ELOBSERVADOR
Ruben perez, catequista de base

“Este papa quiere una Iglesia para todos”

Formado en el Vaticano pero al servicio de una modesta capilla en el duro Gran Buenos Aires, un laico comprometido en la pobreza analiza la transformación que vive el catolicismo y el papel que el Papa jugará en ella.

Desafio argentino. “El 90% es cristiano. La necesidad en países americanos o europeos es reevangelizar a la gente, sacar a la Iglesia de este plano cultural y devolverla al plano religioso”.
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Rubén Pérez forma parte de esa silenciosa legión de catequistas que introducen a los jóvenes en el ejercicio de la fe, y en ideales y normas para superar problemas de lo cotidiano. Aquí reflexiona sobre la transformación lenta, pero profunda, que vive el catolicismo.
—¿Dónde empezó esta “aventura pastoral”?
—Estudié en el Collegio Missionario Mater Ecclesiae, en Castel Gandolfo. El rector y el padre espiritual eran de la Congregación de Daniele Comboni (Combonianos). El obispo Jozef Tomko, uno de los tres padres que llevaron adelante la investigación encargada por Benedicto XVI, era el prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, institución de la que depende el colegio. Se trata de un “ministerio” del papado que se ocupa de las misiones, tiene otro colegio en Roma y financia las misiones, al igual que los cursos de idioma para sacerdotes. Prepara a laicos, monjas y curas para misiones evangelizadoras.
—¿Cómo surgió el colegio? ¿Cómo es?
—La institución tiene pocos años, la fundó Paulo VI, y quien le dio fuerza fue Juan Pablo II. Por ejemplo, en la iglesia del colegio teníamos cuadros del año 1400. Después tiene edificaciones más nuevas, y una parte que fue atacada durante la Segunda Guerra que se reconstruyó. La pileta de natación está hecha sobre el pozo que dejó una bomba. Está ubicado en Castel Gandolfo, al lado de los jardines de la residencia de verano del Papa. Tanto es así que desde nuestro jardín veíamos una gruta de la Virgen donde rezaba el Papa. Pero cuando Juan Pablo II salía a caminar no nos dejaban salir. La separación entre ambos jardines era una pared de un metro.
—¿Cuántos estudian allí? ¿Cuál es el fin educativo?
—La cantidad de alumnos es de 35 por año; el curso dura tres años. Llegué a principios de 1997. Los primeros seis meses estudié italiano, y luego cursé hasta finalizar el año 2000. El objetivo del plan de estudios es formar a formadores de catequistas y de agentes de pastoral, que son aquellos que trabajan pastoralmente en parroquias, diócesis. El colegio era mixto en el sentido de los sexos, pero también en el rol religioso de cada uno; había laicos, laicos consagrados, religiosos y los curas con los que compartíamos sólo el estudio de idiomas, en este caso el italiano, idioma en que se dictan las clases.
—¿Con qué título egresan?
—Es un bachillerato en catequesis misionera. Yo soy un laico común y corriente. La diferencia, para quien no conoce, es la siguiente: la razón de ser del cura es la eucaristía, la misa, el momento de la consagración. Por eso le bendicen las manos, y todo el resto viene derivado de ahí. ¿Por qué confiesa el cura? Porque te ayuda a volver para que puedas comulgar, si no te confesás no podés acceder a la eucaristía. ¿Por qué el cura es símbolo de unidad? En el momento que consagra, toda la Iglesia se reúne en torno a Cristo. De ahí proviene la autoridad, por ser el signo de unidad; la autoridad está en unir, no en dividir. Como laico, yo podría ser ministro de la eucaristía: una vez que el cura ofició la misa y las hostias están consagradas, ahí puedo repartirlas.
—¿Cómo llegaron a estudiar allí?
