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Elizabeth jelin, sociologa

“Muchas mujeres volvieron feministas del exilio”

En el libro La lucha por el pasado, Jelin analiza cómo la memoria sobre la dictadura y la represión tiene resonancias en el presente: cuestiones como historia, género y número de desaparecidos producen ecos políticos vigentes hasta hoy.

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Contemporáneo. El movimiento feminista latinoamericano tuvo una reunión clave en México, en 1975. Poco después comenzaba la lucha de las Madres en Argentina. | adriana lestido

Cada uno de los momentos del libro La lucha por el pasado, de Elizabeth Jelin, comienza con alguna mención autobiográfica. De hecho, la autora reconoce que toda investigación –más allá de la necesidad de rigor–, tanto la de los cientistas sociales como la de los genetistas, por ejemplo, es necesariamente autobiográfica.

Para muchos de los lectores –y también para el autor de este reportaje–, la memoria de la dictatura es uno de aquellos temas en los que la historia se mezcla con el recuerdo. La suma de muchísimas marcas. Para la investigadora es un material de indagación en carne viva, sobre el que hay que dejar hablar a múltiples voces. Cuestiones como el tema de afección y afectividad ligado a la represión (madres, familiares, abuelas), como las referidas al género o el número de los desaparecidos, hacen necesariamente eco en el presente. Son ideas que evolucionan. Y que marcan un umbral. Jelin sostiene que “uno podría concluir que el 24 de marzo tiene un contenido político específico que tiene que ver con el régimen político que podría sintetizarse en que ‘no queremos dictadura’ o ‘no queremos represión’. Tiene sentido en tanto que se llegó a identificar con una noción de los derechos humanos, que amplía enormemente su sentido. Si uno va las marchas del 24 de marzo, cada vez hay más colectivos que demandan y reclaman. Al principio eran marchas que preguntaban por los desaparecidos, las desaparecidas, la aparición con vida, eso se fue ampliando a colectivos que demandan vivienda, no discriminación de inmigrantes, de travestis. Se va ampliando, porque la noción de derechos humanos implica un umbral de dignidad humana que prohíbe la esclavitud y la trata, que prohíbe la discrimnación por razones raciales, religiosas. Tiene un sentido históricamente orientado que, por la dinámica social de los últimos cuarenta años se fue ampliando a ser manifestación por reclamos de derechos. Algo similar sucede con las mujeres. La historia de la marcha del 8 de marzo es un poco eso también. Son reclamos que se van ampliando: por la violencia, la trata, el aborto. Hoy tenemos un menú con relación  a los derechos humanos”.

—Se habla mucho de la universalidad de los derechos humanos. ¿cuán universales son realmente?

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—Uno puede decir que hubo una declaración universal, del año 48, que obviamente no fue ni en ese momento universal, porque hay sociedades que no la aceptan o que aceptan una parte y no todo, como por ejemplo Estados Unidos, que nunca ratificó la parte de derechos económicos, sociales y culturales. Solo se quedó en derechos sociales y civiles. Hay historia alrededor de la declaración y de cómo se la ratifica. La distancia entre las leyes que vienen de la ratificación y la realidad es enorme. Y el activismo trabaja en esa brecha. Se reclama que no solo se cambien las leyes (tal como pasa ahora con el aborto), sino especialmente que se cumplan. Reclamar frente al Estado, que es el garante de los derechos. Se protesta cuando no se cumplen.

—Un editorialista de otro medio dijo que cuando Macri toma medidas en favor del debate de ciertos derechos, como el del aborto, está girando hacia su izquierda...

—Los derechos humanos no son de izquierda. Muchos países acusan a estos parámetros de los derechos humanos universales de ser un movimiento imperialista, individualista y liberal. Y liberal en el sentido del siglo XIX, no como sinónimo de progresismo. Hay investigaciones que muestran que quienes participaron en la hechura de las convenciones internacionales no fueron ni solo franceses, ni norteamericanos, sino que especialmente los países latinoamericanos y los juristas latinoamericanos fueron muy activos en la elaboración. Con lo cual podemos concluir que hay algo más que un imperialismo occidental, pero sí podemos reconocer que hay un fuerte elemento individualista. Lo que sucedió es que a lo largo de estas décadas la noción de derechos humanos se fue ampliando a partir de la lucha política. De lo civil y lo político, a lo social y lo económico. Y cuando se empiezan a reconocer los derechos culturales como parte de los derechos humanos, ahí se pierde parte del individualismo. Ni hablar cuando se habla de derechos a un ambiente sano. O a la paz.

—También es cierto que ciertas cuestiones vinculadas al ambiente interrogan a la lógica del capitalismo. Aunque surge de gente que no se define como socialista exactamente.

—O que nació en el capitalismo. En cuanto empiezan a intervenir estas cuestiones más colectivas, hay que pensar todo el aparataje. Yo no creo que los derechos humanos en sí puedan ser llamados de izquierda. Sí que quienes llevan adelante la lucha se preocupan por la situación de los grupos más desfavorecidos. Se puede hablar así de progresismo. Quienes enarbolan hoy en día desde posiciones políticas de derecha lógicas de derechos humanos en realidad están cuestionando las definiciones de los derechos humanos de las fuerzas progresistas. El contenido no es el mismo.

Género. El libro de Jelin plantea un punto interesante en cuanto a la cuestión de género durante la dictadura y en los reclamos ulteriores. “Lo que trabajo mucho en mi libro –explica– y que ha sido objeto de mucha polémica, incluso en el interior del movimiento, es lo que tiene que ver con la presencia de los vínculos familiares en las demandas en relación con las desapariciones y con los vejámenes de la dictadura, que fue muy fuerte. Lo que se llama el movimiento de los “afectados”, la terminología que se usa. Los afectados se definen muchas veces por lazos familiares. Eso pasó en la Argentina y en otros lugares. El afectado no es el compañero de militancia. Afectado es la mamá, el papá, el hermano, el hijo. Se define en términos de familia. Y quienes representan familias son las mujeres. Las figuras, los emblemas de los lazos familiares, son las madres, esencialmente. Y eso tiene una historia: la de un maternalismo político en la Argentina, centrado en las relaciones madre/hijo, y un marianismo católico, centrado en la figura de María como madre de Dios. Juntando maternalismo político y marianismo católico, tenemos ahí un emblema enorme. Sucedió históricamente y fue un hecho que muchas madres fueron a buscar a sus hijos. Se toma la figura de las madres, pese a que los padres también hacían. Hay toda una historia de la presencia de las mujeres como madres, como abuelas después y familiares, definidas a partir de su lugar en la familia. No desde su ideología política, por ejemplo. Definidas en clave familia.

—¿Marcó la lucha posterior?

—Es un proceso que coincide con la lucha feminista. La conferencia mundial en México sobre la situación de las mujeres fue en 1975. Coincidió. A partir de ahí, hubo una expansión enorme del movimiento feminista, del movimiento de mujeres en general. ¿Cuánto del movimiento ligado a la dictadura convergió o no con el movimiento feminista? Todavía es una pregunta que debe ser objeto de investigación. Yo puedo dar testimonio. Porque era activa en ese mundo y puedo dar cuenta de cosas que pasaron. Sabemos que muchas mujeres que fueron al exilio volvieron feministas. Reconocieron las carencias en sus países viviendo en otros.