ESPECTACULOS
Oscar Martnez

Tenía a Roth en su cabeza

Consagrado como actor, se dedicó a la escritura teatral y también triunfó con Ella en mi cabeza y Días contados. A los 56 años, padre de cuatro hijas y abuelo de una nena, vive su vida respetando sus propios impulsos. Admira a Woody Allen, disfruta los libros de Paul Auster y cree en el amor de pareja, al que una vez más se rindió con Marina Borenzstein.

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ESCRITOR. Cuando est inspirado llega a escribir 14 horas diarias y se detiene slo para tomar caf y escuchar a Keith Jarret. | Cedoc

Su padre apilaba las máquinas de escribir con la rigurosidad con la que un general ordena en hilera a sus obedientes soldados. Con paciencia de artesano, les arreglaba las teclas y las dejaba con más brillo que un piso encerado. El miraba con fascinación ese oficio marcado por el repiqueteo incesante y el olor a tinta. Por ese entonces, jugaba a ser actor y repetía en voz alta las palabras que escribía en una servilleta impregnada de mozzarella.

Oscar Martínez recuerda a la perfección los aromas y los sonidos de su infancia en Devoto, aunque ahora esté sentado en una confitería con vista al mar, a la altura de Cabo Corrientes, donde toma un café cargado y fuma varios cigarrillos rubios. Es probable, aunque no puede asegurarlo, que la Olivetti Lettera de sus primeros escritos, que guardaba en una valijita, haya tenido destino de adorno en un local de antigüedades de San Telmo. “Las computadoras llegaron para simplificarnos todo, pero nunca me olvido de aquella vez en la que escribí en la Underwood de mi padre. Siempre tuve la vocación de escribir”, confiesa Martínez a PERFIL. Habló de su incursión en la dramaturgia, de sus deseos de volver a actuar y de su regreso al cine de la mano de Daniel Burman. Fiel a su estilo, no quiso referirse a su vida privada.

“Me gustaría volver a actuar y sería lindo hacerlo en una obra escrita y dirigida por mí”, dice Martínez. A cada paso que da en Mar del Plata, la gente lo felicita por la puesta protagonizada por Darío Grandinetti, Juan Leyrado y Natalia Lobo y le pregunta cuándo volverá al escenario.

“Son mis hijas”, dice al referirse a las dos obras que escribió y dirige: Ella en mi cabeza, que se presenta en el teatro Auditorium de Mar del Plata, y Días contados, que puede verse en el Paseo La Plaza. Esta semana, las dos puestas fueron vistas por más de seis mil personas.

—¿El dramaturgo le ganó terreno al actor?
—Nunca dejaré de ser actor. Lo que escribo es lo que me gustaría ver a mí sentado en la platea. Yo fui el primer espectador de Ella en mi cabeza. La comencé a escribir en agosto de 2003, en un break que tuvimos en la gira por España con ART (compartía elenco con Ricardo Darín y Germán Palacios). La terminé en un mes y una semana. D urante la escritura, pasé por días mejores, días peores y días de desesperación. De hojas en blanco y también en negro (se ríe).

—¿El productor Pablo Kompel le sigue insistiendo para volver a actuar?
—¡Hace rato! (risas). Es probable que vuelva a actuar. Me gustaría. No me retiré de la actuación. Siempre estamos leyendo materiales. De hecho, había postergado la escritura de Días contados, que comencé a escribir en Barcelona. Tenía una idea muy vaga de una autora de teatro que vivía los últimos días de la vida de su madre. Pero cuando volvía a leerla, me resultaba un jeroglífico. Un día me llamó Pablo y me dijo: “Quiero que hagas una obra con Cecilia Roth”. Y me trajo siete libretos, que los leí. Pero no tenía ganas de trabajar como actor. Y en ese momento, retomé la obra y pensé que era para Cecilia. Tenía a ella en la cabeza. Al final, a Pablo le gustó y la presentamos. Pero nunca escribo imaginándome a los actores. Por eso las obras siguen firmes pese a los cambios en los elencos.

—¿Le gustaría actuar en una obra dirigida y escrita por usted, al estilo Woody Allen?
—Ahora sí me gustaría mucho. Me pidieron que actuara en Ella en mi cabeza, pero no lo hice porque hubiesen pensado que me había escrito un unipersonal. No la habrían valorado. Podría representar a cualquiera de mis personajes. Pero ahora no estoy escribiendo nada. Siempre escribí, pero no me gustaría retomar viejos textos. Es como representar personajes que ya hice o volver a salir con la primera novia. Dios quiera que escriba muchas obras más.

