ESPECTACULOS
Augusto Fernandes

Arte y lenguaje en crisis

Repone en España Madera de reyes, está filmando su opera prima, La mitad negada, y dice que en Alemania, donde todo es de vanguardia, espantan al público. Cree que el país hace rato “que no está bien” y niega que haya habido progreso en la cultura.

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ESPAA. En das y con produccin del Centro Dramtico Nacional dirigir en teatro "Madera de reyes". | Cedoc

Finalmente, Augusto Fernándes, actor, director y maestro de intérpretes, concede la entrevista con la gentileza de los grandes. Puede prescindir tanto de los reportajes como de las fotos. Hoy su vida transcurre por dos carriles muy diferentes: sus viajes para dar clases (Montevideo o Madrid) y su película. Todavía están en el recuerdo más cercano sus direcciones de la década de los 90: Madera de reyes, de Ibsen, y La gaviota, de Chejov, ambas para el Teatro San Martín, y su versión de Camino de Damasco, de Strindberg, que tituló El relámpago, en el Cervantes.

—Se cumplieron diez años sin escenario.
—No lo sentí, tal vez porque siempre tengo trabajo en mi estudio. Estoy muy enganchado con mi primera película. Es una experiencia muy fuerte y dura, aún no sé en qué desembocará. Desconocía el medio del cine y ahora puedo decir que lo conozco.

—¿Proyectos para 2007?
—En enero me voy para dirigir Madera de reyes a España, con producción del Centro Dramático Nacional. Primero la estrené en Alemania, después en Buenos Aires, y siempre soñé con presentar una tercera versión. Aunque tendré sólo dos meses para ensayar. No sé cómo el teatro se sigue equivocando, porque da el mismo tiempo para dirigir una obra de tres personajes que otra de diez.

—¿Nada ni nadie logró tentarlo en este tiempo para dirigir en Buenos Aires?
—Aseguro que me llamaron, pero dejé cualquier tentación de lado, para terminar mi película. Sufrí muchos impedimentos, impredecibles, sin olvidar que me agarraron el corralito y varios cambios de autoridades.

—¿Qué se puede anticipar de la película?
—Se titula La mitad negada y la empecé en 1998. Su protagonista es Lito Cruz y en el elenco están: Héctor Bidonde, Carlos Moreno, Martín Adjemian (falleció el año pasado), Adriana Salonia, Beatriz Spelzini y Alicia Bruzzo. Nos abandonaron los productores, por lo cual tuve que asumir también esa responsabilidad. El proyecto se inició cuando José Miguel Onaindia estaba al frente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la Argentina, después llegó Jorge Coscia, ex alumno mío. Se decidió que el INCAA fuera coproductor. Es una historia complicada, hasta ahora tengo una hora y quince minutos de película. Apenas termino de filmar, edito. Trabajo con digital y tres cámaras. Para mí es muy divertido y estoy contento con el resultado.

—¿Por qué dirigir cine?
—El lenguaje cinematográfico nunca me fue ajeno. Siempre trabajé con directores de cine. Muchos me convocaban para marcar actores. Me metía y casi terminaba haciendo la película de los otros. Lito Cruz fue el que más insistió. Hay mucha gente filmando de esta manera, como Penélope Spheeris, en Oveja negra (1996), o Milos Forman, en Amores de una rubia en Checoslovaquia. La última más conocida es Secretos y mentiras, de Mike Leigh. Me diferencio de ellos en que la mía es una historia antes real. No la quiero contar aún. Creo que pocos me entenderían si explico el proceso de trabajo. Es muy particular. Hago el guión junto con la película. Hay tres camarógrafos y cada uno sabe qué área tiene que cubrir. Obedezco a lo que más me gusta. Lo que me sorprendió fue comprobar que es más fácil iluminar cine que teatro.

—¿Qué opinión te merecen el cine y el teatro nacional?
Admiro a Carlos Sorín. Consigue momentos maravillosos con sus intérpretes, así en El perro y también en Historias mínimas. En el teatro siento que por fin se están haciendo espectáculos muy interesantes. Me recomendaron varias propuestas y ninguna me defraudó. Había visto Mujeres soñaron caballos, de Veronese, y este año La omisión de la familia Coleman y No me dejes así. También me pasa con los espectáculos de Gabriela Izcovich y Rafael Spregelburd. Con todos quedé gratamente sorprendido. No soy el único en notarlo, los españoles que llegan se quedan muy sorprendidos y asombrados de nuestro nivel interpretativo.

—¿Y la televisión?
—Sufro. En mi época había ensayos. Me admira ver el profesionalismo que adquirieron nuestros actores. Han conseguido un oficio, pero los aleja de la verdadera técnica. Muchos son intérpretes improvisadores. Toman un texto y lo dan vuelta, pero el día que tienen una obra de autor no saben cómo decirla.

—¿Hay diferencias entre los actores españoles, uruguayos y los nuestros?
—Creo que el actor argentino está muy lejos. Ha trabajado mucho. Hace unos años con el Parakultural también lo sentí, pero fue sólo una golondrina que no hizo verano. Ahora hay algo que cobró peso propio. Quisiera que este oficio, reflejado en el sentido de verdad y su capacidad de soltura, tuviera que ver con el deseo de encarar textos más importantes. Ahí es cuando empiezan los problemas. Estuve viendo la miniserie Vientos de agua, donde la diferencia entre nuestros actores y los españoles era notable. Me asombraron los buenos momentos de Gustavo Garzón, Eduardo Blanco y Pablo Rago. No hablo de las actrices, porque siempre son mejores.
Hay un tipo de actuación que se está globalizando, seguramente es la que nos dejaron los norteamericanos con su cine.

—Podías haberte quedado a vivir en Alemania o España: ¿por qué elegir Argentina?
—Este país me eligió a mí. Volví a Buenos Aires porque soy de aquí. Estuve diez años en Europa por razones claras, pero nunca pensé en quedarme. Cuando éramos docentes en el Conservatorio, Agustín Alezzo me escribió una carta donde decía: “No vuelvas todavía”. No hay que olvidar que mis padres eran portugueses, nací en ese país. Donde esté, seré extranjero. Me siento muy cómodo en España y en Alemania, país donde se puede vivir de la dirección teatral, porque sos alguien importante. Mientras que aquí te piden documentos y cuando uno dice su profesión te preguntan: “¿De qué vivís?”.

—No hay muchos directores que además sean artistas plásticos...
—No quiero entrar en el circo de la pintura, bastante tengo con el teatro. Las artes plásticas se pasaron de madre. Siento que hay una cultura que se está disolviendo. Vamos a asistir a la transición de otra, que aún no sabemos cuál es. Hace poco un premio Constantini fue para un cuadro que tenía sólo un signo de interrogación. Ese primer premio consistía en 30.000 dólares. Esto es sólo una ocurrencia, pero así está la pintura en general. El que expone busca lo raro o novedoso. Es un error pensar que hubo progreso en el arte o en la cultura.
Si uno compara a los grandes exponentes de la pintura o del teatro, descubrimos que no avanzamos, sino que fuimos hacia atrás. ¿Dónde están nuestros Velázquez, Rembrandt o los impresionistas? Después de Picasso, no vino nadie más. Ya rompimos todo. Se nota la desesperación en los artistas plásticos. Ya no trabajan ni para ellos, ni para los colegas, ni para el público.

—¿Sucede lo mismo en el arte escénico?
En Alemania todo es arte de vanguardia, pero espantan al público. La gente se aburre. Tienen unos pocos directores muy talentosos, pero los otros sólo viven de los subsidios, no podrían hacerlo de la taquilla. En Argentina no sucede, aquí se busca comunicar.

—¿Todo está en crisis?
Sí. Desde el lenguaje hasta el arte.

—¿Y el país?
—Hace rato que no está bien. Siempre podemos estar peor, porque tenemos mucho margen. Pero me canso de decir siempre lo mismo y aparezco con un discurso pesimista. Prefiero hablar de arte.

Anticipa una era muy complicada. Cuando se le pregunta a Fernándes por temas como la astrología o la cábala, aclara que no quiere contestar: “Desde hace diez años estudio seriamente, pero prefiero no hablar. Hay gente que se ríe, y no quiero darle motivo”.

La situación mundial le preocupa y asegura que varias lecturas señalan que el atentado del 11 de septiembre fue diagramado por lo especial que tenía esa fecha.

“Fueron personas que sabían sobre astrología. Obviamente, Bush no tiene esos conocimientos. Sacaron la serpiente de la caja, ahora nada será fácil. Hay dos fanatismos muy peligrosos. No son buenos tiempos. Todos los pueblos se están armando. Lo terrible es la actitud de los gobiernos. Aquí vemos la estupidez por las papeleras. No son problemas de las poblaciones, sino de las personas que gobiernan. Estamos frente al fin de una cultura, con sus valores en crisis. Esto es sólo el comienzo de una era muy compleja”.