ELOBSERVADOR
una larga historia

Políticas del nombre, o la crisis del sistema de partidos en la Argentina

Cuanto más intenta un político imponer su liderazgo sobre el pueblo, tanto más quiere que se adore su imagen y que todo lleve su sello, incluso su propia fuerza política.

20190303_macri_cristina_ap_cedoc_g
Ejemplos. El líder del macrismo y la lideresa del cristinismo. Figuras por encima de las instituciones. | cedoc

Las grandes tradiciones de la mística y de la teología nos indican que el vínculo entre el nombre y la divinidad es cosa seria. Según esa profunda enseñanza, es esencial al poder de Dios, e incluso a su naturaleza misma, no ser innombrable ni quedar reducido a mera etiqueta, sino ser nombrado inadecuadamente. La prohibición de Dios al pueblo para que no adore imágenes también puede verse como otro recurso de esa política del nombre, ya que si fuera posible sustituir a Dios por su imagen, también sería posible nombrarlo.

En la tierra. Pero a nivel de los simples mortales las cosas ocurren de otro modo. Aquí en la tierra, cuanto más intenta un político imponer su liderazgo sobre el pueblo, tanto más quiere que se adore su imagen y que todo lleve su nombre. Es una tentación bastante frecuente, sobre todo donde el aspecto sistémico de la política se encuentra debilitado, como en Argentina. Por ello, entre nosotros los nombres colectivos pierden frente a sus líderes de referencia: así, tenemos alfonsinismo, peronismo, kirchnerismo y macrismo como nombres de curiosas personas sustancializadas.

Desde ya que son obvias las diferencias entre los mencionados. Es el peronismo la operación verdaderamente lograda y, por ello mismo, la más disfuncional desde el punto de vista de la política como sistema de competencia entre partidos. Claro que a kirchnerismo y especialmente a macrismo habría que darles más tiempo (el nombre alfonsinismo ha sido reabsorbido por el de radicalismo, reponiendo el nombre de Alfonsín en su lugar).

Comparación. Comparemos la situación de los nombres colectivos de la política argentina en los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y de Mauricio Macri. De inmediato salta a la vista un hecho llamativo –nunca mejor aplicado este adjetivo–: mientras que bajo el gobierno de CFK los nombres partidarios fueron sustituidos casi enteramente por los de oficialismo y oposición, en la actualidad esto no ocurre.

Por ejemplo, la palabra oposición no identifica nada con claridad, requiriendo de inmediato nombrar espacios diferentes: kirchnerismo y peronismo no kirchnerista, para mencionar los más significativos.

Nos topamos aquí con algo notable: desde que, obviamente, el nombre kirchnerismo ha roto su identificación con el de oficialismo, cobró una presencia inusitada, paradójicamente ahora que no es poder, al punto de ser necesario a la hora de nombrar a su oposición interna, por así decir. En el otro lado de la polarización, macrismo aparece compitiendo por la hegemonía de su propia parte, con los nombres del PRO y de Cambiemos, sin siquiera reunirse bajo el nombre oficialismo, al menos no en la medida en la que esto ocurría en tiempos de CFK.

Síntoma. Estas reflexiones sobre los nombres de la política en la Argentina proponen la lectura de un síntoma, para medir a su través el grado de debilidad y de distorsión del sistema de partidos. Quizás es indicio de algo más profundo, si reparamos en otras distorsiones: ¿acaso en el juego de la taba el lado ganador no se llama naturalmente suerte y el perdedor, culo? Sin embargo, si ganás la lotería se dirá ¡qué culo! para decir ¡qué suerte!

Y ya que hablamos de la taba, una de cal y otra de arena para la analogía con la política. La de cal, que cada jugador debe hacer su jugada en el campo del contrario para que cuente como jugada; la de la inquietante arena, que se llame coimero a quien oficia de juez para cuidar que aquella regla se cumpla.

Si volvemos al comienzo, a partir de lo observado sobre las aventuras y desventuras de los nombres en la actualidad de la política argentina, cabe destacar que lo que le conviene a Dios no les conviene a las sociedades humanas. En efecto, Dios puede soportar todos los nombres, pues ninguno le dará caza (“Lo divino quiere y no quiere ser nombrado con el nombre de Zeus” escribió Heráclito). En cambio, cuando los liderazgos simplemente humanos pretenden emularlo, no pueden escapar de la tragedia o de la farsa, ya que los nombres personales terminan nombrando sustancias que devoran los cuerpos políticos colectivos que los sostienen.

Al contrario, la política conquista mayor fuerza cuando se hace sistema de partidos, en el que cada uno no diluye su nombre colectivo en los de oficialismo y oposición, pero tampoco es sustituido por los nombres de sus conductores. En todo caso, la auténtica trascendencia ha de ser la de las investiduras, no la de quienes las ejercen, que si la alcanzan, será por sus frutos, según la sanción de la historia.

*Ex senador, filósofo.