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Fútbol para sordos

Esta es la historia de dos amigos que la vida hizo que dejaran de verse para luego volver a cruzarse y llegar al éxito en el seleccionado argentino de sordos.

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Equipo. La selección que obtuvo el primer lugar para el Mundial. | cedoc

Es agosto de 2006 y el Sportivo Desamparados de San Juan lleva nueve puntos en los cinco partidos jugados en el Torneo Argentino A. El equipo empieza bien, pero el delantero Ricardo Mestre no juega hace tiempo. Siente que lo están dejando de lado.  

—Vos para jugar el Argentino tenés que tener los cinco sentidos al ciento por ciento, le dice su entrenador.

Y ese comentario que para otro jugador podría haber sido un consejo inocente, para Mestre, que es sordo, es una advertencia cruel. Deja de tener ganas de ir a entrenar. Piensa en abandonar el fútbol. A su equipo le va bien: gana el torneo Apertura, y sin embargo, él cuestiona al técnico y trata de hablar con los dirigentes.

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Aguanta un año. Luego, empieza a jugar a préstamo en distintos clubes de su provincia: Club Atlético Marquesado, Club Atenas de Pocito, Club Atlético Independiente de Villa Obrera, Club Aberastain de Pocito y Sportivo 25 de Mayo. Aunque Desamparados está siempre de acuerdo en ceder a Mestre a préstamo, cuando el delantero pide la libertad de acción, el club se niega a darle el pase. Luego de varios años de negociación llegan a un arreglo y Ricardo acuerda su llegada al Club Atlético Peñaflor, ya con el pase en su poder.


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En 1984, en San Juan, Mestre nació con sordera bilateral profunda. Sus padres, Jaime Ricardo Mestre y Adelina Picón, decidieron venirse a Buenos Aires para reeducarlo junto a su hermano Nicolás, dos años más grande y también sordo, en un instituto donde le enseñaran a hablar, el Instituto Oral Modelo (IOM).

Cada mañana, de lunes a viernes, Ricardo y su hermano se subían al transporte escolar en la puerta de su casa para ir al IOM. Ni bien llegaba, Ricardo se ponía a jugar con Martín Moras y Maximiliano Ferrara, los otros dos varones del curso. Se hicieron muy amigos entre ellos y también con Tamara, una de las seis chicas que completaban el curso.

—Son recuerdos muy lindos porque aparte de que estábamos reeducándolo fueron los primeros contactos con el fútbol para Ricardo, dice su padre desde San Juan. Jugaba papi fútbol en Club Unión Marchigiana y en 17 de

Agosto.


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En Suipacha, ciudad bonaerense a 126 kilómetros de la Capital Federal y a casi mil de San Juan, Sebastián Moras y su mujer María José comenzaron a preocuparse por Martín, su primer hijo. Con un año cumplido, el alerta llegó al notar que el tiempo pasaba y no emitía una palabra. Los gritos, ocupando el lugar de un “mamá” o un “papá” saliendo de su boca, no los dejaban tranquilos.

Un especialista les recomendó hacerle los estudios necesarios en el Hospital de Clínicas de la Ciudad de Buenos Aires para determinar qué era lo que tenía Martín. El diagnóstico fue sordera bilateral profunda: grado importante de disminución auditiva en ambos oídos. Confirmado el problema, comenzó la búsqueda de los padres para poder darle a Martín la posibilidad de tener un audífono adecuado y que él pudiera desarrollar el bajo nivel de audición que tenía.

María José es una mujer alta y elegante y en la actualidad es directora de la primaria del Colegio Nuestra Señora del Carmen. “En esa época, hace más de treinta años, los audífonos eran muy distintos y la adaptación de él a los primeros audífonos fue muy difícil”, dice María José.

La reeducación empezó en Suipacha y en un jardín Normal del Estado, pero Martín no se adaptaba. Entonces, comenzaron los contactos con el Instituto Oral Modelo y decidieron ir a Buenos Aires. Sebastián trabajaba en la Casa Central del Banco Provincia y María José se encargaba de las tareas de la casa y de cuidar a Martín y a Lucila, un año menor.

—Eramos jóvenes y fue una decisión muy difícil, pero ayudados por toda la familia lo pudimos lograr y empezamos a reeducarlo ahí, rememora hoy María José.

Martín empezó el jardín y al principio se encontró con ciertas dificultades porque era muy intensivo. Entre cuatro y cinco horas en la escuela. Aparte, dos veces por semana y por fuera del horario de clases, las profesoras les enseñaban a los padres cómo colaborar en la educación de sus hijos. En un departamento ambientado como si fuera una casa –maestra, padre e hijo– recreaban situaciones del día a día para luego aplicar lo aprendido en sus hogares.

A fines de 1992, la familia Moras decidió que era la hora de regresar a Suipacha. María José y Sebastián notaban que la educación de su hijo estaba avanzada. “Se me ocurrió que tenía que ir a una escuela de oyentes. Ya teníamos los cuatro chicos y en Capital se nos hacía muy duro vivir por lo que tomamos la decisión de volvernos”, dice María José.

