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ANIVERSARIO DEL GOLPE

‘Madre e hija’, la historia de la foto símbolo de una resistencia

PERFIL logró reunir por primera vez a las protagonistas de la famosa foto con su autora, la reconocida reportera gráfica Adriana Lestido. La imagen fue registrada en noviembre de 1982.

AYER Y HOY. La foto original, de 1982, muestra a Blanca Freitas (23) y su hija Mariela (4) en Plaza Alsina, partido de Avellaneda, reclamando por la aparición de su hermano Avelino Freitas, delegado d
| Cedoc / Adriana Lestido<br>

En la fotografía, ellas –la madre y la hija– son una fiera de dos cabezas. Sus bocas están abiertas en forma de A. Debe ser la última letra de lo que vienen gritando desde hace años ya. Una simbiosis de lucha con puños cerrados, entrecejos fruncidos, ojos achinados y pañuelos en la cabeza.

Parece que nada –ni la dictadura ni los militares– las intimida. Sus brazos siguen en alto como ramas erguidas, sobre el telón de fondo de pancartas que reclaman la aparición de seres queridos. Las otras caras que aparecen en la foto no tienen importancia. Ellas son el centro. El símbolo de una madre y una hija. El símbolo de la lucha.

En la imagen tampoco se distingue el lugar donde están, ni la fecha. Podría ser en cualquier plaza, cualquier día. La foto es tan universal que todos se la apropian: el feminismo, las Madres, organismos de derechos humanos, grafitis en las calles, afiches en Madrid, un museo en Sudáfrica.

Lo cierto es que la foto es del 25 de noviembre de 1982, en la Plaza Alsina de la localidad de Avellaneda, en el sur de la provincia de Buenos Aires. La niña se llama Mariela Pérez, tiene 4 años y su madre es Blanca Freitas, de 23. Reclaman por la aparición de un familiar: su tío y hermano, Avelino Freitas, delegado de Molinos Río de la Plata, que desapareció en Avellaneda cuando esperaba el colectivo para ir a trabajar, el 1º de julio de 1976.

Tenía 28 años y cuatro hijas, una en camino. Cuando lo secuestraron, su mujer estaba embarazada de tres meses. Jamás conoció a su cuarta hija. Su mujer, al quedar sola, tuvo que tomar trabajos de tiempo completo. Entonces, la madre de Avelino, también llamada Blanca, terminó haciéndose cargo de sus cuatro nietas, junto con su hija Blanca, la de la foto.

Lo que siguió fue la búsqueda de Avelino y marchas para pedir justicia. A algunas de estas manifestaciones, las más pacíficas, se unían Blanca y Mariela, como la marcha del 25 de noviembre de 1982.

La foto. Unos minutos antes de que se tomara la foto, la mayoría de los fotógrafos apretaban el obturador para retratar a una niña llorando, mientras su madre la alzaba para consolarla. Era la primera semana de trabajo como fotógrafa en el diario La Voz del Interior de la joven Adriana Lestido.

A ella le daba pudor fotografiar un momento tan íntimo de una madre consolando a su hija. Entonces decidió esperar y quedarse a su lado. Cuando la mayoría de los fotógrafos se alejaron para sacar fotos al escenario donde se llevaba adelante el acto, vio el momento y lo hizo eterno.

No sabía, con 27 años, que ese instante cambiaría su carrera para siempre. Gracias a esa imagen ganó respeto en el diario, en un oficio que era más bien de hombres, y los años siguientes haría fotografías en serie de madres e hijas, en distintos contextos. Ese vínculo sería su insignia y su espejo: ella también había perdido a un hombre amado. Su pareja, Guillermo “Willy” Moralli, había desaparecido en julio de 1978. Era militante de la Vanguardia Comunista.

El 26 de noviembre de 1982, al día siguiente de la marcha, la foto fue tapa del diario. Con los años, recorrió el mundo. Adriana jamás volvió a ver a esa madre y esa hija. Pasó décadas buscándolas. Recién en 2013, 31 años después, conoció a Blanca. Pero no a la niña Mariela. Hasta que hace una semana, para esta nota, todas se reunieron por primera vez y Adriana volvió a fotografiarlas 34 años después.

***

Adriana lleva en el bolso a su amada: una cámara de rollo Leica, con película blanco y negro. Está nerviosa, durmió poco. Aún no puede creer que volverá a ver a esa madre y esa hija que marcaron a fuego su vida profesional. La puerta de chapa descascarada de una casa humilde de Villa Domínico, en zona sur, a pocos minutos de la Plaza Alsina, se abre. Detrás está Blanca. Abraza a Adriana como si fuera una amiga muy cercana que hace mucho que no ve. Detrás aparece la pequeña Mariela, que ahora tiene 37 años, el pelo de color rojizo, el jopo de su madre, un tatuaje en la oreja y la misma mirada. Está igual, y a la vez tan diferente. Se abrazan.

