ESPECTACULOS
ASUNTOS EXTERNOS

Hombres de buen ver

Cuando el cine es literatura.

default
default | Cedoc
El fin de semana fui a ver Miami vice. El gesto era menos una entrega resignada al cine de Hollywood, luego de años de apostar por el cine de autor, que una ilustración involuntaria del teorema paradojal de las energías, que hasta el momento ningún físico ha formulado: a menor edad y floreciente impulso físico, el espectador elige películas morosas y de carácter reflexivo, que le permiten descubrir las complejidades de la vida y las lentitudes del tiempo; a mayor edad, el espectador se harta de las vanidades de la metafísica ilustrada de rasgo bergmaniano y prefiere ampararse en las simplezas del género y las aventuras del cuerpo (tiros, intrigas y sexo), para consolarse durante un rato de la velocidad con la que la vida fuga.

Mi caso ilustraba claramente la segunda opción, si no fuera porque había elegido una película por su director y no por su asunto, y porque Michael Mann –de quien hemos visto Fuego contra fuego, El informante y Colateral– maneja el tiempo con un estilo que tiene comparación en el cine contemporáneo. Mann filma como si se olvidara de su espectador, para sumergirse en las exigencias de su historia. Como director de cine de acción, parece que encontrara su goce en diferir las crispaciones episódicas de la violencia. Su único discípulo perceptible parecería ser Takeshi Kitano; un discípulo narcisista y episódico, porque Kitano también le debe mucho a su propia tradición nacional (me refiero al teatro Noh, que ofrece funciones de varias horas de duración).

En fin, no quería ser digresivo sino prologar la escena a la que asistí: mientras esperaba en el hall al comienzo de la función, vi subir por las escaleras mecánicas al único hombre dichoso del día. Tenía una expresión de alegría que superaba incluso la de los chicos cuando van a entrar a la sala, expresión que los espectadores adultos pierden irrevocablemente (a la entrada y a la salida). Primero pensé que su estado debía atribuirse a la mujer que lo acompañaba. ¿Cómo saberlo? Lo cierto es que el hombre que no cabía en sí de felicidad, era ciego.

Un hombre asiste a un espectáculo que no puede ver. Escucha ruidos y voces. La mujer a su lado narra lo que ve, arma la historia. Perdido lo accesorio, el ciego se encuentra con un relato: en el cine, el ciego descubre la literatura.