El Código Rodríguez juega con los opuestos:
es una comedia que apela a la nostalgia. El ciclo de Telefe
con el que Miguel Ángel Rodríguez regresa a la pantalla para exhibir sus indiscutibles dotes de
comediante -su última incursión en ese terreno fue
Los Roldán- puede ser vista como un
homenaje a la televisión argentina de los años ‘60.
Todo en ella remite a
Darío Víttori y su recordado
Teatro
como en el teatro: los tres decorados en un mismo
escenario, la platea a la vista, público dispuesto a recibir con aplausos a cada actor que pisa el
escenario, la estética netamente teatral y una trama construida en base a los típicos enredos de
vodevil.
Las diferencias respecto del modelo elegido radican en la inclusión de algunas
características propias de la
sit-com (comedia de situación): los episodios girarán
alrededor de un grupo de personajes fijos mientras que en los tiempos de Darío Víttori cada entrega
era una telecomedia diferente.
"La ocasión hace al ladrón", el libro de Atilio Veronelli con el que debutó el ciclo presentó
a un hombre casado y con hijos (Miguel Ángel Rodríguez) casado cuya esposa (Patricia Echegoyen) e
hijas han salido a pasar unos días fuera de la casa. El sonido del timbre le quitará reiteradamente
la tranquilidad que esperaba, con un desfile de personajes variopintos y una seguidilla de enredos
que terminarán involucrándolo en una trama de policías y estafadores.
En un abrir y cerrar de puertas, l
a acción transcurrió a ritmo de vodevil y permitió el
lucimiento actoral de Henny Trayles y Eduardo D´Angelo como los padres del atribulado Rodríguez al
que sobreprotegen hasta la asfixia, y el de Manuel Vicente en el papel de un policía atípico.
Enmarcados en las reglas básicas de la comedia de enredos, también tuvieron su lugar la vecina
entrometida (Silvina Bosco), el amigo deseoso de días de juerga, y la estafadora que compuso María
Rojí.
A juzgar por la primera entrega, las virtudes de
El código... residieron en el
dominio escénico y el buen manejo de la comicidad por parte del
omnipresente Rodríguez (apellido que comparten actor y personaje), en un
humor sencillo que sin embargo tiene la ventaja de no
resbalar nunca por la pendiente de la grosería, y en respeto al ritmo que exige el género.
En su contra, juega el hecho de que para los televidentes de estos tiempos -acostumbrados a
una mayor sofisticación narrativa, estética y de producción- la simpleza de la propuesta dejó el
sabor de un entretenimiento amable pero modesto y una innegable sensación de deja-vu. En suma,
un programa digno que cumple con lo que promete pero que está
privado de cualquier efecto sorpresa.