ESPECTACULOS
REPORTAJE A RODRIGO NOYA

"¡Me gustaría ser como Bonadeo!"

Tiene 12 años. Debutó por tevé en Agrandadytos. En cine, hizo Dibu 3 y Valentín. Ahora coprotagoniza Hermanos y detectives, el unitario más visto de la televisión. Le gusta jugar al fútbol, quiere ser periodista deportivo y es fana de nuestro columnista. Un genio precoz, pero natural. Y esa parece ser la clave de su gran éxito.

default
default | Cedoc
Damián Szifrón eligió bien cuando pensó en los primeros compases de la Quinta sinfonía de Beethoven para acompañar los títulos de Hermanos & detectives. ¿Por qué? Pues, simplemente, por tratarse de un producto notable. Y no empleamos el término por el rating de casi 30 puntos de promedio que tiene el programa sino porque, entre sus variados logros, vuelve a traer a la pantalla a Rodrigo Noya.

Rodrigo no actúa como un niño prodigio. Lo es de alguna manera y también lo acepta con una naturalidad que no hace sino confirmarlo.

Detrás de sus lentes correctores, afirma sin pestañear : “A los cuatro años empecé a actuar con Dady Brieva en Agrandadytos” y, también, que se acuerda de que contaba cualquier cosa. “Cosas de la familia, se entiende –explica–, y yo no les adelantaba nada a mi papá ni a mi mamá. Tenían que esperar hasta las once de la noche para verlo. Hasta ese momento, ¡secreto absoluto! Y, por supuesto, tenían mucha intriga.”

Con absoluta naturalidad Rodrigo (12 años) reflexiona: “Eramos muy chiquitos. Bueno, más chiquitos... y cuando lo vemos ahora, nos causa gracia...”.

—¿Y después de Agrandadytos, qué hiciste?
—Eeeeh... hice una película, Dibu 3, donde yo hacía del amigo de Dibu. Era medio difícil porque te lo tenías que imaginar... al dibujo.

—Entonces, ¿cómo hacías?
—Tenía que hablar a la nada.

—¿Te filmaban a vos y después agregaban el dibujo? Supongo que lo complicado era, también, no poder cerrar los ojos para imaginártelo.
—Te explico –me tranquiliza Rodrigo–. Ensayábamos con un dibujo de cartón. Un Dibu de cartón. Después, cuando grabábamos, tenía que tomar un punto de referencia...

—¡Pero eso es muy difícil!
—Sí, la verdad, sí. Sobre todo porque era la primera vez que lo hacía. Después de eso, filmé Valentín porque había un chico que ya había trabajado en una película de Dibu e iba a hacer una película con Alejandro Agresti. Esa película era Valentín y... bueno... y me recomendó a mí. Fui y... quedé. Salió Agresti y dijo: “¡Si no es caro, es éste!”.

—Qué emoción, ¿no? ¿O te pareció divertido y nada más?
Le brillan los ojos:
—Me pareció divertido porque, por ahora, lo tomo como un juego...

—Pero vos sabés que no es un juego... Es una cosa muy importante en tu vida. Casi mágica. ¡Qué sé yo! ¿Creés en las hadas?
—Más o menos...

—Bueno, en una hadita que te toca con la varita mágica. Es como una suerte loca, ¿no?
—Sí pero yo, cuando era chico, no soñaba con ser actor ni nada. Fue por un chiste que hizo un compañero de trabajo de mi papá... ¡y, bueno, entré!

—¿Dónde trabaja tu papá?
—En Edenor. En la luz. Y su amigo le mandó un fax a la producción de Agrandadytos a escondidas de mi papá y le hizo creer que era para un cliente de Fuerte Apache. Por fin, un día llamaron. Mi papá no quería atender y cuando, después de un rato, atiende, era de la producción de Agrandadytos.

