ESPECTACULOS
marilu marini

“Francia siempre dio subsidios a la cultura”

La prestigiosa actriz analiza el actual momento del mundo, cree que hay que darle verdad a la gente, y no hacer teatro de manifiesto. Supone que hay algo económico detrás de los atentados y celebra a Adrián Suar.

20160814_1125_espectaculos_05082016GRASSI-MARILU-MARINI-03
‘Silencios de familia’. Marini es parte del programa de El Trece, volviendo así a la TV. Interpreta a la madre de Adrián Suar, de quien disfruta la comedia. | Enrique Abbate
Desde hace dos años que no está en los escenarios porteños. Regaló su presencia por Europa, sobre todo en su otra patria, la adoptiva, Francia. Ella es Marilú Marini, una de nuestras grandes embajadoras culturales. Desde este viernes 12 comparte escenario con Ignacio Monna y el músico Diego Penelas en Todas las canciones de amor de Santiago Loza que dirige Alejandro Tantanian en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza. Aunque también se la puede ver en El Trece porque interpreta a la madre (Noe Diamante) de Adrián Suar en Silencios de familia.
“El texto de Santiago Loza me lo dio a leer hace dos años –recuerda hoy Marilú Marini– me interesó y me conmovió e hizo surgir un deseo de darle carne a esta mujer sin nombre que transita por todas las emociones. No estaré sola en el escenario sino que lo comparto con Ignacio (Monna) que canta, no tiene texto, es casi la figura metafórica de mi hijo y Diego (Penelas) que toca al piano. Me atreveré a cantar, modestamente”.
—Estuviste hasta poco en París: ¿cómo fue la creación a distancia?
—El texto estaba terminado y trabajamos con Alejandro poniéndonos de acuerdo sobre qué dirección íbamos a tomar. El está muy compenetrado sobre el mundo de Loza, ya que dirigió Almas ardientes y Nada del amor me produce envidia. La gran cualidad que tiene es que sabe ver muy bien al actor, es muy inteligente y culto, algo que se agradece. Algunas veces nos conectábamos vía Skype pero imperó más el email, sin olvidar que el año pasado vine dos veces por corto plazo para ver a mi familia y amigos. En esos momentos aprovechamos para trabajar juntos.
—A una Europa convulsionada: ¿cómo la padece el teatro?
—En noviembre del año pasado, cuando fueron los atentados al restaurante Petit Cambodge y al teatro Bataclan la gente empezó a salir mucho menos. Fueron más de cien muertos. Fue muy duro, angustiante. Ya nos había pasado algo parecido con el atentado a la revista Charlie Hebdo en el mes de enero. Fue muy terrible, después la gente reaccionó y volvió a salir. Sé que la asistencia al festival de Aviñón en julio fue muy buena.
—¿Los franceses perdieron la tranquilidad?
—En Francia siempre hubo muchos atentados. Es un país que generosamente acogió a la gente por lo cual entran todos y algunos están vinculados a sectores extremistas. En Europa también se vivieron los atentados en los trenes en Madrid, en el 2004. Es mundial la convulsión, pero creo que detrás de todo esto hay algo económico, no quiero opinar sin saber. La situación de inestabilidad no es sólo europea.
—¿Cual es la función del arte y la de los artistas en estos tiempos?
—Trabajar como se pueda y se sepa con los medios expresivos. Lo único que hay que hacer es no amedrentarse, por el contrario, seguir. No quedarse con la muerte sino con la vida y crear. No me parece que se deba hacer un teatro de manifiesto, sino hacer lo que se sienta, si hay verdad seguro que va hacer bien a las personas y dará un espacio de reflexión a los espectadores. Se le debe dar a la gente una identidad, sobre todo frente a la angustia.
—¿Qué actitud tiene el gobierno francés?
—Francia siempre dio subsidios a la cultura: es su política de Estado. Los teatros públicos reciben subvenciones, aunque con las crisis se redujeron algo. La cultura es uno de los valores que Francia luce con orgullo, como una identidad. Todo lo que hicieron tanto André Malraux como Jean Vilar se ha mantenido, él decía que “la cultura era tan necesaria como la electricidad o el gas”. Hay una continuidad en el hacer. La Comédie Française sigue desde el siglo XVII.
—¿Existe en París la cantidad de teatros independientes que hay en Buenos Aires?
—No. Hay compañías más jóvenes que proponen espectáculos experimentales en salas oficiales. Llegan desde otros lados, como Tiago Rodrigues quien es portugués, o cuando estrenó Rodrigo García, nuestro compatriota. Hay valores nuevos pero trabajan en ámbitos como en el Teatro de La Bastille, que recibe subvenciones desde el Estado y la ciudad.
—Estás en el programa televisivo “Silencios de familia” e interpretás a la madre del personaje de Adrián Suar. ¿Cómo es tu química con él?
—Muy buena. Es agradable el trato y no hubo problema en establecer una relación próxima. Adrián es una persona sumamente cordial, muy inteligente y tiene un humor que comparto, por eso la relación se estableció de manera fluida. Es mi hijo, le digo “Pirucho” y tiene un tiempo muy interesante para la comedia.
—¿Qué diferencias hay para un actriz que interpreta frente a las cámaras o sobre el escenario?
—La cámara es un medio de comunicación frío y está muy próxima la mirada del espectador. Pero no hay carnalidad, la imagen que se proyecta es plana. Tenés que estar muy presente en la televisión para que sea creíble lo que hacés. En el teatro debe haber un trabajo de artesano. Se necesita precisión y hasta algo de distancia, parece paradójico, pero si en la televisión usás la misma carnalidad que en el teatro queda un trazo grueso. La imagen no lo puede leer, hay que medirlo, con distancia.
—¿Quién te enseñó estas diferencias?
—En mi caso me lo dio viéndome. En Francia hice muy poca televisión. Cuando grabé aquí Tiempos compulsivos percibí estas intenciones y mis observaciones fueron esas. Hice un trabajo de autocrítica. Incluso cambié algo mi actuación, aunque hoy no pueda ejemplificar en qué, sentí que modifiqué mi trabajo.
—¿Como encontraste al país en esta oportunidad?
—Evidentemente la gente está ante una nueva situación y los veo tratándose de acomodar a esta política, de la que no voy a hablar. No me considero lo suficientemente capacitada para hacerlo. Habría que referirse a la Argentina de hace cincuenta años a esta parte y me parece que por respeto a mi país –que quiero mucho– prefiero no hablar. Me manifiesto con mi presencia y mi trabajo. Siempre me maravilla la capacidad de adaptación y maleabilidad que tiene el pueblo argentino.