ELOBSERVADOR
200 años de Karl Marx

De la insurrección al frentismo de los ultimos años

Trotskismo. Su principal problema es exceder la esfera sindical y corporativa.

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Experiencia. Desde 1985 organizan frentes, inéditos en su tradición política. | cedoc perfil

Cómo evaluar el impacto de León Trotsky en la Argentina? ¿Qué parámetros escoger? ¿Atender sobre todo al interés de la opinión pública según se ha manifestado la presencia de Trotsky en los grandes medios de prensa? ¿O bien poner el foco en el atractivo que ha ejercido su obra entre los lectores, ya no de diarios y revistas, sino de sus libros? ¿O considerar antes que nada la penetración de sus ideas entre los intelectuales? ¿O fijar la atención en el éxito o el fracaso de las organizaciones políticas que reclaman su nombre? Creo que cada una de estas dimensiones merece abordajes específicos.
La figura y la obra de León Trotsky tuvieron una presencia constante en la historia política y cultural argentina del último siglo. Sus artículos se dieron a conocer aquí a partir de fines de 1917, no solo en la prensa de izquierda sino incluso en la gran prensa nacional, como lo prueba el hecho de que Mi Vida fue publicado por entregas en el suplemento cultural del diario La Nación. La publicación de sus libros se inició en las editoriales porteñas en el año 1920, y desde el entonces se han lanzado más de doscientas ediciones argentinas de sus obras. Las primeras fueron las editoras bolcheviques: La Internacional y Documentos del Progreso. Cuando el mundo comunista estigmatizó a Trotsky, tomaron el relevo otras editoriales, como la socialista Claridad así como las impulsadas por la “izquierda nacional”: Indoamérica, Amerindia, Coyoacán y Tilcara. En los años 60 y 70 del siglo pasado publicaron obras de Trotsky Ediciones del Siglo (una colateral de La Rosa Blindada), Pasado y Presente, Carlos Pérez, El Yunque y Pluma. En los últimos veinte años la edición de las obras de Trostky la concentró el Centro de Estudios, Investigación y Edición (CEIP), dependiente de una de las organizaciones políticas trotskistas, el PTS.
En suma, la difusión de la obra de Trotsky ha superado con creces todos los obstáculos, incluso el paso del tiempo, pues su reedición se mantiene vigente en casi todos los idiomas del mundo, tanto en impresiones en papel como en versiones digitales disponibles en la web. Las obras de Stalin apenas si han vuelto a reeditarse después de 1956, pero las reediciones de Trotsky superan con creces en el presente a las de Lenin, Bujarin o cualquiera de los otros dirigentes bolcheviques.
La figura trágica de Trotsky, sus extraordinarias dotes de escritor, su cosmopolitismo judío, sus vínculos con figuras como André Malraux, André Breton o Diego Rivera, atrajeron el interés y el entusiasmo de numerosos intelectuales y artistas de todo el mundo. Pero su severa concepción de la sujeción del intelectual al partido dejó escasísimo espacio para los hombres de la cultura en el seno de su movimiento. Gran parte de sus dirigentes del período formativo, tanto en Francia y en España como en los Estados Unidos, eran en verdad intelectuales provenientes de sectores medios. Pero la dramática ausencia de trabajadores industriales en el seno del movimiento promovió, como rea-cción, una cultura política marcadamente obrerista y antiintelectualista. No obstante, el pensamiento de Trotsky interpeló a escritores argentinos como Samuel Glusberg, que lo visitó en México en 1938, y Luis Franco, que le dedicó una “Elegía”. También a artistas plásticos como Ricardo Carpani y el Grupo Espartaco, que replicaron una versión local del Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente. Pero la obra de Trotsky inspiró sobre todo a dos generaciones de historiadores marxistas argentinos, entre los cuales sobresalen los nombres de Liborio Justo, Silvio Frondizi, Milcíades Peña, Jorge Abelardo Ramos, Luis Vitale, Alberto Pla, Adolfo Gilly y Guillermo Almeyra. La lista de los historiadores actuales influidos por las ideas de Trotsky sería aún más extensa.
