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Diálogo con los intelectuales: las cartas al ex presidente en el exilio

En un fragmento del libro El exilio de Perón, Fernando J. Devoto, cuenta en detalle cómo fue la comunicación del político con pensadores que lo apoyaban y sus críticos.

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Cerca. Arturo Jauretche tuvo una proximidad mayor con el movimiento que con su líder. | cedoc

Estos intelectuales, que por lo demás tenían entre sí posiciones diferentes, como representativos de un conjunto más amplio ni tampoco como portavoces de un determinado segmento o grupo político, aunque a veces lo fuesen (ni menos aún como arquetipos), sino más bien de pensar a esas cartas que le enviaron a Perón como testimonio de sí mismos y de una actitud o un modo de colocarse ante él y en algunos casos ante los otros escritores aquí incluidos. La voluntad de no generalizar no impide que tratemos de dar una rápida mirada de conjunto sobre ellos mismos atendiendo a algunas pocas recurrencias y muchas diferencias.

Todos ellos, con excepción de dos, Walter Beveraggi Allende, que supo ser durante un tiempo de su trayectoria un economista profesional, y Diego Luis Molinari, que fue también durante una parte de su vida un historiador profesional, cultivaron un género muy prolífico en la Argentina: el ensayo. Lo hicieron, sin embargo, desde diferentes lugares. Seis de ellos (Luna, Puiggrós, Ramos, Galasso, Scalabrini y Molinari) se ocuparon intensamente del pasado argentino y dejaron sobre él obras más o menos eruditas, más o menos logradas, pero en cualquier caso siempre influyentes. Dos, Sánchez Sorondo y Jauretche, por lo demás con estilos muy diferentes, se ocuparon de reflexionar sobre la sociedad y la política argentina. Una fue una novelista de éxito (Lynch) y el otro un periodista español influyente, Emilio Romero. Dos cosas tenían todos en común: la inclinación por hacer de la escritura la principal forma de comunicación y el interés por la política y por ello, inevitablemente en el caso argentino, por el peronismo. Sin embargo, con la excepción de dos de ellos, Diego Luis Molinari y Rodolfo Puiggrós, no estuvieron estructurados orgánicamente en ese movimiento político. Desde luego que el único que fue consecuentemente antiperonista fue Félix Luna. Otros (Beveraggi, Lynch) procedían de distintos lugares del mundo antiperonista, como lo reconocen en sus cartas, pero en ciertos momentos se acercaron al “movimiento nacional”. Los restantes simpatizaroncon el peronismo (y a menudo más con el peronismo que con Perón) en una parte de sus trayectorias vitales, pero no dejaron de moverse con independencia (Jauretche o Sánchez Sorondo) y tuvieron, en distintos momentos, ocasionales o reiterados cortocircuitos en su relación con él o con su movimiento político. Nada sorprendente. El campo que suele denominarse “nacional” se amplió y se redujo a lo largo de las décadas y la intermitencia de los intelectuales que suelen rotularse en él fue quizás más frecuente que las imágenes lineales que de ellos se construyen. Además, hay casi siempre entre los intelectuales —aun en los que parecen más obsecuentes— al menos un residuo de inconformismo. Que este sea también a menudo una puesta en escena o un modo de salvar la cara ante genuflexionesque los dejarían desairados ante sus pares es bien posible pero, como estas cartas muestran, ninguno llega al extremo servilismo que sí está permitido a los políticos (y no solo en el peronismo).

Un modo sencillo de comenzar es observar cómo se dirigían aquellas reconocidas figuras de la Argentina a Perón. Esa forma implica distintos grados de distancia y diversos niveles de deferencia. A ello concurren de la inevitable presentación del yo ante los otros a su específico posicionamiento ante Perón y el peronismo, del grado de confidencia con él a sus conflictos previos y también su idiosincrasia. Desde luego, por las razones que apuntamos antes, ninguno lo llama “jefe” (como lo hace por ejemplo López Rega), ni “mi primer camarada” (como lo hace Ricardo Maurente, el secretario de la Alianza Libertadora Nacionalista).

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Con la excepción de Félix Luna,que en el encabezado de su carta lo llama simplemente “señor Juan Perón”, indicando de modo implícito que general no era, ya que había sido dado de baja formalmente del Ejército, los otros se dirigen a él en esa condición. Lo hacen con extrema formalidad (Molinari) “excelentísimo general don Juan Perón” (pero en la formalidad hay ya una distancia o unestilo), o simplemente como “general”.