ELOBSERVADOR
Mayo del 68 y el sindicalismo argentino

El pueblo debe seguir luchando

El líder de la CGT recuerda que el “clima de época” que generó el Mayo Francés tuvo su correlato en la Argentina con las acciones frente a la dictadura de Onganía. “Solo el pueblo salvará al pueblo”, enfatiza.

0527_mayo_frances_joaquintemes_g.jpg
El líder de la CGT recuerda que el “clima de época” que generó el Mayo Francés tuvo su correlato en la Argentina con las acciones frente a la dictadura de Onganía. “Solo el pueblo salvará al pueblo”, enfatiza. | #joaquintemes

En estos días, cuando se cumple medio siglo de aquel Mayo del 68 que aparece como un hito en muchos análisis históricos, vuelve a usarse la expresión “clima de época”.

Ante todo, lo del “clima de época” resulta una manera de ver las realidades políticas, sociales, económicas y culturales del país y del mundo como si fuesen fenómenos meteorológicos, y no el resultado de las acciones, conductas y decisiones colectivas. Si es así, los pobres mortales resultaríamos apenas “objetos” de la historia, llevados y traídos por sus derivas, como una nave al garete.

Sé de sobra que hay que saber interpretar y tener mucho respeto por las situaciones climáticas, las mareas y las corrientes porque esa misma experiencia me ha enseñado que al mal tiempo y a la adversidad hay que hacerles frente con la mirada atenta, claridad en el rumbo, firmeza en el brazo, y orientando a que cada compañero en su puesto cumpla su misión. Así como nadie está de sobra en un barco, nadie se salva solo, ni en medio de una tormenta ni tampoco cuando el cielo nos sonríe. Al final de la jornada, sea de aguas bravas o calmas, lo que nos lleva a buen puerto es la unidad y la disciplina de los que estamos a bordo. Eso y la fe, que no pide ni espera milagros, sabe guiar a quien lucha por el bien común.

Unas hojas de mi “Libro de bitácora”. Mi bautismo en la lucha fue en aquellos años, atravesados por los acontecimientos mundiales, al calor de la pasión por los cambios que imaginábamos a la vuelta de la esquina.

Revisando mi Libro de bitácora encontré este comentario perdido entre sus páginas:

“Es una columna compacta de varias cuadras la que sube desde el puerto, y se va engrosando con estudiantes, textiles y obreros de la carne”.

“El primer choque sucede en Buenos Aires y 27 de Febrero; allí por primera vez olfateo el olor penetrante de los gases lacrimógenos”.

“Las voces entonan la Marcha Peronista y nos damos más fuerza. No habrá vez que no ocurra esto cuando cantemos esa marcha, porque se entona con el corazón y el estribillo del Primer Trabajador nos identifica en miles de cuerpos agitándose”.

“Cerca del mediodía, el enfrentamiento es en la avenida Pellegrini. De un lado, los hidrantes, los perros y los bastones; del otro, la memoria larga de la clase trabajadora. Violencia y entrega son dos caras de una misma moneda. El garrote prolonga cada concesión de nuestro patrimonio, las granadas de gas garantizan la inversión y el saqueo nacional. El gobierno de la ‘revolución argentina’ encabezada por el general Onganía es un gobierno patronal, pero no de cualquier patrón, sino de los patrones extranjeros”.

“A la tarde me entero de la quema de trolebuses en el Cruce Alberdi. Prácticamente controlamos el centro de la ciudad, mientras las sirenas y el humo suben hasta el cielo, la policía se repliega, perseguida por los manifestantes”.

“El volante de la CGT de los Argentinos me conmueve: ‘Nada nos detendrá, ni la cárcel ni la muerte, porque no se puede encarcelar a todo el pueblo, la inmensa mayoría de los argentinos sabe que solo el pueblo salvará al pueblo’”.

“Cuando regreso a casa de mis padres me espera la preocupación de mis viejos. ¿Dónde estuviste? ¿Qué pasó? No les cuento todo. Solo sé que estuve peleando en la calle por mis derechos, al lado del pueblo, y que ese hecho pasará a la historia como el Rosariazo”.

El clima tormentoso de los 60. Para muchos jóvenes trabajadores, como era yo, esos días de septiembre de 1969 eran nuestra entrada a las luchas populares. Con el tiempo, las lecturas, las conversaciones con compañeros más experimentados y el propio curso de los acontecimientos nos enseñaron que esas movilizaciones formaban parte de procesos históricos más amplios, anclados en el pasado. Y aunque hoy, especialmente en Europa, se los asocia con las protestas obreras y estudiantiles del Mayo Francés del 68, no fueron ni el principio ni el fin de ese “clima tormentoso”.

Desde la década anterior, las guerras de independencia de Argelia y Vietnam, esta última prolongada luego ante la intervención militar norteamericana, impactaban no solo a Francia, su antigua metrópoli colonial, sino a todo el planeta, y se sumaban a las luchas de liberación y descolonización de Asia y Africa. El derecho a la autodeterminación de los pueblos no se limitaba al aspecto institucional, sino que reclamaba el ejercicio efectivo de la soberanía nacional en todos los terrenos, enfrentando el necolonialismo imperial de las corporaciones multinacionales y a la pretensión de alinear a los países en los términos de la Guerra Fría. Por eso, a medida que avanzaba la década de 1960 empezaban a provocar mayores tensiones. Las alternativas estaban, por un lado, en un pacifismo que incluía el rechazo a la proliferación nuclear y por el otro lado, en una “radicalización”, sobre todo en nuestro continente, lo cual llevó a muchos a ver una salida en la lucha armada y la violencia política, alumbrados por la Revolución Cubana y la figura emblemática del Che, asesinado en Bolivia en octubre de 1967.

