ELOBSERVADOR
el relato y los usos de la historia

San Martín, el gran prócer olvidado del revisionismo K

Volver a contar el pasado y reivindicar a algunos de sus protagonistas se ha transformado en una de las obsesiones del gobierno kirchnerista.

Versión. En el corto de Stagnaro, ¿espía de los ingleses?
| CEDOC.

¿Sigue siendo hoy José de San Martín “el santo de la espada”? ¿Cuál es su rostro más recordado? ¿Qué tipo de debate se instala sobre la figura del libertador de Argentina, Chile y Perú, en este país dividido entre quienes aseguran que el kirchnerismo hace uso político de la historia y los que defienden el revisionismo de los hechos del pasado como un acto de justicia popular?

Seguramente, no fue casualidad que en 1970, en una sociedad dividida entre “rosistas y no rosistas” y “peronistas y antiperonistas”, Leopoldo Torre Nilsson haya estrenado con un éxito indiscutible la película basada en la obra de Ricardo Rojas. En El Santo de la Espada, San Martín fue un militar exitoso que sintetizó todos los debates de la sociedad dividida de los 70. La vieron 2,8 millones de espectadores –el 15% de la población del país en ese entonces– y la película entró en las escuelas como material didáctico. Según las críticas cinematográficas de época, no fue una gran creación, pero sí un éxito en las boleterías. El crítico e historiador Domingo Di Núbila la llamó una “costosa biografía, rigurosamente vigilada por los mecanismos de control durante su rodaje”. El Instituto Sanmartiniano tenía, por ley, todos los derechos de producción sobre la figura.

Un recurso nada novedoso. Ya en 1852, Karl Marx había escrito en El 18 brumario de Luis Bonaparte: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.

Para decirlo en criollo, parece que la idea de traer la historia al presente es más antigua que Matusalén, y no es para nada un invento argentino ni, mucho menos, del kirchnerismo. Sin embargo, el tema sigue provocando polémica. “Cualquier gobierno tiene una mirada sobre el pasado: aun si elige no hacer nada, eso quiere decir que está haciendo algo. Rastreando la dictadura, vemos que tomó postura referenciándose con la organización nacional de 1880, y se proclamó como Proceso de Reorganización Nacional”, dice a PERFIL el doctor en Historia Gabriel Di Meglio, uno de los creadores del personaje Zamba, del canal Paka Paka.

María Ernestina Alonso, profesora de Historia y escritora, señala que los historiadores llaman “uso público de la historia” a “las operaciones ideológicas con el pasado” que se hacen generalmente desde la política. “Uso público de la historia no es igual a la producción de conocimiento histórico”, aclara. En el uso público de la historia aparece el llamado “relato”, que la oposición hoy le endilga al kirchnerismo. “Con los mismos hechos, se puede construir más de un relato y más de un sentido”, admite Alonso.

“La historia es política y la política es historia”, asegura en diálogo con PERFIL Pacho O’ Donnell, escritor, político y médico, autor de una veintena de obras históricas y uno de los referentes del revisionismo histórico local. “Hay distintas versiones interpretativas de los hechos históricos. Es lógico que un gobierno peronista reivindique figuras que tienen que ver con la historia popular. El revisionismo es la historia contada desde los sectores populares”.

Di Meglio señala los “matices” en el Gobierno sobre la historia. “Hubo un cambio a partir de 2011, se inclinaron más hacia el revisionismo, con la reivindicación del Día de la Soberanía el 20 de noviembre y la creación del Instituto Dorrego. Pero al mismo tiempo, en el discurso de Cristina aparece Sarmiento. Y la discusión de si Colón o Juana Azurduy no es revisionista, tiene más que ver con reivindicar lo indígena y lo femenino”.

Para el investigador del Conicet Roy Hora, el Gobierno “se esfuerza por enfatizar la historia quitando importancia a las transformaciones previas. Sobre San Martín, por ejemplo, no se puso énfasis. ¿Cuánto vale San Martín hoy? Mi impresión es que para el Gobierno no tiene tanto para decirnos, no tiene significado como faro que nos oriente hacia el futuro. Los problemas que él enfrentó tal vez no son los que más preocupan hoy. Es lógico que aparezca Sarmiento, si la educación está mal; o que Néstor y Cristina, ambos abogados, traigan a Moreno, independientemente de la importancia que los historiadores le den a esa figura”. Al fin y al cabo, “toda historia es historia contemporánea”, como escribió el filósofo italiano Benedetto Croce.

De Alfonsín a Cristina. ¿Es el kirchnerismo el que más forzó las interpretaciones de la historia argentina, desde la recuperación de la democracia? Aquí las posiciones se dividen, aunque todos coinciden en que probablemente fue el gobierno que tomó las posturas más fuertes y que el bicentenario de la Revolución de Mayo, en 2010, fue un detonante que le jugó a favor para ascender a algunas figuras al panteón de la historia nacional.

Di Meglio cita el intento de intervención en la mirada histórica del país que hace el gobierno de Raúl Alfonsín, a partir de la película La república perdida: “Coloca a los gobiernos democráticos como buenos, hermana a Yrigoyen con Perón. Del otro lado, los dictadores, que son los malos”.

O’ Donnell recuerda que el ex presidente Carlos Menem repatrió los restos de Juan Manuel de Rosas, tras 137 años de exilio. “Sí, pero Menem repatria los restos de Rosas y lo señala como un signo de reconciliación nacional y, a la semana, saca el indulto”, agrega Di Meglio.

