ELOBSERVADOR
a proposito del crimen de araceli

Por qué no hay palabra que nombre la muerte de un hijo

Cada caso público de muertes de jóvenes nos abre la pregunta sobre qué sentirán sus padres. A partir de la propia experiencia, el autor reflexiona sobre cómo situarse ante el dolor y seguir adelante.

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. | MARTA TOLEDO

La muerte de un hijo constituye la aparente ruptura de un contrato tácito de un padre con ese hijo, un contrato que dice “estarás toda mi vida conmigo en-este mundo-común”. Esta ruptura evaluada desde el punto de vista del análisis existencial de Binswanger y de una hermenéutica heideggeriana abre interesantes avenidas de estudio. Con ese fin hemos de recordar a la existencia en su doble rol, de ser-en-el-mundo y de ser-con.

De acuerdo a Binswanger, el padre al despedir a un hijo se despide a sí mismo de su manera previa de existir, de su mundo previo. La mayoría de las emociones experimentadas en esos momentos reflejan ese rechazo a dicho mundo. El velorio es un rito que permite que los padres aún permanezcan con el hijo en el mundo previo en la manera de un homenaje póstumo.

Luego del momento del sepelio se abre una nueva instancia. Roland Kuhn a partir de la frase de Heidegger “solamente fuera de este mundo pueden los que permanecen continuar siendo-con el fallecido” nos dice que esto debe ser entendido como un retirarse de este mundo de los deudos (los padres en nuestro caso), es decir fuera del mundo en el que han estado hasta entonces con-ese-hijo.

Tanto Heidegger como Binswanger y Kuhn llevan este análisis hasta el período de duelo y desde allí evalúan lo que denominan período emocional del mismo y a éste como manera de ser en el mundo, sin extender el análisis hacia las posibilidades que plantea este despedirse de la manera propia (y previa) de existir. Estas posibilidades y en especial la de permanecer siendo-con-el-hijo fuera del mundo previo, en un nuevo-mundo-propio más allá del duelo ha sido explorada in extenso a través de experiencias compartidas con miles de padres en los grupos Renacer de padres que enfrentan la muerte de hijos, grupo que nace como alternativa al duelo.

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Palabras. En el prólogo de nuestro libro Donde la palabra calla, se hace alusión al significado de la falta de una palabra que defina a quienes quedan de este lado de la vida al morir un hijo, específicamente los padres. Se propuso la tesis de que la falta de palabra implica un proceso de búsqueda y aun de creación más allá de lo que el lenguaje pueda expresar. Esta propuesta encuentra validación por parte de los propios padres a través de diálogos Socráticos durante los Encuentros Regionales, Nacionales o Internacionales de Renacer donde se dan cita varios centenares de padres.

Comienzo la charla con un par de preguntas que demandan respuestas de los padres: primero, les pregunto si ellos piensan que se puede ser la misma persona luego de la muerte de un hijo. En este caso la respuesta unánime es que no se puede, que el preciso instante en que eso sucede ya somos una persona radicalmente distinta. Punto primero y de fundamental importancia que está ahora a la luz del día, asumido. Esta es una realidad de la que muchos padres, inmersos en su dolor, no se dan cuenta, incluso por meses y hasta años después de perder un hijo y persisten en querer vivir como antes, cuando su hijo aún vivía.

Luego les pido que levanten la mano quiénes han perdido a sus padres, a lo que un gran número responde afirmativamente, entonces pregunto: ¿Alguno de ustedes necesitó asistir a un grupo de ayuda mutua en esa instancia?, obteniendo una negativa universal; esto es seguido de una nueva pregunta: ¿En qué se diferencia entonces el sufrimiento por la muerte de un padre al de la muerte de un hijo? En este momento se hace un silencio pues ésta es, indudablemente, una respuesta difícil, razón que origina una nueva pregunta: Ustedes me han dicho que son distintas, entonces, ¿son distintas en cantidad o lo son en cualidad? ¿Es que una es simplemente más dolorosa que otra o es una vivencia diferente? Algunos pocos manifiestan que el sufrimiento es simplemente más doloroso, pero la mayoría, luego de un momento de silencio coincide en que son distintos en calidad, aunque no puedan describirlo con palabras, pero se dan cuenta de que están enfrentados a una nueva vivencia no explorada aún; están a las puertas de “algo” desconocido pero que ha de estar presente para siempre en sus vidas.

