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¿Quiénes son los que se animan a decir que apoyan a Trump y lo votarán?

Lo que en un momento fue un voto un poco avergonzado, ahora se expresa orgulloso y con dosis altas de nacionalismo y populismo, a la norteamericana. Crónica de cómo una sociedad empieza a tomar en serio la candidatura del megamillonario que genera entusiasmo en los propios y miedo en los ajenos.

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“Una montaña rusa”. Esa es la expresión que más se escuchó en la capital estadounidense esta semana. Y no, porque en la ciudad de Washington, Lincoln, Obama y Frank Underwood –porque el presidente ficticio de la serie House of Cards también tiene su propio tour– se respire política en cada esquina; la frase no se refería específicamente a las primarias que, con el triunfo de Cruz y Sanders en Wisconsin volvieron a dar un giro a lo que se intuía eran victorias seguras para Trump y Clinton, respectivamente. Se trataba, lisa y llanamente, del clima: un día de dos grados bajo cero, seguido de uno de 15, más lluvia y sol y luego más lluvia para esperar el debut de los Nationals, el celebrado equipo de béisbol local, que inauguró su temporada el jueves.
Pero también, claro, la expresión aplicó a la perfección a la actuación de los electores estadounidenses, especialmente los republicanos. Con los números de Wisconsin inclinando la balanza hacia Ted Cruz, Donald Trump –un personaje que, aquí, parece hecho a medida de comentaristas de televisión pero, también, para las discusiones que se dan en cada bar, restaurante, mesa de trabajo o simple encuentro con un foráneo– debió salir a desdecirse de varias (y van...) acciones y frases desafortunadas: la última, de ayer nomás, un tuit que comparaba una foto poco agraciada de la mujer de Cruz con Melania, la ex modelo checa con la que Trump comparte su vida desde hace diez años, y la leyenda “Una imagen vale más que mil palabras”, que hizo estallar, una vez más, la ira de las mujeres y se reprodujo hasta el cansancio en las cadenas de televisión. El experimentado periodista Wolf Blitzer, en CNN, hizo transpirar a la vocera del excéntrico millonario –porque sí, para demostrar pluralismo, Donald contrató a una mujer–, que no sabía cómo hacer para salir de la frase hecha y la sonrisa impostada ante las incisivas repreguntas del veterano corresponsal. Es que esa última frase no fue la única sobre la que Karina Pierson tuvo que defender a “Mr. Trump”: también tuvo que explicar por qué el precandidato trastabilló una y otra vez sobre una posible revisión de la ley que permite el aborto legal –“Lo cambiaremos si somos gobierno”, aseguró hace algunos días, y luego dijo que no había dicho eso– y la polémica sobre México, el muro y quién debería pagar (ver aparte), que no hace más que echar leña al fuego de la antiinmigración que, aquí, parece ya arder lo suficiente.
Según la influyente revista local Politico (así, con su nombre en español), el precandidato, al que definen como “el millonario de Manhattan y estrella de reality shows”, no es el más confiable a la hora de hablar: en una medición que dieron a conocer esta semana, en los discursos y apariciones públicas en las que Trump participó durante el mes de marzo –que sumaron unas 4,6 horas de discursos–, el magnate “hizo más de cinco docenas de declaraciones que fueron ofensas, representaciones falsas, exageraciones o, sencillamente, mentiras”, escribió el semanario. Eso equivale, según calcularon, a “una declaración errónea cada cinco minutos”.
 
