Son algo más de las seis de la tarde y los actores van llegando al ensayo. El escenario y la platea
del Teatro Metropolitan, con su aire acondicionado, se transforma en un ámbito propicio; incluso
para tomar un café caliente.
Miguel Angel Rodríguez aparece en bermudas, remera y
zapatillas. Su aspecto es lo más alejado al rol asignado, aunque los afiches de la marquesina ya lo
muestren en la piel de uno de los protagonistas de
La jaula de las locas de Jean Poiret,
junto a Roberto Carnaghi, acompañados por Alberto Martín, Mario
Alarcón,
Noemí Morelli, entre otros, y contarán con la dirección general de
Ricky Pashkus y actoral de Carlos Olivieri.
—¿Cómo vivió la partida de Fernando Peña, su primer
partener?
—Nunca antes me había pasado, aunque fue en su tiempo justo. Por suerte, nos dio la
posibilidad de encontrar reemplazante. Ni siquiera estábamos en el teatro. En lo personal,
me puso muy triste porque Fernando Peña es una excelente
persona.
También en lo
profesional me dolió, porque se perdió una gran
oportunidad. La decisión fue compartida con el productor Javier Faroni. Cuando se habló de
Carnaghi, me sorprendí, pero me encantó.
—¿Es difícil encarnar a un gay?
—De esta pareja, a mí
me tocó el papel más masculino, aunque alguna vez se debe
haber calzado algún vestido pero no hace travestismo, como sí el personaje de Carnaghi. Esta pieza
es maravillosa porque toca la comedia, pero también deja un mensaje al público. Me bajaron por
Internet la obra, para que viera la interpretación del propio autor, Jean Poiret, en mi personaje,
y el otro papel lo hacía Michel Serrault.
Esta versión es la que vieron en París Guillermo Bredeston y Nora
Cárpena, habían comprado los derechos y la estrenaron Osvaldo Miranda y Tincho Zabala, pero los
agarró el rodrigazo y tuvieron que bajar a las pocas semanas. Más tarde llegó
la versión musical que presentaron Tato Bores y Carlos
Perciavalle. Nuestra versión retoma aquella primera comedia, no la musical.
—¿Cuál es límite de las caricaturas?
—Viví muchos años de eso y
las defiendo. Me parece que un actor no debe tener límites.
Me gusta llevarlo bien arriba, porque después hay tiempo para bajar... y
me baso en los que me dirigen. Mi protagonista no puede
pasarse, ni ser completamente un hombre (diferente a Carnaghi) que permite la exageración. La
verdad, miré mucho a Ugo Tognazzi en la película.
—Muchos actores rechazan esa posibilidad por temor a la
copia o a la influencia...
—A mí me sirve mucho. En eso también soy particular, me gusta inspirarme y no le temo a
la palabra copia. Todos nos nutrimos y reciclamos.
—Con el espectáculo teatral anterior,
La Revista Nacional, ¿hubo frustración?
—No. Analicemos mis últimas intervenciones en el teatro. Con
Son amores me fue muy bien, al igual que con
Taxi 2 y con
Inodoro
Pereyra. Creo que con
La Revista Nacional
hubo una ambición desmedida, sin que ésa sea una mala
palabra. Bajamos con 600 espectadores en la sala, que es un buen número, pero para la platea del
Opera no es nada. Se arrancó con una idea que me gustó mucho, un homenaje, y hacer la historia de
la revista porteña, pero creo que Manuel González Gil no lo contó. El público salía muy emocionado,
pero no se reía como esperaba.
—¿Cómo se hace para no desequilibrarse ni con las cachetadas
del fracaso ni con los éxitos, como los primeros años de
Son
amores y
Los Roldán?
—Me ayudaron mucho los años de VideoMatch. Fueron tiempos de grandes esfuerzos, como
todos. Creo que es muy positivo, para evitar los mareos subir los escalones, uno a uno, nunca de a
dos, en esta escalera del trabajo.
—Haciendo un balance, a esta altura: ¿le faltaron estudios
teatrales?
