Ya nadie se asombrará de que un nuevo BCRA, conducido por el
radical devenido K Miguel Pesce, sea más dependiente del poder K que lo que ya era
hasta ahora el propio Martín Redrado al mando. Es probable, entonces, que pasemos de un estado en
el que la conducción del Central complacía las decisiones de Néstor Kirchner poniendo la entidad al
servicio del modelo kirchnerista, a un estado en el que
la autoridad monetaria sea conducida por Néstor Kirchner. La diferencia no es
menor cuando se considera que la lógica del poder K parte de la sumisión que se logra a partir del
manejo de la caja, manejo del cual el
zarpazo a las reservas, parece como la frutilla del postre en una serie de
decisiones equivocadas cuyos hitos fueron la intervención del INDEC, la crisis del campo, el modo
en el que se nacionalizó el sistema de las AFJP y la avanzada kirchnerista post-derrota electoral
de junio que ignoró el resultado.
Hoy, la situación exhibe, de un lado, al kirchnerismo que es capaz
de entender a
las reservas como un botín de guerra y, por lo tanto, susceptibles de ser
utilizadas para su causa. Del lado opositor, se teme a las condiciones con las que se encontrará en
2011 un nuevo gobierno si el kirchnerismo logra avanzar con sus “proyectos” y amplía su
margen de apropiación de las reservas para financiar, así,
un fin de ciclo que se intuye turbulento y que, si bien aún es prematuro caratular
como caótico, puede derivar en un increscendo nada alentador. De este modo, la lógica del
kirchnerismo construye un discurso en el que la acumulación de reservas ha sido un logro casi
personal del Gobierno y, por lo tanto, disponer de esos fondos debería no ser más que un trámite
bancario. En este sentido, no debería descartarse que en la cabeza de Néstor Kirchner haya rondado
la idea de
avanzar sobre las reservas a tal punto de dejarle al próximo gobierno el mismo nivel que él
heredara del gobierno de Duhalde en mayo de 2003 (unos u$s 12.000 millones).
La nota completa, en la última edición de la
Revista Fortuna.