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Ante este panorama, que sigue revelando facetas de un candidato tan políticamente incorrecto, ¿quiénes son los que sí se animan a expresar públicamente su apoyo a Donald Trump? Para Robert Jones, doctor en Sociología y Religión y director del Public Religion Research Institute, que lleva adelante cada año una encuesta a nivel nacional sobre “valores estadounidenses” que recoge las opiniones de 2.700 ciudadanos acerca de la situación económica, discriminación racial, confianza en las instituciones, y visiones políticas y religiosas, entre otros temas, los resultados de este año “pintan un cuadro de un electorado preocupado por el futuro del país, ansioso ante posibles cambios culturales y preocupado por las desigualdades a nivel económico”, pero no, claramente, en el mismo sentido que podría atribuirse a esas desigualdades en la Argentina, por ejemplo. “En algunos niveles, especialmente los más bajos, hay una gran nostalgia por el pasado. Y allí es donde entra Donald Trump, con sus promesas de ‘hacer grandes a los Estados Unidos otra vez’”, dijo Jones al presentar el estudio en una entrevista con el diario progresista Common Dreams. “Creo que lo más destacable en su discurso es la repetición de la palabra ‘otra vez’. Y lo que nos dice nuestra encuesta es que Trump ha logrado captar y ‘convertir’ a varios votantes dudosos de participar  del denominado ‘electorado de valores’: blancos protestantes evangélicos, católicos blancos, católicos conservadores: lo que denominamos ‘votantes nostálgicos’, esos que extrañan las épocas en las que los trabajadores recibían un salario digno por su trabajo y tenían un nivel de vida acorde a los valores estadounidenses y donde los valores morales cristianos estaban más en el centro de la escena. Es decir, no tan amenazados por un escenario multicultural y con la inmigración como un ‘peligro latente’”, explicó Jones.
Para el experto, de los votantes blancos evangélicos de Trump –repartidos especialmente entre el sur y el medio oeste del país–, “el 72% declaró añorar los años 50. Entonces, les preguntamos sobre los musulmanes y encontramos que las respuestas, sin mencionarlos específicamente, se asemejaban a los mismos temores que expresan tener sobre los mexicanos y la inmigración latina en general: dos tercios de esos votantes declaran que les molesta que vengan aquí a sacarles sus trabajos, vivir en sus casas y usar sus servicios de salud. Seis de cada diez se definen ‘enojados al toparse con un inmigrante en la calle o en un comercio que habla poco o mal inglés’. Y tres cuartos de ellos aseguran que los valores del islam tienen ‘poco o nada que ver’ con el estilo de vida estadounidense”, reveló. El otro gran desafío, claro, es el electorado latino, uno de los principales blancos de Trump a la hora de sus declaraciones desafortunadas. Los inmigrantes e hijos de latinos aptos para votar, sin embargo, siempre demostraron cierta cautela y haberse integrado al american way of life. En 2012, aseguró Jones, “Obama se llevo dos tercios de los votantes latinos, y todo indica que esto debería mantenerse así: que los demócratas capten el 70% de los votos de esos electores. Y con una supremacía blanca aún mayoritaria entre el electorado, eso igual no alcanza para ganar una elección”, detalló.

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“No hay manera de que ese idiota sea el próximo presidente de Estados Unidos. Porque si eso ocurre, lo que sucederá es que todos nosotros, los 319 millones de estadounidenses, le afirmaremos al mundo ‘Sí, mírennos, somos unos idiotas, porque nuestro presidente lo es”, asegura con vehemencia Sean Jenkins, un ejecutivo de comunicaciones en una multinacional, sentado a la barra del bar de un hotel corporativo en el corazón del downtown del DC. El director de una compañía de software, que lo acompaña en la segunda ronda de tragos después de cenar, disiente: “Tengo casi la edad de retirarme. Mi padre sirvió en Corea, yo vi a hijos de amigos irse a la Guerra del Golfo, o luego enlistarse tras el 11 de septiembre. Necesitamos reestablecer el orden que le aseguramos al resto del mundo puertas adentro, o si no esto se convertirá en un caos”. El discurso encendido sorprende, porque lo políticamente correcto, dijimos, es seguir la línea de pensamiento de Jenkins, un WASP universitario, educado en Boston, y que no llega a los 40 años. El ejecutivo sesentón, también blanco y protestante, dice que hay una diferencia de edad y de experiencias –así, enfatizando la última palabra–, que su colega más joven no experimentó y eso hace que piense como piensa: “Fuiste joven en esa época del libertino de Clinton”, le espeta.

