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Caparrós: “Estamos en el horno si sólo se piensa en la inversión”

El escritor habló con PERFIL en Madrid. Señala que si bien el Gobierno tiene pocos logros para mostrar, “tiene, sí, muchos temores para aprovechar”. Da su visión de los populismos y nacionalismos en Europa y los compara con Argentina.

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Escritor. Martín Caparrós conserva la esperanza de que las izquierdas vuelvan a ser votadas. | cedoc

En una taberna del barrio Lavapiés de Madrid, el escritor y periodista Martín Caparrós, espera a Perfil para una entrevista que concedió muy amablemente, a pesar de una intensa y variada agenda.

Esta misma semana publicó una nota en el periódico The New York Times; pronto lo hará de nuevo, como sucede a menudo, en un periódico español; en las semanas siguientes participará en conferencias en Turín y en Dusseldorf, una actividad que forma parte de su rutina, y, entre tanto, aunque prefiere no develar el tema, trabaja en un nuevo libro.

El último, Echeverría (Anagrama), publicado en 2016, es una novela sobre el pensador argentino Esteban Echeverría, un intelectual que cautivó al escritor fortuitamente mientras presentaba uno de sus textos célebres, El matadero, durante la Feria del Libro de Guadalajara. “Es la primera gran crónica argentina”, afirma Caparrós, sobre el hombre que se propuso “fundar una literatura nacional” en la primera mitad del siglo XIX, cuando la Argentina había rechazado la identidad española y estaba, de alguna forma, acéfala culturalmente.

—Respecto del protagonista de su última novela, Esteban Echeverría, dijo que podría considerarse un antiperonista un siglo antes de Perón. Siguiendo esa tesis, la lógica peronistas/antiperonistas estaría presente en el pasado. ¿Lo está también en la actualidad, y lo estará en el futuro de Argentina?

—Es una lógica que se puede usar actualmente y que, sin embargo, el usarla reduce mucho los matices de lo que se está tratando de describir. Creo que el kirchnerismo utilizó esa lógica para postular que todos los que lo criticaban eran gorilas, con muchas comillas, y por lo tanto de derecha, antipopulares, etc., y tampoco era así. Había muchas críticas de izquierda que eran las que ellos trataban de deshacer, como cuando decían “a la izquierda nuestra sólo está la pared”. Respecto de cuánto va a durar, supongo que en algún momento esa supuesta contradicción va a disolverse, como todo se disuelve, y se producirán otras. En cuanto a Echeverria como uno de los primeros antiperonista, era un chiste, inspirado de todas maneras por la posibilidad de pensar que en el rosismo, en la relación entre el rosismo y los intelectuales porteños de la época, había elementos parecidos a la relación que hubo entre el peronismo del general Perón y los intelectuales de su tiempo.


Actitudes peronistas. ¿Y Macri? Martín Caparrós contesta que “Macri es claramente antiperonista, aunque contiene muchas actitudes peronistas. Justamente una actitud muy peronista es presentarse de vez en cuando como antiperonista. No hay nada más peronista que adoptar cualquier máscara que sea necesaria, incluida la de antiperonista. De hecho, Macri juega con eso en este momento, en la medida en que lo que mejor lo sostiene en el poder es la amenaza de lo peronista volviendo al poder. Es su herramienta principal, no tiene muchos logros que mostrar. Lo que tiene son muchos temores que aprovechar.

—¿Qué análisis hace de su gobierno después de casi un año y medio de gestión?

—Hace poco publiqué un artículo en The New York Times donde hablaba de Macri y el “errorismo de Estado”. Suponemos que se equivoca mucho, porque eso es lo que parece. En muchas de las medidas recientes cometió errores, algunas fueron corregidas, otras no. Eso dificulta ver cuál sería el curso del Gobierno si no se equivocara tanto.

Por otra parte, me sorprende la medida en que, aparentemente, la política argentina está orientada hacia los famosos inversionistas extranjeros. Estaba leyendo editoriales en las últimas semanas, de distintos diarios, y todos hablan de si este país tal como está va a traer inversores extranjeros o no. Como si ése fuera el objetivo principal de una política de Estado en Argentina: emprolijarla para que vengan los inversores extranjeros.

—Uno debería poder pensar en otra forma de la política que no consista en dejarlo todo bien atado para que alguien venga a poner unos dineros con la esperanza de llevarse muchos más. Inversor es alguien que pone plata para llevarse más, no porque quiera beneficiar a nadie.

—Si el Gobierno realmente lo piensa en esos términos, estamos en el horno.

—Desde que asumió, Macri habla de reparar las instituciones vapuleadas por el kirchnerismo, ¿observa alguna mejora institucional?

—No, lo que veo es que se calmó el clima gubernamental. Una relación más razonable del Gobierno con la sociedad. Eso ha cambiado, y es bienvenido. Fuera de eso, no veo en qué medida se está reconstruyendo.

Yo creo que el peor perjuicio que hizo el kirchnerismo a la sociedad argentina fue volver a deslegitimar el Estado. En los años 90, el menemismo aprovechó la profunda deslegitimación del Estado argentino que venía de décadas de malas prácticas para rematar todo lo que había, destruir la famosa educación pública, la salud, y demás etcéteras.

Como eso fracasó, al principio de los 2000 había un reclamo de más Estado, de que volviera a intervenir porque, evidentemente, el privado no aseguraba lo que buena parte de la sociedad necesitaba.

El kirchnerismo retomó ese reclamo y dijo: voy a ampliar el radio de acción del Estado en la Argentina. Pero lo hizo tan mal, tan inepta y deshonestamente, que ahora volvió a provocar ese mismo discurso de principios de los 90: el Estado no sirve...

