ELOBSERVADOR
se publico en espaa y genera polemicas

El libro sobre el Papa que no quiere leer el Opus Dei

Francisco, el nuevo Juan XXIII, habla de un Bergoglio progresista y no cayó bien en los sectores más conservadores de la Iglesia. Aquí, un extracto.

COMO JUAN XXIII. Para los autores españoles, el Papa recientemente electo puede retomar la senda progresista y las ideas desarrolladas en el Concilio Vaticano II.
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Cuando el ceremoniero cantó el voto número 77 para el cardenal Jorge Mario Bergoglio, el cónclave, puesto en pie, le dedicó una ovación cerrada, sentida, querida. De las que salen del alma y acompañada de lágrimas y oraciones. Pero el escrutinio continuaba. Al lado del nuevo papa, que todavía no había aceptado, estaba su amigo, el cardenal Claudio Hummes, arzobispo emérito de San Pablo. Y le susurró algo al oído. Algo que el propio papa contaba así, tres días después de su elección, a los 6 mil periodistas que recibió en el aula Paulo VI. Para darles titulares.
“En la elección yo tenía a mi lado al arzobispo emérito de San Pablo, que es también prefecto emérito de la Congregación para el Clero, el cardenal Claudio Hummes; un gran amigo, un gran amigo. Cuando la cosa se estaba volviendo ‘peligrosa’, me confortaba. Y cuando los votos llegaron a los dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso porque había sido elegido el Papa. El me abrazó, me besó y me dijo: ‘No te olvides de los pobres’. Y esa palabra entró aquí (y el papa Francisco señalaba el corazón). Los pobres, los pobres. Luego, enseguida, en relación a los pobres pensé en Francisco de Asís. Después, pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía, hasta contar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. El hombre que ama y custodia la creación, en este momento en que nosotros tenemos con la creación una relación no muy buena, ¿no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre ¡Ah, como querría una Iglesia pobre y para los pobres!”.
Y para redondear la explicación, hasta nos contó a los informadores las bromas que le gastaron otros cardenales: “Uno me dijo:
—Tendrías que llamarte Adriano, porque Adriano VI ha sido el reformador, hay que reformar .
Otro replicó:
—No, no, tu nombre tiene que ser Clemente.
—¿Y por qué?
—Tendrías que llamarte Clemente XV y, así, te puedes vengar de Clemente XIV, que suprimió la Compañía de Jesús”.
En el cónclave, la votación seguía su curso, pero en medio de un sentimiento de satisfacción contenida. La Iglesia ya tenía sucesor del papa que había renunciado. Sólo faltaba su aceptación. Al terminar la votación, con unos resultados extraordinarios que las primeras indiscreciones sitúan en torno a los noventa votos, en la sala sólo resonaba el caminar lento, casi arrastrando los pies, del cardenal Re, decano del cónclave, acercándose al sitio donde se encontraba el elegido. Los cardenales contenían la respiración. ¿Aceptaría monseñor Bergoglio o volvería a pedir, como lo hiciera en el cónclave de 2005 entre lágrimas, que pasase de él ese cáliz y no lo votasen como alternativa a Ratzinger?
Con voz serena y solemne, el cardenal Re lanza la gran pregunta:
—Acceptasne electionem de te canonice facta un Summum Pontificem? (¿Aceptas tu elección como sumo pontífice?)
—Sí.
Y un suspiro de alivio recorrió la sala capitular de arriba abajo, mientras el cardenal decano proseguía, como para no darle tiempo a arrepentirse:
—Quomodo vis vocari? (¿Cómo quieres llamarte?)
—Franciscus.
Y los 115 cardenales electores prorrumpieron en otra ovación. Una ovación liberadora. Porque ha aceptado, porque es el nuevo papa y porque tiene un nombre que sorprende y encandila a sus eminencias. A todas. ¡Nadie puede sustraerse al encanto, a la magia y a la seducción del Poverello de Asís! El nuevo papa empieza rompiendo moldes.
Ni Juan ni Paulo ni Pío ni Benedicto. Ni Juan Pablo o Juan Benedicto. El nuevo papa también en esto se distingue y elige un nombre radicalmente novedoso en la historia de la Iglesia: Francisco. No hay precedentes de un papa con el nombre del Santo de Asís. Una auténtica revolución en la Iglesia.
Si la elección del nombre es el primer signo utilizado por el nuevo papa para indicar la orientación que desea imprimir a su pontificado, la de Francisco está clara: pobreza, austeridad, humildad, Jesucristo, naturaleza, amor a Dios y a sus criaturas. Todo eso y mucho más evoca el nombre del nuevo pontífice, que, desde el comienzo marca una nueva época en la Iglesia. Un jesuita que se convierte en franciscano, para abrazar al mundo y a la Iglesia.
Si, como dice el adagio latino “nomen est omen” (un nombre es una señal), el papa Bergoglio manda al mundo un mensaje claro de “aggiornamento”, de cambio tranquilo y sereno. De búsqueda de las raíces evangélicas, de abandono del poder. Y, sobre todo, de humildad querida y buscada.
