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Empieza el juicio oral

La Contraofensiva de Montoneros es un gran tabú de los años setenta

Abordada por memorias militantes en conflicto y por crónicas sensacionalistas, la última estrategia montonera constituye hoy un tema polémico en la historia argentina reciente.

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Documentos. El ejemplar de Evita Montonera que anuncia la Contraofensiva. La cúpula guerrillera retratada en México. | cedoc

El próximo 26 de marzo comenzará el juicio oral y público sobre los delitos de lesa humanidad que cometió la dictadura militar (1976-1983) durante la llamada “Contraofensiva Estratégica” de Montoneros, desarrollada entre fines 1978 y mediados de 1980.

La causa tramita ante el Tribunal Oral Federal N° 4 de San Martín, provincia de Buenos Aires, y es uno de los casos colectivos agrupados dentro de la megacausa del centro clandestino de detención Campo de Mayo. Se ocupa de los secuestros, asesinatos y desapariciones de militantes montoneros cometidos por las Fuerzas Armadas durante aquel período. El comienzo del juicio, entre otras tantas cuestiones, brinda la posibilidad de preguntarse históricamente acerca de la última estrategia de Montoneros antes de su definitiva descomposición como agrupación política.  

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Al día de hoy, la Contraofensiva es un tabú dentro del campo de la historia reciente en la Argentina y, a la vez, un tema polémico en las memorias sobre los años 70. Numerosas voces, muchas de ex militantes de Montoneros, la han definido retrospectivamente como una “locura”. Esa categoría ha impregnado, incluso, la comprensión de algunos académicos: por ejemplo, la de Richard Gillespie, uno de los mayores –y pioneros– estudiosos de Montoneros. Hace ya una década, en una entrevista con el diario La Nación, el politólogo británico definió la Contraofensiva como “una locura de los comandantes montoneros”.

 ¿En qué consistió la Contraofensiva? Se trató de una maniobra político-militar que los dirigentes de Montoneros declararon en octubre de 1978 durante su exilio en La Habana, inspirados en los escritos de Mao Tsé-tung sobre el proceso revolucionario chino y convencidos de que la dictadura se encontraba en crisis. La decisión se fundaba en el pronóstico de una mayor conflictividad sindical para 1979 y en la necesidad de que Montoneros interviniera nuevamente en la escena política nacional.

En los documentos partidarios figuraba como objetivo de la Contraofensiva que “Montoneros volviera a la primera página” de los diarios".

Dos años y medio habían transcurrido desde el comienzo del exilio organizado, en septiembre de 1976, y poco más de uno desde que el represor Albano Harguindeguy anunciara a los medios locales el triunfo definitivo en la “lucha contra la subversión”, a fines de 1977. La Contraofensiva debía, como mínimo, falsear la aseveración del Ministro del Interior de la dictadura y, como máximo, producir una insurrección popular contra el régimen.

Los militantes de Montoneros que desde la segunda mitad de 1974 habían logrado escapar del país y eludir la represión estatal y paraestatal habían constituido una trama heterogénea en el exilio. El arribo de los dirigentes de la organización, entre fines de 1976 y comienzos de 1977, supuso un nuevo disciplinamiento de esta trama. Además de representar para los militantes la oportunidad de volver a la Argentina luego de su destierro, el retorno organizado también permitió centralizar las redes políticas de los exiliados que, dispersos por distintos puntos del globo, aún se referenciaban en la organización. La Ciudad de México y Madrid fueron los lugares de mayor desarrollo político de Montoneros en el extranjero. Desde allí, a partir de fines de 1978, se propagó la convocatoria para participar de la Contraofensiva.

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Para comprender históricamente la Contraofensiva resulta central inscribirla en un contexto más amplio. En ese sentido, es preciso entender el período del exilio organizado no solo como una estrategia individual para sobrevivir a la represión sino también como una resolución militante de dimensiones colectivas. Esta redefinición –geográfica y simbólica– de la actividad política de la agrupación provocó a su vez una reorganización de las lealtades al interior de Montoneros. Militantes que nunca habían pertenecido a la estructura militar y clandestina de la organización decidieron acudir al llamado para el retorno organizado y se mezclaron con quienes ya tenían un largo historial dentro de Montoneros. Como contrapartida, el exilio provocó el alejamiento de muchos otros militantes que, habiendo llegado al exterior, desistieron de regresar al país durante la Contraofensiva y, en la mayoría de los casos, abandonaron Montoneros.

