ECONOMIA

El largo y sinuoso camino emergente

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La reunión de ministros de Finanzas del G20 en Turquía este fin de semana es una buena excusa para repasar qué pasa en el mundo emergente y poner en blanco sobre negro los impactos en el vecindario y en nuestro país. 
El orden internacional nunca es un lecho de rosas. Más bien, es por definición anárquico y suelen predominar las tensiones por sobre el equilibrio, de manera que en la actualidad, se han coordinado riesgos sistémicos con desafíos coyunturales.
El estrés en estos mercados emergentes obedece a temas políticos (Brasil y Turquía), a efectos económicos en países exportadores de materias primas (Rusia, Chile, Colombia, Perú, México), y a la mayor exposición a China (Corea del Sur, Malasia, Tailandia e Indonesia, como ejemplos) por sus eslabonamientos de carácter industrial y comercial con el gigante asiático. Algunas de estas economías han registrado las devaluaciones más aceleradas de las últimas dos décadas. Como si fuera poco, también son mercados a la espera de una normalización de los tipos de interés de la FED en cualquiera de las tres reuniones que le quedan antes de fin de año (es claro que el timming es más que todo táctica, y si bien será moderada, sólo agregará ruido en el cortísimo plazo). Esta conjunción de factores que generan volatilidad e incertidumbre impactan más sobre los países menos desarrollados, con salidas de capitales intempestivas y cambios en los precios de los activos.
Es evidente que este escenario es un fuerte dolor de cabeza para América Latina, que históricamente fue susceptible a los movimientos de capitales, al precio de las materias primas, a la política monetaria norteamericana, y, en los últimos años, a cualquier evento en China. A esto se suma un presente muy difícil en Brasil, lo cual genera un combo realmente desalentador. 
Sin embargo, esto no significa que un shock de carácter negativo se transforme en una crisis de proporciones. Salvo destacadas excepciones, la región ha construido cimientos estables en los últimos años, con un buen balance de las políticas macroeconómicas, flexibilidad cambiaria, acumulación de reservas internacionales, sistemas financieros sólidos y mercados de capitales con financiamiento doméstico (si bien resta avanzar en algunas reformas estructurales y en una mayor y mejor distribución del ingreso).
La red de contención está presente, quizás algo más debilitada por la respuesta regional ante la crisis internacional de 2008/09, pero con espacio suficiente para soportar más déficits de cuenta corriente, mayores déficits fiscales, más inflación, más desempleo y menor crecimiento. Basta sólo con observar que en cualquier otro momento histórico la depreciación a la que asisten las monedas latinoamericanas hubiera disparado crisis en la balanza de pagos, y que en el presente están siendo combatidas con políticas monetarias y cambiarias creíbles, para neutralizar sus efectos inflacionarios. 
Esa flexibilidad para navegar aguas turbulentas, llegó para quedarse. En este sentido, el espejo argentino devuelve otra imagen. Mientras nuestros vecinos han utilizado en distinto grado el canal cambiario (Brasil y Colombia en el rango 30%/40%, Chile, Uruguay, Paraguay y México con un 15%/20% en lo que va del año) y la política monetaria para mantener contenida la inflación (que aún en los casos más comprometidos no supera los dos dígitos), la política económica argentina está encerrada en sus propios dilemas. Es decir, tiene el tipo de cambio oficial cuasi anclado (y otro paralelo desfasado), una cuenta corriente deficitaria y controlada por el cepo, un estado de las cuentas públicas extremadamente débil y un nivel bajo de reservas sobre producto.
“Sobrevivimos” porque estamos relativamente afuera del mundo. Pero se acerca un cambio de gobierno y éste recibirá una economía desordenada, hambrienta de dólares, con billeteras ya exhaustas y un set de precios relativos inconsistente. Resulta evidente que si se quiere integrar nuevamente al mundo, la política económica deba ser modificada.
De todas maneras, no deberíamos dejar que el árbol nos tape el bosque ni en el ámbito doméstico ni en la mirada externa. El riesgo ha subido en el corto plazo (en ambos frentes), pero las perspectivas de mediano plazo permanecen intactas, para la Argentina, para la región latinoamericana y para los mercados emergentes.
El motor de crecimiento global se desplazó hace tiempo ya y eso constituye un cambio estructural donde operan nuevas tendencias de consumo, de producción y de empleo, y por lo tanto, nuevos desafíos sociales y migratorios. 
A pesar del mal momento que se está atravesando, el futuro es promisorio. Sólo hay que “atravesar el largo y sinuoso camino” y para ello, cuanto más resistente sea el asfalto (política macroeconómica creíble y sana) y más flexibles los vehículos que transitan en él (un tipo de cambio y cuentas externas y fiscales que permitan absorber los shocks), podremos lograr que el trayecto sea lo menos doloroso posible.
Lástima que la melodía que escucharemos no se parezca a la homónima y hermosa canción de Los Beatles The long and winding road. 

*Mg. en Estudios Internacionales (UTDT). 

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