ESPECTACULOS
Jude Law

Liberado de su fama de lindo

El actor asegura que le gustaría trabajar con los hermanos Coen, que su condición de hombre atractivo no le permitía mostrar sentimientos y que odia la palabra celebridad. Cuenta que ya no hace vida social y lleva a sus hijos al colegio.

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Jude Law sigue siendo un hombre extremadamente atractivo. Pero ya no es, como alguna vez lo definiera el fallecido Anthony Minghella (el director que “más me ayudó en mi carrera”, dirá el mismo Law) “un hombre inteligente que intenta demostrar que es más que su rostro de belleza juvenil”. Posnominación al Oscar, posterremoto mediático (ganó un juicio por escuchas al hoy fundido imperio de News of the World, de Rupert Murdoch), posengaño a Sienna Miller con la niñera de sus tres hijos, ahora Law es un hombre en paz: “Sólo quiero trabajar, encontrar aquello que mi carrera me permite y cuidar a mis hijos”. Es más, el reciente estreno de Anna Karenina lo muestra en el rol de Karenin, el estoico marido de la creación de León Tolstoi, y Efectos colaterales, estrenada el pasado jueves, su segunda colaboración con Steven Soderbergh, lo pone en el rol de un psiquiatra de 40 y tantos que… ¡realmente parece de 40 y tantos!: “Es una de esas cosas que esperaba me sucedieran algún día. Todos te ven como Gigoló Joe, el androide que interpreté en la película de Spielberg. Y es una especie de alivio poder darme cuenta de que el no ser joven me permite, como actor, únicamente tener que hacer de ‘la cosa linda’. Es más simpático hablar de lo que fue serlo que vivir una vida siéndolo. Te decepciona cuando pensás que lo único que la gente quiere de vos es eso. No diría que fue una prisión, es ridículo, pero sí era algo que me oprimía, que no me permitía liberarme como actor. Y es difícil saber si yo me até a esa idea, o Hollywood, o los tabloides. Pero es cierto que hoy me siento libre”.
—En “Efectos colaterales” hacés de un psiquiatra que se ve envuelto en una trama hitchcockiana. Pero el film es también una puntada contra la industria farmacológica.
—Soderbergh hace todo muy fácil en el set, es alguien que ha entendido que Hollywood ahora no le interesa, habla siempre de que le cuesta procesar que lo que el público compra es lo mismo que los estudios venden. Entiendo lo que dice, pero no me siento de esa forma: soy más cínicamente positivo. ¿Existe esa expresión? Ahora, respecto de la industria, la farmacológica o la cinematográfica, nos hemos, todos, convertido parte de un sistema de consumidores de la industria que permite que eso exista, que su gigantismo sea visto sin juicio, que se haga natural (yo no consumo medicamentos, puntualmente, pero no puedo despegarme de la sociedad donde vivo).
—Rooney Mara, tu compañera en el film, suele huir de la prensa, ¿le diste algún consejo al respecto?
—Mil. Pero por suerte, ya sabía lo que hacía. Mara me dijo una vez: “¿Por qué la gente te grita en las alfombras rojas? No puedo creer la violencia de eso”. La respondí que te acostumbrabas, pero me dijo: “No, no creo”. Y me di cuenta, en ese instante, de cuánto me hubiera ayudado: siempre odié el término celebridad ya que te mete en la misma bolsa que muchísima gente (estrellas de reality, u otras personas que, como mínimo, no se te parecen). Tuve que cambiar mi vida: ya no vivo una vida ultrasocial, me cuido. Simplemente vivo normal, llevo a mis hijos al colegio y uso el transporte público. Si no hay mucho que los paparazzi puedan sacarte, entonces no salís en sus revistas.
—¿Hay directores con los que te interese trabajar?
—Paul Thomas Anderson. Y los hermanos Coen son otros que me vuelven loco. Pero volvería con cualquiera de los anteriores porque por suerte he tenido una buena vida en los sets. Soderbergh, por ejemplo, es así: crea un ambiente increíble que a veces ni en películas indie que tanto desprecian los modos mainstream se puede imaginar.