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En un teatro de stand up e improvisaciones en las calles 14 y U, en plena zona de Adams Morgan, la más elegida para vivir entre los profesionales jóvenes del DC –donde la mayoría se dedica a la política o trabaja en algún organismo de gobierno local o internacional– , la marquesina que invita a los espectadores a entrar es clara: “Su voto decide quién gana. Aquí no hay peligros: no participa Donald Trump”, ironiza. Así parecen percibirlo las generaciones más jóvenes, no sólo las blancas y protestantes, sino también las que se dedican a servicios de todo tipo en hoteles, restaurantes, supermercados. Todos tendrán su nametag con un nombre que no tiene origen sajón, y todos coincidirán en decir –en inglés con un fuerte acento del Este europeo, o árabe, o de algún país de Latinoamérica escondido detrás, que seguramente escuchan en sus casas– que The Don es “un chiste, lo peor que podría pasarnos si llega tan sólo a conseguir la nominación”. Pero no todos coinciden, lo que deja claro que, en la calle, las encuestas no son tan determinantes y que las probabilidades que hicieron que Trump llegue a las puertas de la candidatura republicana son tan impredecibles como sus posibles votantes. A pasos del Obelisco, que aquí homenajea a George Washington, sobre Constitution Avenue, para a dar su opinión Fatima Aluf. Tiene 24 años, está terminando sus estudios sobre religiones comparadas en la George Washington University y es hija de sirios inmigrantes. Uno podría inferir que votará demócrata, pero ella asegura que su candidato es Mr. Trump: “Necesitamos sentirnos seguros de nuevo. ¿Viste lo que pasa allá afuera? Atentados, EI, Europa atacada, a 15 años del 9/11. No queremos eso por aquí. Mis padres lucharon mucho para darme la posibilidad de educarme y estudiar. Y yo quiero devolverles eso y proveerles un país seguro, el que ellos eligieron para vivir”, dice vehemente.
 
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En el museo dedicado al periodismo, Newseum, una original muestra permanente que cubre todos los grandes temas de la “Americana” (como denominan a su cultura moderna), desde el 11 de septiembre al segregacionismo y la guerra de Vietnam con una mirada crítica y el rol que la prensa ocupó en cada conflicto. Pero hay más que eso: a lo largo de todo el recorrido, los visitantes pueden “votar” con stickers de colores sí o no sobre diferentes asuntos. Y en una exhibición temporaria sobre “El rol del FBI”, los participantes pueden, tras pasearse por algunos de los casos más famosos en los que intervino la agencia federal de investigaciones –desde Dillinger hasta el Unabomber–, decir en una pizarra “Qué es lo que los haría sentir más seguros”. Las respuestas, con caligrafías variadas, es casi unánime: “Donald Trump”. Si se tiene en cuenta que quienes más visitan el museo, al menos un día miércoles por la mañana, son estudiantes primarios y secundarios, la respuesta asusta al menos un poco.  
 
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Un grupo de turistas baja por la calle 15, a la vuelta de la Casa Blanca. Son blancos, negros, jóvenes y mayores. Caminan a los gritos, llevan bolsas de souvenirs. Y una de ellas, bajita y con el pelo de colorado furioso, lleva sobre el pecho una camiseta con la cara de Trump: “We shall overcomb”, se lee. Y ante la consulta de PERFIL sobre la ironía de la frase, asegura que al contrario: está muy contenta de que The Don sea su candidato, dice que lo votará feliz si gana la nominación, y repite lo que parece ser la promesa sobre la que se basa su campaña: “Es el único que puede volver a hacerme sentir segura. El mundo está muy mal allá afuera”, dice. Se llama Meredith, es de Missouri y es “la orgullosa madre de cuatro”. Pero, otra vez, no supera los 45 años.
Al menos en la ciudad de Obama –que sigue despertando la fascinación de un rockstar, al menos de los turistas, que conforman gran parte de la densidad poblacional de una ciudad ordenada, tranquila, activa y sorprendentemente poco ruidosa– Trump parece estar pisando firme. O sus asesores así lo quieren demostrar: una estructura gigante que dice “Vote for Trump” corona el sur de la Calle 11 cerca del National Mall, allí en el corazón de lo que Washington se enorgullece como los símbolos que la forjaron como la cuna de una patria libre y democrática

*Desde Washington.