Adriana: No puedo creerlo. Estás igual. ¿Vos ahora tenés una hija?

Mariela: No, tengo dos varones. Una de mis hermanas es la que tiene una nena que es igual a mí en la foto.

Blanca también está cambiada, pero el impacto es más leve: tiene 57 años, otro reloj de muñeca y más arrugas. Con su hija, invita a Adriana a pasar al comedor de la casa, donde la espera una generosa mesa, repleta de sándwiches de miga y gaseosas. Las paredes olvidadas de pintura están cubiertas por un póster sepia con la cara de Avelino: un chico luminoso, pelilargo y de barba incipiente. También cuelgan poemas que Blanca le dedicó a su madre, quien también está sentada a la mesa. Tiene 84 años y la mirada cansada.

—¿Qué recuerdan del día de la foto?

Blanca: La convocatoria había sido en Plaza Alsina, en Avellaneda, pero no me acuerdo por qué.
M: Con mis primas siempre hablamos y nos acordamos. Tengo recuerdos fugaces de que armábamos pañuelitos antes de salir a las marchas. De esa tarde tengo la imagen de mucha gente… Tal vez no era mucha, pero cuando uno es chico lo recuerda así. No entendía bien el concepto de justicia, pero sí que estábamos buscando a mi tío. El gesto de la foto lo hice porque viste que los chicos copian todo de los padres y yo la veía a mi mamá tan angustiada, concentrada en el reclamo, que yo tenía que hacer lo mismo, pensaba. “Con vida los llevaron, con vida los queremos”. Me acuerdo de ese canto. ¿Puede ser que uno se acuerde de eso desde los 3 años?

A: Años después de la foto, Adela, una madre que sale en la foto en segundo plano, me explicó que en realidad la nena lloraba porque pedía un pañuelo. Ese día, todos los fotógrafos –porque había muchos– le sacaban foto a la nena con el pañuelito llorando y a mí me dio pudor levantar la cámara y no las fotografié. Empezó el acto y yo me quedé al lado de ustedes. Y en medio del acto, cuando se hacían los cantos, ahí tomé la foto.

M: Más que situaciones puntuales de querer upa, querer un pañuelo. Yo era consciente de que la situación era angustiante, no era una fiesta. A pesar de mi corta edad, era consciente de lo que pasaba.

El otro mueble de la sala es un aparador repleto de fotos. Entre ellas, en un portarretratos de plástico transparente, de esos que venían de regalo con el revelado, hay una pequeña foto en blanco y negro. Es Madre e hija, de Adriana Lestido, la foto que las une a todas.

—¿Cuándo vieron la foto por primera vez?

B: En los diarios, cuando salió, y después en el libro Con vida los llevaron, de Chacho Vázquez, porque está en la tapa.
M: Me acuerdo de que cuando yo iba a la secundaria, en una clase sobre la dictadura, nos muestran la foto. Al final de la clase, le digo al profesor que yo tengo un tío desaparecido y que la nena que está en brazos soy yo con mi mamá. Y el profesor se ríe, creo que no me creyó.
Todas ríen.

—Adriana, ¿alguna vez trataste de contactarlas?

A: Siempre fue complicada la conexión con ustedes. Años las busqué. Lo que pasa es que como la madre de Plaza de Mayo es la otra Blanca que no está en la foto y ustedes (por Blanca y Mariela) no iban a todas las marchas, nadie sabía decirme quiénes eran. Una vez, la ministra de Cultura de Santa Fe, la Chiqui González, amorosa, me comenta que alguien le había dicho que ustedes estaban viviendo en Madrid. Entonces cuando hice una muestra en Madrid, usé la foto como difusión y pensé que ahí me iban a contactar. Y un año después, cuando presenté el libro Lo que se ve (en 2013), conocí a una chica que me dijo que las conocía. Y ahí fue que arregló el encuentro en esta casa. Pero no estaba Mariela.

B: Yo me enteré en ese momento de que ella era la fotógrafa, cuando esta amiga me la presenta. Viene un día a casa y me dice que tenía una sorpresa. Entonces aparece Adriana.

A: El año pasado, esa foto la doné al museo de Bellas Artes.

