ESPECTACULOS
Alex de la iglesia

“Me han golpeado mucho”

El director español, a los 51 años, estrena El bar en nuestro país y celebra la libertad que han traído las nuevas plataformas a los relatos. Explica por qué el cine hoy vive de diferentes formas, y opina que insistir con llevar al público a las salas es negar el presente y sus posibilidades.

0306_alex_iglesia_maximiliano_vernazza_g
Nuevo pecado. Con El bar, Alex de la Iglesia llega a su film número 14. Se mofa de la sociedad y sus mentiras desde una premisa que sorprende por su intensidad. | maximiliano vernazza

Mi frase sería ‘Soy Alex de la Iglesia y hago mi trabajo’”, dice Alex de la Iglesia, parafraseando a John Ford. Desde el éxito global de El día de la bestia (su segundo film, de 1995) hasta su presente, el estreno local el 8 de junio de El bar, su nueva película, De la Iglesia se considera “nada más que un trabajador”. En El bar, juega otra vez con los extremos: un grupo de seres cotidianos debe convivir bajo un mismo techo, el de un bar, gracias a una situación extraordinaria. Es, claro, una película que mira a los ojos a nuestras miserias. “Sí puede ser una película enojada. Puede que El bar sea una película enojada”, dice De la Iglesia.

—¿Qué te sigue divirtiendo de hacer cine?

—Fundamentalmente todo. El único espacio en que me he sentido cómodo en mi vida ha sido mientras hago películas. Es lo que más me apetece hacer. He hecho 14 películas y me siento como si hubiera hecho sólo una. Seguro, con el tiempo se dan dos aprendizajes: uno a nivel técnico, seguro, y uno a nivel emocional. En el sentido de que sabes poner la otra mejilla, o si te dan con fierro sabes mover el cuerpo para que no te den en la columna…

—¿Te han dado muchos golpes en la columna?

—Me han dado varios. Y sigo todavía en pie. Tengo 51 años, he hecho 14 películas y ahora estreno ésta. Eso ya es un éxito.

—Esas 14 películas son tu obra; algunos las adoran, otros han sido duros. ¿Cómo te ves como autor hoy?

—Es necesario que haya algunos que las detesten. Directores como John Carpenter también son odiados, y yo los amo. Cuando sigues a alguien que todos quieren no tienes ningún tipo de personalidad. El gustarle a todo el mundo es no gustarle a nadie.

—Pero ¿no consideras que has logrado ser un director distinto, al menos?

—La identidad no se busca. No hay un cerebro pensante maquiavélico. Es la vida. No diseñas con quién te casas. No haces esquemas, encuestas de mercados con tus amigos, ver tu costo de vida. Lo mismo pasa con el cine.

—Pero mucho del cine actual contemporáneo, las grandes películas de Hollywood, se generan así: testeos, esquemas, diseño de estrategias, ¿qué te genera eso?

—Estamos hablando de personas, no de abogados. Esas películas no las hace un director, ni siquiera las hace un estudio, las hace un colegio de abogados. La hace un tío que en lo primero que piensa ni siquiera es una película que va a estrenar. Es una fecha. Por ejemplo: 14 de marzo. Entonces ven qué se estrena. Y cincuenta personas piensan qué van a hacer. Ven qué se estrena por esos días. Romanos. Romanos no, entonces. Terror. Terror no, entonces. A partir de la fecha ven qué días filman, y después ven, llamando a las agencias de actores, quién puede actuar. Tal, tal y tal. OK, entonces “tal, tal y tal”, y de ahí se piensa el tema. Al último que llaman es al director.

—¿Es más difícil filmar en España en este momento?