La herencia de Trotsky en el plano político y organizacional ha sido más bien magra. Su expectativa de una Cuarta Internacional de masas en la segunda posguerra se vio inmediatamente frustrada cuando la URSS salió fortalecida y prestigiada merced a su rol clave en la derrota alemana. Por otra parte, el capitalismo, lejos de “agonizar”, iniciaba entonces un ciclo de extraordinaria expansión mundial. El movimiento trotskista prosiguió su esforzada labor en condiciones de marginalidad, lo que favoreció las querellas internas y las divisiones permanentes. Preservaba su identidad en la medida en que se mantenía exterior a la acción política real. Como observó Perry Anderson “El triunfalismo en la causa de la clase obrera y el catastrofismo en el análisis del capitalismo, afirmados de forma más voluntarista que racional, iban a ser los vicios típicos de esta tradición en sus formas más rutinarias”. Aunque algunas ramas lograron salir del pequeño mundo de la secta política –el POR de Guillermo Lora en la Revolución boliviana de 1952, el Lanka Sama Samaja Party en la descolonización de Ceylán, las juventudes trotskistas francesas en Mayo de 1968–, estos éxitos resonantes en ningún caso lograron establecerse en el tiempo como partidos revolucionarios de masas. Por el contrario, volvieron pocos años después a su forma constitutiva de secta política.
La Argentina conoció uno de los movimientos trotskistas más activos, pero sus formaciones no escaparon de estas duras condiciones generales. Ya en 1929 se constituyó en Buenos Aires el primer grupo local de la Oposición Comunista y en los años sucesivos se fundaron innumerables organizaciones trotskistas. La persistencia del peronismo marginó políticamente a las izquierdas argentinas, incluida la trotskista. Pero el trotskismo desplegó cierta gama de estrategias, según cada grupo: la corriente “posadista” se empeñó en la propaganda incansable sobre el movimiento obrero; la corriente de la “izquierda nacional” propuso una peronización del trotskismo; la corriente morenista aspiró en los años 50 y 60 del siglo pasado a una trotskización del peronismo. Los trotskistas ensayaron sin éxito todas las estrategias posibles para salir de su marginalidad: el “entrismo” en el socialismo o peronismo, el antiperonismo y el filoperonismo, la alianza con el guevarismo (el PRT) y la crítica del foquismo, la denuncia del stalinismo y la alianza con los comunistas.
Pero quizás la labor más constante y eficaz es la que vienen librando las distintas vertientes en los gremios obreros, desafiando el poder de la burocracia sindical peronista. Sin embargo, el principal problema para el trotskismo –en la Argentina y en todo el mundo– ha sido el de exceder la esfera sindical-corporativa, el de proyectarse a la política, el de construir hegemonía. Gramsci decía que el pasaje del momento corporativo al político significaba la creación progresiva de alianzas por parte del sujeto social que aspiraba a la hegemonía. El trotskismo no habla el lenguaje gramsciano, pero ha descubierto las políticas de alianzas más por necesidad de sobrevivencia que por vocación política.
Desde 1985 algunas formaciones del trotskismo alcanzaron ciertos éxitos electorales con experiencias frentistas, inéditas en su tradición política: primero fue el Frente del Pueblo, luego Izquierda Unida, finalmente el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT). Aunque su lógica política más profunda es reactiva a las alianzas (sinónimo de “oportunismo”), estos frentes les permitieron ganar visibilidad y representación parlamentaria. La virtual licuación del PC en el kirchnerismo y el suicidio político de la centroizquierda potenciaron todavía más los éxitos electorales del trotskismo argentino, que vive con perplejidad e incomodidad la paradoja de haber fracasado en el soñado camino insurreccional y de haber si no triunfado, al menos alcanzado ciertos logros en el denostado terreno de las urnas, las alianzas y el marketing político.

*Doctor en Historia.  
Investigador del Conicet.