DOMINGO
Crear noticias en un mundo digital

Los desafíos del periodismo

En Cazadores de noticias, Fernando Ruiz compone la voz de un periodista que relata su propio quehacer y el de sus colegas a lo largo de dos siglos, al tiempo que describe rutinas, valores, costumbres en las distintas redacciones y debates del colectivo periodístico en cada uno de los momentos históricos. Aquí, un fragmento sobre lo que es hoy esta profesión definida como el cuarto poder, sus medios y lectores.

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Contrastes. La moderna redacción integrada de PERFIL y una tradicional, en la primera mitad del siglo XX. Después de décadas de certezas, un oficio que debe reiventarse cada día. | cedoc

Los hábitos informativos de los lectores son cada vez más cambiantes, hasta el punto de que dudo que se los pueda seguir llamando así. Un hábito es algo que se hace en forma repetida durante mucho tiempo, y eso cada vez ocurre menos en el periodismo.

Además, lo que llamamos “audiencia” tiene una amplia diversidad de niveles de conocimiento informativo. La radio y la televisión siempre llegaron a todos los sectores sociales y culturales pero, para lo que antes se llamaba diario y hoy no se sabe cómo llamarlo, llegar a una audiencia tan diversa es una novedad.

Para aumentar el dinamismo de la situación, los fabricantes no paran de producir nuevos dispositivos, y los propios medios no cesan de ofrecer permanentes cambios en la oferta de información periodística, pues saben que, si no innovan, pueden desaparecer.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Esa movilidad de oferta también genera movilidad en la demanda. Desde hace más de un año, en los medios aparecieron desarrolladores o editores de audiencia, una suerte de canillitas que vocean en las redes los contenidos de los medios y ayuda un poco a los periodistas a hacer visibles sus notas. Por supuesto, cada dispositivo es una experiencia de consumo periodístico diferente aunque reciba la misma información. Las redes no son espacios de distribución automática; requieren camionetas, patrullas y aviones virtuales que recorran las distintas comunidades entrelazadas.

La mayoría de nuestros lectores llega a los contenidos que ponemos a través de las redes, por lo que hasta nuestra web es ahora un medio tradicional en declive. Por eso, necesitamos que nuestras noticias se distribuyan allí de la misma forma que antes lo hacían en las calles.

Pablo Boczkowski, un estudioso del periodismo que ha observado redacciones de Nueva York y Buenos Aires, lo describe así: “La mayoría de las personas se informan, en mayor medida, como parte de su uso de medios sociales. Es decir, la gente se informa sobre la actualidad no como una actividad en el centro de su atención, sino como un resultado incidental de consumir Facebook, Twitter o Snapchat en las pantallas pequeñas de sus dispositivos móviles. La mayoría de las veces la gente se concentra solo en el título y la bajada, con menor frecuencia hacen clic en una historia y, cuando lo hacen, muy rara vez la leen en su totalidad”.

Como en todo medio, contamos con usuarios fieles, regulares y golondrina. Ya quedan pocos entrañables lectores “abuelito” que leen la edición de papel casi completa. La redacción está llena de pantallas con las métricas de páginas vistas, de visitantes únicos y suscriptores obtenidos. Cuando les hablamos de BuzzFeed –un sitio famoso por tener gran capacidad para producir noticias virales– los periodistas tradicionales piensan en gatitos y que les estamos arruinando la profesión.

Ya hay más gente que se informa a través de los medios digitales que con la televisión: un día de un usuario promedio arranca chequeando brevemente redes sociales en el desayuno, apenas llega al trabajo se informa en forma más intensa, luego amaina y vuelve a aumentar después del almuerzo y bajar otra vez hasta que se va a su casa. Más que lectores son monitores de agenda. Facebook es el principal medio de comunicación y Snapchat e Instagram para los subfacebook. Esto me da un poco de escalofríos pues la inmensa mayoría de nuestra audiencia está en plataformas de terceros, no en nuestro medio. La gente ya no entra a nuestros “locales”: nos hemos convertido en vendedores ambulantes. Sin embargo, mucha gente que trabaja con una computadora de escritorio todavía tiene una pestaña abierta durante todo el día con su medio de referencia o con varios. (...)

