidad social, empresario patriota, no es ningún oligarca…”, dijo el Presidente. Habían encontrado una módica pero concertada agenda de trabajo, impensable hasta 2009, cuando denunciaba que lo querían matar y no podía aterrizar en varios aeropuertos de la región.

El MAS consiguió resonantes victorias electorales en el Oriente —la gobernación de Pando y la alcaldía de Cobija—con dirigentes de partidos tradicionales, como Luis Flores y Ana Lucía Reis.
 En el caso del Beni llevó como candidata a Jessica Jordan, ex miss Bolivia, que obtuvo el 41% de los votos. El porcentaje es muy alto si se lo compara con el 3,16% del MAS en su primera presidencial de 2002, el 16,5% de la victoria de 2005 y el 37,6% de la reelección cuatro años más tarde. Morales instaló a Jordan —la llamaba “compañera Miss” en los actos públicos—, pero recibió críticas de referentes feministas que cuestionaban que el Presidente mantuviera un modelo patriarcal. Las feministas insistían en la recurrencia en los actos públicos a comentarios sobre atributos físicos propios de las mujeres, y a otros comentarios sobre la posibilidad de conquistarlas. El vicepresidente García Linera rompió el canon de un gobierno “de solteros” al casarse el 8 de septiembre de 2012 con la joven presentadora de televisión Claudia Fernández. Organizaron una ceremonia andina en el templo de Kalasasaya, en Tiwanaku, y una ceremonia católica en la paceña basílica de San Francisco, a la que asistió el Presidente y fue cubierta por todos los medios, que publicaron ediciones especiales con los cambios de vestuario de la novia. regreso a la paz (enero de 2012 y mayo de 2014)

La expansión del proyecto político cruzó las fronteras nacionales con el voto de los bolivianos en el exterior. Combina la voluntad de los emigrados —en su gran mayoría por razones económicas— de participar en la vida política del país desde la distancia, y la necesidad del gobierno de integrarlos políticamente. Morales ha designado a cónsules con versatilidad para trabajar con las colectividades bolivianas en los treinta y tres países donde el Estado plurinacional tiene representación diplomática. Según la información oficial, vivirían unos 600 mil bolivianos en el exterior, una cifra que parece exigua si se estima que sólo en la Argentina existen registrados alrededor de 350 mil; sin embargo, de acuerdo con cálculos de los consulados bolivianos, la cifra real rondaría el millón, y según cifras de organizaciones de la colectividad ese número se duplicaría.

Para la elección presidencial de 2014 se registraron para votar 195 mil ciudadanos bolivianos en el exterior. En el caso argentino, fueron 71 mil. Un signo de la creciente importancia del voto “argenbol” es la conversión del semanario Renacer en el mensuario Jallalla (“Viva” en aymara): pasó de boletín para migrantes a ser una revista binacional, con distribución en Buenos Aires y en La Paz. El 5 de marzo de 2013, Morales se pronunció sobre la muerte de Hugo Chávez desde las escalinatas del hall central del Palacio Quemado. Con los ojos enrojecidos se quebró durante unos segundos de los dos minutos y medio que habló. Pretendía, además de evocar al líder fallecido y saludar a su familia, llamar a la unidad en un contexto de enorme incertidumbre. La precaria sucesión que había diseñado Chávez delegaba en Nicolás Maduro la continuidad de la revolución bolivariana. El llamado a la unidad delataba el miedo a la hecatombe.

Morales viajó a Caracas. Primero acompañó el cortejo fúnebre que durante siete horas llevó el ataúd de Chávez hasta la Academia Militar, ubicada en el Fuerte Tiuna, que alberga el Ministerio de Defensa y los comandos castrenses. Allí habló poco más de seis minutos ante la familia del presidente, ilustres visitantes internacionales, oficiales de las Fuerzas Armadas y su equipo de gobierno. En la única referencia a su relación personal con Chávez, buscó invertir la idea del bolivariano avasallador que le imponía sus ideas. “Este indio es sabio”, dijo que dijo el venezolano.