 Millares de muchachos/as latinoamericanos, obreros y estudiantes se embarcaron por la lucha por la liberación nacional y social, parte ineludible de la construcción de un mundo mejor. Los centenares de caídos en la Masacre de Tlatelolco, en el agitado México de 1968, no fueron ni los primeros ni los últimos mártires de nuestra dolida América.

En todo se manifestaba la búsqueda de replantear un “orden mundial” impuesto al fin de la Segunda Guerra. En la mayor potencia económica, política y militar del planeta, los movimientos por la igualdad de derechos de los afroamericanos movilizaban millones de personas. Y aunque las balas asesinaran a sus principales referentes –en 1965 al de su minoritaria corriente “radicalizada” de las Panteras Negras, Malcolm X, y en 1968 al de la mayoritaria expresión cívica y pacífica, el reverendo Martin Luther King–, la lucha no cesaría. En el otro bloque, la Primavera de Praga mostraba la incansable sed de libertad de los oprimidos por el totalitarismo soviético. Y aunque los tanques rusos aplastasen ese intento en agosto de 1968, su lucha no paró hasta ver caído el Muro de Berlín, en 1989.

La búsqueda de una renovación más justa y fraternal de todos los ámbitos de la vida humana no podía excluir el del mundo espiritual. El Concilio Vaticano II, convocado por San Juan XXIII y que completó su labor durante el papado de Pablo VI, abrió el camino que ha proseguido desde entonces hasta nuestros días, con el papa Francisco y su llamado a emprender una revolución que establezca una “cultura del cuidado” en reemplazo de la del “descarte”. En ese mismo rumbo, en septiembre de 1968, la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reunida en Medellín, tradujo a nuestra realidad regional esa revitalización de la voz del Evangelio y su opción por los humildes.

En ese contexto se ubica el Mayo Francés. Así lo demostraban los estudiantes que alzaban barricadas en el Barrio Latino de París, cuando en afiches y pancartas llevaban los retratos del Che o de Ho Chi Minh. Y también los jóvenes obreros que, al ocupar las plantas fabriles, como las emblemáticas de la Renault en Cléon y Boulogne-Billancourt, en reclamo de convenios colectivos que reconociesen sus derechos como personas y no como meros “apéndices de la máquina”, sin saberlo usaban un método que entre sus antecedentes tenía el Plan de Lucha de 1964 de una lejana e ignota CGT sudamericana.

Nuestros propios “Mayos”. Es que si bien nuestro propio “Mayo” (el del 69), fue parte de esas luchas mundiales, de las que recibió influencias, no se trató ni de un reflejo, ni mucho menos de una “imitación” de las movilizaciones ocurridas en otras latitudes. Para los argentinos, esos agitados años empezaron en 1955, primero con el sanguinario bombardeo aéreo de junio sobre Plaza de Mayo y luego con el golpe que derrocó al general Perón. En esos mismos días comenzó la gesta obrera y popular que pasaría a la historia como la Resistencia Peronista. De ello dan fe los hechos en mi ciudad, Rosario, donde por casi una semana de septiembre del 55 se repitieron las movilizaciones callejeras que, desarmadas, enfrentaron a las fuerzas de la represión gorila.

A esos años de persecución y proscripción de la inmensa mayoría de los argentinos, de entrega del patrimonio nacional y sometimiento de los trabajadores, se fueron sumando estudiantes y demás sectores populares, abortando una y otra vez los planes de “desperonización” emprendidos por dictadores militares y presidentes civiles encaramados en el gobierno a través de elecciones viciadas por la exclusión de la fuerza política mayoritaria. Ni los sucesivos estados de sitio y planes Conintes, ni los profetas y vendedores de milagros, de “neoperonismos” y “peronismos sin Perón”, pudieron evitar la lucha por la reconquista de las conquistas avasalladas.

Algunos lo aprendimos desde chicos en la mesa familiar. Es mi caso, porque mi padre, obrero metalúrgico y delegado gremial, más de una vez sufrió suspensiones por defender los derechos de todos. En general, camadas enteras de argentinos crecimos y nos formamos en ese espíritu de resistencia, expresado por la CGT de los Argentinos, cuando alzándose contra la dictadura de Onganía declaró que “solo el pueblo salvará al pueblo”.

Una mirada hacia delante. Cincuenta años después, como a tantos otros de mi generación, la vida me encuentra peinando canas, con el paso algo cansado, pero estoy firme en el mismo lugar y me pregunto si un europeo o americano de la misma edad tiene los mismos problemas.

De lo que estoy seguro es de vivir en una Argentina más pobre, más desigual, con más desocupación y prisionera de la voracidad de unos pocos.

 Ayer en la calle reclamábamos por la democracia, por el costo de vida, contra el cierre de los ingenios tucumanos, hoy es casi idéntico (tarifazo, vuelta al FMI, pobreza).  

¿Quiere decir que tanta lucha resulta en vano? No, de ninguna manera. La historia no es ni una mirada nostálgica al pasado, ni un lamerse las heridas. Puede ser, si sabemos interpretarla y la miramos de cara al presente y al futuro, una gran aleccionadora. Frente a los nuevos traficantes de envejecidas y falsas ilusiones, frente a engañosas promesas publicitarias que jamás se cumplen; frente a los “formadores de opinión” y los oportunistas  de todo pelaje. Aquellas sabias palabras dichas hace cincuenta años siguen vigentes como la guía segura del rumbo, en cualquier “condición climática”: “Solo el pueblo salvará al pueblo”. Que nadie lo olvide.

*Secretario general de la CGT.