Disrupción en rutinas

Aunque leo más, cada vez son menos los diarios que consulto. Casi me animaría a decir que los periodistas ya no los leemos. Esa tradición de llegar a la redacción con los diarios leídos está a punto de desaparecer, y se nota: el conocimiento de los temas que muestran las notas es superficial, excepto cuando es uno que al periodista le interesa particularmente.

Me pone nervioso hablar por teléfono con mi mamá y que me comente cosas de las que no sé nada que vio en la televisión. Antes un periodista sabía mucho más que su entorno; ahora, los que los rodean suelen desmentir las noticias que ellos mismos dan porque apenas tuvieron tiempo de enterarse antes de transmitirla y luego la dejaron de lado.

Las reuniones de redacción también están en vías de extinción. Antes eran las misas del periodismo, pero hoy se reemplazan con conversaciones permanentes, grupos de WhatsApp, o herramientas como Slack, la aplicación de moda. A las 8 de la mañana hay una primera reunión virtual (la mitad de los que participan están en su casa todavía en pijama); dos horas después está la “central”, que distribuye los temas en las plataformas.

Algunos hacen una reunión semanal de métricas. Nosotros hacemos unas reuniones “de parados”, que se llaman “daily”, en las que en diez minutos cada uno cuenta en qué andan sus proyectos. No hay tiempo para reuniones programadas de producción. Los horarios, las rutinas y las tareas cambian. En la redacción crece la proximidad de los jefes de producto y su nueva tribu de programadores, diseñadores e ingenieros. Hoy los periodistas trabajamos alrededor de un grupo de expertos que no eligieron estar en un medio por vocación periodística y que podrían estar acá o en una fábrica de chocolates, aunque muchos se entusiasman cada vez más con hacer periodismo.

Por otro lado, la redacción ya no se ocupa solo del diario, que está pasando a ser lo menos relevante, sino que hacemos también una agencia de noticias con turnos, un canal y una radio. Incorporar las lógicas de cada medio a uno solo es un desafío nuevo para nosotros. Supongo que será algo parecido a lo que hace un triatlonista, que incorpora las competencias de tres deportes diferentes. En cualquier caso, es difícil no duplicar refuerzos: es común que dos periodistas del mismo medio estén cubriendo el mismo hecho a la vez sin saberlo. Aunque tenemos un software, coordinado por uno de los editores principales, para planificar las tareas de cada uno, a menudo nos superponemos y, por ejemplo, llamamos a la misma fuente.

Cada redacción cuenta con su grupo de “evangelizadores digitales” que hacen lo que pueden. Si además saben algo de periodismo, suelen tener más éxito, pero si solo manejan herramientas digitales, chocan con la cultura interna del medio y los periodistas clásicos los maltratan, muchas veces incluso con la complicidad de los propios jefes, que son quienes deberían liderar la transición digital. Uno de los líderes digitales señaló hace poco algo que para muchos no es fácil de aceptar: “Los periodistas tienen que verse a través de las redes”. El éxito consiste en que la redacción logre internalizar que el problema no es simplemente cambiar, sino hacerlo con la velocidad suficiente, me dijo uno de los jefes de mi redacción.

El futuro del trabajo

El periodismo está en crisis acá y en todo el mundo. Sin duda no somos nuestro trabajo pero, si lo perdemos, sentimos que desaparecemos. Las charlas entre los periodistas son el poder más influyente en las redacciones porque así se construye la cultura profesional interna que guía la práctica. El trabajo puede ser más que nada individual, pero está orientado por una visión colectiva tallada históricamente por esas microconversaciones entre colegas. Sobre todo, en estos momentos de cambio extraordinario que se viven en muchas redacciones.