Se proponía enterrar un tema constante de su primera presidencia: que la tutela política de Chávez sobre el Presidente y el financiamiento estatal de Venezuela formateaban su gobierno.
Para 2013, esa idea ya había pasado a un segundo plano en la agenda de la oposición boliviana.
La muerte de Chávez no le hizo revisar a Morales su proyecto de reelección en marcha. En algún acto, al referirse a su integridad física y a los achaques de su cuerpo por el estilo de vida, aseguró que debería ir al médico con mayor frecuencia. La personalización del proceso en Evo Morales pareció inevitable en un principio. Pero transcurrido un tiempo de ejercicio de la presidencia, la necesaria despersonalización no ha ocurrido aún. Sus principales asesores muchas veces han optado por no plantear esa controversia en el Palacio.

El principal drama de Morales no se encuentra en la oposición, sino en las entrañas de su proyecto político: la imposibilidad —o la decisión— de haber optado por una sucesión que no lo incluyera. Para las presidenciales de 2014 existían excelentes condiciones para ello. Con el boom económico, los buenos indicadores sociales, la popularidad del Presidente y la oposición inofensiva pudo haber inventado ese candidato o candidata, como hizo Luiz Inácio Lula da Silva con su sucesora Dilma Rousseff.

Como contrapartida, la oposición ha heredado las consecuencias del fin de la “democracia pactada” que entre 1985 y 2002 organizó la política boliviana, y le ha agregado sus propias limitaciones. Los líderes de los partidos más visceralmente antievistas —el derechista Podemos en 2005 y Nueva Fuerza en 2009— han abandonado el país o la política. Los opositores actuales, en cambio, prefieren presentarse como mejores administradores de lo existente, porque los trazos gruesos de la administración gozan de consenso social: la victoria cultural de Morales es que quienes planteen una revisión integral de su gobierno cuentan con limitadas chances de éxito.
Al inicio de la campaña electoral para la presidencial del 12 de octubre de 2014, el ex aliado gubernamental Juan del Granado, del Movimiento Sin Miedo, el empresario cementero Samuel Doria Medina, de Unidad Nacional, y el ahora sosegado líder cruceño Rubén Costas, carecían de una nueva agenda y la posibilidad de una candidatura única parecía lejana. Algunos están limitados regionalmente: Del Granado a La Paz, Costas a Santa Cruz y el Oriente. Doria Medina no consigue atraer demasiada atención nacional, pese a llevar una década invirtiendo en su proyecto presidencial.

Durante años circuló entre distintos grupos opositores la idea de que la única manera de ganarle una elección a Morales sería con un candidato indígena: se tradujo en el slogan “indio saca a indio”. A principios de junio, con opositores y ex oficialistas, el Partido Verde de Bolivia lanzó como candidato al dirigente del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis), Fernando Vargas. Es el primer intento de traducir electoralmente las fisuras que el caso ha provocado entre la base social del evismo.

Cuando la campaña electoral arrancaba, el Sports Boys Warnes de la primera división del fútbol boliviano anunció que el Presidente jugaría el próximo campeonato. Aunque compartiría equipo con dos veteranos argentinos, Esteban “Bichi” Fuertes y Cristian “Ogro” Fabbiani, Morales los superará con sus cincuenta y cinco años. El presidente del club informó que ganará 1480 bolivianos (214 dólares) por mes (salario mínimo legal). De concretarse, cumplirá su anhelo postergado de ser jugador profesional y, al mismo tiempo, se convertirá en el más veterano futbolista de un torneo profesional.

Si consigue su segunda reelección será el Presidente que más años haya gobernado en la que fuera la más inestable de las naciones latinoamericanas. El Palacio Quemado, nombre que sintentiza esa inestabilidad, se convertirá en museo: en octubre de 2013 se anunció su reemplazo por la Casa Grande del Pueblo, un legado del primer presidente indígena de su historia.

El Sport Boy Warnes y la jefatura de Estado prolongan su empeño en desafiar los límites de su propio cuerpo.