—Me imagino la sorpresa. También tenés una hermanita que trabaja en el espectáculo...
—Sí, mi hermana tiene 10 años. Se llama Agustina. Es actriz. Ya trabajó en Un mundo menos peor, que también hizo Alejandro (Agresti). Como ella me acompañaba a las filmaciones de Valentín, Alejandro la conoció y entonces quiso hacer una película con ella y conmigo, pero Agustina como protagonista. La hicimos en Mar de Ajó (porque Valentín es solamente una parte de su vida). En realidad es su vida, la niñez, en dos películas.

—¿Pero a vos qué es lo que más te gusta? Contar historias como en Agrandadytos para sorprender a tu papá y a tu mamá o aprender un libreto y saberlo de memoria?
—En Agrandadytos podía improvisar, jugar. Hacíamos lo que queríamos. También en el libreto podés cambiar algunas cosas pero siempre siguiendo lo que dice el texto.

—¿También leerás alguna historia, cuentos? ¿O no tenés tiempo?
—Sí, leo. Cuando no tengo nada que hacer, leo. Pero no me gusta un solo libro en particular...

—¿Pero cuáles preferís? ¿De aventuras, de piratas, historias espaciales?
—De todo. Un poco de suspenso, también. De todo.

—Me parece que te gusta más el cine...
—Sí, sí. Me gusta mucho el cine. Es más tranquilo para trabajarlo.

Es notable observar cómo Rodrigo lo analiza todo en función de su trabajo. Es realmente un chico interesante no sólo por su inteligencia sino por la frescura de su pensamiento.
—¿Y qué hacés los sábados y domingos?
—Los fines de semana estoy en Chascomús. Porque yo vivo en Chascomús. Me fui a los cuatro años para allá y cuando surgió lo de Agrandadytos ya estábamos instalados. Si hubiera sido antes, me habría quedado en Buenos Aires.

—¿Y cómo te arreglás para Hermanos & detectives?
—Bueno, me pusieron un departamento aquí, en el centro, para que pueda trabajar bien. Como te decía, los fines de semana me voy a Chascomús, estudio y estoy con mis amigos. Mi papá está acá conmigo y con mis abuelos por parte de mi papá. Mi mamá, mi abuela (por parte de mi mamá) y mi hermanita están en Chascomús porque mi hermana está en la escuela y mi mamá también trabaja allá.

—¿Pero vos vas al colegio?
—Ahora, no. Antes iba en Chascomús pero ahora estoy estudiando para arrancar con la escuela en octubre.

—Estudiar solo es un esfuerzo, ¿no?
—Y, sí. Me parece más cansador hacer todo al mismo tiempo. Tengo profesores particulares para cada materia, aunque es más divertido estar en clase con los compañeros. Claro, la escuela son 7 horas. En cambio, esto que estoy haciendo me requiere una hora y media y... ¡listo!

—¿Has viajado a algún lado?
—Sí, por la película Valentín fui a España y a Estados Unidos.

—¿Y qué te pareció volar y cruzar el mar?
Rodrigo tiene la voz ronca de la niñez pero cuando algo lo conmueve se le dulcifica:
—Me encantó! –se detiene a pensar–. Me encantó poder viajar, disfrutar... conocer. Por ejemplo, si no me llevaban a Disney no hubiera podido ir. A España por supuesto que tampoco. Y... bueno, con esto de la actuación pude viajar a todos esos sitios.

—Creo que pocos adultos quedan indiferentes ante el relato de un chico que realizó sus sueños. ¿Cómo es Disney a través de esos ojos inocentes y a la vez tan perspicaces?
—Me encantó, ¿sabés? Me encantó... –y la palabra que sugiere hechizo vuelve una y otra vez–. Mirá, ¡volvería cuatrocientas veces! ¡Disney es tan hermoso!

—¿Te gustaría viajar allí con todos tus amigos?
—Sí, me gustaría. Yo fui con mi familia: los cuatro. Papá, mamá, mi hermanita y yo. Pero, en realidad, era un trabajo para Canal 9, para el noticiero. Eran unas notas para mostrarles a los chicos que no podían viajar cómo era Disney.