En los diarios está muy mal visto que un periodista saque fotos y grabe videos. Los colegas mismos pueden decirte que “no te están pagando por sacar fotos” si te ven hacerlo. Hace poco me encontré en la calle con un periodista de una revista que me contó orgulloso que se habían negado a usar Facebook Live. Hoy esa revista ya no existe. Como la innovación está llena de espejismos, no sé si se hubieran salvado solo con eso, pero es posible que ahora se arrepientan de no haberlo intentado.

Cuando el gremio dice que “un micrófono sin periodista” es precarización laboral, hay que agregar que en muchos casos, además, el periodista está solo para sostener ese micrófono. Su equipo de trabajo se fue vaciando y, para muchos, se volvió innecesario.

Se podría hacer una buena cobertura, pero se elige realizar una de peor calidad por el simple hecho de que es menos costosa. Cuando el actual presidente viajó a Estados Unidos, un canal mandó un equipo de seis personas y otro a una sola. El gremio protestó porque que estuviera sin camarógrafo, sin asistente y sin productor suponía tres puestos de trabajo menos.

Muchas radios y canales de televisión están despidiendo gente o dejaron de pagar sueldos. Además, se instaló también la costumbre de mandar cámara y móvil sin cronista por lo que, a fines de 2016, los movileros hicieron un inédito llamado a la solidaridad de los entrevistados: “Les pedimos por favor a todos que no den notas y no hagan declaraciones a la cámara si no hay un periodista. Parece un delirio que les tengamos que pedir eso a ustedes, los entrevistados, pero invocamos su solidaridad ante la crueldad de los empresarios y la indiferencia de las autoridades. Un equipo de prensa de exteriores debería estar integrado, como mínimo, por un cronista, un camarógrafo y un ayudante. Cuando hay un integrante menos, hay precarización”.

Antes del impacto de la revolución digital, cada periodista sabía cuál era su trabajo diario. Pero ahora eso está cambiando casi cada semana. Por lo tanto, los líderes de las redacciones tienen un pesado doble trabajo: hacer periodismo como siempre, y al mismo tiempo ir transformando en forma constante cómo se organiza el trabajo diario en una redacción. Hay una continua adaptación a lo nuevo. En algunos canales, el que edita el noticiero, si cuenta con un sistema más o menos moderno, no ve en todo el día a quienes editan las imágenes. Antes tenían que hablar y trabajar juntos; hoy todo se hace a través del servidor. Una de mis tareas, cuando empecé a trabajar, hace diez años, era llevar tapes de una oficina a otra. En ese momento todos decían que internet no era una fuente y en la actualidad es casi la única. Ya no tengo tiempo para leer diarios: si queremos que la T1, la nota principal de la home, cambie cada hora, es decir, sea una breaking news, es difícil poder dedicarse a otra cosa. En algunos medios se prefiere publicar y luego pedir disculpas si no estaba bien. En especial, cuando es una información conveniente para la línea editorial del medio.

Las nuevas plataformas

Miren si será difícil aceptar que algún día va a haber que apretar el botón para detener las rotativas para siempre que todavía es imposible que un jefe suspenda la compra de los diarios a pesar de que en muchas redacciones casi nadie los lee, y están enteritos y prolijamente doblados donde los hayan dejado los cadetes.

Esta semana, en un canal importante se discutió si tenían que dejar de recibir diarios por la falta de tiempo para leerlos y el rápido envejecimiento de sus temas. El diario es como el teléfono fijo: un adorno que nadie se anima a sacar.

Los gurúes digitales vapulean a los medios tradicionales, pero muchos han demostrado tener más capacidad de adaptación que medios nativos digitales que mueren aplastados por su idea original al no ser lo suficientemente flexibles como para adaptarse al siguiente cambio.