—¿Le molestaron las críticas?
El crítico es un mal necesario. Me gusta mucho esta definición de Ernesto Sabato: “Los críticos son como esa gente que, para ganar tres pesos, escribe un libro que se titula Cómo hacerse millonario”. Lo conveniente es que estén a favor siempre. Días contados ni siquiera fue ternada en los premios ACE y no tengo ningún reparo en decir que a mí me parece un disparate que no haya sido tenida en cuenta. Y como obra no obtuvo ningún premio de los que se dan. T rato de que me afecte lo menos posible la incomprensión, la maledicencia, la envidia y la adhesión a un tipo de teatro que a mí no me gusta. Afortunadamente, no dependo de la crítica. La experiencia que vive el espectador es lo que determina el éxito.

—¿No lo convocaron para actuar o escribir para la TV?
—Para trabajar en los términos en los que se trabaja, no me interesa. Me gustaría tomarme un año para escribir una miniserie de trece capítulos y que alguien me la comprara cuando ya esté hecha, sin tocarle nada. Pero eso es utópico. No me interesa en lo más mínimo escribir para ese medio y presumo que por la televisión que se está haciendo, tampoco quiero trabajar como actor. Me seduce mucho más el cine y el teatro, de aquí (señala el mar a través del ventanal) a Luján.

Oscar Martínez, de 56 años que disimula muy bien con su bronceado, podría distinguir el vuelo de una mosca sobre el escenario.
A la hora de escribir, no cumple con ningún ritual. En épocas de inspiración llega a trabajar más de 14 horas. Sólo se detiene para tomar un café, cocinarse, retomar la lectura de cualquier libro de Paul Auster o escuchar al jazzista Keith Jarret. A veces se acuesta agotado y al mejor estilo Woody Allen –a quien admira– si en el medio de la noche se despierta, anota ideas o disparadores en una libreta.

—Si bien tiene un estilo propio, ¿qué escritores o dramaturgos lo marcaron?
—He leído más narrativa que teatro. Las influencias son muchísimas. En ficción me gusta Woody Allen, a quien admiro porque refleja conflictos vinculares y la observación de las neurosis como me gusta hacerlo a mí, Bergman, Arthur Miller, Tennessee Williams, Harold Pinter y Neil Simon, de quien me gusta el planteo de las situaciones y cierto estilo en lo que es el diálogo en la comedia norteamericana. Lo que está claro es que la historia del teatro no sale de Sófocles, Shakespeare, Anton Chejov, August Strindberg, Henrik Ibsen, Samuel Beckett y Arthur Miller.

—¿Qué personajes le gustaría interpretar?
—Siempre pensé en cuatro que me gustaría hacer: a Trigorin, de La gaviota, de Anton Chejov; cualquiera de los dos personajes centrales de Esperando a Godot, de Samuel Beckett; Willy Loman, de La muerte de un viajante, de Arthur Miller; y Ricardo III. No lo siento como cuestiones pendientes o deseos no cumplidos.

Mientras analiza la posibilidad de volver al teatro como actor, Oscar Martínez retomará el cine: a partir de junio comenzará a rodar bajo la dirección de Daniel Burman. “Ese proyecto me justifica el año, pero por ahora no puedo dar muchos detalles. Mientras tanto, disfruto de la respuesta que están teniendo mis dos obras”, dice Martínez.

–¿En algún momento pensó que la obra se le iba de las manos?
Hubo momentos en que temí que se me derrumbara la estructura. El personaje de Darío, Adrián, tiene una noche de insomnio y en definitiva eso es lo que se cuenta. Las apariciones del psicoterapeuta Klimovsky, de sus fantasmas, de sus contradicciones y de su mujer son virtuales. El lo imagina todo en su cabeza. No fue fácil contar eso

–¿Es una ventaja ser actor a la hora de dirigir?
–En los 35 años que llevo en el ejercicio de la actuación, he visto gente que escribe y dirige muy bien sin haber actuado. Pero el hecho de ser actor te da un hándicap. Hay directores que no saben ayudarte en el proceso de creación. Hubo puestistas extraordinarios, como Cecilio Madanes. Cuando hice Amadeus , me sacó de la escena en la que Mozart llega a la corte de José II y me hizo sentar al lado suyo. El asistente dijo mi letra. Todo era imponente. Después me dijo: “Ahora subí y hacé lo que quieras".