ELOBSERVADOR
Catherine Millet

La grieta sexual

La escritora e intelectual francesa conversó con PERFIL. Sus puntos de acuerdos y diferencias con #MeToo. ¿Cambian los vínculos eróticos entre hombres y mujeres?

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Relación. Entre hombre y mujer hay, al comienzo, una “suave violencia”: ¿puedo acercarme a esta persona? ¿debo tomar ese riesgo? | secretaría de cultura de la nación

Todo del universo femenino parece atraer a Catherine Millet. Elegante y cautivadora, la camisa Stella McCartney que usó en su conferencia previa a su conferencia en Malba nos lleva a considerar el último escándalo de La Semana de la Moda en París (un diseñador acusado de destruir una marca “de mujeres para mujeres”, Céline) a la actual presencia de los volados, tan victoriana, que para Millet revela mucho de la sociedad actual.

—Slavoj Zizek dice el que amor siempre implica una violencia, porque el deseo es algo que nos violenta interiormente. ¿Cree que la atracción sexual se ha vuelto políticamente incorrecta?

—Sí, absolutamente. Hasta una época muy reciente había algo natural en las relaciones entre hombres y mujeres, al comienzo había algo de provocación. Nadie está seguro del otro al principio de una relación. Se atraen y no saben cuál será la reacción del otro. Y hay una suave violencia, de los dos lados: ¿puedo acercarme a esta persona, hacerle una proposición? ¿Debo tomar ese riesgo? ¿Quizás ya está enamorada, la voy a shockear? Siempre hay una violencia suave ahí. La pulsión sexual, la libido, es algo que surge en nosotros para quebrar el conformismo de la vida social, donde las actitudes son muy controladas. El deseo, cuando surge, agita esta violencia. Esto obviamente no justifica la violencia de otros actos, asesinatos, etc.

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—Hay todo un espectro, diversas gamas de violencia.

—Exactamente. Es un espectro muy grande. Y ése es el reproche que le hicimos al #MeToo. Que mezclan todo: la mirada insistente con la agresión sexual. Todo se vuelve la misma cosa.

—Si escribiera ahora “La vida sexual de Catherine M” (donde narra orgías y encuentros sexuales espontáneos con desconocidos), crearía un personaje que dijera: disculpe señora, ¿me da su consenso para penetrarla?

—Nos están llevando de nuevo a una codificación de las relaciones entre hombres y mujeres como la que existía al comienzo del siglo XIX. Una sociedad extremadamente moralizante, con un protocolo a seguir: el hombre debe hacer la corte a la mujer; en la burguesía, una joven no debe salir sin su chaperona. Toda clase de reglas que nos imponen una matriz de seducción, cuya permanente regulación recuerda a la vieja moral victoriana. Hay un artículo de Zizek muy divertido, donde comenta la nueva ley sueca que exige un acuerdo explícito antes de cualquier tipo de relación sexual. Zizek dice: “OK, firman el contrato, van a la cama, se desnudan, y la mujer se siente desilusionada al ver el sexo del señor. ¿Hay que romper el contrato?”. Es muy gracioso.

Espacio. Se vuelve difícil improvisar. A veces hay algo que no sabés si te va a gustar, lo probás y ves qué pasa. Pero el espacio de esa experimentación parece puesto en cuestión.

—Esto nos lleva a un problema que yo llamo la violación del día después. Hemos visto aparecer relatos de mujeres que reconocen que aceptaron irse a la cama con un hombre, y que luego quizás no fue lo que esperaban, y luego denuncian que fueron violadas psicológicamente. El hombre ha cifrado sus actos y la ha llevado a una posición que ella en realidad no quería. Lo que me preocupa de esto es que hicimos entrar la ley en la conciencia. Para mí eso es muy peligroso. Si una persona dice que hubo consentimiento y a la vez que fue violada, ¿cómo puede un juez decidir? Es imposible juzgar. Ahora: para una parte de la población, sobre todo mujeres de medios populares, tomar esta responsabilidad es muy difícil. Mujeres que tienen maridos o patrones violentos. Pero pienso que nosotras en tanto intelectuales tenemos que diseminar la idea de que hay que aprender a defenderse en todos los ámbitos, no solo el sexual –y hablarle también a esa mujer. Construir esa capacidad no es lo mismo que declararse víctima. Hay que hacer las dos cosas, educar a los chicos para respetar y a las chicas a decir no y a defenderse.