Para mí, el quiebre comenzó antes de la llegada del duopolio Google y Facebook, aunque hoy son los actores principales. Cuando se produjo el desembarco, las asociaciones de medios de varios países del mundo hablaron con sus gobiernos y parlamentos para pedirles ayuda. En España hicieron lobby para que Google News pagara por distribuir las noticias de los medios, pero apenas salió la nueva ley con la tasa AEDE (Asociación de Editores de Diarios Españoles), la empresa cerró Google News y desde hace tres años no pueden cobrarle a nadie. Años antes, en Bélgica los editores lograron un fallo contra Google News, pero luego hicieron acuerdos de colaboración. En Alemania también se promovió una ley de copyright, pero los editores decidieron ceder sus contenidos a Google. En Francia, en 2005, la agencia France Presse le inició juicio y durante algunos años pudo cobrarle, pero ahora ya no lo hacen más. En este país los editores lograron un buen acuerdo con Google: un pago de 60 millones de euros para ayudar a los editores a hacer la transición digital. En varios países siguen los juicios por abuso de posición dominante y violación de copyright, entre otras acusaciones. En Argentina, la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia empezó en 2016 una investigación sobre Google. Los directivos del duopolio se han sentado a dar explicaciones en varios lugares, entre ellos, en el Capitolio de Estados Unidos y en el Palacio de Westminster de Reino Unido. Y la Unión Europea les puso una multa de más de 2 mil millones de euros que apenas tocó sus resultados en un trimestre y ocho de las agencias periodísticas europeas más importantes les están exigiendo pagos por el uso de sus contenidos.

En definitiva, intentan hacer algo parecido a lo que hace casi un siglo los diarios porteños hicieron con la radio: usar su influencia con las autoridades para limitar que se desarrollara como medio. Pero, tal como ocurrió entonces, los medios tradicionales no saben qué les conviene. Intentan imponer su poder sobre las plataformas digitales, que en muchos países todavía están desprovistas de conexiones políticas sólidas, pero son contradictorios: el duopolio da propulsión nuclear a los medios periodísticos a la vez que aspira su publicidad.

Esa paradoja es la que los desorienta tanto. Ahora Facebook y Google no paran de desarrollar iniciativas para cambiar su imagen depredadora.

Los anunciantes que han sostenido al periodismo durante décadas dicen que solo van a pagar la atención efectiva que la audiencia les da a sus productos y servicios, y no la que los medios dicen que les dan. La capacidad actual de controlar la efectividad de la publicidad parece destruir el viejo adagio de los publicistas, que rezaba que la mitad del presupuesto de publicidad invertido en los medios no servía, pero que no se sabía qué mitad. Esto redujo en forma drástica esas fuentes de financiamiento para el periodismo y destruyó una edad de oro, quizás irrepetible.

¿Es posible evitar que el cambio tecnológico no sea depredador? En la industria periodística mundial, a Facebook, Apple, Netflix y Google las llaman “fang” (“colmillo”). Pero nadie duda de que pueden llegar a sufrir el impacto de nuevos actores. Por eso, la negociación de nuevas condiciones es una buena alternativa, aunque es fundamental distinguir entre restauración y adaptación.

Esta situación genera que todos los años el periodismo se reinicie. Ya descubrimos el periodismo de datos, el periodismo de sensores o el llamado “periodismo estructurado”, que consiste en producir bloques de información de uso inmediato y mediato.

Son todas intuiciones potentes que, seguramente, van a dejar su marca. Pero, cuando arrancan, un grupo, que las considera el futuro indiscutible de la profesión nos obliga a leer manuales, a aprender herramientas y a olvidar otras. Quizás eso sea un signo de vitalidad. Todo el mundo quiere ser el refundador del periodismo. En los congresos internacionales es evidente. Hay muchos premios al periodismo digital que podrían llamarse “premios al periodismo sin público”: los jurados se entusiasman con nuevos inventos que todavía no tuvieron ningún baño de masividad. Por eso, muchas veces los premiados un año ya no existen o están moribundos en la entrega siguiente. Se mira tan hacia adelante que hay poca mirada hacia atrás, algo que, para mí, es básico, aunque más no sea para tomar impulso.