ESPECTACULOS
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La edad dorada de las franquicias

La industria ya no busca nuevos rostros: solo quiere propiedades intelectuales que sean gigantes, o apenas reconocidas, y faciliten la venta de su producto.

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Remakes, relanzamientos y continuaciones definen a una era que busca el éxito, a partir de productos reconocidos, antes que celebridades. Un fenómeno que atraviesa tanto al gigante Disney como a competidoras como Warner. Marcas. Toy Story 4, sin aportar absolutamente nada nuevo salvo en el final, se convirtió en un éxito de taquilla mundial. | cedoc

Hay un meme, una broma virtual, que circula por las redes y en el que, bajo diferentes guiones, diferentes situaciones, se muestra con fines de comedia la leyenda “La cartelera de este año es la misma que la de 1995”, y como evidencia se acompaña la frase con una foto de la marquesina de un cine mexicano donde se lee: Toy Story, Hombres de Negro, X-Men, Godzilla y Aladdin. La broma funciona al poner en perspectiva los títulos de nuestra propia cartelera hoy (que, vaya novedad, es un poco la misma en cada rincón del globalizado planeta) y la presencia de todas estas franquicias en nuestros días. Recicladas, seguro, pero dejando en evidencia que ya llegó el fin de la estrella de Hollywood como factor que vende entradas. Den la bienvenida, entonces, al “eneamigo” de la Edad Dorada de las Series: la Edad Dorada de las Franquicias. Si alguna vez tuvo fans, entonces nunca morirá.

La propiedad intelectual y cómo conseguirla. Lejos de “muertes del cine” y otras regurgitaciones apocalípticas para definir el cuadro de situación hay que aclarar cuál es el Santo Grial actual del cine de Hollywood: la propiedad intelectual como potencial posible de expansiones, secuelas y reciclajes. Conocida como “IP” en los circuitos de la industria, estamos hablando de una franquicia X, una que ya posee desde cómics, libros, videogames y films hasta juguetes, series o emojis, una base de consumo establecida y que por ende pavimenta el sendero a la hora de gastar millones de dólares en la promoción de estos productos. El ejemplo más simple a la vista y que se encuentra actualmente rompiendo récords en nuestra cartelera es Toy Story 4.

La película de Pixar y Disney es de por sí la cuarta integrante de una saga, una animada, y eso es algo que en aquel 1995 era insospechado: que algún día se podría aceptar como consumo sin una sonrisa socarrona y sin ser editado directo a video –sí, video–. Pero, y sin sorpresa alguna, Toy Story 4 se está convirtiendo, a dos semanas de su estreno global, en a) la película animada más taquillera de la historia, y b) la película que se perfila para ser la más vista de la historia de nuestro país: en tan solo 11 días la vieron 3.306.855 personas –el 55,11 % del total de las entradas vendidas en junio en nuestro territorio–, y todavía le quedan las vacaciones de invierno. Además, nuestra taquilla de los últimos seis meses sirve perfectamente de caldo de cultivo y muestra del reinado de la franquicia: las seis películas más vistas en el primer semestre son Avengers: Endgame, Toy Story 4, Wifi Ralph, Capitana Marvel, Aladdin y Dumbo. Ni un solo título nacido de la nada, sin referencia previa. Esas seis son las únicas películas que superaron el millón de tickets cortados y representan la mitad de los espectadores del primer semestre (el 51,48% con sus 12.443.184 sobre 23.706.826).

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Secuelas, relanzamientos y reciclajes dominan. El ejemplo de Toy Story es claro, pero sobran –nos rodean– otros: se acercan nuevas versiones de El rey león, Aladdin de carne y hueso se ha convertido en el éxito comercial más grande de la carrera de Will Smith, Netflix corre desesperada atrás de franquicias (anunció que va detrás de Sandman, cómic del bestseller Neil Gaiman) y Disney compra al por mayor –su billonaria adquisición de Fox y todas su propiedades intelectuales, de Los Simpson al restante universo Marvel, pasando por Avatar y sus prometidas tres secuelas–. Los estrenos que vienen implican un nuevo film de Spiderman (el séptimo en singular en los últimos casi veinte años) y un spin-off de la saga Rápidos y furiosos, Rápidos y furiosos: Hobbs & Shaw, un film de Star Wars, la secuela de La vida secreta de tus mascotas... Incluso fenómenos que uno podría considerar ajenos a la franquicia, más asociada a una idea plástica de Hollywood, donde merchandising y dominación global de la taquilla van de la mano, de inmediato adquieren esos tintes. Tal es el ejemplo de Bohemian Rhapsody.