Transgredir. A veces el deseo de una mujer transgrede las fronteras sociales de la época. Como el caso de Nancy Cunard, la amante de Louis Aragon, a quien Cunard abandonó por un músico negro. Fue un gran escándalo: la acusaron de preferir el hombre negro por tener mayor potencia sexual (¡y se lo decían los blancos!). Actuaba esa fantasía occidental de que el gran sexo siempre habita en el extranjero. Su elección sexual tuvo efectos políticos que determinaron la militancia antirracista. El año pasado Millet publicó un libro sobre D.H. Lawrence donde explora sus heroínas, mujeres educadas que transgreden sus entornos sociales para vivir su deseo en libertad, como Lady Chatterley, que encuentra el placer en los brazos de un sirviente. Lawrence es pionero en mostrar cómo el placer de la mujer rompe los esquemas sociales.

—En el arte latinoamericano, ¿le interesa Ana Mendieta?

—Es muy interesante plásticamente, de gran calidad. Pero todo su trabajo es la exposición de la víctima. Creo que esto es problemático en el debate. Muchas mujeres, muy activas en el #MeToo, se hicieron filmar contando sus violaciones, y creo que era su manera de devenir heroínas. Creo que operan en la lógica descripta por Andy Warhol, de los 15 minutos de fama para todos. Me shockeó que se filmaran así. Que desearan estar en todas las pantallas como vedettes. Sin duda una mujer que sufrió una violación debe confiarse a sus próximos y denunciar a la policía. Habíamos hablado de educación: hay que inculcar que si sufren una agresión, no deben tener jamás vergüenza de reportarlo. Jamás.

—¿Hay un pacto que podemos hacer nuevamente con los hombres para amarnos de nuevo?

—Creo que habrá siempre un enfrentamiento entre hombres y mujeres. Eternamente. Para mí es una posición filosófica, porque siempre habrá en un hombre algo que no entiendo de él y que él no entiende de mí. Una historia de amor es nuestra pequeña tentativa para reducir esa grieta. Pero nunca podremos reducirla totalmente. Pero si una lo sabe y lo acepta, creo que vivimos mejor. La idea de fusión entre los sexos es terrible. Solo puede llevar a la decepción.

 

Una voz disonante

Es extraño preocuparse por no enojar a otras mujeres en un intercambio de ideas. Pero esa clase de cuidados se han naturalizado con las redes sociales, donde todos actuamos en mareas y la ilusión de que tenemos una causa común parece tan endeble que el más mínimo viento –el de una voz– la puede hacer temblar.

La voz de Catherine Millet viene de un tiempo anterior a la crisis del liberalismo: cuando la libertad sexual era un descubrimiento político. En ella se agita una utopía: si la mujer no puede reducirse a una esencia, hay tantos feminismos como mujeres y ser mujer implica encarnar lo opuesto a todo dogmatismo. Estos feminismos están anclados a las condiciones de producción de las mujeres en sus países y comunidades; Millet reniega de una noción puritana como la “sororidad” para explicar la solidaridad hacia cualquiera que sufre un ultraje.

Millet desconfía del colectivismo de #MeToo. El movimiento logró que ciertos hombres pierdan sus trabajos, en lo que algunas teóricas ven un “feminismo neoliberal”: las mujeres toman el lugar del patrón que despide sin importarle las familias afectadas. En Argentina, #Niunamenos ha probado la acción colectiva con otro sesgo político: ha sacado a mujeres de la cárcel, poniendo la lucha por el derecho al aborto en el centro. La postura de Millet es filosófica: nuestro mensaje no se puede reducir a vitorear comunicados y víctimas: tenemos que poder discutir entre nosotras. La víctima no puede ser la figura central, sino la creación de una misma en la responsabilidad individual.

*Escritora.