Adriana comienza a sacar de su bolso libros que les deja como obsequio a Blanca y Mariela. Se los muestra. Uno es de una muestra en Nueva York, y el otro, en Sudáfrica. Todas las antologías abren con la imagen Madre e hija.

A: En 2008 hice una retrospectiva de mi trabajo y quería resignificarlo. Entender lo que había estado mirando. Enlacé distintas series y ahí me di cuenta de que la foto de ustedes es la imagen fundante del trabajo que hice los siguientes cuarenta años. Es la fuerza de una madre, la hija, y el hombre ausente. Eso está a lo largo de toda mi carrera.
Adriana hace una pausa. Blanca y Mariela suspiran.

A: Es una imagen que siempre amé. Fue creciendo con el tiempo y tomó vida propia. Y eso me encanta. La gente conoce la foto y no sabe quién la sacó. Se identifica con algo propio. El autor se corre y la imagen cobra vida más allá de él y de ustedes mismas.

La charla termina y la fotógrafa prepara la cámara. Gatilla. Esta vez, ellas –la madre y la hija– posan con una sonrisa. Sus brazos están entrelazados, delante de un montón de margaritas.

El confuso rastro de Avelino, su familiar querido

Sin que ellas lo supieran, las historias de la fotógrafa Adriana Lestido y de Blanca y Mariela Freitas ya se habían cruzado antes de la legendaria foto.

A Blanca (madre de Avelino Freitas y de Blanca, de la foto) le hubiera gustado que su hijo tuviera un perfil más bajo. El solía evidenciar las irregularidades de la empresa donde era delegado, Molinos Río de la Plata. “Pero él me decía que no, que tenía que mostrar las injusticias. Yo le decía que si seguía así, su madre se iba a morir, y él me dijo ‘no te vas a morir porque vos pensás igual que yo’”, cuenta Blanca desde su casa en Villa Domínico. Ahora tiene 84 años, es madre de Plaza de Mayo y sigue buscando a su hijo.

La mañana del 1º de julio de 1976, Avelino, alias “Chiche”, fue secuestrado en la parada del colectivo, camino a su trabajo. “Ese día él no volvía, así que llamamos a la fábrica y nos dijeron que no había llegado. Después vino un vecino que nos dijo que lo habían torturado en la Comisaría 4ª de Avellaneda, pero cuando llegamos ya no estaba. Así que ahí empezó la búsqueda”, relata Blanca, que luego de la pérdida de su hijo se hizo cargo de sus nietas, su marido la dejó y decidió estudiar enfermería para poder mantener a la familia.

Su búsqueda llegó hasta Neuquén y Tucumán, pero sin resultados. Avelino fue el primer trabajador desaparecido de la planta de Avellaneda de la firma Molinos Río de la Plata. “No se sabe quién los delató, porque hubo nueve delegados desaparecidos en Molinos. Nunca nos dieron una respuesta”, asegura Blanca.

Contexto. Enrique Arrosagaray, historiador especializado en derechos humanos de la zona sur de la provincia, le da contexto a la historia: “La zona era fabril. Sólo en Avellaneda se calcula que hay 300 obreros desaparecidos. Muchos eran de Ferrum y Molinos. Yo tengo documentación que avala que estos empleados fueron dados de baja por dejar de ir a sus puestos de trabajo, pero sin ahondar en más detalles. Por otra parte, también conseguí copias de los cuadernos de actas del Sindicato de Aceiteros, que revelan que ellos tenían datos de obreros que ‘molestaban’”, revela a PERFIL.

La conexión. En 1982, Adriana Lestido les toma a Blanca y su hija Mariela la famosa foto en la Plaza Alsina. El punto en común había llegado antes: su primer marido también trabajaba para Molinos Río de la Plata. “Creo que estaba en una parte más administrativa; después dejó en el 76, empezó como obrero en otra fábrica y desapareció en el 78.

Entonces es posible que haya conocido a Avelino”, le dice a Blanca, quien le responde que sí porque su hijo había entrado a trabajar allí en el 73.

Adriana cuenta que ella “jamás había sacado fotos”. Hasta que –un año después de la desaparición de Willy– empezó a estudiar fotografía. Así se convirtió en una de las fotógrafas documentales más influyentes de las últimas décadas. Fue la primera fotógrafa argentina en recibir la prestigiosa beca Guggenheim. Ganó premios, como el Konex. Luego de mucho tiempo, llegó a la siguiente reflexión: “La fotografía es el medio de la luz, quizás entró con tanta intensidad en mi vida como una manera de contrarrestar tanta oscuridad”.

 Informe: Leandro Alba.