ESPECTACULOS
Ada Bortnik

"Mi película preferida es La tregua"

Con sus guiones, Renán acarició el primer Oscar del cine argentino y Puenzo lo ganó con La historia oficial. Escribe para el celuloide y la televisión: de Gringo viejo a Vientos de agua, su sello es inconfundible. Es miembro de la Academia de Hollywood y no olvida su exilio entre los años de la Triple A y la dictadura militar.

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Ada Bortnik es una mquna de ganar premios. | Sergio Piemonte

Desde 1986, Aída Bortnik es miembro de la Academia de Hollywood y ha cosechado innumerables éxitos como La historia oficial (Oscar a la Mejor Película Extranjera); La tregua (primera película argentina nominada para el Oscar); Pobre mariposa (finalista en el Festival de Cannes); Gringo viejo , con Gregory Peck; Tango feroz ; Caballos salvajes y la miniserie Vientos de agua , por nombrar sólo algunos. La lista es extensa y fecunda.

—Prácticamente, todas obras premiadas...
—Sí –reconoce Aída pausadamente–, casi todas. Es verdad. Tienen buenos premios. Algunos mejores. Otros, no tanto pero... sí, debo decir que tengo también muchos, muchos premios de guión por los que estoy sumamente agradecida. Siempre significa una satisfacción muy grande ver que lo que uno ha escrito, tanto tiempo antes de que la gente lo vea en pantalla y con tanta intermediación, tenga un buen recibimiento. Es casi un milagro que hay que agradecer.

Muy modestamente, Aída parece ignorar incluso las fotografías y los afiches que adornan las paredes de su estudio y en las que se la ve junto a los mejores nombres del cine mundial.

—¿Cómo fue lo de “La historia oficial”?
—Yo conocía a Luis Puenzo desde que él tenía 15 años porque era amigo de unos hermanos hijos de una amiga mía. Se habían conocido en el Liceo Militar. ¡Desde entonces Puenzo me perseguía por todas partes para que yo le enseñara a escribir! En aquel tiempo yo ni siquiera trabajaba en periodismo o sólo muy esporádicamente, pero Puenzo recuerda que yo hacía una pizza riquísima y que por eso venía a mi casa. ¡Bueno!, con ese pretexto me pedía consejos literarios. Al poco tiempo él entró a una agencia de publicidad como “junior” y en seguida, por ese enorme talento que tiene, se transformó en una especie de capo. Puenzo es un magnífico director de comerciales con un manejo de cámaras y de narración notables. Le fue muy bien con la publicidad e hizo muchísimo dinero. Dejamos de vernos por años y un día me llamó por teléfono y vino a conversar para que hiciéramos una película sobre los desaparecidos. Como estábamos en plena dictadura, tanto mi marido como mis amigos me dijeron que era una locura hacer una película sobre ese tema. Yo quiero mucho a Luis y como él insistía me contó también la historia de una pareja amiga de él que había “adquirido” un bebé. Ellos suponían que, a la manera tradicional, provenía de alguna chica que no podía criarlo. “Era un precioso bebé rubio”, me explicó Luis, y yo en seguida pensé: “¿Y si es hijo de un desa-
parecido?”. Ahí mismo tomé la decisión y le dije: “Bueno, si la película es sobre los chicos desaparecidos, estoy de acuerdo”. Se me ocurrió entonces una manera de armar la historia y la escribí.

—¿Cómo pensabas que iba a poder hacerse en la dictadura?
—Mirá, me puse a escribir. Era un tiempo en el que estaba recibiendo muchas amenazas... No sabía que serían las últimas, aunque esperaba que lo fueran. Las amenazas venían por un ciclo, Ruggero, que yo había hecho en televisión. Con una omnipotencia feroz también pensaba: ellos me amenazan pero yo igual estoy escribiendo esto y no pueden impedirme que lo haga”. ¡La historia oficial me hizo tanto bien! ¡Pero tanto bien! Fue como un exorcismo porque mientras la hacía me libré del odio. Y esto era muy importante para mí...

—¿Terminaste “La historia oficial” antes de la democracia?
—Sí, sí. Pero se filmó, felizmente, en democracia en 1984, y luego se esperó para estrenarla a 1985. En 1986 recibió el Oscar.

