ELOBSERVADOR
EL DEBATE POR LA INCLUSION FINANCIERA

Los bancos desembarcan en los barrios pobres

Las entidades ofrecen tarjetas de crédito y préstamos al consumo en villas de emergencia y zonas marginales. Pero los vecinos reclaman financiamiento para vivienda y construcción.

Sucursales. El Banco Ciudad abrió en Lacarra al 3000, Villa Soldati (arriba). El Santander dijo presente en Laferrere, junto a la cooperativa La Juanita.
| Cedoc Perfil

Velorio en el Conurbano. Un referente social ha muerto y su gente lo está llorando. Entre los asistentes, casi sin que nadie lo note, una presencia inesperada: uno de los mayores banqueros de la Argentina saluda a los deudos. El hecho, que ocurrió hace unos meses, es uno de los reflejos menos conocidos de una tendencia en expansión: el desembarco de los bancos en barrios pobres y villas de emergencia.

De a poco, empiezan a abrirse oficinas que ofrecen al público tarjetas de crédito, préstamos personales y cajas de ahorro. Pero el proceso encierra una contradicción, advierten especialistas: se ofrece financiación para consumo, mientras la demanda más fuerte en esas zonas es de crédito para la construcción o compra de vivienda. ¿Cuán eficaces son entonces los llamados “programas de inclusión financiera”?
En Lacarra al 3000, en Villa Soldati, se encuentra la sucursal 824 del Banco Ciudad, que funciona como un anexo de la de Lugano. En dos plantas de no más de 40 metros cuadrados, el banco público porteño tiene tres cajeros automáticos, una terminal autoservicio y una computadora para explicar conceptos de home banking al público. Ofrecen tarjetas de crédito Visa y Mastercard con la tasa del mercado, con un tope de $ 1.000 para compras en un pago y $ 1.000 en cuotas. Lo más pedido es el llamado préstamo social, de hasta $ 6.000 en 12 cuotas de aproximadamente $ 620, con una tasa del 30% anual. “Antes me tenía que tomar un remís para ir a Pompeya a sacar plata al cajero”, cuenta Yenny, una de las clientas del banco desde el primer momento. Ya se entregaron 2 mil tarjetas de crédito y 300 préstamos, todos con su caja de ahorro correspondiente. Hay también algunos plazos fijos. Muchos llegan al banco tras escuchar los avisos en FM Comunidad o en Sin Fronteras, las radios del barrio. El uso mayoritario que le dan a la financiación es, hasta donde alcanza, para la compra de materiales para la construcción o bienes durables como un aire acondicionado. “Con los $ 6 mil compré nueve viguetas de telgopor para hacer una pieza”, dice Yenny, que además usa la tarjeta para acceder a descuentos en hipermercados y casas de electrodomésticos. Con el plástico, la gente empezó a irse a grandes comercios fuera del barrio que aceptaban tarjeta. Los comercios tomaron nota: la carnicería del lugar ya tiene posnet. En la sucursal todo es atendido por tres personas de la zona, más un empleado de seguridad y otro de limpieza. Gabriela Rébora está a cargo. Empleada del banco desde hace años, estudiaba Trabajo Social cuando se presentó a una búsqueda interna y quedó: “No me vería trabajando en otro lado”, dice. Se dedica más a educar que a vender productos financieros. Se nota en el trato de los clientes, que pasan y la saludan. En el banco que conduce hoy Rogelio Frigerio (la sucursal abrió en tiempos de Federico Sturzenegger) trabajan para replicar el proyecto en conjunto con el club San Lorenzo en la Villa 1-11-14.

Hace algunos años que el gigante multinacional de las finanzas Santander viene creciendo en zonas poco bancarizadas y marginales. Abrió tres sucursales en el Gran Buenos Aires, en Castelar Sur, en San Miguel y en el barrio La Juanita, en La Matanza. El dirigente social y ex diputado Héctor “Toti” Flores abordó a Enrique Cristofani, presidente del banco, en un seminario del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF) y le dijo que querían tener una sucursal. La oficina abrió en 2012 y está ubicada en una de las calles de asfalto, Da Vinci al 3900. Tiene tres puestos de atención y dos terminales de autoservicio. Ofrece tarjetas de crédito con límite de $ 2.500  y préstamos personales por hasta $ 2.200 con cuotas de $ 300 como máximo. También está atendida por gente del barrio, capacitada por el banco, como es el caso de Lorena López, que hasta convertirse en bancaria era empleada doméstica. “Hay mucha demanda de crédito para la construcción de viviendas”, dice Silvia Flores, hija de Toti, referente del barrio y feliz bancarizada.

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‘Downscaling’. En 2006, cuando  el economista bengalí Muhammad Yunus, desarrollador de microcréditos, ganó el Premio Nobel de Economía, el concepto “microfinanzas” se impuso de diversas formas en el sistema financiero tradicional. Se entiende por “microfinanzas” la provisión de servicios financieros a la población de menores ingresos, según la jerga más usada en bancos y ONGs.

En el negocio financiero, la expansión de los bancos en barrios pobres se conoce como downscaling, cuenta Milagros Gismondi en su tesis de Maestría de Políticas Públicas de la Universidad Torcuato Di Tella, titulada “Límites desde la demanda al desarrollo microfinanciero en la Argentina”. “Por el momento, es una práctica incipiente”, explica a PERFIL. “Los bancos que desarrollan este tipo de actividades lo hacen teniendo en cuenta objetivos de política pública y no sólo de rentabilidad”, indica Gismondi, pero aclara: “Hay que considerar que el auge de las microfinanzas (no en particular en Argentina, sino en el mundo) se explica en parte porque muchos descubrieron que los sectores vulnerables eran un nicho de mercado no explotado que podía ser rentable”. Para el economista Eduardo Levy Yeyati, de la Universidad Di Tella, urge incluir en la oferta financiera programas de ahorro, para que los más pobres no consuman a cuenta de su futuro”. En su mirada, hoy los bancos consiguen fondearse a tasas bajas para luego represtarles ese dinero a los mismos depositantes, a tasas más altas (ver aparte).

El acceso y utilización de los servicios financieros y los bancos en particular es conocido como “nivel de bancarización de un país”. La teoría indica que cuanto mayor bancarización, más posibilidades de superación de la pobreza hay. En la Argentina, el nivel de bancarización es reducido, escribe Gismondi. Una forma de medirlo es el porcentaje de préstamos y depósitos sobre el PBI, que no supera el 15%, cuando en otros países de la región puede ser más del 40%. También, según un informe de la Corporación Andina de Fomento, en 2011, en Buenos Aires, sólo el 42% de la población contaba con una cuenta bancaria, mientras que en Córdoba ese dato llegaba al 46,5%, en ambos casos por debajo del 51,2% promedio de las ciudades de la región. En Caracas, el guarismo supera el 80% y en San Pablo es mayor al 70%.

En la Argentina, este fenómeno, según Gismondi, se puede explicar por diversos motivos, desde la desconfianza histórica del público hacia los bancos por sucesivas crisis (que en parte puede dar lugar a una “no bancarización voluntaria” de la población, que por ejemplo ahora puede volcarse a relaciones financieras sin intermediarios en la web) hasta la falta de incentivos para que la banca asuma el costo y el riesgo de expandir sus fronteras hacia la población que no puede acceder al sistema por un motivo concreto: la falta de garantías físicas reales.