ELOBSERVADOR
una leccion brasileña

La ejemplar transición entre Lula y Cardoso

A diferencia de las trabas que Cristina Kirchner ha puesto a todo contacto entre sus funcionarios y los que llegarán con Mauricio Macri, en Brasil, en 2002, Cardoso y Lula, de signos políticos tan distintos como los del FpV y el PRO, armaron equipos conjuntos y administraron el período de transición. Uruguay también vive procesos similares.

1-1-2003. Un sociólogo de prestigio internacional entrega el poder a un humilde sindicalista. Pese a sus diferencias, llevaron adelante un cambio de mando ordenado y armónico.
| Cedoc Perfil

Desde San Pablo
Cuando el ex líder sindical Luiz Inácio Lula da Silva recibió la banda presidencial de manos del sociólogo Fernando Henrique Cardoso en el Palacio del Planalto, el 1º de enero de 2003, Brasil había vivido 42 años sin asistir a esta emblemática ceremonia entre dos ciudadanos elegidos en forma directa para comandar el Poder Ejecutivo. El magnetismo de la ceremonia ocultó un delicado, sustancial y exitoso proceso de transición.
Lula ha condenado incontables veces la “herencia maldita” que recibió de Cardoso aquel primer día de 2003. Pero jamás se le ha escuchado públicamente una crítica al proceso de transición que le fue ofrecido por el propio Cardoso. A lo largo de 63 días, los más importantes nombres de los dos equipos trabajaron codo a codo para permitir que Lula empezara su gobierno ampliamente informado y preparado para la tarea. Un año después, los dos recibieron, juntos, el Premio Notre Dame 2003 por la transición.
El 29 de octubre de 2002, sólo dos días después de haber sido elegido con 61,3% de los votos, Lula se reunió con Cardoso durante una hora en el Planalto, a solas. Después, se sumaron los principales colaboradores de ambos. “El momento que estamos viviendo es singular en la historia política de América Latina. Creo que en Brasil, seguramente, nunca ha habido una transición democrática como ésta”, dijo Lula tras estas reuniones.

Con tiempo. La transición empezó a ser armada por Cardoso en enero de 2002. “El presidente y todos nosotros habíamos entendido que ese proceso interesaba a toda la nación. Era una cuestión de Estado imponer una visión republicana a la transición”, relata hoy a PERFIL Pedro Parente, entonces ministro de la Casa Civil y coordinador de la transición por el lado del gobierno. “Empezamos a trabajar antes mismo de tener idea de quién podría vencer en las elecciones”, completa.
La Casa Civil preparó un plan de transición basado en las mejores prácticas en el mundo. Parente se reunió incluso con el entonces jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Andrew Card, para conocer cómo había sido el paso del gobierno de Bill Clinton a George W. Bush, en 2001.
“Para la transición democrática, destinada a cualquiera que fuera elegido, habíamos preparado reglas para que hubiera continuidad y que no se produjeran interrupciones súbitas”, explicó Cardoso a la revista Veja en 2009.
Antes mismo del ballottage del 27 de octubre de 2002, Lula y José Serra, candidato de Cardoso, estaban al corriente de la inevitable transición republicana. Todos los ministros ya habían recibido órdenes de Cardoso para preparar dossiers sobre el estado de sus áreas de acción. Estos Libros de transición traían detalles sobre las medidas en curso, compromisos que vencerían en los primeros tres meses del nuevo gobierno y funciones de los equipos ministeriales. El própio Cardoso escribió su Libro de transición sobre la Presidencia, que entregó a Lula en una ceremonia en el Planalto.