—¿Es tu película preferida?
Aída se detiene en la respuesta:
—Es una película que amo mucho por supuesto, pero mi película preferida sigue siendo La tregua. Y te explico por qué: el clima en el que se filmó La tregua fue de un amor y de un compañerismo sin límites. Hubo allí una inteligencia y una sensibilidad que se dio también porque estábamos todos tan enamorados de la historia, de sus protagonistas...

—Con un elenco que nunca más volvió a darse en el cine argentino... Alterio, Picchio, Marilina Ross, Hugo Arana, Cipe Lincovsky, Brandoni, Oscar Martínez, Gasalla (estos tres últimos, en pequeños papeles como empleados de la oficina en la que trabaja el protagonista).
—Sí, pero cada uno tenía su momento de lucimiento. Por ejemplo, Luis Politti estaba maravilloso. China Zorrilla, Norma Aleandro en un pequeño papel, el propio Sergio Renán además de dirigirla también en el papel del amigo del hijo homosexual...

Bueno, justamente hace algunas semanas Renán recordaba en PERFIL ese libro formidable que armaste sobre la novela de Mario Benedetti. Pero volviendo a aquello de escribir bajo amenazas que mencionabas recién, yo recuerdo que en los tiempos de la Triple A (que ahora parece haber vuelto a la memoria de los argentinos) estacionaban un Ford Falcon en la puerta de tu casa y abrían el baúl para mostrarte las ametralladoras que guardaban allí dentro. ¿Es así, no es cierto?
—Es así, y el mismo hecho se repitió cuando las últimas amenazas de la dictadura que acabo de relatarte. Incluso me siguieron con ese Falcon para que me apresurara... dentro de lo que yo puedo apresurarme...

(Aída sonríe irónicamente sin siquiera mencionar el accidente que dificultó su movilidad para siempre.)
—¿Fue en aquel momento que decidiste exiliarte?
—No. Aguanté todo lo que pude porque no quería irme. Mi padre había muerto en 1975, y como hija única no quería dejar a mi madre. En aquel tiempo también tenía un trabajo entre manos que, sospechábamos, no me dejarían terminar, pero que tampoco podía dejar inconcluso. Finalmente, me fui. Estaba haciendo Crecer de golpe, que filmó Renán, y La isla, de Alejandro Doria. Ellos recién pudieron hacerlas años después, cuando se lo permitieron...

—Si mal no recuerdo, en “Crecer de golpe” los censores objetaban que se veían en exceso las rejas del Zoológico ¡¡¡que evocaban a quienes estaban encarcelados!!!
—Fue así, y por otra parte el libro que filmó Renán está basado en una novela de Haroldo Conti, y Haroldo Conti estaba desaparecido... No hace falta agregar mucho más. ¡Imaginate, Conti en una versión de Aída Bortnik! Renán tuvo que penar durante dos años para poder filmarla. A Haroldo ya se habían encargado de matarlo y yo estaba exiliada en España. Molestaba menos –y después de un silencio, Aída retoma–: son cosas muy dolorosas. Me parece mentira, hoy, haber sobrevivido a penas tan profundas, tan horribles.

—¿Vos te fuiste en barco para poder llevar tu auto?
—En efecto. En aquel momento existía ELMA (Empresa Líneas Marítimas del Estado), donde regía una disposición por la cual debía traer y llevar coches adaptados a personas que tuvieran dificultades para manejar. Por esa disposición debían llevar gratuitamente mi auto. Saqué entonces un pasaje en el “Río Colorado” contándole mi historia al encargado de prensa de ELMA. De algún modo puse mi vida en sus manos porque era una persona a quien yo no conocía y a quien no tuve más remedio que contarle la verdad esperando que le importara. Y, por suerte, ¡le importó! Me incluyó en los once pasajeros que iban a bordo porque era un barco de carga que, obviamente, carecía de pileta de natación, cine o cualquier otro entretenimiento. La travesía fue entonces muy larga con una gran tormenta, estadías en los puertos, arreglo de motores, etc., y yo aproveché ese tiempo interminable para escribir. Los demás pasajeros me envidiaban porque me sentaba en cubierta, y con la máquina de escribir que me había prestado Alejandro Doria, corregía el libro de La isla que no había podido terminar en Buenos Aires.

