ESPECTACULOS
Julieta Venegas

La cantante que además es actriz

Estrenó el espectáculo La enamorada con textos de Santiago Loza y dirección de Guillermo Cacace. Confiesa que no deseaba seguir el ritmo de la industria discográfica.

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Viajera. Venegas nació en Long Beach, California. Se crió en Tijuana, México, donde hizo su carrera. Hoy vive en Buenos Aires. | juan ferrari

Es tiempo de cambios para Julieta Venegas. Y una pista concreta de ese estado de cosas es La enamorada, el espectáculo donde hace aquello que la hizo famosa internacionalmente –cantar, y muy bien, buenas canciones– y también algo más –hacerse cargo de la interpretación de un unipersonal con textos de Santiago Loza, donde debe poner en juego sus dotes como actriz–.

“No me considero actriz, no tengo la actitud de estar construyendo un personaje, sino la de deconstruirme para dejar que hable ese personaje. Eso es lo que hemos trabajado con el director de esta obra”, aclara la mexicana en relación a su trabajo con Guillermo Cacace, director también de Mi hijo solo camina un poco más lento, uno de los sucesos más notables del off porteño de los últimos años.

Los coqueteos de Venegas con el teatro empezaron no hace mucho, con su participación en Sagrado bosque de monstruos, obra que Alejandro Tantanian estrenó en el Teatro Cervantes.

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“Hace un tiempo que estoy necesitada de buscar cosas que me estimulen, que me entusiasmen. Por eso hice algunos shows musicales bien íntimos, en lugares pequeños, para abrirme a cosas a las que en un formato más grande seguaramente no me abriría: la improvisación, las pruebas y los cambios en algunos temas que la gente ya conoce –dice Venegas, hoy radicada en Buenos Aires–.

En un espectáculo más grande todos esperan que ocurra lo que tiene que ocurrir, no hay mucho espacio para correrse de ciertos límites. Yo le puse un freno a mi carrera después de la última gira que hice. No quería seguir con la dinámica de componer, editar un disco y salir de gira otra vez. Me dije: “debe haber algo más que pueda hacer con esto que sé hacer –componer canciones, tocarlas en vivo–. Y decidí reconectarme con el principio, con aquella época en la que empecé. Esta experiencia del teatro está relacionada con esa búsqueda”.

Hay funciones de La enamorada los jueves (21:45) y los viernes (a las 22). Venegas disfruta mucho con este espectáculo que nació por una iniciativa de ella: “Me enamoré del texto de Santiago cuando lo leí en el libro Obra dispersa, editado por Entropía.  

Yo no había visto sus obras de teatro, pero me animé a contactarlo y él enseguida se entusiasmó con la idea de llevarlo a escena conmigo”. La obra, dicen sus autores, está pensada como “un diálogo entre lo musical, lo poético y lo plástico”.

Venegas define al personaje que interpreta como “una mujer que no sabe bien qué es lo que quiere decir” y revela que los temas que aborda son “asuntos muy importantes, vitales que ella va desgranando de a poco y dichos de una manera muy bonita”. El trabajo que hizo con Cacace estuvo orientado a quitarle peso y solemnidad a esos parlamentos, “a soltarlos como quien lo hace sin querer”, precisa ella.

Nacida en Long Beach, California, y criada en Tijuana, cerca de una frontera caliente entre México y los Estados Unidos, Venegas estudió en una escuela católica, igual que el personaje de La enamorada. “Me sentí muy identificada en ese aspecto. Esta mujer que interpreto tiene una relación muy particular con Jesucristo, con todo lo místico. Yo no soy así, pero sí creo en la espiritualidad. También entiendo que eso se expresa fuera de la Iglesia. Hay demasiados dogmas en las religiones”.

La fama y sus reparos

Ganadora de seis premios Grammy, Julieta Venegas vendió a lo largo de su carrera –que arrancó a mediados de los 90– cerca de 12 millones de discos. En La enamorada canta siete temas con la única compañía de un cuatro (un pequeño instrumento de la familia de las guitarras). “Terminé grabando esos temas en un estudio, y quizás vayan a parar a un disco”, dice la artista mexicana.

Amable y muy concreta en cada entrevista, Venegas dice que no tiene problemas con la exposición sobre el escenario, pero confiesa que sufre con algunos efectos secundarios de la fama: “La idea que la gente tiene de un artista popular o famoso no necesariamente tiene que ver con la realidad. Por lo general, son prejuicios que depositan en el otro. En un momento, cuando empecé a ensayar este espectáculo, entré en pánico. Lo veía como una osadía. Pero después me di cuenta de que lo mejor era entregarse, confiar en la gente que me rodea: en Santiago, en Guillermo, en Romina Chepe, la productora, en Johanna Wilhelm, la escenógrafa... Y ahí se armó una alquimia muy linda entre nosotros. Ya no me pregunto qué estoy haciendo, ni pienso que es una locura. Ahora lo estoy disfrutando mucho”.

También dice que su vida en Buenos Aires la hace sentir “en una especie de limbo”. “Muchas veces siento el desarraigo, y extraño mis amigos, mi familia. Pero venirme a Buenos Aires me dio mucha libertad”.