Vuelve el “papa bueno”, Juan XXIII, de la mano del papa Francisco. Para abrir puertas y ventanas, y proclamar “un año de gracia del Señor”, como rezaba el Evangelio del domingo anterior a su elección. Un papa latinoamericano y un papa con un nombre novedoso y revolucionario.
Los papables mediáticos y el papable real. En el cónclave anterior, el de 2005, había dos figuras indiscutibles: Ratzinger y Martini. Dos grandes figuras de la Iglesia, queridas y respetadas incluso por los adversarios. Dos “pesos pesados” que encarnaban a la perfección los dos modelos o las dos sensibilidades eclesiales: la conservadora y la progresista.
En este cónclave, en cambio, no hay grandes estrellas. Son varios los papables, pero todos ellos están a la misma altura humana, intelectual y espiritual. No hay nadie que destaque por encima de los demás. De ahí que las elecciones se presenten, de entrada, absolutamente abiertas y reñidas. O eso creíamos los periodistas. Con la ayuda de algunos purpurados “despistados”. Como el cardenal francés Barbarin: “La otra vez, había una figura como la del cardenal Ratzinger tres o cuatro veces superior a todos los demás. Hoy, no es así. La elección ha de hacerse teniendo en cuenta hasta doce cardenales. Todo está abierto”.
Parece que en la Sixtina puede pasar cualquier cosa. Pueden ganar Scola o Ouellet, los candidatos de los reformistas, pero también puede ser coronado Scherer, el del partido romano. Y si estos dos partidos se bloquean entre sí, dado que el Papa tiene que salir con los dos tercios de los votos (77), podría sonar la hora de los outsider o de los tapados. Y hay varios.
Un cónclave abierto, con más trabajo para el Espíritu de Dios. Lo que sí está claro es que la renuncia del papa Ratzinger provocó, entre los cardenales, una mayor fraternidad. Tras su gesto, las luchas de poder no tienen ya sentido, aunque algunos curiales las sigan promoviendo. Pero llevan el viento en contra. Se impone una búsqueda basada en la espiritualidad y en el servicio. Un papa bueno, hombre de Dios y esperanza para el mundo. Y a la escucha de los fieles. Que crea, de verdad, aquello del “vox populi, vox Dei”. Un nuevo papa Juan.
Jorge Mario Bergoglio, el tapado. Los vaticanistas italianos, encabezados por Andrea Tornielli de La Stampa, marcan la pauta en la información vaticana y, por supuesto, en la del cónclave. Y la prensa de todo el mundo suele tocar a su son. No en vano son los que más saben, aunque, a veces, también intentan hacer patria y se dejan llevar por sus deseos y sus intereses creados con los cardenales curiales italianos con los que conviven a diario.
En esa clave hay que entender el que la unanimidad de la prensa fuese casi total: el próximo papa sería el cardenal de Milán, Angelo Scola. Con un rival, que le quedaba muy a la zaga, promovido por la curia: el cardenal de San Pablo, Odilo Scherer.
(...) fui el único periodista que vaticinó, con dos días de antelación, quién iba a ser el nuevo papa. El día 11 de marzo, publicaba, en Religión Digital, el siguiente reportaje:
Jorge Mario Bergoglio, ¿el nuevo Roncalli?
Joven, con buena salud y reformador. Hasta ahora, esas parecían ser las premisas ineludibles para comenzar a buscar al nuevo papa. Pero en los últimos días la primera condición parece perder importancia y gana puntos la tríada de reformador, mayor y con no demasiados achaques. Se busca un nuevo Roncalli, papel en el que muchos ven al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, que se parece en muchas cosas al “papa bueno”, menos en su aspecto.
Más alto y menos gordo que Juan XXIII, el purpurado platense no sale en las quinielas al uso de los papables. Pero si el cónclave se bloquea entre el “partido romano” de los curiales y el “partido pastoralista” de los extranjeros, especialmente americanos y alemanes, la opción del argentino podría revelarse providencial.
Bergoglio ya cosechó muchos votos en el cónclave anterior y se convirtió en el favorito del sector moderado-progresista y, por consiguiente, en el principal rival de Ratzinger. Tanto que, según algunas indiscreciones, el purpurado jesuita se habría levantado en el cónclave, para pedir a los cardenales, entre lágrimas, que no lo siguiesen votando.
Entonces, el argentino tenía 70 años. Pasados casi ocho, Bergoglio ha cumplido los 76 y encaja perfectamente en el cliché de papa mayor y de transición (...).
Nadie duda de que el purpurado argentino tenga carácter. Como dice el hermano Ricardo Corleto, agustino recoleto de paso por Roma, “es un hombre tan honrado y tan íntegro que ni siquiera el gobierno Kirchner pudo encontrar mancha alguna en su vida, a pesar de haberla buscado con suma diligencia”.