A lo largo de 1979 y de 1980, luego de los entrenamientos realizados en México, España, El Líbano y Siria, Montoneros dispuso el regreso clandestino al país de más de ciento treinta militantes que habían escapado de la represión de la dictadura en los años previos y que habían decidido, por diversos motivos pero de manera consciente e individual, regresar a la Argentina dictatorial. Tenían la misión de realizar atentados militares contra los funcionarios económicos del gobierno militar e interferir los programas de mayor rating televisivo con una cinta grabada anunciando la presencia de Montoneros en el país. Durante su realización, la estrategia fue repudiada por el resto de los actores políticos de ese entonces, como las centrales sindicales y los partidos políticos, que condenaron la persistencia de Montoneros en su accionar militar. La Contraofensiva fue derrotada y la organización quedó prácticamente extinta. Ochenta y tres militantes fueron secuestrados, asesinados y desaparecidos.  

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Los balances políticos que, con el paso de los años, se han hecho de la Contraofensiva han obstaculizado su comprensión histórica. Fundamentalmente, porque fue casi siempre interrogada por sus participantes o sus críticos, y a partir de su saldo fallido y sus trágicas consecuencias. Así, el resultado –la derrota–, en lugar de plantearse como un efecto del proceso histórico, fue presentado como una de sus premisas previas. La reconstrucción de la Contraofensiva, no obstante, también tuvo otras dificultades. Por ejemplo, las memorias en conflicto que la interpretaron, producto de las dos últimas fracturas de Montoneros que tuvieron a la Contraofensiva como escenario: la de febrero de 1979, encabezada por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman, y una segunda a principios de 1980, impulsada por Jaime Dri y Miguel Bonasso. En sus manifiestos fundacionales, ambas disidencias imprimieron su propia lectura de la trayectoria de la organización y del accionar de sus dirigentes. Lecturas que, además de ser recuperadas por ensayos e investigaciones posteriores, perseguían el objetivo de legitimar sus flamantes espacios políticos y, por eso mismo, ocultaban las tramas compartidas con Montoneros.  

Las crónicas periodísticas sensacionalistas que suscitó la Contraofensiva también conspiraron contra su entendimiento histórico. A partir de la espectacularización de la militancia de los montoneros en el país, diluyeron su significado detrás de la romantización de sus acciones. Además, el hecho de que los servicios de la inteligencia militar estuvieran al tanto de la estrategia alentó, en algunos ex militantes, las hipótesis conspirativas y simplificadoras según las cuales el resultado estaba definido de antemano. Era más fácil localizar la derrota en el accionar de algún infiltrado que asumir que las políticas montoneras no tenían cabida alguna en la Argentina de 1979. Finalmente, la desaprensión de los máximos jefes de la organización para con la suerte de los militantes y la negativa a precisar la cantidad e identidad de los montoneros desaparecidos durante la Contraofensiva hicieron que esta permaneciera en penumbras, evidenciándose los conflictos políticos de sus interpretaciones posteriores.

Juzgar cualquier proceso del pasado como una locura –o como una “aventura mesiánica” o un “suicidio”– implica desdibujar cuestiones centrales y comunes a cualquier mirada histórica. Por ejemplo, las lógicas que efectivamente tuvo ese proceso para sus actores. La locura patologiza e impide la comprensión. Como oportunamente lo señalara Christopher Hill en su libro El mundo trastornado, la locura imputada a los hechos del pasado dice más de los valores del presente desde el cual es interrogado que de las lógicas del pasado mismo.

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Para historizar la Contraofensiva y romper el tabú que pesa sobre ella debe prescindirse de su resultado político como principio explicativo de su desarrollo y devolver al pasado la incertidumbre acerca del futuro que experimentaron sus actores. A la vez, es preciso inscribirla en el contexto histórico y geográfico más amplio en el que se produjo. Por último, resulta imperioso enmarcar las memorias militantes, en pos de dar cuenta de sus motivaciones y sus interpretaciones. Es a la luz de estas condiciones que la Contraofensiva, además de ser el tema polémico que los balances políticos y las miradas teleológicas construyeron, podrá ser comprendida como una estrategia posible en la historia de Montoneros, del país y de la región. n

*Doctor en Historia (Idaes/Unsam-Conicet) y autor de la tesis doctoral: “La Contraofensiva Estratégica de Montoneros. Entre el exilio y la militancia revolucionaria (1976-1980)”.

Twitter: @horadado