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Periodismo y campañas en el siglo XXI: "No son fake news; es la desinformación"

La exeditorialista de The New York Times señala que las campañas basadas en noticias falsas no son nuevas en la comunicación. El cambio está en cómo las redes potencian esos mensajes.

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Comunicación. Las plataformas aumentan la potencia de las campañas sobre la opinión pública. | Aballay

Ante la inminencia de las elecciones, desde todo el arco político se agita el temor a un fantasma muy de estos tiempos: la utilización de las fake news abre un alerta en cuanto al uso de redes como Facebook, Google, Twitter e, incluso Whatsapp. La política y las empresas que brindan el servicio se manifestaron al respecto: surgen compromisos que, en algunos casos tienen más de corrección política que de real preocupación por el uso de esta “herramienta” tramposa.

Se habla más de fake news. Pero no siempre se la utiliza en un sentido estricto. Y este desconocimiento también permite que aparezcan intersticios y atajos que pueden resultar cuestionables desde la ética política.

Carla Robbins, ex editorialista de The New York Times, que llegó al país invitada por la UADE, y dialogó con este cronista y con Jorge Argüello, Director de la Carrera de Gobierno y Relaciones Internacionales de la universidad, dice que la mejor manera de comprender el asunto es a partir de la idea de desinformación: lo que llamamos fake news no es algo nuevo ni tampoco es una invención vinculada al mundo de internet y de las redes sociales. Incluso es más enfática. Dice “detestar” el término fake news y demuestra a través de ejemplos de la política internacional y de su propio país cómo estamos ante un problema de vieja data, que reaparece ahora con un fuerza inusitada.

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—¿Qué diferencia hay entre una mentira y una fake news, si es que la hay?

—Detesto el término fake news, porque están la mentira, la desinformación, la desinformación activa (el intento de confundir y desinformar a la gente) y fake news es un término que usan los políticos y cada vez más los autócratas para designar las noticias que no les gustan, es un latiguillo de los autócratas. Eso es lo inquietante de lo que está pasando ahora en EE.UU.: el uso cada vez más frecuente del término (incluso por nuestro presidente) fake news. Escuchás de la Casa Blanca no solo la idea de que una historia es fake news porque es humillante o perjudica a la Casa Blanca, pero también el caso famoso del presidente de EE.UU. diciéndole a un periodista “vos sos fake news”; no solo la historia, sino la persona también.

Lo que les digo a los alumnos y a los demás es “evitemos usar el término fake news” porque es un intento de deslegitimar el periodismo honesto. Lo que no quita que haya un problema terrible con la desinformación, un intento deliberado de confundir a la gente. Pero fake news es un latiguillo de los autoritarios.

—A veces, cuando se usa la expresión fake news, creo que se quiere hablar de de-sinformación, la elaboración deliberada de material falso o medio verdad, medio mentira.

—Sí, y éste no es un problema nuevo. La gente siempre usó de todo, como la propaganda, para tratar de influir en la gente; las campañas propagandísticas de la Guerra Fría, a veces para bien, otras para mal. Sin duda, siempre se vendieron diarios con historias sensacionalistas; no el mío ni el suyo, pero sin duda ya se hizo antes, como con la prensa amarilla. Como el remember the Maine [el buque de guerra que supuestamente hundieron los españoles] de los diarios de [William Randolph] Hearst, que se convirtió en un pretexto para la guerra hispano-estadounidense. Esto sucede hace mucho tiempo.

Me parece que lo verdaderamente interesante y preocupante, lo que generó mucha inquietud por el término fake news, es lo que se ve avanzar desde Ucrania y Europa Oriental, Central y Occidental hasta EE.UU., una campaña constante de los rusos, tomada por la alt-right y otros grupos, un intento por tomar sistemas políticos y distorsionar el debate político y las elecciones. Los rusos tienen esta forma de guerra híbrida que usa esa desinformación para sembrar dudas y divisiones en las sociedades y así crear mucha ansiedad e incertidumbre, para que la gente diga “¿en qué se puede confiar? No podemos confiar en nuestros ojos y nuestros oídos”. La intención es llevar al autoritarismo, creo que es lo que motiva esto.

Hablé con mis alumnos aquí en Argentina, ellos ven fake news acá y dicen “vemos mucha en la prensa de acá y no viene de los rusos”. Probablemente no, pero sin duda es un problema en muchos otros países, y las mismas técnicas de… Aprender a ser un lector crítico, también son legítimas.

Otra cosa que diferencia esto, creo, no es solo que los rusos entendieron que somos particularmente vulnerables por vivir en sociedades polarizadas. El otro aspecto: ¿tienen las redes sociales algo que las hace mucho más potentes? En las fake news de antes –dije que no iba a usar ese término y lo estoy haciendo–; antes, cuando había desinformación, plantar una historia podía llevar meses. Los rusos impulsaban la idea de que la CIA había creado el sida. Primero apareció en un diario, un par de años más tarde, en otro… Se movía muy despacio. Ahora, con las redes sociales, las cosas avanzan así [chasquea los dedos] y pueden penetrar y generar histeria. Por eso, creo que el carácter de la tecnología de las plataformas constituye una diferencia cualitativa.

Por todos estos motivos, me parece que si bien la desinformación no es una novedad y los políticos de los países siempre trataron de, por así decirlo, librar guerras propagandísticas por mucho tiempo, creo que vemos una iniciativa cualitativamente distinta debido a las plataformas y una época muy distinta por la polarización de las sociedades que se ven impulsadas por la economía y varios otros factores políticos.