La siguiente pregunta se dirige a la percepción que tienen sobre lo que se denomina duelo y elaboración del mismo. Antes de seguir en esta línea es importante recordar que Renacer se origina y se mantiene como una alternativa al duelo. Seguimos ahora con el diálogo y les recuerdo a los padres que son ellos quienes han dicho que no se puede ser la misma persona y que las vivencias por la muerte de un hijo son de una cualidad distinta a las de duelos previos y les pregunto: ¿Puede un modelo de duelo que se aplica a la muerte de un padre ser aplicable a la muerte de un hijo? Aquí se hace un silencio, no todos responden, pero la mayoría se da cuenta de que es una pregunta que requiere de ellos una reflexión profunda y una respuesta de igual carácter, y aquí y ahora comienza a aflorar la conciencia de que lo previo no sirve, puesto que pertenece a un mundo que ha sido abandonado y la incertidumbre ya se refiere a lo nuevo, a lo aún por descubrir. Continúo manifestando que debemos tener en cuenta que se padece un duelo por la muerte de un ser querido, por una separación, por la pérdida de una casa, un trabajo y aun una mascota, todos estos eventos son, ciertamente dolorosos y pueden ser extremadamente dolorosos, pero ustedes ya me han dicho que la vivencia de la muerte de un hijo es distinta en calidad, en otras palabras han dicho que son otra cosa, que son diferentes, y ahora entramos en el meollo del problema: son cosas diferentes y para describir a una de ellas, la que nos trae aquí… No tenemos palabras para hacerlo, no existe, aún, una palabra que lo define… Cuando muere un hijo no hay palabra.

Vuelvo ahora a la aseveración previa por parte de ustedes y voy a conversar sobre esa realidad indiscutible de ser personas diferentes a partir del preciso instante en que un hijo muere. A una persona diferente se le abre un mundo diferente, un mundo nuevo y tenemos ahora la conjunción de un hombre nuevo que vacila entre un nuevo mundo y uno viejo. Y debemos elegir en cuál de ellos nos hemos de mover. En el mundo viejo está el antes, el dolor y la tristeza, el “duelo y sus etapas”, el frío y la oscuridad; muchos padres intentan permanecer en ese mundo viejo, pero no pueden alejarse de esa oscuridad. En el nuevo mundo hay incertidumbre, desconocimiento, temor a ingresar, pero también está el futuro, la esperanza, la memoria de sus hijos que en Renacer se convierte en una memoria colectiva; está la búsqueda de sentido, las incontables posibilidades que esperan ser realizadas por nosotros… Y un silencio sin palabras, y palabras nuevas que necesitan ser creadas, percibidas desde la visión de un hombre nuevo que observa con curiosidad infinita y permanece abierto al asombro, ése que se había perdido en el viejo mundo vivencial. Por eso no hay palabra que nombre la muerte de un hijo en este mundo viejo si nos resistimos a dar el paso que trasciende lo ya conocido.

Pero esto nos plantea nuevas disyuntivas: y ahora vuelvo a insistir: si ingresamos a un mundo nuevo, si ya somos hombres nuevos, si la muerte de un hijo genera sufrimientos diferentes a la de un padre, ¿puede entonces una metodología de elaboración del duelo de los padres aplicarse a la muerte de un hijo? Si ustedes, implícitamente han adelantado que no es así, entonces, ¿qué opciones nos quedan? ¿Será éste el momento de reconocer que en ese mundo nuevo un hijo que muere merece algo más que un mero transitar las etapas de un modelo antiguo? ¿Qué ese “algo” más sea una profunda transformación interior? ¿Acaso un cambio radical de existencia? Y aquí nos encontramos con un hecho paradojal: esta transformación interior, la más brusca y profunda que el hombre puede experimentar, ya ha tenido lugar aunque no seamos conscientes de este hecho.

Es por esta razón que los grupos Renacer, desde sus inicios, se levantan ante esta tragedia como alternativa al duelo y plantean que, frente a esta transformación interior acaecida espontáneamente, su rol es el de no obstaculizarla tratando que los padres vean la futilidad de permanecer en un viejo mundo asistidos por ciencias de la psiquis obsoletas para el caso; de fomentar y facilitar dicha transformación para que nuevos valores puedan ser percibidos e incorporados, para que vean en sus hijos un valor que permanece en las conciencias morales y sirva de norma para una vida más solidaria, más compasiva, más receptivas al dolor de los demás y más respetuosa del Otro como persona también única e irrepetible.
Entonces la muerte de un hijo no será en vano, no tendrá como resultado el sufrimiento eterno sino el origen de un nuevo hombre y el desafío de vivir un nuevo, y por qué no, mejor mundo y de esta manera vemos que la ruptura del contrato tácito establecido al nacer un hijo ha sido sólo aparente y que el mismo continúa con mayor vigencia aún.

*Médico. Cofundador con Alicia Schneider de grupos Renacer, de padres que enfrentan la muerte de hijos.