—Estudié algo de canto con Clara, la mujer de Martín Bianchedi. Pero es cierto que no
tuve estudios especializados. Fui como un aprendiz en un taller mecánico, que se inició limpiando
herramientas y terminé arreglando coches de Fórmula 1. El tiempo me demostró que a pesar de los
estudios, para todos, el escenario es el gran maestro. La práctica es imprescindible, en cada
lenguaje, llámese cine, teatro, televisión o radio. A veces se llega al set de la tele con muchos
prejuicios.
—Respeta mucho la pantalla chica...
— Sí, porque empecé ahí. Siento que le están dando con todo, pero es un proceso. Si el
público hiciera un paro de televidentes, muchas cosas cambiarían; mientras tanto, todo sigue igual.
—¿Qué siente con las repeticiones de
Los Roldán? ¿Se busca cansar la imagen de los
actores?
—Puede ser, pero nunca tienen la repercusión original. Prefiero verlos por Volver, ése
es el sitio de las repeticiones. Son estrategias de los canales, pero no me molesta. Aunque hay que
reconocer que si
Los Roldán cayeron en su segundo año no fue por culpa de
Telefe, pasó porque había un cambio rotundo, de canal, de historia, y la gente no respondió. La
lectura que hay que hacer es: el público te siguió, pero cuando se va es porque no encontró lo que
quería.
—¿Fracasó con
Los Rodríguez?
—No, para nada. Ahora mucha gente lo ve en Volver y me lo comenta.
—
¿Los políticos argentinos siempre ayudaron para hacer
humor?
—Siempre colaboraron y superarlos es muy difícil. Si pongo perlitas de
Polémica en el bar, con Fidel Pintos, García Grau,
Minguito o Porcel, de la década del 70, son casi lo mismo a lo que sucede ahora, sólo habría que
cambiar los nombres. Es como Enrique Pinti... siempre va a seguir porque su humor es político y
actual.
—
¿Alguna vez le surgió la idea de irse del país, por ejemplo ante
la crisis de 2001?
—Nunca. Extrañaría mucho.
Viví fuertemente la época de los milicos, tengo hermanos
más grandes y muy amigos de los curas de San Patricio. Venían a mi casa algunos de los sacerdotes
que mataron de la parroquia. Tuvimos mucho miedo, pero no para irme. Creo que mis hermanos se
salvaron, porque eran de misionar.
Teníamos muy cerca familias con hijos desaparecidos. En ese
entonces, en 1976, tenía 16 años, estudiaba bachillerato comercial y recuerdo a los soldados con
sus cascos rodeando el patio de mi escuela. Toda mi familia perteneció a Movimientos de Familia
Cristiana. Mi madre quiso ser monja, aunque en mi casa siempre tuvieron una mirada progresista de
la religión.
—¿Se definiría como una persona de fe?
—Sí. No soy de ir los domingos a misa, pero creo en Dios. La Iglesia tiene muchos temas
oscuros. La muerte de Juan Pablo I fue extraña, en la película El Padrino lo plantean, y nadie
salió a hacerles un juicio... Creo que hay mucho poder y dinero. Aunque también me parece mal la
guerra de Oriente Medio. Me encanta respetar todas las religiones, pero sin fanatismos. Mis padres
siempre leyeron, se instruyeron y con cinco hijos aprendieron a escuchar.
—¿Qué hará este año para Telefe?
—Será una tira diaria con mucho de la mafia, que irá seguramente después de
Hechizada. En el elenco estaré junto a Roberto Carnaghi,
Claudia Lapacó, Javier Lombardo, Maxi Ghione, Mariana Crommel, Mónica Scaparone y Luisana Lopilato,
entre otros, que aún no firmaron contrato. Los guionistas serán los mismos de Montecristo: Adriana
Lorenzón y Marcelo Camaño, a ella la conozco desde Los Roldán. Los autores me conocen, no me meto
en su trabajo. Nunca pedí más letra. Al principio sugiero, pero después no...
—¿Habrá un cambio de look?
—Por suerte no me voy a teñir, no tendré las mechitas de
Los Roldán, con las que me parecía al tigre de la ESSO...
Eso sí, me dejé los bigotes, un poco para el teatro y otro poco para la televisión.