Contratados. Pero el proceso fue más allá. El gobierno de Cardoso contrató, como funcionarios de confianza de su administración, a las 51 personas del equipo de transición de Lula, incluso a Antonio Palocci, coordinador de estos trabajos. Todos cobraron salarios del gobierno antes de asumir con Lula.
“Sólo de esta manera podríamos sellar con cada uno de los designados por Lula un compromiso de responsabilidad por el acceso a informaciones confidenciales del gobierno brasileño. Y sólo de esta manera les podríamos exigir esta responsabilidad”, explica Parente. En esos dos meses de transición, coexistieron dentro de un mismo gobierno la administración que terminaba y la que empezaba.
 Lula, Palocci y todo su equipo ocuparon un conjunto de oficinas del Centro Cultural Banco do Brasil (CCBB), a medio camino entre el Palacio del Planalto y la residencia oficial del presidente, el Palacio de la Alvorada. Las oficinas tenían todo el material necesario, e incluso había una sala de prensa para los periodistas de medios privados y oficiales que acompañaban las labores.
Lula recibió un salón con vistas al lago Paranoá. Su equipo tuvo acceso a informaciones de un portal web especialmente creado para la transición y a las redes internas de los ministerios y órganos del gobierno. Al menos 22 recepcionistas y secretarias dieron apoyo a su gente.
Los grupos de trabajo del Comité de Transición, bajo el comando de Palocci, se dividieron en cinco áreas: Equipo de Gobierno, Desarrollo Económico, Políticas Sociales, Infraestructura y Empresas Públicas e Instituciones Financieras. Para el de Infraestructura, Lula designó a Dilma Rousseff, que acababa de afiliarse al PT. Ocho años después, al asumir, Dilma se benefició de un proceso de transición muy similar.
Según Parente, depués de la derrota del candidato oficialista en octubre, la maquinaria del gobierno siguió sin alteraciones y sin contrataciones oportunistas. No hubo medidas aprobadas en los últimos días, con excepción de un decreto que hizo perpetuamente confidenciales los documentos públicos. Cardoso admitió, años después, que lo había firmado sin leerlo. El decreto no traía la firma de sus ministros.
Itamaraty, la Cancillería, ya había designado, antes de las elecciones, nuevos embajadores para puestos vacantes. Pero no movió a los jefes de las dos principales embajadas de Brasil –José Botafogo Gonçalves, en Buenos Aires, y Rubens Barbosa, en Washington– para que Lula y su canciller, Celso Amorim, tuvieran libertad para decidir.
En la entrevista a Veja, Cardoso cuenta que, en París, donde vivió unos meses después de dejar la Presidencia, se reunió con Lula y Palocci, que iban camino al Foro Económico de Davos. En esa ocasión, según Cardoso, Palocci le agradeció por su trabajo en la transición. PERFIL intentó insistentemente hablar con Palocci, con el Instituto Lula y con otros colaboradores del ex presidente sobre la transición, pero no tuvo exito.
En el Ministerio de Hacienda, Palocci comandó la más tranquila y cordial transición sin cambios entre los dos gobiernos. Como se pudo constatar en sus tres años en el cargo, Palocci siguió las mismas políticas de ajuste en las cuentas públicas de su antecesor, Pedro Malan, a quien el PT acusaba de ser un “neoliberal”. Junto a Henrique Meirelles, nombrado por Lula como presidente del Banco Central, mantuvo las líneas de las políticas monetaria y de cambio flotante adoptadas por Malan y Arminio Fraga, que comandó el Central con Cardoso.
Durante los primeros meses del gobierno de Lula, Palocci se reunió con Malan varias veces en Brasilia. Uno de los temas más complicados era la primera misión del FMI que, liderada por el argentino Jorge Márquez-Ruarte, llegaría a Brasil en febrero de 2003 para evaluar la posibilidad de liberar un tramo adicional de 9 mil millones de dólares del acuerdo de 2001.
El gobierno de Cardoso había firmado este acuerdo luego del atentado terrorista en los Estados Unidos, de la crisis argentina y de una nueva ola de turbulencia financiera internacional. En abril de 2002, Brasil estaba listo para finalizar el acuerdo cuando surgieron turbulencias internas causadas por el temor de los mercados con la posible elección de Lula. Ante eso, Cardoso pidió la continuidad del acuerdo y la liberación de 10 mil millones más al Fondo, como colchón para el nuevo gobierno, y Lula divulgó su Carta a los Brasileños, en la cual se comprometió a mantener la política económica.
En compensación, Lula decidió moverse más a la izquierda en su política exterior, que encomendó al veterano embajador Celso Amorim, al que encargó impulsar la agenda Sur-Sur, bloquear las negociaciones del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y disminuir la intensidad de las relaciones con las grandes economías, en especial con Estados Unidos.
El ex canciller Celso Lafer recordó ante PERFIL haberse reunido con Amorim todo un día, en un fin de semana en Brasilia, en 2002. “Tuve un cuidado enorme en la elaboración del dossier sobre los trabajos de Itamaraty. Conversé con Amorim, que no pareció interesado en el documento, y tuvimos juntos una reunión con mi equipo”, relató.
En Itamaraty se dio el cambio más agresivo de políticas. Ya desde el primer día del gobierno de Lula, Amorim hizo un discurso descortés para con Lafer. “Como yo era la figura más visible del PSDB (partido de Cardoso) en aquel momento, Amorim me detractó como una señal de ruptura con la administración de Cardoso. Más adelante, entendí que su acción marcaba el principio de la deconstrucción de la herencia de Cardoso en Itamaraty”.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite