ESPECTACULOS
Cirque du Soleil

El arte de enfrentar lo imposible

La megacompañía nacida en Canadá está hoy en Brasil. En febrero llega a la Argentina con su nuevo espectáculo, Amaluna. Aquí, los secretos de la cotidianidad de una troupe multicultural.

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Despliegue. Con 2 mil toneladas de equipo y más de 150 personas empleadas, el enorme show de la nueva forma de circo vuelve a varias ciudades argentinas durante el verano y más. | TIFF

De los 19 espectáculos del Cirque du Soleil que giran por el mundo, solo algunos arriban a América Latina, como parte del calculado negocio que es esta compañía fundada por Guy Laliberté en Montreal y actualmente presidida por el empresario Mitch Garber. Amaluna sí rueda por nuestro continente. Estrenado en 2012, ya fue visto por unos 4 millones de espectadores en el planeta. Del 5 de noviembre al 17 de diciembre, es en San Pablo, Brasil, donde está su carpa azul y amarilla, que mide 51 m de diámetro, y que en su parte más elevada alcanza los 19 m y caben 2.500 espectadores. Las funciones –a menudo, dos por día– se iniciaron en Paraguay y terminarán en Quito, antes de lo cual, del 28 de diciembre al 21 de enero serán en Río de Janeiro. Luego, en la Argentina, con entradas que rondan entre los $ 1.200 y $ 3.900, se espera a Amaluna en Rosario, del 14 al 21 de febrero; en Buenos Aires, en un predio en el barrio de La Boca, del 15 al 25 de marzo; y en Córdoba, del 26 al 29 de abril.

Las semanas libres entre cada ciudad se emplean para transportar los 85 containers que ocupa la producción, que pesan 2 mil toneladas. De las 150 personas que trabajan estables en el show –a ellas se suman otras 150, entre acomodadores y personal de seguridad contratados localmente–, 48 son artistas, de 22 nacionalidades diferentes. Las demás están organizadas en equipos. Cuatro personas son responsables del vestuario. Los técnicos manejan no solo sonido e iluminación, sino también los espacios dentro de la carpa y alrededores, una suerte de pequeña ciudad, con baños, duchas y casi una decena de lavarropas. No olvidar al company manager, una persona se dedica específicamente a trámites migratorios y de visa. El artistic manager determina el elenco para cada función. Y el equipo de service de tour, entre otras cuestiones, organiza la cocina-comedor, abierta diariamente de 8 a 23. Allí, cuatro chefs coordinan a 15 colaboradores para elaborar unas 300 porciones diarias de un amplio menú que incluye carnes, verduras, cereales y frutas, algo de pan y galletitas, sin ninguna gaseosa y con agua fresca y jugos. Cada quien es responsable de servirse a gusto y en horario libre, de recoger sus utensilios sucios y de separar los residuos.

Emplazar este universo en miniatura –que no incluye habitaciones, pues todo el Cirque du Soleil duerme en hoteles o departamentos– demora ocho días; desarmarlo, tres. En la carpa paralela a la que tiene el escenario, está el taller de vestuario, con una enorme máquina de coser, multitud de elásticos, hilos y repuestos de mercería. En un sector especial, se guarda el calzado, personalizado por artista y específico para cada disciplina circense. Hay un sector con camillas, para masajes y maniobras kinesiológicas; dentro del staff, dos fisioterapeutas siguen de cerca la historia clínica de los intérpretes. En el resto del espacio, cada artista administra su propio entrenamiento en diferentes equipamientos: una cinta similar a la de correr, que simula el efecto de trepada; camilla de pilates, aparatos con pesas y poleas. En ropa deportiva y con sus teléfonos a la mano, para hablar o escuchar música con auriculares, uno salta a la soga; otra elonga con una pierna sobre la silla, para superar los 180°; otra arquea su pie dentro de una estructura de madera y látex, para exagerar el empeine. Todos prueban nuevos desafíos, cada quien en su métier. En un clima de compañerismo, se ayudan entre ellos, se dan consejos y se vitorean cuando advierten un logro. A medida que se acerca la hora del show, cada quien se maquilla y se concentra.

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Cuando comienza Amaluna –espectáculo concebido por Diane Paulus, directora con trayectoria en Broadway–, el público ingresa a un espacio de fantasía, con elementos que remiten a La tempestad y, entonces, el espacio es una isla. Pero aquí las tramas políticas y metateatrales de la última obra de Shakespeare han sido eludidas; Próspero es, en realidad, Próspera, madre de Miranda, quien se enamora de un tal Romeo, joven traído en una tormenta generada por esta madre que, más que maga, es una clown-bruja –usa una escoba–, atolondrada y, como su hija, enamoradiza. El enemigo es Cali, una simplificación del apasionante personaje de Calibán, aquí representado por un atlético acróbata con cola de lagarto. Pero el argumento no es lo central, sino las proezas: algunas explosivas; otras, más líricas; todas, de resolución impecable y en aceitada sincronía con la orquesta en vivo, integrada totalmente por mujeres, quienes ejecutan música estilo rock: guitarra y batería son las estrellas sonoras. De hecho, el 70% de los acróbatas son mujeres también. Esta obra, según la company manager Amelie Lavoie, “es un homenaje a la mujer, a su fragilidad y a su fuerza”. La fuerza, sin dudas, está representada en el grupo de agresivas amazonas, provistas de colas de caballo, que se cuelgan y vuelan de las barras asimétricas. El personaje de Miranda hace contorsionismo y se sumerge en un cuenco de agua transparente, donde transcurren las escenas más románticas.

Amaluna alterna atmósferas. El vértigo, la adrenalina, se sienten cuando un sexteto masculino salta y hace trompos en el aire, impulsados en el trampolín doble; o cuando suceden las acrobacias de piso, donde conviven cuerpos contrastantes: casi esqueléticas mujeres y forzudos que las triplican en peso, como Alexandre Zaitsev, quien está en el Cirque desde hace 23 años. La dulzura y la sensualidad vienen con una acróbata que vuela sostenida en un aro. Los clowns que representan a Próspera y a un incauto marinero traen el humor. La magia, la poesía, el misterio ocurren sin ninguna galera ni conejo, sino en un número llamado sanddornbalance. En él, Lala Eugster Jacobs construye y sostiene una figura en la que hacen equilibrio más de 15 hojas de palmera sólo apoyadas una sobre otra. Esta proeza de cálculo de física y de concentración mental la hacen pocos en el mundo –entre ellos, el padre de Lala, el suizo Mädir Eugster, y la japonesa Miyoko Shida–. Aquí, en Amaluna, sucede en un milagroso momento de silencio general, de éxtasis ante lo aparentemente imposible hecho realidad.


Historias interculturales

No hay en Amaluna argentinos, excepto Alexis Ortiz, de La Plata, quien, siendo residente en San Pablo, consiguió una plaza de asistente de cocina para la gira actual del show. Pero el Cirque du Soleil ha tenido y tiene argentinos en su haber. En Corteo, estuvo Victorino Luján haciendo el papel del gigante; Gabriel Chamé Buendía pasó por Quidam. Toto Castiñeira, quien integra el Cirque du Soleil desde 2004, actualmente hace, en Sép7imo día, la escena con Sobredosis de TV”.

El nombre y la vida de los artistas del Cirque du Soleil son desconocidos por la mayoría del público, porque no se entregan programas de mano. Mami Ohki, japonesa oriunda de Kioto, agente de prensa de la compañía, brinda algunos datos. Revela que muchos artistas y técnicos suelen levantar sus casas y dejar todas sus pertenencias en guardamuebles porque, luego de rodar por el mundo, seguramente elegirán una nueva ciudad para residir. También aclara que, “aunque se ven como acróbatas increíbles, son humanos, es decir, pueden tener un mal día o estar resfriados, etc. Por eso, hay rotación de roles. Nunca es el mismo show”.

Entre los que integran Amaluna, está David Rimmer, de Liverpool, en el sexteto de trampolín doble, quien afirma: “En el Cirque du Soleil, el arte y la técnica trabajan juntos”. Melissa Fernández, estadounidense, hija de hondureños, hace barras asimétricas y divide su vida entre la rigurosa rutina de trabajo y su reciente maternidad –su marido y su bebé la acompañan en los viajes–. Ella está ansiosa por venir a la Argentina, país del que conoce “a Evita, por supuesto”. Iuliia Mykhailova, contorsionista nacida en Ucrania, también es madre: su hija de 12 años vive en Ucrania y ya estudia gimnasia artística, en tanto que su beba de un año la sigue, con su papá, en las giras. Por su parte, la portorriqueña Didi Negron está orgullosa de “representar a América Latina”.

*Desde San Pablo, invitada por Cirque du Soleil.