—Es muy impresionante esto de imaginar a una mujer sola llegando a Europa exiliada...
—Desembarqué en Le Havre y allí siguieron los problemas puesto que un detestable comisario de a bordo que me había molestado durante la travesía me advirtió que mi coche estaba en perfecto estado, que lo había hecho revisar y que lo único que debía hacer era cargarle combustible. ¡Se había olvidado de advertirme que no tenía agua! Y en la estación de servicio donde me ofrecieron de todo, me limité a llenar el tanque de nafta. Naturalmente, a 80 km de allí, en la autopista que une Le Havre con París, ¡advertí que el motor echaba humo! Por suerte, una íntima amiga mía, la pintora Delia Cugat, que vivía en Francia, había ido a esperarme y cuando nos quedamos varadas en medio de la autopista, ella fue caminando a buscar ayuda. Vos sabés que, en aquellos años, los franceses no eran particularmente atentos con los extranjeros... Finalmente, Delia llegó hasta uno de los teléfonos de la autopista y pidió el auxilio. No quiero extenderme, pero el remolque me costó 850 dólares, y visto y considerando que todo mi capital sumaba 1.400 dólares, imaginate lo que eso significó. Es sentirse absolutamente desamparado. Menos mal que los amigos fueron extraordinarios. Me quedé con Delia hasta que arreglaron el auto y luego mi querido Félix Samoilovich, colega de Primera Plana, desde Bruselas, me invitó a quedarme en su casa.

—Samoilovich era sociólogo...
—Sí, y había ido con su mujer a hacer un posgrado en la Universidad de Lovaina. Seguimos siendo como hermanos y nos queremos entrañablemente. ¡Me esperaban con un cartel en la puerta de su segundo dormitorio que decía “cuarto de Aída”! Imaginate: ¡qué demostración de afecto!

—¿Cuánto tiempo duró el exilio?
—Casi tres años. Luego volví para la compaginación de La isla con Alejandro Doria, que no había podido filmar porque casi todos los actores que él necesitaba o estaban prohibidos o habían partido al exilio. Había que reescribir la historia y él me llamó para que viniera a hacerlo. “Estuve averiguando –me dijo– que si venís por un mes y para esta película no vas a tener inconvenientes...” ¡Imaginate! Acepté. Yo vivía en aquel momento en Madrid con un grupo de argentinos, entre los que estaban, por ejemplo, Sergio De Cecco y Haydée Padilla... Bueno, Haydée se fue con Federico Luppi en cuanto llegó. ¡Después se pelearon nuevamente! Eramos unos cuantos. Ana Clara (como si fuera mi hija), Camaleón Rodríguez, un gran músico; gente que llegaba de Venezuela y se quedaba con nosotros. Un grupo humano muy lindo ubicado en Madrid que, en aquel momento, era un desierto cultural. Gracias siempre a Félix Samoilovich, sus amigos españoles me dieron mucho afecto.

—Seguramente. Pero convendrás en que, de pronto, tu vida salta de un momento tan angustioso como el exilio a, en pocos años, los premios de Hollywood, amistades como Jane Fonda, Gregory Peck...
—Es cierto. Mi vida es muy novelesca. Hay en ella momentos de felicidad tan profundos y deslumbrantes que el sólo recordarlos me da ganas de vivir. Otros, en cambio, son realmente dolorosos. Lo que vos decís es correcto: luego del exilio las cosas cambiaron con La historia oficial. Pero mi vida personal ya se había transformado porque había conocido a mi marido, y era una mujer muy enamorada y muy feliz. Además, ¡estábamos finalmente en democracia! Después de La historia oficial por supuesto cambió la vida de Puenzo, la mía y la de tanta gente. En mi caso, es un poco raro porque yo soy la guionista ¡y la gente nunca sabe cómo se llaman los guionistas!

—Sin embargo, hace pocas semanas Graciela Borges dijo a PERFIL que soñaba con hacer una película con un libro tuyo...
—Graciela es un tesoro. Siempre fue muy buena amiga. Ella pidió por mí cuando yo estaba prohibida y en el exilio, y siguió pidiendo hasta conseguirme trabajo. Ella hizo lo que otros no hicieron. ¡Para algunas personas, cuando volví del exilio, me había vuelto transparente!

—Pero a vos Hollywood te recibió por la puerta grande. Y eso, Aída, no es habitual. Leí por ahí que cuando tuviste un cálculo en el riñón y Gregory Peck te fue a visitar al sanatorio con un ramo de flores, todas las enfermeras corrían para verte también a vos...
Aída se ríe francamente.
Gregory Peck era un mito hecho realidad. Como en sus películas. Pocas veces hizo de malo. Un hombre de una rara belleza, una voz magnífica, buen actor de personajes inolvidables. Y él era exactamente como parecía ser. La filmación de Gringo viejo, gracias a él, fue como un sueño. Peck era un enamorado de La historia oficial, y en cuanto la vio me invitó a su casa, charlamos incansablemente y nos hicimos muy amigos. Después, claro, compartimos Gringo viejo. Jane Fonda tuvo una enorme generosidad para conmigo y también hacia Puenzo, hasta el punto que estaba dispuesta a invertir dinero personal para que él pudiera filmar dos semanas más si las necesitaba, cosa que la productora Columbia le negaba. Un ofrecimiento que no es usual en la historia del cine. Incluso yo asistí a una reunión con la presidenta de Columbia de aquel momento (una mujer muy desagradable), en la que Fonda y su representante hicieron esta oferta que fue desestimada por la presidenta porque asociarse significaba para ella aceptar los “caprichos” de Jane Fonda. Esa filmación fue maravillosa, porque sentías en todo momento que ellos (Jane y Peck) creían absolutamente en nosotros.

—En la conferencia de las Naciones Unidas en El Cairo sobre el problema poblacional en el mundo, Jane Fonda nos dijo que vos eras su gran amiga argentina...
—Ella tuvo un tiempo de enorme afecto hacia mí. Y digo “un tiempo”, porque Jane ha tenido una vida cuya marca ha estado siempre puesta por su pareja, y era una mujer cuando vivía con Roger Vadim, otra mujer cuando vivía con Tom Hayden, y otra, finalmente, cuando vivió con Ted Turner. Hoy, también es otra. Siempre sigue haciendo activismo social y político (hace pocas semanas participó en Washington en una marcha contra la guerra en Irak) y en ese sentido tiene una línea de conducta invariable, pero si varía su entorno también cambia su mundo, según las circunstancias que la rodean. Después de Ted Turner, la he visto un par de veces, pero ya no era lo mismo. Jane había decidido dejar el cine.

—También todos dicen que vos tenés un actor fetiche para tus películas...
—Sí, por supuesto. Y se llama Héctor Alterio. El es mi seguro. Cuando está Héctor, yo me siento absolutamente segura y tranquila. A veces han sido papeles pequeños, pero siempre importantísimos.

—Y en la miniserie “Vientos de agua” lo elegiste a él.
—Desde ya. Bueno, lo eligió el director pero yo estuve ciento por ciento de acuerdo. Su hijo Ernesto también es una maravilla. Pero volviendo a Héctor, te diré que somos amigos desde que yo tenía 13 años. Iba a Nuevo Teatro a verlo actuar. Y muchos años después, también fui a España por él. Cuando le escribí explicándole lo que estaba pasando personalmente conmigo en la Argentina de la dictadura, me contestó con una carta de cinco páginas donde en la primera hoja, en enormes letras rojas, decía: “Vení, te esperamos”. Por eso, aunque tenía otros amigos en otros países, decidí ir a España. Con Alterio y con Tita seguimos siendo entrañables amigos. Lo mismo con sus hijos y te digo algo más... –Aída se detiene a pensar– no es sólo mi fetiche. Otros directores también han decidido que prefieren que él esté en sus películas como una garantía de calidad y talento. Pero Héctor es, además, todo lo contrario de lo que la gente piensa de los actores. No es narcisista, ni egoísta. Es un hombre con mucha dignidad y mucho honor.

—¿Qué te gustaría filmar ahora?
—Acabo de terminar una historia sobre Azucena Villaflor, la fundadora de las Madres de Plaza de Mayo. Yo siempre trabajo con mucha alegría porque es mi vocación y me hace feliz, pero la felicidad con la que yo trabajé en esta película ha sido como un regalo maravilloso porque Azucena era un personaje extraordinario; porque era una historia que había que contar y yo lo sabía y porque, finalmente, la tuve entre mis manos y pude hacerla. El director es un joven: Roberto Rodríguez Pella, que hizo un thriller muy exitoso (Peligrosa obsesión) con Pablo Echarri, y es autor de muchos documentales. Esto comenzará a filmarse en mayo.

—¿Quién será Azucena?
Aída guarda una discreta reserva:
—Esto lo sabe quizás el productor. Mientras tanto, tengo un proyecto con México. Son productores encantadores y excelentes. Supongo que empezaríamos a trabajar en marzo pero por lo mismo que es un proyecto que me gusta muchísimo, creo que es mejor no hablar todavía de él.

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