—María Lidia Pérez fue la chica con la que cursamos juntos. Hubo una anterior, dos años antes que nosotros, de Córdoba, Miriam de nombre, pero no recuerdo su apellido. Nunca más fueron argentinos. Y a los tres nos enviaron las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo. La Congregación Romana hace un folleto que explica la finalidad del colegio, los requisitos, y lo envía a todos los obispos del mundo. Cuando me presenté al obispo para que enviara la carta de presentación, no sabía de qué se trataba. Ahora, Ecuador siempre envía personas. De la India tenían que rechazar postulantes, igual con Corea del Sur. Con Benedicto XVI hubo una quita de apoyo al colegio, incluso estuvo cerrado durante un tiempo. Había una posición de los sacerdotes más vaticanistas que no estaba de acuerdo con que allí convergiera tal diversidad de laicos. En palabras más simples, se oponía un sector de la curia que cree ser más cristiano, porque son curas, que aquellos que no lo son. Y lo que veían con muy malos ojos era que estuvieran los dos sexos en un mismo lugar. Mientras que en los primeros años de Juan Pablo II, cuando estaba bien de salud, recorría el colegio saludando a los alumnos.
—¿Hay muchos católicos en países de tradición cultural tan distinta a la occidental?
—En Corea del Norte, en 2010 lanzaron el plan 20/20. La iglesia católica era el 10% de la población, y decidieron lanzar un plan para llegar a ser el 20% en el año 2020. Les va tan bien que parece que llegan en 2018. En la India no hay gran cantidad de católicos en comparación con la población del país, pero sí hay un gran crecimiento. O sea, cada año el número de creyentes crece respecto del porcentaje anterior. Para nosotros, la Iglesia católica es una cuestión cultural más que religiosa. Uno nace y todos son cristianos, que pueden participar en congregaciones evangélicas, pero el 90% es cristiano por tradición cultural, aunque vaya a misa cada cinco años. La necesidad en países americanos o europeos es reevangelizar a la gente, sacar a la Iglesia de este plano cultural y devolverla al plano religioso.
—¿Es la posición del cardenal Bergoglio, ahora papa Francisco?
—En sus homilías siempre lo expresó. Que se debe salir de la iglesia al encuentro del otro. La Iglesia latinoamericana está muy acostumbrada a estar dentro de su templo y de no salir, más pendiente de la interna entre los miembros que de ir a buscar al que está afuera. Vas por primera vez a una misa en una parroquia y nadie te saluda, nadie te pregunta nada y quedás sentado en un banco, apartado.
—¿En qué año estuviste en el Vía Crucis de Roma?
—En 1998 organizaba el Vía Crucis gente de la Acción Católica de Roma. Era el año que se estaba preparando el viaje del Papa a Cuba, y estaban buscando un cubano para que participara en la ceremonia, pero no lo encontraban. Y lo más cercano que consiguieron era un argentino. Llevé la cruz en dos estaciones del Vía Crucis. En la octava estación, el texto correspondiente hacía alusión a las Madres de Plaza de Mayo. Toda la ceremonia se transmitió por la RAI. Cuando en el año 2000 se hizo la Jornada Mundial de la Juventud también estuve, pero no llegué a hablar porque se terminó el tiempo de satélite.
—¿Te insertó la Iglesia católica argentina?
—No. Era y soy un bicho raro. El lugar que tengo me lo hice a los golpes, nadie me lo facilitó. Trabajo en una capilla a la que viene un cura que está en otra, y es responsable de tres capillas. El que viene a dar misa es el padre Víctor, que tiene 92 años, un fenómeno. Ser educador también me da las herramientas como para discutir con un cura, tengo fundamentos para defender mi lugar.
—¿Ustedes como misioneros son como una alarma dentro de la comunidad católica?
—Juan Pablo II decía: “Dar razones de nuestra esperanza, dar razón de nuestra fe”. La educación recibida te da fundamentos para sostener tus razones. Sigo comunicado con mis compañeros del resto del mundo y la gran mayoría está trabajando, es referente de su comunidad.

*Escritor.

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