Aunque con algunas dudas de parte de los docentes por su sordera, Martín se fue adaptando bien primero en un colegio estatal y luego en el mismo colegio del que hoy su mamá es directora.

En 2003, egresó con el título de Bachiller en Ciencias Naturales y se decidió por el profesorado de Educación Física para continuar sus estudios.


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A principios de 2009, Martín cursaba la carrera en Chivilcoy, a unos pocos kilómetros de Suipacha, donde jugaba al fútbol en la primera del Club Juventud. Tenía 25 años y ganas de mantenerse en el primer equipo de su club, donde comenzaba a ser uno de los referentes. Aburrido tras el almuerzo, estaba leyendo algunas páginas deportivas por internet cuando descubrió una publicidad que anunciaba la convocatoria al seleccionado argentino de sordos.

—Fue una sorpresa para mí porque no tenía ni idea de que existía. Yo jugaba en mi club y no estaba al tanto de ese mundo, recuerda Martín.

Cuando se enteró que la prueba era para participar de los Juegos Olímpicos en Taipei (Taiwán) se entusiasmó mucho.

—Con mi marido Sebastián acompañamos a Martín a la primera prueba al seleccionado sin saber mucho en qué consistía. Pero le gustó y de entrada se enganchó. La adaptación a ese grupo medio cerrado y que se conocía desde hacía tiempo le costó un poco, todos jugaban en clubes de sordos… El llegó como medio extranjero, dice María José.


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Para su primera prueba con el seleccionado, Martín se tuvo que presentar en el predio que la Confederación Argentina de Deportes para Sordos (Cades) tiene sobre la calle Ramsay, en la zona de los bosques de Palermo.

Ni bien llegó, se encontró con Tamara, una de sus compañeras en el Oral Modelo, y luego vio que se acercaba Ricardo Mestre, otro de sus compañeros y amigos de la infancia al que no veía desde 1997. Se abrazaron, dejando atrás todo el tiempo que había pasado sin verse.

—Me gustó mucho lo que hiciste Martín. Volvé el próximo sábado, le dijo el técnico Walther Suller. Tras un mes de entrenamientos, Martín quedó entre los convocados para los Juegos Olímpicos de Sordos en Taipei. Mestre, aquel con quien tiraba paredes en los recreos del Oral Modelo, ya era para ese entonces el goleador del equipo.


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A mediados de 2016, los Toros participaron por primera vez en un Mundial con Martín y Ricardo como referentes. Terminaron cuartos y Ricardo fue el goleador del torneo con siete goles. Martín jugó todos los partidos completos.

—En el momento del Himno se me caían las lágrimas porque sabía que ellos no lo escuchaban, dice en un bar el entrenador Vilariño, hay personas que son oyentes y adentro de la cancha no te escuchan las indicaciones, no escuchan al técnico, no escuchan al presidente, no escuchan al hincha, no escuchan a nadie y sería lo mismo que una persona sorda. Salvo que la persona sorda te puede escuchar desde otro lado y más que una persona oyente. A veces no significa que no escuchar sea no entender.


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El último torneo que disputaron los Toros fue en Brasil. Más precisamente en Brasilia, del 30 de octubre al 3 de noviembre de 2016, el equipo de Vilariño se enfrentó a Venezuela, Chile y al local. Un gol de Mestre en el debut ante los venezolanos, una goleada 3-0 sobre Chile en la segunda presentación y un empate en un gol ante los brasileños posibilitaron el primer puesto en la Eliminatoria de la Región América. Así, se aseguraron la participación en los Juegos Olímpicos de Turquía 2017.

“Martín decime qué se siente…” fue el título de Semanario abierto, uno de los diarios de Suipacha, con la imagen del número 4 y la medalla de oro colgando de su cuello. La cita en suelo turco podría ser la última tanto para Martín como para Ricardo por lo que ambos buscarán llegar de la mejor manera.


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El 2 de abril de 2016, cuando Ricardo se casó en San Juan con Romina, Martín fue el único jugador de los Toros que estuvo invitado a la ceremonia y a la fiesta. Sin dudarlo, agarró el auto y emprendió, junto a su novia Melisa, el largo viaje de casi mil kilómetros desde Suipacha a San Juan. Junto a Martín y su novia, en el mismo auto, también fue Maxi –el otro amigo del Oral Modelo– y su pareja.

—El año que viene me caso yo así que vamos a ver si viene, chicaneó Martín a fines de 2016 recordando su viaje a San Juan.

— Por supuesto que sí, voy a ser el primero que llegue, no se achicó Ricardo.


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El sábado 25 de febrero de 2017, en Suipacha, Martín se casó con Melisa. Y como esta relación que Martín y Ricardo lograron reavivar gracias al fútbol va más allá, el goleador de los Toros cumplió su palabra y fue de los primeros en llegar a la boda de su amigo, de su compañero en el Oral Modelo, aquel con el que tiraba paredes en las clases de gimnasia en el Club de Amigos. El mismo con el que hoy lidera el seleccionado argentino de sordos.

El mismo con el que en el mes de julio, si todo sale bien, partirá rumbo a Turquía para defender la camiseta de los Toros en los Juegos Olímpicos para Sordos.