—Vivimos en un momento en el que un montón de compañeros y colegas están haciendo cosas muy interesantes, un gran cine. No sé si es más difícil. A mí antes me costaba menos. Ahora levantar un proyecto cuesta más. Es una cuestión del mundo entero. El mercado está estableciendo algo terrible, o hacemos películas gigantes, que luchen en primera división, como Guardianes de la galaxia o Avengers (que son grandes producciones para que vayas al parque temático) o películas de menos de un millón. Lo que antes llamábamos cine, el que costaba entre tres y cinco millones, está desapareciendo.

—¿Te preocupa?

—No, no, no, es un momento fascinante, porque han entrado en juego nuevos protagonistas, como las plataformas digitales, y eso va a cambiar las reglas de la partida.

—¿Por qué crees que todo va a cambiar?

—Hemos eliminado a los intermediarios. Están los productores y los que exhiben. No hay distribución. Ya no necesitas a las grandes compañías de distribución. ¿Por qué crees que ha costado tanto? Hay gente muy enfadada con el tema.

—¿Qué crees entonces que representa esta nueva edad dorada de las series?

—Al ser el formato independiente, ya no depende de dónde lo ves. El cine como acto para nosotros es sentarte, apagar la luz y estar una hora y media en ese espacio. Ahora se maneja otro formato, donde puedes pararte y hacer otra cosa y volver. Donde ya no es necesario que sea una película de hora y media. Puede ser una película de quince horas o una serie a gusto. Se destruye el formato. Y eso es bueno.

—¿Qué atrae más de ese mundo ahora?

—Ya no estamos atados al mundo biempensante. Breaking Bad no tiene que quedar bien con nadie. No hay medida. Puedes contar la historia que quieras. Me gusta la libertad para contar cualquier cosa. En el momento en que los grandes hacen películas para Netflix, Scorsese, Allen o Spielberg, se acabó el titubeo.

—Pero hay cierta melancolía de querer ver a Scorsese o Spielberg en un cine, con el peso que eso tiene. ¿O no?

—Soy el mayor defensor del cine. Yo amo las pantallas. Pero más me interesa que

haya historias, y no matarlas por el hecho de que no estén en el cine. Si el público no quiere ir, hay que ir donde esté el público. Nos debemos al público. No voy a estrenar mis

películas en pantallas donde no hay nadie.


“Awada era el elegido”

—Uno de tus puntos fuertes es tu trabajo con los actores: ¿cómo se dio ese proceso en El bar?

—El trabajo con los actores fue bueno. Lo he disfrutado muchísimo. La sensación de que he contado lo que quería contar. Es una película salvaje, muy divertida, a veces muy angustiosa, con un punto de comedia que por otro lado me deja plenamente satisfecho.

—¿Cómo llevaste a cabo la elección de Alejandro Awada?

—Es una coproducción, claro, pero cuando me puse a ver a Awada y su trabajo en Historia de un clan, dije que era muy bueno. Es una gozada verlo actuar. Entonces entendí que él era el hombre para el papel.

—Hablabas de los cambios en la industria. ¿Cuál sería el más importante entonces al pensar en las nuevas plataformas?

—Podemos usar un ejemplo: en una época la gente necesitaba comprar hielo para enfriar toda su comida. Cientos de ellos con garfios y camiones. Bueno, ahora hay heladeras. Todo eso desaparece. Ahora cambió la industria, y el formato, y la manera de relacionarse con el cliente.

—Pero hay quienes no pueden soltar la nevera.

—Todos quieren la nevera. El espectador es el mismo. Es más interesante que nunca. Sabe más que nunca. Tiene otro lenguaje, otra manera de contar las cosas, es alguien que ha jugado mil veces al Metal Gear Solid. Hay que aprender de él. Quema tu colección de Cahiers du Cinéma y espabila.

—Aun así, cada vez es más difícil llevar a los jóvenes al cine a ver nuevos relatos, ¿o no?

—Los están viendo. Nunca se consumió más audiovisual. No queremos llevarlo al cine: es una cosa de viejas, y contraproducente para el productor. Es como cuando alguien se aferraba al VHS. El

cine no es el formato. El cine es la proyección de las imágenes donde está el público.