—¿En qué ámbito ve peor a la Argentina, en lo cultural, lo socioeconómico o lo político?

—No creo que se pueda hacer esta división por ámbitos...

—Pero los cambios culturales, por ejemplo, necesitan décadas...

—Sí, pero los cambios socioeconómicos también. En la Argentina, en los últimos treinta o cuarenta años se ha terminado de consolidar un esquema socioeconómico totalmente distinto al anterior, donde hay un cuarto de la población que está perfectamente marginada, que está fuera del sistema productivo, que sabe que no va a entrar en él; que no tiene acceso a bienes culturales ni a circulaciones sociales. Eso se construyó poco a poco, y no va a ser fácil deshacerlo en poco tiempo y poder reintegrar a esa parte de la población en una sola sociedad.

—Ese es el mayor de los fracasos en la historia de los fracasos que ha vivido mi generación en los últimos cincuenta años.

—Por supuesto que en cuestiones culturales hay mucho que decir. Lo que me sigue sorprendiendo es que sigamos sabiendo simular que somos cultos. En el resto de América Latina e incluso en España piensan que somos cultos. Pero cuando mirás el sistema educativo argentino está claro que no podemos serlo.

—Aprovechando que reside en Europa, me gustaría preguntarle por la situación política actual en la Unión Europea. Sus detractores, los desencantados, la aparición de los ultranacionalismos y los populismos...

—Hay varios aspectos para analizar. En Argentina se habla a menudo de ciertas crisis europeas. Por ejemplo, antes se usaba mucho la crisis española como una forma de decir que aquí no estamos tan mal. Hay que aclarar que una cosa es una crisis transitoria de un país que cuando la tuvo era uno de los diez más ricos del mundo; y otra cosa es una crisis permanente, o ya no crisis sino una reconfiguración de un país que está en el puesto número cuarenta o cincuenta de la economía mundial.

Aquí la crisis existe en sectores que no tienen trabajo, los jóvenes no tienen trabajo, hay mucho empleo en negro, o gente que depende de sus circuitos o redes familiares. Pero eso sucede en un país que ahora posiblemente esté en el puesto doce o trece y que, por lo tanto, tiene una infraestructura suficientemente organizada para sostener todo eso y no caer en el desastre en el cual sabés que por tres generaciones no vas a salir del barro... no vas a tener educación, trabajo, etc. Es un nivel radicalmente distinto.

A pesar de esta crisis más ligera, hay mucha gente desencantada con el proyecto europeo y algunos de ellos se han volcado a apoyar los nacionalismos

A mí, para empezar, la Unión Europea, más allá de sus detalles que son muchos y muy discutibles, me parece uno de los mayores logros de las últimas décadas. Un continente que pasó su historia haciendo que poblaciones se mataran unas a otras, donde hasta hace sesenta años todavía estaban masacrándose los unos a otros, ahora puede convivir sin fronteras; que entre Alemania y Francia una persona pueda pasar sin que alguien lo pare, le diga aquí hay una raya, me parece extraordinario.

Creo que mucha gente perdió esa mística posible y que sus vidas cotidianas seguían siendo parecidas, y entonces escuchó a líderes sociales y políticos que recurrieron a lo que se puede decir cuando no hay nada que decir, que es el nacionalismo. El nacionalismo es el remedio que aparece cuando falta un sentido de meta, de objetivo.

Y como hay problemas, y los problemas pueden fácilmente achacarse al extranjero, entonces aparecen esos argumentos para potenciar el nacionalismo.

—Esa tesis se puede aplicar a países como el Reino Unido, que se fue de la Unión Europea y donde hay un buen estándar de vida, o igualmente a Holanda. Pero en Italia, España o Grecia, donde está más claro el deterioro económico, ¿no habla eso de un desencanto con las políticas económicas de la Unión Europea?

—Sí hay, por supuesto, un desencanto con las políticas de austeridad de la Unión Europea. Pero el mismo tipo de reacción nacionalista se da en países donde esa política de austeridad complicó a mucha gente y en otros donde no tanto. Por eso creo que ese nacionalismo tiene que ver con causas que van por encima de eso.

—¿El sistema político europeo va a estar dominado por la derecha, la centroderecha y movimientos nacionalistas, o reaparecerá la centroizquierda?

—Quiero creer que en los próximos años, pero pueden ser bastantes, se van a ir construyendo nuevas formas de lo que ahora llamamos izquierdas. Siempre sucede, porque las sociedades siempre terminan por cambiar, no hay sistema social que haya durado para siempre. A éste le va a pasar lo mismo, y obviamente que haya fuerzas de izquierda que busquen ese reemplazo es fundamental.

—Hablando de los populismos, el Brexit, los nacionalismos, quería preguntarle por Trump. Estuvo en Chicago en 2015, cuando realizó investigaciones para su ensayo “El hambre”, ¿observó que el ascenso de Trump era posible?

—Yo no lo sabía. No voy a sumarme a esa legión de profetas ex post facto. Mas allá de lo caricaturesco de Trump, a mí me sorprende que haya servido retrospectivamente para producir un Estados Unidos maravilloso antes que él. Por oposición a él, el Estados Unidos anterior pasó a ser un lugar extraordinario, un paraíso que nunca existió. En una nota que escribí aquí, yo daba toda una serie de datos sobre cómo era el país antes de Trump, y nada de esos datos permite imaginarse el paraíso que ahora suponemos. Durante la administración de Obama deportaron a millones de personas.