—¿A cuántos juegos entraste?
—No fui a todos porque necesitás mucho tiempo para jugar en cada uno. Disney es muy grande, ¿sabés? Pero, ahora que pienso... –la voz se le dulcifica nuevamente– sí, pude jugar en casi todos.

—¿También en esa canoa en la que te tirás desde la montaña y terminás empapado?
—Sí, sí, también me tiré por esa montaña. Fue muy divertido. Te mojás todo. ¡Las canoas van quedando trabadas y las cascadas cuando caen te empapan! También anduve en un barco antiguo que pasaba por una isla de piratas y todo eso. Sí, claro... estaba buenísimo.

Lo notable de Rodrigo es que, por ejemplo, hablando de juegos como lo hace ahora, se convierte en un niño, como todos, difícil de ensamblar con aquel otro chico genial y adulto que, en las primeras escenas de Hermanos & detectives elabora rápidamente las operaciones matemáticas que lo llevan a convencer a su hermano de que, por poco dinero que tengan, ambos pueden subsistir sin inconvenientes. “Yo puedo vivir con 4 pesos por día”, insiste en el libreto, y resulta absolutamente creíble porque, fuera de todo argumento televisivo, es un chico reflexivo, sin pedantería.
Su propia inteligencia y el talento de Szifrón han hecho un todo creíble de estas dicotomías.
—También me gustaron mucho los avioncitos de Dumbo pero yo no los sabía manejar y mi mamá, que iba adelante, tampoco. Entonces ella empezó a subir la manijita y el avión empezó a hacer... así... –Rodrigo extiende los brazos como si volara a saltos–. ¡No me tiré en paracaídas pero fui a una montaña rusa y casi me muero! Para colmo, era por la mañana. De entrada me subí a esa montaña rusa. Acababa de desayunar. Fue terrible. Me habían dicho que era la más tranquila y, en cambio, ¡ibas dando vueltas! Había otra... la de la montaña...

—¿Mágica?
—No sé pero ésa era... mirá, ¡yo oía los gritos de la gente que estaba allí con la cabeza para abajo! Tampoco quise andar en ese ascensor que sube y baja. Cuando yo fui había un juego nuevo que era el ascensor de La casa embrujada. El ascensor perdía la fuerza de gravedad, iba en caída libre... entonces... volabas y se te paraban los pelos. Yo no quise ir –repite– Imaginate, caída libre. Y de lo rápido que iba perdiendo la gravedad terminaba subiendo.

—¡Qué susto! ¿Y en España qué te llamó la atención?
Rodrigo evita cualquier escollo que pueda resultar antipático:
—¿En España? Nos divertimos por lo que fue el viaje. Era la primera vez que viajábamos en avión, que conocíamos otro lugar. Y allí se presentó la película Valentín.

—¿Y qué te decía la gente? “Ole, niño... majo...”?
—No, no. Yo había visto la película un montón de veces así es que, en España, ¡me dormí la noche del estreno! Me dormí de aburrido, de tantas veces que la había visto... Por lo menos, veinticinco veces. Entonces, iba por la mitad y me quedé dormido. Claro, uno se cansa...

—Por supuesto, debías estar harto. Contame ahora de Hermanos & detectives. Divertida, ¿no? Lástima que sea tan tarde. Los que madrugamos no podemos verla.
—La verdad es que me divierto mucho con Rodrigo (de la Serna) –explica–. El es mi hermano en la tira pero es como si todo el tiempo estuviéramos jugando.

—¿No te dio miedo cuando el profesor de literatura te quiere tirar debajo del tren?
—No, porque yo sé que es una parte del libreto y nada más.

En un gesto de adultez, Rodrigo mira disimuladamente el reloj. Entendemos el mensaje.
—Vas a jugar al fútbol, ¿no? ¿Tenés partido con tus amigos?
Otra vez la adultez:
—Eeehh... no. Bueno, son otros chicos porque... me invitaron para jugar un partido...
Rodrigo tiene obligaciones profesionales pero cuando mencionamos el fin de semana en Chascomús asiente, entusiasmado:
—Claro, claro. Con mis amigos juego el domingo, en Chascomús.