La franquicia y su revalorización. Hay que aclarar algo: la franquicia, la propiedad intelectual que siempre circula y nunca se va, es tan vieja como el sonido en el cine. Muchas películas mudas fueron hechas nuevamente cuando las voces se sumaron al fílmico. Y sobran ejemplos de esto que podríamos definir como saturación, desde canónicos (Tarzán, por ejemplo, o James Bond) hasta simples nuevas versiones de clásicos o films que sin ser hitos eran parte de la cartera de propiedades de una compañía. Pero entonces, ¿cuál es la real modificación?

La alteración del ciclo de vida, muerte y renacimiento de una propiedad intelectual, de una franquicia, es que hoy es un valor por encima de cualquier otro. La televisión y su edad dorada han puesto al cine contra la pared: donde innovar es un valor, es decir, en el reino de las series, el cine apuesta cada vez más a títulos reconocibles, que pueda arrasar.

Hay varios artículos recientes en Estados Unidos sobre cómo la película “media”, es decir, aquella que vale más de 20 millones de dólares pero no tanto como 100 millones (el costo mínimo de un tanque) esta en peligro de extinción. Las comedias Late Night y La noche de las nerds fueron un fracaso en taquilla.

Cuando nuestra cartelera deja en evidencia que seis de sus títulos más taquilleros en lo que va del año son franquicias reconocibles, todo muestra que la propiedad intelectual manda. Por eso se siguen anunciando reciclajes de títulos y franquicias varias (el ejemplo más reciente es el regreso de Jumanji y Los ángeles de Charlie), por eso las bibliotecas de las plataformas corren a acumular franquicias, por ello se anuncian secuelas de Game of Thrones, se tiene a Steven Spielberg filmando franquicias y remakes (su próxima West Side Story) o Amazon gasta miles de millones en El Señor de los anillos y por ello Marvel reina como nadie nunca lo hizo. La franquicia se ha convertido en el refugio más costoso de la historia del cine. La gran pregunta es si se trata de un castillo de naipes de lujo o de la nueva y definitiva forma de Hollywood.

 

Disney versus el mundo

La búsqueda permanente de franquicias que sean un éxito no es una fórmula exacta. Hace poco, Universal se rompió varios dientes ejecutivos al intentar generar un “universo” basado en sus monstruos clásicos, que fueron una de las primeras y más poderosas propiedades intelectuales de Hollywood. Incluso llegó al punto de anunciar sus films, sus talentos (de Tom Cruise a Johnny Depp), y el fracaso de La momia volvió todo a foja cero. Sin ir más lejos, Hombres de negro: Internacional juntaba a una pareja que nacía en Marvel en el cine, la superestrella Chris Hemsworth y Tessa Thompson ha sido una decepción a nivel global (apenas 219 millones de dólares). O mismo la reciente Shaft, que en nuestro territorio Netflix estrenó a semanas de su salida en salas y que reunía en modo comedia de acción a tres generaciones de una misma franquicia. En esos dos ejemplos aparecen dos factores relevantes: la idea actual, popularizada, del éxito de un film a través de sus números de venta (ahí están sus talentos vendiendo en Instagram el reestreno de Avengers: Endgame con ocho minutos más) y los anticuerpos de esta obsesión. No cualquier evento masivo de marketing triunfa. Disney y sus Avengers, sus dibujos animados hechos carne y hueso y sus animaciones están dejando sin oxígeno a las otras franquicias. Pregunten, si no, a X-Men: Dark Phoenix, el fracaso más violento de una saga que está entre las más vendidas de la historia. Las ventanas entre franquicia y franquicia cada vez son menores.