ESPECTACULOS
El espejismo de abolir la soledad

Amor en tiempos de dominio

Un texto que preexiste a una adaptación es una voz que está hablando antes de empezar la conversación.

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Pasiones. El director Alejandro Maci adaptó para el cine la novela Los que aman odian, y eligió un elenco de lujo: Marilú Marini, Francella, Juan Minujín, Luisana Lopilato, Alarcón y Justina Bustos. | patagonik

Un texto que preexiste a una adaptación es una voz que está hablando antes de empezar la conversación. Ya hay un concepto para dialogar y polemizar. Los personajes existen, tienen nombres, dicen cosas, se conducen de cierta manera, opinan, callan, mienten, accionan y hasta se sublevan a los designios del narrador. De esa suma de elementos surge una trama, o bien, la trama genera estos elementos, vaya a saber. El caso es que una historia alejada en el tiempo puede volverse una buena metáfora del amor y las patologías a las que la pasión suele conducir.

Un hombre en ruinas escapa de una mujer a la que no pudo poseer y en esa huida vuelve a encontrarla y el mito de la posesión del ser amado vuelve a ponerse en marcha. Los que aman, odian es un poco el cumplimiento de esa fantasía que consiste en confundir amar con tener. Porque el amor tiene bastante de eso:

el espejismo de abolir la soledad. En la historia, el Dr. Huberman encarna a un hombre enloquecido de pasión, malherido a fuerza de abandono y frustración, que confunde su necesidad de entrega, su miedo a la vejez y su deseo de ser amado, con una moneda de cambio, con reciprocidad. En otras palabras, piensa que sus necesidades necesariamente implican las necesidades del otro y se equivoca. Ese error pone en marcha la máquina del relato. ¿Pero es que el texto de la novela opera de esta manera o sólo se trata de una lectura? Pregunta imposible contestar: ¿es posible concebir un texto independiente de una lectura? ¿Hay textos puros fuera del ojo que los mira y los decodifica? Hace años, cuando leí por primera vez el policial de Ocampo y Bioy, quedé atrapado por la posibilidad de un relato casi gótico de un hombre enloquecido de amor atrapado en un hotel perdido en una playa desierta con una mujer que no puede tener, pero cuya presencia lo acosa y lo subleva. En ese encerramiento en los confines del mundo, los mecanismos de la seducción, la sumisión al sexo y la proximidad enseguida se van convirtiendo en una amenaza. Además, la historia luego provee de más elementos para completar el cuadro: la presencia de los otros. Otros que también desean, envidian y aman, pero, sobre todo, rivalizan. En ese lugar solitario, Huberman y Mary no disponen de soledad para dirimir su pasión simplemente porque ya no es sólo de ellos. Así, entonces, queda establecida la arena en la que se jugará el relato, la trama. Y también el tiempo de la acción, a fines de los 40, cuando una cierta libertad sexual, un aflojamiento del corsé victoriano despuntaba en el horizonte.

En el Hotel del Mar, Mary se encuentra con Huberman y la pasión recrudece “en segundas nupcias”, lo cual quiere decir con reclamos, rencor, venganza, resentimiento y envidia. Así nace el odio. Todos estos ingredientes hacen que esta historia de origen esquizo, mezcla de novelón decimonónico y novela negra, se vuelva tan atrapante. Este doble origen que la vuelve extraña y peculiar generó largas discusiones en medio de la tarea de construir un guión con Feldman y Lloberas, y después con Francella y con Vera, y no siempre nos pusimos de acuerdo. Los problemas pasionales de los personajes también suscitan pasiones. En la historia, la bella Mary parece condenada a atraer a los hombres, casi como un castigo primordial, como una inmolación. En su propia confusión no puede sino confundir a todos, volverse egoísta, impredecible y así acciona compulsivamente tratando de curar sus heridas mientras lastima a los demás. Pero Huberman, ciego por su propia desesperación cree ver en el reencuentro la posibilidad de iluminar el último tramo de su vida, ignorando que Mary ha viajado hasta allí inmersa en una nueva trama pasional, tan extrema como la que alguna vez lo unió a él. Y mientras él intenta recordarle que ella le prometió que sería suya, la posición de las fichas en el tablero ha puesto en marcha un mecanismo fatal que nadie es capaz de vislumbrar.

En poco tiempo, la súplica se vuelve amenaza, la envidia enfrentamiento, y el amor odio. Y la expresión “vos dijiste que eras mía” se convierte en un latiguillo tan hueco como constante, porque ahora que sabemos que estamos atrapados, no sólo en un hotel tapado por los médanos sino en una pasión suicida, la guerra ha comenzado. Y ese homeópata que se pasó media vida entre bibliotecas infinitas y conversaciones eternas se convierte en un individuo desesperado. Y los amantes desesperados, cuando la partida está perdida, son capaces de cualquier cosa.


*Director de cine y teatro, guionista y actor.