—Por supuesto. Lo de hoy es entre divertido y obligación, ¿no?
La respuesta llega con la velocidad del rayo y me abochorna mi torpeza.
—No es obligación porque a mí me gusta –elabora Rodrigo y cortésmente añade–: además, ¡me invitaron! Es un partido así no más, común, pero como a mí me gusta mucho jugar... bueno, voy a ir.

—¿Después del partido tenés que hacer los deberes? ¿Cómo es tu día?
—No. Después del partido me voy a acostar.

—¿Y cómo te arreglás para estudiar? Me decías que tenías profesores particulares...
—Sí, ellos me explican y me ponen al día con la escuela para el mes de octubre. Tengo que hacer los deberes. Es como si fuera a la escuela pero con menos tiempo. Tengo un profesor para Matemáticas; otra para Naturales; otra para Lengua (es una señora) y otro para Sociales.

—¿Qué materia te gusta más?
Rodrigo se detiene y piensa sin decidirse. Intento colaborar:
—Matemáticas por ahí no tanto, es muy complicada... –sugiero proyectando mi propia torpeza.
—No. ¡Es una de las que más me gustan! También me gusta Historia. No me gusta mucho Lengua pero igual estudio.

—Sos un buen alumno, entonces. Me contaron que en CQC embocaste todas las respuestas a las adivinanzas como la del tren y su humo que no iba ni para el Norte ni para el Sur porque era un tren eléctrico.
—Sí, me gustan las adivinanzas. Además, en los tiempos libres, o sea cuando no actúo, estudio. ¿Sabés? Cuando sea grande voy a seguir Periodismo Deportivo porque soy un amante de los deportes. Me gustan mucho, me divierten y... bueno, todos. El fútbol, el tenis, el básquet, el vóley. ¡Me gustaría ser como Gonzalo Bonadeo! Con la plata que estoy juntando de esto voy a comprarme un departamento acá, en Buenos Aires, y voy a estudiar.

—¿Cómo te gustaría que fuera tu casa? Con un cuarto para vos, otro para tu papá y tu mamá...
—En su momento se verá todo eso... –contesta el sabio Rodrigo con absoluta naturalidad–. No sé si me dejarán tener un perro en un departamento...

—Mucha gente tiene. Podés sacarlo a pasear.
—Me gusta el perro Pointer. Yo tengo un Boxer pero para un departamento es muy grande.

—¿Qué te dice la gente por la calle?
—Bueno, ahora me llaman Lorenzo por lo de Hermanos & detectives. Antes me saludaban “Chau, Ko hi Noor”, por la publicidad del lavarropas y, por supuesto, Valentín. Siempre te saludan de acuerdo con lo que has hecho.

—Seguramente, tenés algún nuevo proyecto en la cabeza...
—Voy a terminar Hermanos & detectives, después voy a ver. Todavía no me han ofrecido nada pero cuando yo termine la escuela y la secundaria, y si no puedo estudiar Periodismo Deportivo, me gustaría estudiar Astronomía.
Rodrigo reflexiona:
—En realidad, no creo que lo haga porque es una carrera muy larga. ¿Viste que Plutón perdió la órbita y está yendo para cualquier lado? ¡Ya no es más un planeta! Yo no viajaría en un cohete. Me quedaría sentadito en la Tierra. Los miro por el telescopio y los saludo.

—Mientras, ayudás a tu papá a terminar el quincho...
—No, no. Ya lo terminamos. Tiene ventanas. Es muy lindo. En realidad, estamos por acabar el baño. El quincho tiene una pieza, una mesa, televisión. Allí hacemos los asados. Mi hermana también ayudó con lo de la película Un mundo menos peor.

—¿Les regalaste algo más a tus padres?
—Compré un auto, un Ford Fiesta Max y, para mí, un cuatriciclo –otra vez la luz tras los lentes–. Lo usamos todos como un segundo auto. Es rojo y blanco. Si venís a Chascomús, te lo muestro.