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La llama que llama

El año pasado, en la obra Sangre, sudor y siliconas, una de las tantas maravillas teatrales de Gonzalo Demaría (amigo y coautor, con quien escribimos Amar después de amar para Telefe), aparecía una llama en escena.

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Trayectoria. Luego de haber escrito la novela El hilo rojo, fue adaptada al cine con la China Suárez y Benjamín Vicuña. Le pidieron otra historia con interés femenino, y surgió Desearás, que llega al cine protagonizada por Pampita. | cedoc

El año pasado, en la obra Sangre, sudor y siliconas, una de las tantas maravillas teatrales de Gonzalo Demaría (amigo y coautor, con quien escribimos Amar después de amar para Telefe), aparecía una llama en escena. Cuando digo “llama” no hablo de prender una hornalla. Hablo del mamífero típico del altiplano. Claro que Gonzalo no domesticó un camélido traído de la Puna, la llama estaba excelentemente resuelta por su equipo de arte.

Al salir del teatro le dije que envidiaba su libertad. Yo no me hubiese atrevido a escribir semejante aparición. O, mejor dicho, no me hubiese animado a imaginarla.

El personaje de la llama acababa de interpelarme. Pensé en lo peligrosa que puede ser la falta de libertad. ¿Puede haber algo más libre que la imaginación? El animal de peluche se convirtió en mi verdugo y encendió una alarma.

La escritura siempre fue para mí un ejercicio constante de libertad, aunque nuestro oficio pide adaptarse a ciertos límites. En televisión existen normas, costumbres, horarios. Pero también existen esos censores internos que nos prohíben imaginar escenas aun antes de escribirlas.

ADDA fue una gran oportunidad para ejercitar la zona de riesgo en pequeños gestos, detalles. Por ejemplo, un primer contacto entre los amantes que no fuera un beso. Los autores sabemos que uno de los capítulos más importantes en una telenovela es el primer beso entre los protagonistas. En ADDA peleamos para que el primer contacto fuera una mano. La mano de un hombre entrando en la pelvis de una mujer. Sin palabras tiernas. El galán masturbando a la heroína, y su esposa, dormida en el mismísimo sofá. La escena fue cuestionada y discutida antes de su realización. El temor era lastimar el sentimiento amoroso. Como si un beso y un “te amo” habilitaran todo lo que pueda venir después.

Por suerte, y gracias a los enormes actores que tuvimos, la escena entre Carolina Fazio y Damián Kaplan fue recibida con pasión y nadie dudó que una enorme historia de amor acababa de nacer.

Luego de escribir ADDA, y casi como un chiste del destino, otro Kaplan, pero no de ficción, apareció en mi vida: Diego Kaplan. Director de cine a quien admiro desde su irreverente programa de TV Son o se hacen.

El y Alex Kahanoff se sentaron frente a mí en un bar y fueron aun más amenazantes que aquel animal de utilería: me propusieron hacer una película que indagara el deseo femenino. Kaplan no quería anécdotas, quería sumergirse en el hipotálamo de las mujeres, así lo dijo.

Por otro lado, luego de haber tenido muy buena recepción con mi primer libro, El hilo rojo, la editorial esperaba una propuesta mía para una segunda historia. Así fue que, sin excusas ni limitaciones, me enfrenté a mi kryptonita: la libertad.

Concentrada en el proceso creativo, descubrí que la inspiración es una suerte de epilepsia, casi igual a un orgasmo. Y ahí se me unió todo. El deseo, la creación, la electricidad. Pensé en la historia de las mujeres mutiladas. Pensé en aquellas mujeres deseantes tildadas de ninfómanas y sometidas a tratamientos tortuosos (sanguijuelas en el útero, quemaduras). Me transporté a la época de nuestras madres, nuestras abuelas. La invención de la píldora anticonceptiva. Nos pensé a todas intentando ser dueñas de nuestros propios cuerpos. Tener la libertad de imaginarnos madres o negándonos a ello. Pensé en ese momento iniciático que se produce cuando nos animamos a tocarnos el clítoris. Ese descubrimiento íntimo, explosivo y culposo. ¿De dónde viene el miedo a nuestro propio cuerpo? Existen mujeres adultas que jamás se masturbaron. Que se reprimen. Tenemos cuerpos diseñados para autocomplacernos. La masturbación también es un hermoso gesto de libertad. Una niña que descubre el placer frotándose contra un almohadón es la muestra pura de ello. Lo infinito del cuerpo y la imaginación, y luego los límites que heredamos. La mutilación mental, encorsetar sueños, fantasías, debería ser pecado mortal.

Describir en detalle un primer espasmo orgásmico, una primera excitación, ponerles nombre a las cosas, a las partes del cuerpo, fue mi pequeño gesto de libertad. Escribir –y antes imaginar– Desearás me enfrentó a mi propia pacatería, pero decidí rebelarme. Podría no haberlo hecho nunca.

El arte me enseñó que todos tenemos una llama entre bambalinas esperando entrar en escena en plena obra de teatro. La libertad está adentro, aunque decidir sea incómodo. El riesgo es abrirle el corral y hacerla pasar o dejarla ahí, a oscuras, escondida, para siempre.


*Dramaturga, guionista y directora de teatro. Autora de El hilo rojo y Desearás.