Frente a estas posiciones, el historiador Carlos Malamud se planta: “Este gobierno es claramente, desde la recuperación de la democracia, el que más operó sobre la historia. Es algo típico de los gobiernos populistas, donde la historia se convierte en un arma política, y de ahí la necesidad de contar con institutos de revisiones históricas y esas cuestiones. Es clara la manipulación política, y esto se vio durante los festejos del Bicentenario.

Es cierto que toda historia es historia contemporánea y cada generación de historiadores se repregunta, pero el problema está cuando las preguntas que se hacen no son sobre el pasado sino que se aprovechan en el futuro, utilizar la historia con fines partidarios, peor aun si se manipula desde el Estado”.

O’Donnell opina que lo que molesta es el intento de poner en cuestión “el orden establecido”. Y asegura que ése fue el principal motivo por el cual se criticó la creación del Instituto Dorrego, que presidió hasta principios de julio. “La historia oficial es una historia construida en base a un sistema de poder, de subsidios, de viajes, de empleos”, dijo.

 

Superhéroes nac & pop

En un episodio de Zamba, el niño dibujo animado que viaja al pasado para interactuar con personajes de la historia desde la pantalla del canal infantil Paka Paka, la excursión se detiene en la Batalla de Yapeyú. Allí, el niño formoseño venera a un San Martín que viste una capa roja, a modo de superhéroe, y le entrega su primera espada.

“Zamba es un dibujo animado creado para atraer a los chicos a la historia, con humor. No fue pensado como un recurso pedagógico. Está hecho en código de animación, donde siempre hay uno bueno y uno malo. No nació para que se use en la escuela, y si esto ocurre hay que pensar qué tiene que hacer el docente con eso”, dice Gabriel Di Meglio, uno de los creadores de Zamba, consciente de que el personaje no ha sido bien recibido por algunos sectores que le critican la “bajada de línea del revisionismo oficial”. Pero su popularidad ya saltó a las aulas y, además, se presenta como espectáculo en Tecnópolis. Pacho O’Donnell asegura que no vio Zamba nunca por TV, pero opina que, “habiendo leído las críticas que le hacen y quiénes las hacen, puedo afirmar que se trata seguramente de un proyecto muy interesante”.

 

¿Quién es dueño de la historia?

El debate entre historiadores liberales y revisionistas tiene ya muchos años. El revisionismo se inició en Argentina con la reivindicación de la figura de Rosas. Las primeras producciones fueron en la década de 1930 y 1940, y formaron parte de diversas vertientes del nacionalismo católico. Los más influyentes fueron Julio Irazusta, Carlos Ibarguren y Ernesto Palacio. La primera obra importante fue La Argentina y el imperialismo británico (1934), de Rodolfo y Julio Irazusta. Años después, pusieron el énfasis en el tema del imperialismo inglés, lo que creó un vínculo con los nacionalistas populares. Allí se destacó la obra de Raúl Scalabrini Ortiz Historia de los ferrocarriles argentinos.

El debate se actualizó con la puesta en marcha del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, por decreto del gobierno nacional. “Luis Alberto Romero se autoerigió en jefe de la indignación, ante la aparición del Dorrego, pero nunca propuso el debate, sino la diatriba y la injuria. Adujeron que la Presidenta quería modificar la historia, le adjudicaron lo que ellos vienen haciendo desde hace 150 años”, asegura, polémico, Pacho O’Donnell en La confesión (Aguilar), un libro de reportajes que le hizo Eduardo Anguita y que acaba de llegar a las librerías argentinas.

 

Una figura indiscutida y una faceta desconocida

San Martín es una de las figuras menos discutidas, reivindicado por unos y otros. Pero en los últimos tiempos se develaron nuevas facetas. El revisionismo destacó su condición mestiza y el historiador radical Rodolfo Terragno publicó Diario íntimo de San Martín, que se ocupa de sus actividades durante el exilio en Inglaterra.

Para el Bicentenario, se estrenó un corto de Juan Bautista Stagnaro en el ciclo 25 miradas/200 minutos. Se llamó El espía, y se detiene en el momento en que, en 1812, San Martín llega al país y casi no lo dejan entrar por considerarlo un espía inglés. El corto puede verse en YouTube. “Era masón, eso no está en discusión, pero de ahí a que fuera un espía inglés, me parece absurdo. No hay pruebas”, dice Di Meglio.
Bartolomé Mitre, militar como San Martín, fue quien escribió en 1887 la historia oficial de su vida, versión que marcó por años el imaginario popular y las investigaciones de la Academia. “Mitre le reconoció a San Martín que era el campeón, incluso destacó su mirada americanista, pero al mismo tiempo nos lo entregó mutilado de ideas”, dice O’Donnell. La reivindicación de su pensamiento, de su condición política, sigue siendo en estos días tarea pendiente. “Es que San Martín tuvo una disputa importante con los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX, los unitarios, rebautizados liberales, que son quienes escribieron la historia”, agrega. Para Pacho, San Martín defendió a Rosas. “No sólo le dejó su sable, sino que él, que era un hombre muy prestigioso en Europa, escribió notas en diarios europeos contradiciendo la campaña en su contra que hacían sus enemigos”.
Perón, que también era militar, reivindicó a San Martín. Rebautiza como Avenida del Libertador la que era avenida Alvear. Pese a ello, no fue revisionista.